La Amazonía: entre la abundancia y la violencia
julio 11, 2017
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Alberto Acosta
alberto acosta
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Para: Alberto Acosta
Alberto Acosta[1]
Artículo publicado en el libro
El último grito del jaguar,
Memorias del I Congreso de pueblos indígenas aislados en la Amazonía ecuatoriana
Ivette Vallejo y Ramiro Avila, compiladores
Abya-Yala, 2017
“Éste es en suma el nuevo descubrimiento de este gran río (el Amazonas, NdA),
que encerrando en sí grandiosos tesoros, a nadie excluye,
mas antes, a todo género de gente convida liberal a que se aproveche de ellos.
Al pobre ofrece sustento; al trabajador, satisfacción de su trabajo;
al mercader, empleos; al soldado, ocasiones de valor;
al rico, mayores acrecentamientos; al noble, honras;
al poderoso, estados; y al mismo rey, un nuevo imperio.”
.
Cristóbal de Acuña, 1641
Para comprender la actual realidad de la Amazonía es importante recordar que esta región fue tempranamente incorporada en el proceso de revalorización del capital, es decir en la división internacional del trabajo. ¿Qué buscaban los españoles cuando llegaron a América? ¿Qué buscan las empresas transnacionales o las empresas estatales en la actualidad? Manteniendo las distancias y las diferencias tecnológicas de las dos épocas, se puede responder que exactamente lo mismo: recursos naturales. Y cómo lo impulsaron: conquistando y colonizando territorios sin importar sus habitantes; proceso que se complementa con la colonialidad como un hecho epistémico.
La llegada histórica de la cruz, que cobijaba la imposición del capital fue el comienzo de las maldiciones de gran parte de las actuales economías “no exitosas”[2]. Aquí cabe destacar el papel histórico que tuvo (y tiene hasta la actualidad) la extracción de trabajo y riquezas promovidas por el colonialismo y la desposesión y que contribuyeron a que las economías “exitosas” se desarrollen.
Recordemos que Cristóbal Colón, con su histórico viaje en 1492, sentó las bases de la dominación colonial, con consecuencias indudablemente presentes hasta nuestros días. Colón buscaba recursos naturales, especialmente especerías, sedas, piedras preciosas y sobre todo oro. Según Colón, quien llegó a mencionar 175 veces en su diario de viaje a este metal precioso, “el oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega incluso a llevar las almas al paraíso”. La palabra Dios o ser supremo aparece mencionada menos de 50 veces.
Este no es un simple dato anecdótico. Implica, por un lado, la preeminencia de lo material, y por otro, el complemento inseparable de la dominación cultural al negar las civilizaciones existentes e imponer un orden político que construye otras territorialidades y subjetividades[3]. Y en el marco de este proceso de dominación murieron millones de indígenas, en una verdadera hecatombe demográfica, que luego provocaría el traslado de cientos de miles de africanos para convertirles en esclavos: un proceso de muerte que todavía mantiene su vigencia en la actualidad cuando se pone en riesgo la existencia de los pueblos en aislamiento voluntario.
En el caso de la Amazonía, en 1641, el padre Cristóbal de Acuña, enviado del rey de España para investigar qué riquezas había en los territorios “descubiertos” por Francisco de Orellana cien años antes, constató una gran riqueza de recursos naturales: maderas, cacao, azúcar, tabaco, minas, oro… Ese espíritu de búsqueda de riqueza sintetiza el “descubrimiento” económico del Amazonas[4]. Y desde entonces, hasta ahora, la Amazonía es vista como tierra de conquista y colonización, proveedora de recursos naturales.
Este es, a no dudarlo, el origen de los extractivismos contemporáneos[5].
Muchos años más tarde, en los umbrales de las luchas independetistas, Alejandro von Humboldt[6], con su histórico recorrido por tierras americanas, actualizaría este “descubrimiento”. Él se quedó maravillado por la geografía, la flora y la fauna de la región, pero veía al mismo tiempo la pobreza de su gente. Cuentan que contemplaba a sus habitantes como si fueran mendigos sentados sobre un saco de oro, refiriéndose a esas inconmensurables riquezas naturales no aprovechadas.
Este mensaje de Humboldt, al parecer encontró una suerte de interpretación teórica en la obra de David Ricardo Principios de Economía Política y Tributación (1817). Este conocido economista inglés recomendaba que cada país debía especializarse en la producción de aquellos bienes con ventajas comparativas o relativas, y adquirir de otro aquellos bienes en los que tuviese una desventaja comparativa. Según él, Inglaterra, en su ejemplo, debía especializarse en la producción de telas y Portugal en vino… Sobre esta base se construyó el fundamento de la teoría del comercio exterior, cuya vigencia –con algunos aditamentos- tiene fuerza de dogma de fe aún en nuestros días. Y como todo dogma, se inspira en textos que son transferidos de generación en generación a través de los más diversos medios[7].
Esta imposición se consolidaría con el tiempo. A la larga etapa colonial sucedieron las repúblicas. Y con ellas se ahondaron los extractivismos con una creciente dependencia del mercado mundial.
Lo cierto es que desde entonces se consolidó la creencia de las ventajas comparativas y del libre mercado, en la que está imbricado profundamente el modelo de acumulación primario-exportador. Se asumió una visión pasiva y sumisa de posicionamiento en la división internacional del trabajo en muchos de aquellos países ricos en recursos naturales, sometidos a la lógica del modelo de acumulación de los países “exitosos”. Y los países “pobres” aceptaron los costos que hay que asumir para superar su subdesarrollo, entre los que constan –aunque no se lo reconozca públicamente- poner en riesgo la existencia de muchas comunidades, sobre todo indígenas: “el sacrificio de unos pocos redundará en beneficio de la colectividad”, podrían haberlo pensado.
