30.03.2017
Movilización general
Raúl Prada Alcoreza
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/movilizacion-general/
La movilización general es un enunciado convocativo absoluto. Convoca a todos a la movilización, en el momento considerado de mayor emergencia. Cuando se pone en cuestión la existencia misma. Puede ser de la nación; figura ésta del mito consanguíneo compartido como nacimiento común y colectivo o incluso, mejor dicho, figura del espesor territorial compartido, como lugar denso del nacimiento compartido. Puede ser del pueblo; figura ésta, mas bien, complementaria, como voluntad general, del Estado-nación; empero, usada, así mismo, como llamado a la pluralidad y multiplicidad de voluntades singulares, que conforman al pueblo, en tanto sujeto absoluto de la democracia. Puede ser de la clase o las clases explotadas; figuras éstas sociológicas, aunque también políticas, que definen al proletariado en su prole reducida a fuerzas de trabajo; en realidad, cuerpos, codificados por el modo de producción capitalista, como como fuerzas de trabajo, susceptibles de contrato y de incorporación al proceso de producción, que también es proceso de valorización. Puede ser uno mismo, su propio cuerpo, empujado al dilema shakesperiano de ser o no ser; figura esta dramática, simbolismo y metáfora, que convoca a la mismidad, al sí mismo, a actuar plenamente.
René Zabaleta Mercado hablaba de momentos constitutivos, cuando la disponibilidad de fuerzas converge en la acción constitutiva. En la misma perspectiva, nosotros tendríamos que hablar de momento convocativo absoluto.
La movilización general es una convocatoria emergente y de emergencia; reclama la presencia de todos y todas, en un momento de peligro o en un momento de ofensiva popular. Cuando una situación, que puede haber sido buscada o no buscada – casi siempre ocurre lo segundo -, de emergencia se da como amenaza la convocatoria a la movilización general del pueblo y de la nación es un imperativo histórico-político-social-cultural. Cuando se presenta la ocasión de la ofensiva popular, cuando ésta es el acontecimiento que anida las transformaciones histórico-políticas-sociales-culturales, la movilización general del pueblo, conformado por las clases explotadas y las subalternizadas discriminadas, es un imperativo existencial.
La movilización general no es una convocatoria estatal, la que solo alcanza a establecer institucionalmente el servicio militar obligatorio; y en momentos de guerra; la movilización obligatoria de todos los aptos para el servicio militar. La movilización general no puede ser una convocatoria estatal, pues el Estado convoca para su reproducción, la reproducción de sus mallas institucionales; dicho de otra manera, convoca para la reproducción de los diagramas y estructuras de poder. Cuando entra en juego la existencia de la nación, del pueblo, de la clase, de uno mismo, la convocatoria es vital, dramática y hasta trágica.
La convocatoria de la movilización general es una auto-convocatoria de la nación, del pueblo, de la clase, del conglomerado de la subalternidad, de uno o una misma. Se trata de la convocatoria en defensa de la existencia, en defensa de la vida.
En la era de la simulación de la civilización moderna, en la etapa de la decadencia del sistema-mundo capitalista, los pueblos del mundo están amenazados por la crisis ecológica desatada por este modo de destrucción de las formas de vida en el planeta; que es el modo de producción capitalista. Están también amenazadas las naciones – no los Estado-nación; aunque éstos hayan inventado a la nación, como mito de nacimiento en la ideología moderna -, si las consideramos como herencias culturales integradas en experiencias y memorias sociales de resistencia. La fase de dominancia del capitalismo financiero en la economía-mundo, su compulsión especulativa por la super-ganancia abstracta, apostando a tasas de retorno rápidas, empuja a guerras fratricidas, en las formas más inverosímiles, más inconcebibles y más absurdas que antes. La responsabilidad de los pueblos es evitar este descalabro bélico; detener la marcha de los jinetes del apocalipsis – dicho metafóricamente -, que son, entre uno de ellos, la ideología, en cualquier forma que venga. Sea del Estado-nación, sea del “desarrollo”, sea de la justicia sin libertad, sea de la libertad sin justicia. Otro jinete del apocalipsis es el imperio; es decir, el orden mundial de las dominaciones globales. El tercer jinete del apocalipsis es la acumulación abstracta de la contabilidad aritmética, que llaman capitalismo; su “crecimiento” abstracto y cuantitativo se realiza a costa de la destrucción cualitativa de las formas de vida en el planeta. El cuarto jinete del apocalipsis es la renuncia de los pueblos a su propia potencia social, a la potencia de la vida, a su propia autodeterminación, autogobiernos y autogestiones. Renuncia no significa otra cosa que el deseo del amo.
