La política generalizada del terror

El terror es el efecto buscado de una política exacerbada y demoledoramente represiva, que busca dominar y controlar, precisamente mediante el despliegue atroz de la violencia desmedida.



La política generalizada del terror
24.05.2017

Raúl Prada Alcoreza
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-politica-generalizada-del-terror/

El terror es el efecto buscado de una política exacerbada y demoledoramente represiva, que busca dominar y controlar, precisamente mediante el despliegue atroz de la violencia desmedida. Es particularmente la muerte el espectro que consigue desolar ciudades y poblaciones, arrinconando a los pueblos y sociedades, estupefactas ente la violencia desencadenada, entumecidas e inmovilizadas por el terror. En la historia moderna se conoce como el terror - la terreur - al período de cambios centrados en la violencia de la revolución francesa, que duró de septiembre de 1793 a la primavera de 1794. Según los historiadores, del terror rojo se pasa al terror blanco, del terror de los jacobinos al terror del termidor. Según Maximilien Robespierre el terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible. El ideólogo jacobino era miembro del Comité de Salvación Pública, un cuerpo colegiado de más de diez integrantes. El Terror empezó el 5 de septiembre de 1793 cuando la Convención votó en favor de las medidas de terror para reprimir las actividades contrarrevolucionarias. El terror habría de durar hasta la primavera de 1794. Sobre el alcance y la intensidad del terror implantado, se puede tener una idea teniendo en cuenta que en el último mes se dieron 1300 ejecuciones; hay que tener en cuenta que la mayor parte de éstas fueron precisamente de los jacobinos y sus seguidores.

El terror jacobino se clausuró con la victoria Batalla de Fleurus, cuando se abatió al ejército austríaco el 26 de junio de 1794. Con esta victoria se cancelaba la posibilidad de una invasión. También la victoria de Fleurus derivó en la caída del Comité de Salvación Pública. En estas circunstancias, los diputados del Pantano, representantes de la alta burguesía, desaprobaban al gobierno por sostener una política económica controladora; patrocinaban, mas bien, una política económica liberal. El Comité de Seguridad General veía como competencia las atribuciones asumidas por el Comité de Salvación Pública. Las divergencias se intensificaron en el seno del propio Comité de Salvación Pública; en estas circunstancias Robespierre quedó prácticamente aislado. Parte de miembros de la propia Convención conspiraron contra Robespierre; lo arrestaron el 27 de julio - 9 de termidor - junto con Saint-Just y Couthon. Se puede decir que cuando Robespierre fue llevado a la guillotina culminó el terror jacobino, dándose inicio al terror del termidor. Después se deriva en un nuevo período de represión, denominado terror blanco; este estilo de terror se implanta en 1815, con la restauración monárquica del rey Luis XVIII. Las personas sospechosas de nexos con los gobiernos de la revolución, incluso comprometidos con Napoleón Bonaparte, fueron detenidas y ejecutadas[1].

Como se puede ver el terror es compartido por jacobinos, termidorianos y por reaccionarios restauradores. Todos emplean el terror como método de dominación y de control. Ya tempranamente la historia política de la modernidad manifiesta abiertamente el uso generalizado de este procedimiento de desmesurada violencia, para aterrorizar al enemigo. Además, nos muestra que los propios ejecutores también terminan siendo víctimas del mismo terror implantado. Desde el siglo XVIII a la fecha parece que esta es una recurrencia reiterada de distintas tonalidades ideológico-políticas, incluso contrastadas; hasta incluso de las expresiones fundamentalistas religiosas, así como de los Carteles. ¿Cómo interpretar esta recurrencia compartida al terror?