Desde entonces, apegados a esta visión -tal como ya lo hicieron los europeos cuando conquistaron estas tierras- una y otra vez los gobiernos latinoamericanos, cual mendigos concientizados, han pretendido extraer los tesoros existentes en dicho saco sobre el cual están sentados… y, hasta ahora, ese empeño no ha sido fructífero en términos de alcanzar esa quimera llamada “desarrollo”.
Recogiendo la anécdota atribuida al célebre científico alemán de la época de la Ilustración, es válido preguntarse ¿cómo es posible que en países tan ricos en recursos naturales, la mayoría de sus habitantes no puedan satisfacer sus necesidades básicas? ¿Pesará sobre estas economías una maldición? ¿Será que somos pobres porque somos ricos en recursos naturales?[8]
Aunque resulte poco creíble a primera vista, la evidencia reciente y muchas experiencias acumuladas permiten afirmar que la pobreza económica está relacionada, de alguna manera, con la riqueza natural. De allí se concluye que los países ricos en recursos naturales, cuya economía se sustenta prioritariamente en su extracción y exportación, encuentran mayores dificultades para asegurar el bienestar de su población. Sobre todo, parecen estar condenados al subdesarrollo (como contracara del desarrollo) aquellos países que disponen de una sustancial dotación de uno o unos pocos productos primarios, que sirven de base preferente para el financiamiento de sus economías.
La gran disponibilidad de recursos naturales, particularmente si se trata de minerales o petróleo, tiende a acentuar la distorsión existente en las estructuras económicas y la asignación de los factores productivos dentro de los países “malditos”. Una realidad impuesta ya desde la consolidación del sistema-mundo capitalista. En consecuencia, muchas veces, se redistribuye regresivamente el ingreso nacional, se concentra la riqueza en pocas manos y se incentiva la succión de valor económico desde las periferias hacia los centros capitalistas. Esta situación se agudiza por una serie de procesos endógenos de carácter “patológico” que acompañan a la abundancia de estos recursos naturales[9].
A pesar de esas constataciones, uno de los dogmas básicos del libre mercado, llevado a la categoría de principio y fin de todas las cosas en la economía -ortodoxa- y aún fuera de ella, radica en recurrir una y otra vez al viejo argumento de las ventajas comparativas. Los defensores del librecambismo predican que hay que ser coherentes en aprovechar aquellas ventajas que nos ha dado la Naturaleza y sacarles el máximo provecho. Y en este listado de dogmas podemos incluir varios otros que acompañan a los extractivismos: la globalización como opción indiscutible, el mercado como regulador inigualable, las privatizaciones como camino único, la competitividad y la productividad como virtudes por excelencia…
En este punto hay que señalar que la región amazónica es tratada, en la práctica, como una periferia en todos los países amazónicos, que son a su vez la periferia del sistema político y económico mundial, como acertadamente lo explica Thomas Mitschein[10]. Lo que se busca es valorizar sus recursos y su tierra en función de la acumulación de capital.
Por eso se asumió a la Amazonía como territorios baldíos que deben ser adecuadamente aprovechados, es decir colonizados. Recién en las últimas décadas se empezó a aceptar la presencia de pueblos indígenas a los que se debería considerar… para seguir explotando los recursos de esos territorios, se entiende. En esencia no hay cambios hasta la actualidad. Debe quedar claro si antes esta explotación de ser humanos y de la Naturaleza se justificaba en nombre de la civilización y del cristianismo, hoy se la lleva adelante en nombre del progreso y de su vástago: el desarrollo.
Desde aquella lejana época colonial arrancó una larga y sostenida carrera tras de “El Dorado”, carrera que aún no concluye… En la etapa republicana las violencias desatadas por la voracidad de la conquista y la colonización no concluyeron. Aumentaron.
El estilo de desarrollo predominante en toda la Amazonia se basó y se basa aún en extraer recursos naturales. Si bien en muchos casos las tecnologías cambian, se repite un patrón que se remonta al período colonial: la mayor parte de los recursos son apropiados para ser exportados. En efecto, las principales actividades extractivas amazónicas incluyen minerales, hidrocarburos, madera, productos agrícolas y ganadería para la exportación.
La extracción masiva de recursos naturales para la exportación ha sido una constante en la vida económica, social y política de muchos países del sur global, no se diga en la Amazonia. Y la otra constante es la elevada propensión a importar bienes de fuera de la Amazonia. Este desencuentro entre oferta y demanda amazónicas, derivado de patrones de consumo foráneos, por un lado, y de la inserción sumisa en el mercado mundial como exportadora de materias primas, por otro, explica gran parte de la complejidad económica de esta zona.
Además, una y otra vez encontraron en la Amazonia una válvula de escape de los problemas en sus otras regiones densamente pobladas. Así, por ejemplo, en lugar de impulsar verdaderas reformas agrarias en las otras regiones de sus países más pobladas y menos equitativas, abrieron la puerta a una masiva e indiscriminada colonización. En definitiva, hay que entender el extractivismo también como la otra cara de la falta de voluntad política para enfrentar el problema agrario y la redistribución de riqueza. Sigue siendo más fácil extraer los ingresos fiscales del subsuelo, que de los bolsillos de los grupos poderosos.
