Más allá del circulo vicioso del poder
03.06.2017
Raúl Prada Alcoreza
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No podemos dejar de preguntarnos qué es el poder. Cuando nos respondemos, encontrando otras vetas, si bien enriquecemos la comprensión de este fenómeno de las dominaciones, nunca terminamos de estar satisfechos, pues aparecen otras vetas. No se trata de juzgar a los que están en el poder, mucho más si llegaron por el camino de las movilizaciones sociales, que los empujaron donde están. Los gobernantes no se dan cuenta de lo que pasa; están muy adentro de la burbuja de la ceremonialidad del poder, rodeados de aduladores y zalameros, de los que informan de lo bien que va todo, a pesar, de que se encuentran en situaciones difíciles, comprometedoras y complicadas. Los gobernantes ven el mundo en la imagen en el espejo se su propio rostro, se sus propias creencias, en realidad, prejuicios. Creen, por ejemplo, que el país es como una reunión sindical, que se puede manejar por acuerdos antelados o entre los pasillos. El sindicato es parte del país, pero no puede ser, de ninguna manera algo parecido al país.
No son culpables, como algún a “izquierda”, supuestamente radical los considera, incluso “traidores”. Son sencillamente otras víctimas de la maquinaria del poder, que se mueve en el círculo vicioso del poder. Es una tontería juzgarlos; es como hacer lo que ellos mismos hacen; juzgar. Por ejemplo, dicen los que no están conmigo están con el enemigo, la “derecha”, el imperialismo. Juzgarlos es no salir del círculo vicioso del poder, repetir los mismo, la pelea por las verdades; quién tiene la verdad; quién es el juez. No se trata de eso, sino de salir del círculo vicioso del poder, de los juegos de poder, de los juegos de verdad.
Partir que no hay verdad, sino correlaciones de fuerza; que hay dominaciones, por lo tanto, dominadores y dominados, sobre todo, dominadas. Que para quebrar, desmantelar, destruir, estas dominaciones es menester desmantelar y destruir el poder, como nos han enseñado los indígenas mayas zapatistas. Que no es el camino llevar a las “vanguardias” al poder, pues se convierten en las nuevas élites gobernantes y en los nuevos ricos. Salvo, la excepción que confirma la regla, la única revolución socialista en pie, la revolución cubana. Esto se debe a la excepcionalidad de un pueblo heroico, que tuvo la virtud, el coraje y la consistencia de pelear durante largo tiempo contra la intervención imperialista; también se debe a que el partido conductor, que es el partido comunista cubano fue consecuente, militante, sin discutir si estaba en la correcta apreciación del mundo y de la revolución y en la interpretación marxista adecuada. Lo que llama la atención de la revolución socialista cubana, a diferencia del resto de las revoluciones socialistas, y obviamente, no está de más está decirlo, de las reformas populistas, que se llaman exageradamente “revoluciones”, es su contenido ético. La relación entre ética y política es fundamental en la persistencia y la continuidad de la revolución. Lastimosamente este atributo, de esta relación producente, no la tienen el resto de las revoluciones. Parece que la historia se mueve por excepciones, no, como han creído las ciencias sociales, por generalizaciones.
El problema, en la coyuntura álgida que vivimos, la decadencia de os “gobiernos progresistas”, es ¿cómo continuamos con la lucha? ¿Cómo seguimos adelante con las conquistas logradas y los procesos políticos abiertos? Está claro que no puede ser con los “gobiernos progresistas”, que ya encontraron su límite y, desde ahí, su regresión y decadencia. Han dado lo que podían dar. No se trata, de ninguna manera, de volver a la rutina de los gobiernos de las oligarquías, que, fuera de formar parte del círculo vicioso del poder, nunca tuvieron la gracia de la convocatoria popular, como la tuvieron los gobiernos del nacionalismo revolucionario y los “gobiernos progresistas”. Sino, se trata de retomar el impulso y seguir de manera permanente con las transformaciones iniciadas. Para esto, no se puede repetir lo que ya se hizo en el pasado, defender burocracias y gobiernos decadentes, que tenían muchas analogías con los gobiernos de la burguesía, salvo el discurso y la ideología; pues este camino es el que conduce a la derrota. La tarea imperiosa es inventar otro camino.
Este camino no lo inventa ninguna vanguardia, que es el mito de los revolucionarios del siglo XIX, incluso del siglo XX. Es una construcción colectiva. Todos tenemos que aprender y aprehender. Los gobernantes de los “gobiernos progresistas” nos enseñaron lo que no se debe hacer; ahora, pueden irse a su casa; fuera de que cumplieron su papel en la convocatoria inicial y en las medidas inaugurales del proceso de cambio. Ahora toca la pedagogía política; el pueblo tiene que aprender a autogobernarse y auto-gestionar.