¿Se recurre al terror por contraste a la incapacidad de gobernar, también de convocar y convencer? ¿Se trata del miedo al otro, el otro, que es, además, una invención de uno mismo; el otro que es el demonio de los fieles? Tan parece ser así, que cuando el otro se convierte en el otro del otro, es decir, uno mismo, cuando uno mismo es el otro absoluto, no es más que la otra cara del demonio, la cara opuesta, el ángel[2]. Lo que no deja de ser una invención. ¿Entonces, es miedo a uno mismo a través del otro? Miedo a los propios fantasmas persecutores; los que acechan como sombras espantosas. En todo caso, estos fantasmas han asechado a los jacobinos, a los girondinos, al termidor, a los monárquicos; después, a los bolcheviques en el poder, así como a los rusos blancos, en la guerra civil; así como a los imperialistas que veían en los bolcheviques al fantasma del comunismo, que asolaba Europa, ahora en el gobierno. En el caso de los bolcheviques, al alargar el comunismo de guerra, el terror fue aplicado, primero contra los marineros de Kronstandt, los anarquistas, los socialistas revolucionarios; aplicándolo seguidamente a los “conspiradores imperialistas” dentro de la Unión Soviética; teniendo como antecedente la intervención militar contra los campesinos, los kulaks; para terminar de aplicarlo a los propios bolcheviques sospechosos. La historia se repite, en otros contextos, con otros guiones, con otros discursos y otros personajes. El terror fue aplicado por el nacional-socialismo alemán, llevándolo más allá, al exterminio.

En la actualidad vuelve el método del terror, de una manera generalizada; lo empleó la contrainsurgencia, tanto en los gobiernos liberales como en los gobiernos de dictaduras militares. Durante la guerra fría, se la empleó para descargar furiosamente la guerra contra el comunismo; se descargó esta furia, materializada en tecnología de destrucción, en las guerras de intervención imperialista. Se recurrió a las dictaduras militares para imponer, por medio de la política del terror de Estado, a la población, obediencia y sumisión. Con la expansión desmesurada de los Carteles del narcotráfico, del tráfico de armas y del tráfico de cuerpos, estas corporaciones del lado oscuro del poder recurren de manera proliferante al terror, para imponerse en los territorios y ciudades que controlan[3]. Los fundamentalismos religiosos desatan una “guerra santa” recurriendo al terror más espeluznante. En otras palabras, asistimos a la generalización del terror como método implacable de dominación.

El terror es el síntoma del fracaso mismo, fracaso de gobierno, fracaso de convencimiento, fracaso de hegemonía, fracaso de religión. ¿Pero, en el caso de los Carteles, de qué se trata? ¿Fracaso de qué? A propósito, sugeriremos algunas hipótesis. Los Carteles son la corroboración patética del fracaso de la economía política capitalista o, si se quiere, dicho de manera pedestre, como les gusta a los economistas decir, de la economía a secas. Las finalidades de la ganancia, después, de la super-ganancia, de las tasas altas de ganancia, después, de las tasas de retorno rápidas, conducen a la economía política del chantaje; en este campo del lado oscuro de la economía, conducen a la economía política del narcotráfico. Cuando el lado oscuro del poder atraviesa el lado luminoso del poder, cuando las estrategias paralelas del poder, no institucionales, atraviesan a las mallas institucionales del poder, la economía institucionalizada se ha convertido en la captura codiciada por parte de las organizaciones y estrategias de poder del lado oscuro, formando parte de la espacialidad tomada por los circuitos de la economía política del chantaje[4].

Entonces, se trata del fracaso múltiple, social, económico, político y cultural, del sistema-mundo capitalista. La sociedad es rehén del terror, desplegado atrozmente por los Carteles; la economía es una maquinaria capturada por la economía política del chantaje; el Estado es usado como herramienta de las estrategias de poder de los Carteles; la cultura desaparece, no solamente para convertirse en la cultura-mundo-banal, como sucede con el sistema-mundo capitalista, sino en la grotesca mueca del sinsentido y del absurdo, pornográfico y cruel, de la estupidez elocuente de los Carteles.

