El muro y la grieta
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Por Paulina Villegas
Lunes 12 de junio de 2017
La candidatura importa, porque nos recuerda la crueldad más grande que como sociedad hemos sido capaces de perpetrar, de un país que no reconoce a sus más vulnerados y oprimidos, y por lo tanto sigue sin reconocerse como nación
La designación del pasado 28 de mayo en la que se nombró a María de Jesús Patricio Martínez como vocera del Concejo Indígena de Gobierno, quién será candidata independiente a la presidencia en el 2018, es trascendente por muchas razones que van más allá de las evidentes.
En principio, siendo la primera mujer indígena postulándose a la presidencia de la República en un país profundamente machista y racista, es en sí mismo un hecho significativo.
Pero además, el proceso de designación, partiendo de las estructuras del Congreso Nacional Indígena (CNI), eligiendo a dos representantes de más de 50 comunidades indígenas del país para conformar el Concejo Indígena de Gobierno, es un vendaval democrático que cae como bocanada de aire fresco en medio de un clima político contaminado por prácticas clientelistas, patronazgos y corrupción.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), quien propuso la iniciativa de la candidatura indígena, regresa de esta manera a la arena pública mainstream porque asegura que las condiciones tan críticas del país así lo ameritan. Sin embargo, más allá de la estrategia de incursión electoral del EZLN y su viabilidad política, su regreso y su statement, es un hecho simbólico y vale la pena darle su justa dimensión.
Las candidaturas independientes que ya se perfilan al 2018, confirman que la profundidad de los problemas sociales difícilmente podrá encontrar cauce y causa en el sistema partidista tradicional.
Y ahora los zapatistas con sus caras cubiertas y el CNI ponen de manifiesto los otros problemas, las deudas históricas que ni siquiera lográbamos ver, como los millones de indígenas que desde hace veinte años siguen siendo marginados, discriminados y sí, aún en el 2018, considerados por muchos como ciudadanos de segunda clase.
“Antes del 94 éramos invisibles, ahora somos utilizados a conveniencia del Estado, en lugar de hacernos sujetos de derecho -el que decide, sabe, piensa, construye su vida con consciencia-, nos ve como objeto, silla, que no piensa, no siente, sólo necesita quizá una pasada de pintura”, me cuenta Maribel, una indígena de la comunidad Popoluca de Veracruz.
Por eso la candidatura importa, porque nos recuerda la crueldad más grande que como sociedad hemos sido capaces de perpetrar, de un país que no reconoce a sus más vulnerados y oprimidos, y por lo tanto sigue sin reconocerse como nación.
De ahí nuestro trauma identitario, raíz de tantos males. Pero esa, es otra historia…
Y es que, todos deberíamos reconocernos zapatistas, si no es por convicción política, si por consciencia moral, social y de dignidad. Porque como lo dijo la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, “cada ser humano que está involucrado con la memoria de su país y de su pasado tiene un indio dentro, tiene a todo el continente”.
En el 2014 el subcomandante Marcos murió, porque “la botarga mediática” ya no era necesaria. Pero recordó desde la universidad de la Tierra a las afueras de la Ciudad de San Cristóbal de las Casas, que la lucha zapatista era una guerra por la humanidad en contra del neoliberalismo.
Veinte años antes, en ese mismo corazón del sureste mexicano, miles de indígenas descendieron de la selva Lacandona y las montañas chiapanecas e “hicieron retemblar en sus centros la tierra” con sus pasamontañas, sus rifles y su simbolismo cargado de revolución, posibilidad y promesa.
“Contra el silencio, exigimos la palabra y el respeto, contra el olvido, la memoria […] Contra la opresión, la rebeldía, contra la esclavitud, la libertad. Contra la imposición, la democracia, contra el crimen, la justicia”, proclamaron entonces.
María de Jesús, indígena nahua de Tuxpan, Jalisco, y experta en medicina tradicional, recorrerá el país proponiendo un cambio radical de convivencia y coexistencia, “otro mundo en el que quepan muchos mundos”, como bien lo dijo Juan Villoro, donde ella desde el punto de vista estratégico, encabezará una lucha simbólica “destinada a construir un referente moral y señalar que lo más importante en el México de hoy son las ausencias”.
Así, los indígenas, zapatistas y no zapatistas, ni sus líderes, ni sus ideólogos, ni sus seguidores, sino sus protagonistas, los dueños de su destino, se han ido “colando por las grietas que abren en el muro de la historia”.
Su ejemplo de organización sirve para todo aquel mexicano indignado que no ve más que muros.
“Y si no hay grieta, pues a hacerla arañando, mordiendo, pateando con el cuerpo entero hasta conseguirle hacerla a la historia esa herida que somos,” dijeron los zapatistas.