No está en juego aquí una banalidad de como si se quedan o no en el poder. Lo que está en juego es continuar con la lucha; pues no hay fin de la historia. No son el fin de la historia las formas gubernamentales del Estado liberal, como creía Francis Fukuyama; tampoco, los gobiernos socialistas del siglo pasado, menos los “gobiernos progresistas”. Lo que está en juego es cómo saltamos el límite y el obstáculo político e histórico de tomar el poder para transformar, pues ya aprendimos que esta toma del poder es como un bumerang; no se toma el poder, es el poder el que toma, convirtiendo a los “revolucionarios” en engranajes del poder. Saltar estos obstáculos, como dijimos, no es una tarea de vanguardias, sino de la construcción de consenso, con el pueblo y sus formas de organización y deliberación, incluyendo nuevas formas de deliberación. Dependemos, en este caso, de los avances y alcances de la pedagogía política.
Oponerse a esta tarea imprescindible a nombre de la defensa del “gobierno progresista”, es convertirse en un obstáculo político, social y cultural, para seguir adelante. Ya no se puede repetir la historia, mejor dicho las tragedias y dramas de la historia; las paradojas de las revoluciones. No se puede seguir apostando a nuevas derrotas; no hay tiempo que perder, ante la envergadura de la crisis ecológica. O los pueblos aprenden a liberarse de los fetichismos ideológicos, de las capturas de las mallas institucionales, que los subalternizan, o seguimos en lo mismo, en el círculo vicioso del poder.
Obviamente, esta no es una tarea fácil, nos enfrentamos a algo nuevo, inédito; así como los bolcheviques se enfrentaron con la revolución de octubre de 1917. Ni sabemos qué va a pasar si lo logramos. Sin embargo, al salir del círculo vicioso del poder nos abrimos a otros horizontes civilizatorios. Vale la pena hacerlo entonces; no hay peor derrota que no haberlo intentado.
El proyecto libertario en Abya Yala es cerrar la caja de pandora abierta por los americanos, es decir, las poblaciones del continente, después de la conquista; esta caja de pandora es la civilización moderna y el sistema-mundo capitalista, desatada por los mexicanos, después de la conquista de Tenochtitlan. Esto implica, primordialmente, descolonización; en sentido efectivo, radical, no discursivo. Es decir, retomar las confederaciones de pueblos de Abya Yala. En otras palabras y acudiendo a las consecuencias de lo que decimos, retomar la civilización ecológica del continente, en sustitución de la civilización de la muerte, que es la del sistema-mundo capitalista. En tercer lugar, es convocar a todos los pueblos del mundo a hacer lo mismo. Conformar una gobernanza mundial de los pueblos, basada en autogobiernos autogestionarios de los pueblos.
Aunque parezca utópico, no es imposible. Están, como decían los marxistas, las condiciones objetivas dadas. Están a nuestro alcance las ciencias y tecnologías, que corresponden al intelecto general; de ninguna manera es propiedad privada. Es herencia de la humanidad. Más bien, hay que liberar a las ciencias y tecnologías de las camisas de fuerza impuestas por el sistema-mundo capitalista, que las ha convertido en instrumentos de la acumulación. Siguiendo con esta argumentación conocida, lo que se requiere es lograr las condiciones subjetivas; esto es, que los pueblos crean en sí mismos y no busquen representantes ni “vanguardias”. Cosa del pasado.
Este cuadro, por cierto, panorámico, nos muestra claramente que no se puede seguir insistiendo en defensas de formas gubernamentales clientelares, que no dejan de formar parte de la heurística de las máquinas de poder. Al poder, en sentido estructural, no le interesa si los gobiernos que forman parte de su heurística sean de “izquierda” o de “derecha”; lo que le importa es seguir funcionando como poder, como estructuras y diagramas de relaciones de fuerzas.
Por eso, la compulsa, lastimosamente sin debate, en la coyuntura decisiva, es crucial. Las fuerzas, sobre todo, indígenas y juveniles, de los movimientos sociales-antisistémicos del presente, presionan, en el umbral histórico, para abrir otros horizontes e invitar mundos alternativos. Por otro lado, las fuerzas de la inercia de la civilización moderna, sean de “izquierda” o de “derecha”, pugnan por seguir en el mismo juego de poder, repitiendo o redundando variadamente las mismas tramas del circulo vicioso del poder.