Ejemplos de lo dicho se pueden encontrar en todos los países afluentes del Amazonas. La destrucción de las selvas es cada vez más acelerada. La jungla espesa está siendo transformada a gran velocidad en desiertos de monocultivos o en eriales producto de la masiva deforestación legal e ilegal. Se talan los bosques tropicales para dejar sitio al avance de la frontera agrícola intensiva, con cultivos a gran escala, que en poco tiempo, debido a la fragilidad del suelo, dejan de ser rentables para los grandes capitales.
La Amazonia se mantiene como la frontera viva de la colonización. Ahora, ya no es solo una tierra de expansión para el mercado capitalista tradicional a través de la explotación de los recursos naturales, es una región donde proliferan los mercados ficticios: mercados de carbono o de patentes…
Se trataría de una región “vacía” y retrasada que debe ser conquistada y colonizada.
La Amazonía, como un mito superado
En el Ecuador este proceso de “aprovechamiento” de la riqueza amazónica tomó más tiempo que en los otros países. Las condiciones de acceso eran difíciles y los potenciales réditos económicos se demoraban en cristalizar. La “riqueza” amazónica se mostraba esquiva. Incluso alguna ocasión, el presidente Galo Plaza Lasso (1948-1952) llegó a afirmar que “el Oriente es un mito”: no habían sido satisfactorios los esfuerzos por encontrar petróleo en la Amazonía.
Recordemos un par de datos de la historia. En las primeras décadas del siglo XX las empresas petroleras transnacionales demostraron interés en las riquezas petroleras de la región amazónica. La primera en llegar a la Amazonía, en la década de los treinta, fue la Leonard Exploration Company, subsidiaria de la Standard Oil de New Jersey, a la que se entregó una zona para exploración en la parte central de la Amazonía. A partir del contrato de agosto de 1937, la Anglo Saxon Petroleum Company Limited, afiliada a la Royal Dutch Shell , empezó con sus trabajos, pero los abandonó varios años después porque no habría encontrado crudo, según su versión. El Estado nunca supo a ciencia cierta cuáles fueron las actividades y los hallazgos de estas empresas. Y “el Oriente” –como ya lo anotamos- fue visto como un mito, no había recursos dignos de ser explotados desde la visión del Estado desarrollista.
Esa actividad petrolera, si bien relativamente limitada, afectó las relaciones sociales de la zona. Particularmente estableció un sistema de control mercantil de la mano de obra de los indígenas de la Amazonía, al tiempo que favorecía las incursiones de colonos provenientes de otras zonas del país. En esa región, además de las petroleras, ya habían aparecido grupos de misioneros evangelistas y otras empresas que buscaban caucho, balsa y oro, sobre todo durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Esto sin olvidar a los misioneros católicos presentes desde cientos de años atrás, conjuntamente con reducidos destacamentos militares y los mencionados colonos que buscaban su El Dorado en la Amazonía, sobre todo con la explotación del caucho.
En los años sesenta del siglo XX, el potencial hidrocarburífero del Ecuador volvió a ser interesante para los consorcios transnacionales que empezaron a buscar otras alternativas de suministro a nivel mundial. Con miras a diversificar las zonas productivas y aumentar la oferta, en zonas políticamente más seguras, las empresas transnacionales petroleras regresaron al país. Las reservas petroleras disponibles fueron de facto despreciadas anteriormente por las compañías internacionales, puesto que cuando se retiraron les era más fácil, seguro y rentable explotar petróleo en otras regiones del mundo, como sucedía en los países árabes o el Irán.
Este es un punto clave. El extractivismo, es decir la explotación masiva de recursos naturales para la exportación, se explica por la demanda internacional. Así como sucedió con el cacao y luego con el banano, la explotación de los recursos naturales, en este caso el petróleo, se impulsa para satisfacer las necesidades externas y no por la demanda nacional. Esto caracteriza una economía primario-exportadora.
Entonces el “festín del petróleo”, para ponerlo en palabras de Jaime Galarza Zavala[11], entró en su apogeo. En un proceso de desbocada corrupción, a lo largo y ancho del Ecuador se registró el aparecimiento de una gran cantidad de empresas y sus fieles prestanombres que coparon todas las concesiones posibles. El mapa ecuatoriano, sobre todo en aquellas áreas con atractivo petrolero, parecía una colcha de retazos. A la postre serían las compañías Texaco y Gulf las que asumirían la tarea de explotar los mayores campos hidrocarburíferos.
En este punto de la historia, febrero de 1972, intervino de manera significativa el Estado con un gobierno militar. Ante la cercanía de la explotación de petróleo los uniformados asumieron una vez más el destino de la vida política del país. Su propuesta fue, como en algunas intervenciones anteriores, por ejemplo con la “revolución juliana” de 1925, el fortalecimiento y la modernización del Estado con el fin de alentar el desarrollo nacional. Esto no puede confundirse con un intento para superar el capitalismo. La misma posición nacionalista que inspiraba el régimen castrense no planteaba la expulsión de todas las empresas transnacionales. De una u otra forma se llegó a acuerdos con varias de dichas compañías.
Lo que nos interesa destacar es que desde esa época la Amazonía ecuatoriana cobró un inusitado interés en la lógica desarrollista. La periferia sería integrada como suministradora importante del recurso petrolero, que se transformaría en una suerte de fuente autónoma de financiamiento de la economía ecuatoriana. Y el Estado asumiría un papel rector de la economía, como nunca antes. Esto no margino a los grupos económicos privados que de una u otra manera lucraron de la bonanza petrolera[12].