Los Carteles recurren al terror porque no saben hacer otra cosa. Para estas organizaciones de la economía política de los tráficos, el mundo es visto como el espacio de concurrencia de la violencia; donde gana el más violento, no necesariamente el más fuerte. Esta representación del mundo, tan elemental, es la que prepondera en el imaginario de la economía política del chantaje. Lo que hay que hacer en este mundo es imponerse por la violencia más desmesurada, por el terror. Si los Carteles son el síntoma más elocuente del fracaso de la economía política capitalista, la violencia es lo único que queda; es el único sentido hallado en un mundo cruel. El terror es el recurso por excelencia para imponer la ley del lado oscuro del poder.

Como dijimos, la recurrencia al terror por parte de los fundamentalismos religiosos, expresan patentemente el fracaso de la religión. Ya no hay salvación, la promesa no se ha cumplido ni se cumplirá. Lo que queda es asumir la cruenta realidad por medio de su expresión más descarnada, el terror. Ya no se trata de convencer, de evangelizar, de incorporar a la iglesia a más creyentes, sino del despotismo religioso; el que se impone por medio del lenguaje de la violencia, el que se pronuncia con la voz alucinante del terror.

Las formas manifiestas del fundamentalismo religioso se expresan de la manera más espectacularmente posible, ostensiblemente destructiva; sobre todo, en lo que respecta a lo que queda de humano en todas las sociedades. Se borra el rostro humano de todas las formas posibles; se oculta el rostro; se somete al cuerpo castigado al suplicio visible, para escarmiento, como si fuese una pedagogía a través del terror. Todo atisbo de inteligencia es inhibido; solo es posible la palabra revelada o, mejor dicho, interpretada, por los ángeles de la muerte, los fundamentalistas.

El terror fundamentalista se mueve como en dos ámbitos, sino son más; uno de ellos es el relativo a los territorios de los países de la periferia del sistema-mundo; el otro corresponde a los territorios, sobre todo, ciudades, de los países del centro del sistema-mundo. Parecen darse dos tácticas distintas, correspondientes a estos diferentes ámbitos; en el primer caso, donde se ocupa espacios, donde se fundan estados religiosos fundamentalistas, el terror es como institucionalizado, implantado masivamente, convirtiendo no solo a la sociedad en rehén, sino en población esclava; las mujeres son sometidas a la esclavización sexual; los hombres al mutismo. En cambio, en el segundo caso, el terror es puntual, efectuado por pequeños comandos o, incluso, por individuos, buscando afectar mediáticamente a la población, inhibirla, congelarla, inmovilizarla.

Se puede decir que esto no es exactamente una guerra santa, al estilo de las cruzadas de los siglos XI, XII y XIII; tampoco al estilo de la guerra religiosa conducida por el profeta Mahoma y los califatos. Se trata de la guerra obscena de organizaciones político-ideológico-religiosas, guerra desatada contra el sistema-mundo en decadencia, siendo, paradójicamente, parte ostensible de esta decadencia. Es una guerra contra la religión musulmana por no haber aplicado al pie de la letra el Corán, tal como los militantes fundamentalistas lo interpretan. Es una guerra contra las otras religiones monoteístas, de las que deriva esta versión delirante del Islam, la judía y la cristiana, por no practicar la verdadera religión; también por ungir moralmente al demonio de “occidente”. Es una guerra contra las mujeres, como continuando la misma guerra contra las mujeres, que duró tres siglos, en el largo período de la “caza de brujas”. Es una guerra contra las sociedades, pues no se acepta otra forma de sociedad que la obediente a la interpretación religiosa delirante de los militantes fundamentalistas. Es una guerra contra la humanidad, pues no se acepta otra humanidad que la demolida y humillada.

Sin embargo, paradójicamente, no se hace la guerra contra la economía-mundo capitalista. Al contrario, se participa en ella. El Estado Islámico se convirtió en administrador totalitario del extractivismo petrolero, en los territorios ocupados; un cliente de los compradores del oro negro, la energía fósil. Son los grandes clientes de los traficantes de armas, empresas y mafias; situándose detrás de ellas la industria de armas de las potencias “occidentales”. Usan las redes financieras para transferir fondos. ¿Cómo explicar esta actitud de un fundamentalismo religioso del que se esperaría, mas bien, un ataque a la economía-mundo capitalista?