También cada nación en particular y cada pueblo, en su singularidad, está amenazado de una manera concreta; la que le brinda el acontecer histórico-político-social-económico-ecológico. El pueblo boliviano está amenazado por los jinetes del apocalipsis, que hemos mencionado, de manera metafórica; la nación también lo está. Nación del interior del continente; por esta condición – agazapada en las montañas, en el Altiplano y las selvas amazónicas y los bosques chaqueños -, arrastrada a las contingencias de las derrotas de los proyectos endógenos; que contiene el proyecto de la Patria Grande, durante los siglos de la revolución industrial; después tecnológica y científica, cibernética y comunicacional. Ahora que la crisis ecológica ha puesto los límites evidentes a estos desbordes compulsivos y hedonistas, los proyectos endógenos del continente de Abya Yala tienen la posibilidad de realizarse, si se inscriben en la defensa de la vida, de la movilización ecológica, que debería ser una movilización general.
Nosotros, las bolivianas y los bolivianos, los descendientes de los que experimentaron las derrotas y las pérdidas territoriales, estamos ante una situación de emergencia. Nuevamente parece desencadenarse la contingencia trágica, que arrastra a los pueblos a guerras fratricidas, sin sentido, salvo el sentido ideológico que imponen los Estado-nación, de manera imaginaria, sostenida institucionalmente. El pueblo no puede caer en el chauvinismo, que es el lenguaje atiborrado de la ideología sensacionalista del Estado-nación; empero, tiene la obligación de defenderse si lo atacan, si atacan a su heredad territorial. El pueblo de la nación no puede permitir más pérdidas territoriales, ninguna derrota más. Aunque al mismo tiempo, tiene el compromiso con los pueblos, de convocarlos a la Confederación de Pueblos, a los consensos y solución de problemas, de manera consensuada, en la perspectiva común de la Patria Grande.
En las condiciones actuales del Estado-nación, que no es tan diferente, a pesar de sus peculiaridades nacionalistas, populistas, “socialistas del siglo XXI”, de lo que se tuvo en los momentos des-constitutivos, cuando perdimos guerras, territorios y autoestimas, ni las mallas institucionales ni el ejército pueden defendernos. Para no entrar en detalles, están como estuvieron en los momentos de los desastres, de las derrotas y de las pérdidas. La salida, por lo menos teórica, es la defensa a través de la movilización general del pueblo armado. Además de la convocatoria a los pueblos a no ser arrastrados a las guerras fratricidas, empujados por las burguesías intermediarias del imperio y de la dominancia financiera y especulativa del sistema-mundo capitalista. Para cumplir con esta convocatoria, debemos ser capaces del acto y el gasto heroico por parte del pueblo, en una guerra, que quizás pueda ser de carácter prolongado.
No queremos la guerra, sin embargo, si tenemos que afrontarla, en caso de ataque, debemos estar dispuestos a entregarlo todo, durante el tiempo que lo exija. Lo que importa es que no se impongan nuevamente las burguesías, sean las de antes o las renovadas con los nuevos ricos, firmando tratados de paz, entregando territorios por dinero o un ferrocarril, con el propósito de trasladar sus minerales, a través de los puertos, al mercado internacional. No se imponga la ideología del Estado-nación, que canta, en un caso, la gloria de la victoria; en otros casos, se desgañita y se desgarra las vestiduras, con un discurso chauvinista, enalteciendo a los héroes muertos, mientras los elocuentes vivos se apropian del excedente.
La convocatoria a los pueblos a auto-gobernarnos, auto-gestionarnos, a consensuar democráticamente, a formar alianzas y confederaciones, es complemento de la convocatoria a la defensa. Hay algo que no saben las máquinas de guerra, sobre todo, las mejor pertrechadas; que sus instrumentos de muerte, por más avanzados que sean, no pueden contra la decisión inconmensurable de los pueblos, cuando deciden el acto heroico. Las máquinas no tienen vida; los pueblos sí. Su capacidad de destrucción solo dura un periodo perentorio; estas máquinas no son capaces de aguantar una guerra prolongada.