De todas maneras fue necesario que el poder militar cambie las reglas de juego. El gobierno dictatorial puso en vigencia la Ley de Hidrocarburos expedida el año anterior, en el gobierno de José María Velasco Ibarra, que regiría sólo para los nuevos contratos firmados después de octubre del año 1971. Con esa disposición se habrían mantenido los contratos anteriores, en su mayoría viciados legalmente y atentatorios al interés nacional.
Con el cambio legal impulsado por los militares se revirtió la mayoría de concesiones. Se consiguió una mayor participación del Estado en la renta petrolera y se constituyó efectivamente la empresa estatal, la Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana (CEPE), cuya existencia legal había sido aprobada en el gobierno anterior. Cuando en julio de 1974 el Estado adquirió una parte del paquete accionario, el consorcio Texaco-Gulf se transformó en el consorcio CEPE-Texaco-Gulf. Poco más adelante, al adquirir CEPE todas las acciones de la Gulf, quedó como consorcio CEPE-Texaco.
Un dato adicional a considerar. La actividad petrolera fue la punta de lanza que abrió la puerta a un masivo e incontrolable flujo de colonos provenientes de otras zonas del país cuyo desplazamiento se debe a la presión demográfica y sobre todo a la carencia de una respuesta a la demanda de tierra en la sierra y en la costa. La ausencia de una adecuada reforma agraria y las demandas de mano de obra barata para la industrialización en esa época favorecieron la migración del campo a las ciudades y también a los “territorios baldíos” amazónicos, complicando aún más la situación de esta periferia.
Todo esto provocó una presión sobre las poblaciones indígenas a las que de facto se les arrebató sus territorios. Muchas comunidades tuvieron que adentrarse en la selva para escapar del “progreso” y otras paulatinamente fueron integradas y aculturizadas por este proceso de “blanqueamiento” de la sociedad en marcha; por cierto algunos pueblos desaparecieron: los tetete y los sansahuari fueron víctimas tardías de la hecatombe demográfica de la primera etapa de la colonización. Irónicamente, los nombres de los dos pueblos desaparecidos denominan a dos campos petroleros en la misma zona donde antes ellos habitaban. Y ese mismo riesgo se cierne sobre los taromenane y tagaeri, así como sobre otros grupos como los oñamenane, si explota el petróleo del ITT-Yasuní y sus alrededores.
Lo que nos interesa es destacar que en los años setenta, como pocas veces en su historia, el Ecuador entró de lleno en el mercado mundial. El “mito” amazónico cedió paso a la esperanza desarrollista en el imaginario nacional, que no duró mucho tiempo…
Pero antes veamos algo de esos primeros años petroleros. El petróleo empezó a fluir hacia el mercado mundial en agosto de 1972. Poco más de un año después, a raíz de la cuarta guerra árabe-israelí, se produjo un primer y significativo reajuste de los precios del crudo en el mercado internacional. El crudo Oriente pasó de 3,83 dólares por barril en 1973 a 11,80 dólares en 1974. El precio del petróleo, con las variaciones propias de su comercialización, seguiría su marcha ascendente hasta inicios de la década de los 80. Esto permitió un crecimiento acelerado de la economía ecuatoriana, como nunca se había registrado en la historia del país.
La explotación de crudo le otorgó a Ecuador la imagen de “nuevo rico”. Recuérdese que las exportaciones totales crecieron de casi 190 millones de dólares en 1970 a 2.500 millones de dólares en 1981: un aumento de más de trece veces. Eso explica por qué el Ecuador petrolero consiguió los créditos que no había recibido el Ecuador bananero y mucho menos el cacaotero[13]. Así, el monto de la deuda externa ecuatoriana creció en casi 22 veces: de 260,8 millones de dólares al finalizar 1971 a 5.868,2 millones cuando concluyó el año 1981. Esta deuda pasó del 16% del PIB en 1971, al 42% del PIB en 1981. Es preciso anotar que, en este mismo período, el servicio de la deuda externa también experimentó un alza espectacular: en 1971 comprometía 15 de cada 100 dólares exportados, mientras que diez años más tarde acaparaba 71 de cada 100 dólares.
A pesar de los cuantiosos ingresos no se dio un cambio cualitativo en la condición de país exportador de materias primas (banano, cacao, café, etc.) [14]. El impacto, en esas condiciones, vino por el lado del creciente monto de los ingresos producidos por las exportaciones petroleras. Y desde entonces hasta la actualidad esta economía ha estado estrechamente atada a lo que sucede en el mercado hidrocarburífero internacional, teniendo a los precios del crudo como un referente indispensable para determinar su evolución.
Al mismo tiempo que se profundizaba la dependencia de la economía ecuatoriana del petróleo, en compañía de otros procesos, se fue ampliando la presencia de este y de otros extractivismos en la región amazónica. Esto provocó un creciente impacto sobre las poblaciones amazónicas, particularmente indígenas que fueron más y más colonizados y subordinados en sus propios territorios.
De la mano de los ingresos petroleros y del endeudamiento externo, llegaron otros problemas propios de este tipo de bonanzas, que podríamos definirlas como las patologías de “la maldición de la abundancia” [15]. Si se analizan dichas patologías se podría presentar recomendaciones concretas de cómo abordarlas. Pero eso no es todo. Hay algo de fondo. Y es que con los extractivismos se producen graves impactos socio-ambientales. Un tajo minero, por ejemplo, provoca graves impactos en la Naturaleza, que implica figurativamente hablando una suerte de amputación forzosa, impide la reproducción y realización de la vida misma.