¿Ante la decadencia del mundo “occidental”, ante su crisis múltiple, sobre todo civilizatoria, los fundamentalismos religiosos se presentan como los “salvadores”? ¿Pretenden convertir el mundo decadente en un mundo puro, a imagen y semejanza de la interpretación fundamentalista de los escritos sagrados? ¿Buscan sustituir a los mediadores extractivistas, empresas formales e institucionalizadas, que ya no garantizan un control sostenible de los recursos naturales? ¿Buscan salvar al mundo des-occidentalizándolo; empero, manteniendo su apetecida economía? Estas contradicciones, incluso paradojas, de los fundamentalismos religiosos, hacen evidente que estos fundamentalismos forman parte de la hecatombe moderna, de su vertiginosidad delirante, de sus decadencias degradantes; en definitiva, del fracaso civilizatorio de la modernidad engullidora, que se tragó las culturas, las religiones, incluso las revoluciones, convirtiéndolas en la mixtura pluralista y folclórica, intercambiable. Que convirtió la promesa en la ilusión de baratija de los moles o, en su caso, de los despotismos fundamentalista sin filosofía. Lo paradójico del caso - no es el único, hay otras expresiones culturalistas, que rayan en el fundamentalismo - es que el supuesto “anti-occidentalismo”, el supuesto “anti-modernismo”, no es otra cosa que otra de las formas elocuentes de la modernidad vertiginosa y glotona. Es esto precisamente la modernidad - su vertiginosidad cambiante, sus invenciones de rupturas, sus revoluciones, que caen atrapadas en el círculo vicioso del poder, sus fundamentalismos salvadores - donde la promesa de salvación ha desaparecido, también la interpretación sabia de los escritos sagrados. Solo queda la voz sin palabra del terror.

[1] Texto: El Terror Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/El_Terror?oldid=99074977 Colaboradores: Oblongo, JorgeGG, Robbot, Trujaman, Tony Rotondas, Huhsunqu, Guille.hoardings, Hispa, Rembiapo pohyiete (bot), RobotQuistnix, Mortadelo, Yrbot, BOT-Superzerocool, Gaijin, Santiperez, Dove, Lasneyx, Cana7cl, Ketamino, Jarke, Yavidaxiu, Paintman, Alejandrosanchez, CEM-bot, Happygolucky~eswiki, Lauro, Durero, Rastrojo, Thijs!bot, Hanjin, TXiKiBoT, Amanuense, Urdangaray, Technopat, Matdrodes, AlleborgoBot, Muro Bot, SieBot, Macarrones, Bigsus-bot, Xiphias, Greek, Fadesga, Tirithel, XalD, Nicop, Pablo323, Beurnu, Darkicebot, Goldorak, UA31, AVBOT, LucienBOT, Diegusjaimes, DumZiBoT, Andreasmperu, Luckas-bot, Ptbotgourou, DSisyphBot, SuperBraulio13, Xqbot, FrescoBot, Ricardogpn, Capucine8, Botarel, TiriBOT, MondalorBot, TobeBot, Babayaga~eswiki, Halfdrag, AnselmiJuan, PatruBOT, TjBot, Adilette1972, Foundling, EmausBot, Grillitus, Mecamático, WikitanvirBot, Anca7, MetroBot, Dr. Losch, Helmy oved, Nahueale, Addbot, Leidylove, Nawak111, Thibaut120094, Jarould, Aude9331, Crystallizedcarbon, KamiiLo.B, Ks-M9, Jlsmrx, Ivo1200, CBPSYCHOS, Yago Oubel, Nickscovey, Comité nickscovey y Anónimos: 116.

[2] Ver Más allá del amigo y enemigo. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/m__s_all___del_amigo_y_enemigo_2.

[3] Ver El lado oscuro del poder. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/el_lado_oscuro_del_poder_2.

[4] Ver Cartografías políticas y económicas del chantaje. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/cartograf__as_pol__ticas_del_chanta.