En la mayoría de los casos estas actividades extractivistas irrespetan integralmente la existencia y el mantenimiento y regeneración de los ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos de la Naturaleza. Niegan el derecho a la Naturaleza para su regeneración y restauración. Todo esto, como lo sabemos de sobra, puede conducir a la extinción de especies, la destrucción de ecosistemas o la alteración permanente de los ciclos naturales, al tiempo que se destruye el habitat de muchas comunidades humanas. Lo real es que -para ponerlo en palabras de Eduardo Gudynas (2013)- “existen vínculos directos y de necesidad, entre un cierto tipo de apropiación de recursos naturales y la violación de los derechos”.
Sin embargo, a pesar de la enorme carga de argumentos en contra de la acumulación primario exportadora, se registra un posicionamiento de ésta en el cerebro de nuestra sociedad que en sí misma parecería ser esa la verdadera maldición: es decir, la maldición quizá sea la incapacidad para enfrentar el reto de construir alternativas a la acumulación primario-exportadora que parece eternizarse a pesar de sus inocultables perjuicios y fracasos[16].
En síntesis, la bonanza motivada por el petróleo –la mayor cantidad de divisas que había recibido hasta entonces el país– que apareció en forma masiva y relativamente inesperada, se acumuló sobre las mismas estructuras anteriores y reprodujo, a una escala mayor, gran parte de las antiguas diferencias. El salto cuantitativo llevó al Ecuador a otro nivel de crecimiento económico, pero, al no corresponderle una transformación cualitativa similar, no logró superar su condición de país primario exportador, tal como sucede al cabo de diez años de gobierno de Rafael Correa[17].
Esto es lamentable, a pesar de todas experiencias acumuladas en tantas décadas de explotación de petróleo y otros recursos naturales que marcaron la vida económica del país, al cabo del segundo boom de las exportaciones petroleras en el siglo XXI las condiciones estructurales de la economía no han sufrido cambios sustantivos: ésta sigue atada a la modalidad de acumulación primario exportadora todavía con el petróleo amazónico como importante fuente de financiamiento, teniendo en la mira la ilusión de los recursos minerales sobre todo amazónicos. Y se sigue presionando a las poblaciones indígenas con la ampliación de la frontera petrolera en el centro sur de la Amazonía y con la megaminería en la misma Amazonía.
Por cierto que desde la primera bonanza petróleo de 1972 a 1981 hasta la fecha, las crisis también estuvieron presentes. Sin tratar de agotar el tema, sobre todo por falta de espacio en este artículo, si cabe señalar que durante las épocas críticas, que siguieron a la bonanza del petróleo, la Amazonía no dejo de ser un lugar atractivo para la explotación de los recursos naturales su subsuelo. La ilusión de que con precios bajos del petróleo se va a imponer la razón y se va a dejar de extraer el hidrocarburo, es eso, una simple ilusión.
La dependencia de los mercados foráneos, aunque resulte paradójico, es todavía más marcada en épocas de crisis. Ecuador, como todas o casi todas las economías atadas a exportar materias primas, ha caído una y otra vez en la trampa de forzar las tasas de extracción de sus bienes naturales cuando los precios se debilitan, en este caso el petróleo. Se busca, a como dé lugar, sostener los ingresos provenientes de las exportaciones primarias. Esta realidad beneficia a los países centrales, pues un mayor suministro de materias primas –petróleo, minerales o alimentos–, en épocas de precios deprimidos, crea una sobreoferta, lo que debilita aún más sus precios. De esa manera, se genera un “crecimiento empobrecedor” (Jagdish N. Bhagwati[18]) y la sobre-explotación de las materias primas.
Como saldo tenemos que los diversos gobiernos, sin excepción, una y otra vez, vieron en la Amazonia el verde color de los dólares y no el verde de la vida. Y en consecuencia forzaron y siguen forzando las prácticas extractivas. En esa especie de trituradora de recursos naturales se encuentra la Amazonía, tironeada permanentemente por la ambición de valorizar sus recursos naturales. Y los “sueños” del padre Cristóbal de Acuña de 1641 se transformaron en una pesadilla continuada. Las violencias y los crímenes han estado y están a la orden del día. La violación de los derechos de los indígenas, en particular, y de la Naturaleza, es interminable en Ecuador y el resto de países amazónicos.
La Amazonía, como territorio de vida y cada vez más de muerte
Para los pueblos indígenas de la Amazonía ecuatoriana, las actividades petroleras iniciadas en los años sesenta significaron un cambio radical en su desenvolvimiento. Desde entonces, por más de 40 años, las comunidades indígenas y también de colonos sobre todo de la Amazonía norte han sufrido un sinnúmero de atropellos a sus derechos elementales a nombre del desarrollo y bienestar de toda la población. Vale anotar que los niveles de pobreza en la Amazonía, sobre todo en las provincias petroleras de Sucumbíos y Orellana, son más elevados que en el resto del país. Y eso parece que será su destino por muchos años más para la Amazonía; situación agravado con la creciente introducción de actividades megamineras.
Desde la década de los sesenta en el siglo XX, las actividades petroleras han atropellado masivamente la biodiversidad y el bienestar de la población de la Amazonía, sobre todo de los pueblos indígenas. El discurso sobre la importancia estratégica de la región se derrumba ante la realidad de un sistema que la aprecia solamente por la revalorización de sus recursos naturales en función de la acumulación de capital, especialmente transnacional. Al parecer no importa que estas actividades pongan en riesgo la vida misma. Esta es una de las mayores necedades de “la maldición de la abundancia”.
En ese lapso, la compañía Texaco –Texpet en Ecuador y hoy Chevron-Texaco- perforó 339 pozos en 430.000 hectáreas . Para extraer cerca de 1.500 millones de barriles de crudo, vertió miles de millones de barriles de agua de producción y desechos, y quemó billones de pies cúbicos de gas.
El informe de Richard S. Cabrera Vega (2008)[19] sobre los impactos provocados en la zona es contundente. Aquí unos extractos que nos grafican lo sucedido:
“Las primeras fuentes de contaminación en el área de la concesión son el petróleo crudo, lodos de perforación y otros aditivos, y aguas de producción que fueron arrojadas en el ambiente desde inicios de 1967. Los contaminantes de estas fuentes están presentes en suelos, agua subterránea, sedimentos y agua superficial en el área de la concesión y persisten en el ambiente hasta la actualidad.”
“La primera causa de la contaminación encuentra su origen en las operaciones de exploración y explotación conducidas por Texpet. Texpet operó en el área de la concesión con prácticas y políticas ambientales inadecuadas para la conservación del ecosistema, utilizando pocos o ningún control ambiental, lo que causó la mayor parte de la contaminación en el área (Texpet manejó incorrectamente desechos de pozos de producción, descargó el cien por ciento del agua de producción en los arroyos y ríos, quemó gases en la atmósfera, sufrió docenas de derrames por causas diversas). (…)”
“Existe suficiente información con datos ambientales de irrefutable validez para determinar la contaminación ambiental en el área de la concesión. (…)”
“El ecosistema de la concesión está contaminado con hidrocarburos de petróleo y otros contaminantes relacionados con operaciones petroleras. Los suelos en estaciones y pozos de producción petrolera contienen hidrocarburos de petróleo y metales en concentraciones que son muchas veces más altas que los estándares para limpieza ambiental en Ecuador y en otros países del mundo. El agua subterránea bajo los pozos de desechos está contaminada por encima de los estándares ecuatorianos. Cuando el agua de producción fue arrojada directamente desde las estaciones durante las operaciones de Texpet, se contaminaron ríos, arroyos, pantanos y suelos con petróleo, metales y sales en concentraciones que eran mucho más elevadas que los estándares ecuatorianos. La contaminación ambiental está documentada en los datos recolectados por todas las partes y ampliamente corroboradas por muestreos históricos que tuvieron lugar en años anteriores al inicio de la demanda. (…)”
“La contaminación ambiental ha causado daños al sistema ecológico en el área de la concesión. Las concentraciones de contaminantes relacionadas con el petróleo en suelos y aguas son muchas veces más altas que aquellos niveles que causan toxicidad a plantas, animales, aves y otros recursos bióticos. Las observaciones directas en el campo confirman que la vida de plantas y animales fue y continúa siendo impactada por la contaminación. (…)”
Si bien resulta imposible poner precio a la Naturaleza, pues la vida es inconmensurable, el daño se podría cuantificar en miles de millones de dólares por concepto de derrames, contaminación de pantanos, quema del gas, deforestación, pérdida de biodiversidad, por animales silvestres y domésticos muertos. A lo anterior habría que añadir materiales utilizados sin pago por salinización de los ríos y el trabajo mal remunerado.
Volviendo al informe del perito en el juicio, Richard S. Cabrera Vega (2008):
“La población humana que habita en el área de la concesión sufre de efectos adversos a su salud como resultado de la exposición a contaminantes de los campos petroleros, estos efectos incluyen cáncer, muerte por cáncer[20], abortos espontáneos. Además se ha causado un daño moral, social y económico a los pobladores que habitan cerca de los pozos y estaciones.”
En el ámbito psicosocial las denuncias son múltiples: violencia sexual por parte de los operadores de compañía en contra mujeres adultas y menores de edad mestizas e indígenas, abortos espontáneos, discriminación y racismo, desplazamientos forzados, nocivo impacto cultural y ruptura de la cohesión social. Es más, sobre Texaco pesa también la extinción de pueblos originarios como los tetete y sansahuari, a más de todos los daños económicos, sociales y culturales causados a los indígenas siona, secoya, cofán, kichwa y waorani, además de perjuicio a los colonos blanco-mestizos.
Se afectó básicamente la territorialidad, alimentación y tradiciones culturales de los pueblos indígenas, principalmente a las nacionalidades indígenas que habitan históricamente en el área de la concesión. Luego, la remediación ambiental que habría realizado la compañía fue una estafa en toda la línea, contando con la complicidad de las autoridades oficiales. Basta ver las conclusiones del citado perito:
“Remediaciones previas y actuales no han limpiado la contaminación adecuadamente. La remediación conducida por Texaco entre 1995 y 1998 estaba dirigida solamente a reducir la contaminación en determinados sitios y se usaron métodos que dejaron detrás gran cantidad de contaminación. El muestreo de sitios remediados por Texaco confirma la presencia de hidrocarburos de petróleo por sobre los estándares vigentes e incluso sobre los establecidos en el contrato de remediación.”
Este sufrimiento no fue solo en el ámbito familiar sino especialmente colectivo y comunitario. Los efectos económicos de los accidentes fueron notables, en un 93% ocasionando pobreza y destrucción de chacras en un 87%.
Sin embargo, en todos estos años la resistencia de las comunidades amazónicas prosperó hasta constituirse en un reclamo que incluso alcanzó trascendencia internacional. Es conocido el “juicio del siglo” que llevan las comunidades y los colonos afectados por las actividades petroleras de la compañía Chevron-Texaco (Texpet, en Ecuador). Los argumentos que se exponen son claros: la compañía tuvo responsabilidad directa por los impactos ambientales que produjo la explotación del petróleo, los cuales no sólo han afectado a la Naturaleza sino que también se evidencian consecuencias en la vida de la población.
Entre los múltiples procesos de lucha, es digna de resaltar la resistencia de la comunidad kichwa de Sarayaku, en la provincia de Pastaza, que logró impedir la actividad petrolera de la Compañía General de Combustibles (CGC) en el bloque 23, que contaba con el respaldo armado del Estado. Resistencia que continúa ahora contra el gobierno de Rafael Correa, a pesar de que esta comunidad cuenta con una serie de disposiciones a su favor de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Lo cierto es que desde entonces hasta la actualidad los atropellos derivados de los extractivismos se mantienen en la Amazonía. Una y otra vez el Estado y las empresas petroleras han subordinado la biodiversidad y el bienestar de la población a las demandas extractivistas. Se burlan las leyes, se emplee la fuerza pública, se corrompe a entidades públicas e incluso a ONG, se miente y engaña públicamente y, sobre todo, se obliga a la población directamente afectada a que acepte las condiciones de las empresas petroleras y actualmente mineras. Y en ese contexto afloran las luchas de resistencia y de construcción de alternativas en toda la Amazonía[21].
La Amazonía, en las garras de la barbarie desarrollista
Como se puede constatar, la explotación del petróleo y ahora de la minería a gran escala, desarma el discurso de que son actividades que benefician a sus habitantes. Las obras de compensación que se realizan para debilitar la resistencia de las poblaciones amazónicas, guardando las distancias en el tiempo, podrían asimilarse con “los espejitos” utilizados por los españoles para obtener el oro de los primeros indígenas que encontraron hace más de cinco siglos. El discurso de la minería o del petróleo para el desarrollo, sostiene una política de ocultamiento de la realidad, intimidación de quienes se oponen, de criminalización, de represión, de humillación y olvido para las víctimas…
Los daños causados al entorno natural y a la sociedad por la explotación petrolera no son realmente cuantificables por sus efectos irreversibles sobre los ecosistemas de la zona. Cada año se siguen derramando cientos de miles de barriles de petróleo que alteran y destruyen la base de la supervivencia y la vida misma de las comunidades. La contaminación provocada por los derrames del agua de formación, la quema de las piscinas, el venteo del gas asociado a las reiteradas roturas de los ductos y la eliminación de los desechos tóxicos absorbidos por las cadenas tróficas de los ecosistemas han afectado el bienestar de la población de la Amazonía y devastado el entorno natural de la región. A esto se suman las graves afectaciones sicosociales y culturales que provocan los enclaves extractivistas. Y esto se agravará más aún en otras regiones de la Amazonía, como son las que se encuentran en la Cordillera del Cóndor, por efectos de la megaminería que se impone a sangre y fuego con el gobierno de Rafael Correa[22]. Este presidente también será responsable de la ampliación de la frontera petrolera en el centro sur de la Amazonía e inclusive de la explotación del crudo en el Yasuni-ITT[23], cuando él fracasó al no poder cristalizar la iniciativa de dejar el crudo en el subsuelo, surgida desde la sociedad civil antes de iniciar su mandato.
El quebrantamiento del tejido social es otra faceta de la compleja problemática que afecta a las comunidades amazónicas.[24] Los niveles de conflictividad interna generan una espiral de violencia cuya explosión se manifiesta cada vez con mayor intensidad y frecuencia. Las empresas petroleras privadas y ahora mineras copan el escenario regional, teniendo como un garante de su seguridad al Estado. Es más, estas empresas asumen mucho del ámbito de acción estatal, relacionándose directamente con las poblaciones locales, asumiendo el papel de suministradores de todo tipo de servicios y el de constructoras de obra pública. O últimamente adelantan el pago de regalías al Estado para que este impulsa la construcción anticipada de obras de compensación con las que se quiere desarmar la resistencia de las comunidades.
En la medida en que se debilita la lógica del Estado de derecho, se ha dado paso a su “desterritorializacion”[25], lo que consolida respuestas miopes de un Estado policial que complica cada vez más la situación a través de la represión a las víctimas del sistema. Los esfuerzos por recuperar la presencia del Estado en la Amazonía quedan reducidos a simples obras de infraestructura, manteniendo su carácter represivo cuando se imponen los extractivismos, tal como se percibe con creciente fuerza en el caso de la megaminería; basta tener en mente el caso de Nakintz en donde se militarizó la zona para proteger a una empresa minera que ni siquiera cumplió con la consulta previa.
Un punto a destacar. Desde una postura nacionalista, con los gobiernos progresistas, se procura principalmente un mayor acceso y control por parte del Estado, sobre los recursos naturales y también sobre los beneficios que su extracción produce. Lo que definitivamente no está mal. Lo preocupante es que desde esta postura se critica el control de los recursos naturales por parte de las transnacionales y no la extracción en sí. Y estos gobiernos progresistas, por lo demás, asumen una gestión perversa para imponer el extractivismo, muchas veces abriendo la puerta a los capitales transnacionales canadienses, chinos o de otras nacionalidades.
En la medida que se amplían y profundizan los extractivismos se agrava la devastación social y ambiental. Los derechos colectivos de varias comunidades indígenas y campesinas son atropellados para ampliar aún más la frontera petrolera o para permitir la megamineria o inclusive para fomentar los monocultivos de todo tipo. Inclusive se propicia el vaciamiento de los territorios para dar vía libre a los extractivismos, que son cada vez más gigantescos en sus magnitudes e impactos. La criminalización de la protesta social está al orden del día. Son decenas los líderes populares encausados penalmente por defender el agua, los derechos y la vida misma. Poco importa que en el Ecuador constitucionalmente la Naturaleza sea sujeto de derechos.
Está claro que si se contabilizaran los costos económicos de los impactos sociales, ambientales y productivos de la extracción del petróleo o de los minerales, desaparecerían muchos de los beneficios económicos de estas actividades. Pero estas cuentas completas no son realizadas por gobernantes, que confían ciegamente en los beneficios de estas actividades primario-exportadoras. Pero aún cuando fueran rentables dichos proyectos, incorporando los costos normalmente ausentes en los estudios que los sostienen, queda flotando la pregunta sobre la conveniencia de continuar ahondando esta modalidad de acumulación primario exportadora.
En síntesis, se insiste en dominar la Naturaleza para transformarla en productos exportables, como hace 500 años. Por lo tanto, más allá de los discursos y de algunos planes oficiales críticos con el extractivismo, se ha consolidado e inclusive ampliado la modalidad de acumulación primario exportadora y con esto no solo que se mantiene sino que se profundizan las dependencias[26]. Mientras tanto se mantiene incólume el mito del progreso en su deriva productivista y el mito del desarrollo en tanto dirección única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, así como sus múltiples sinónimos.
Si en los años sesenta del siglo XX se dio lugar al festín del petróleo, en la segunda década del siglo XXI se avanza con el festín minero[27].
La Amazonía, una lucha por la vida
En este punto, para concluir, hay que señalar que la región amazónica sigue siendo tratada, en la práctica, como una periferia en todos los países amazónicos, que son a su vez la periferia del sistema político y económico mundial. Un proceso que mantiene viva la conquista y la colonización en toda la región, independientemente si son países gobernados por mandatarios neoliberales o progresistas.
Pensando en toda la Amazonía: ese vasto territorio en América del Sur, alberga sobre todo dos dicotomías, la abundancia y la violencia; se debate permanentemente entre la vida y la muerte. Durante mucho tiempo la inmensa selva amazónica ha sido vista como una reserva de recursos naturales donde el capital hace “sus compras” a conveniencia.
La misma complejidad de ese territorio hace necesarias nuevas perspectivas y varias propuestas de salida a su posible devastación. Ese territorio tiene vida propia y es generador de nuevos saberes, esos que la Modernidad trata de callar; eso explica también porque se ha convertido en un territorio de resistencias.
Estamos todavía a tiempo para pensar en salidas globales y sobre todo locales para los diversos problemas antes de que sea demasiado tarde. Se precisan respuestas integrales que permitan transitar hacia el Buen Vivir o sumak kawsay y que nos posibiliten imaginarnos en una sociedad postextractiva y postcapitalista. Empezar a desmercantilizar la Amazonia es un reto impostergable, es decir empezar a apreciarla por su enorme diversidad y abundancia de vida… amenazada. Un paso en esa dirección es cristalizar iniciativas como la de dejar el crudo en el subsuelo en el Yasuní-ITT.
El compromiso por la Amazonia es el compromiso con la vida.-
[1] Economista ecuatoriano. Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente. Ex-candidato a la Presidencia de la República del Ecuador. El autor de estas líneas ha trabajado en varios de sus libros y artículos esta cuestión. Se trata de un proceso de permanente reflexión y aprendizaje, así como de permanente aproximación a una región maravillosa: la Amazonía. Basta leer el libro del autor: Desarrollo Glocal - Con la Amazonía en la mira, Corporación Editora Nacional, Quito, 2005.
[2] Suficiente con mencionar los procesos de acumulación originaria propuestos por Carlos Marx [1867]; El Capital. Tomo I: El proceso de producción del capital. Siglo XXI editores, México, 2013; o de acumulación por desposesión de David Harvey: El nuevo imperialismo, Akal, Madrid, 2003; o de extrahección de Eduardo Gudynas; “Extracciones, extractivismos y extrahecciones - Un marco conceptual sobre la apropiación de recursos naturales”. Observatorio del Desarrollo, No. 18, febrero 2013..
[3] Para profundizar en esta materia se recomienda el estupendo libro de Horacio Machado Aráoz; Potosí, el origen – Genealogía de la minería contemporánea, Mardulce, Buenos Aires, 2014.
[4] Ver su informe: “Nuevo descubrimiento del gran rio de las Amazonas”, ha sido publicado varias veces como libro: Cristóbal de Acuña; Descubrimiento del Amazonas, Emecé editores, Buenos Aires, 1942.
[5] En línea con Eduardo Gudynas es mejor hablar de extractivismos. Ver su esclarecedor libro: Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza. CEDIB y CLAES, Cochabamba, 2016.
[6] El afán científico que movió a ese gran berlinés para llegar a América, sin que esto represente una acusación en su contra, no puede desvincularse de la expansión económica y política de las potencias europeas.
[7] A los defensores de esta tesis poco les interesa reconocer que Ricardo construyó su planteamiento de la simple y atenta lectura de una imposición imperial. La división del trabajo propuesta por Ricardo se basó en el acuerdo de Methuen firmado en Lisboa el 27 de diciembre de 1703 entre Portugal e Inglaterra. Tampoco les preocupa que Gran Bretaña, la primera nación capitalista industrializada con vocación global, no practicó la libertad comercial que tanto defendía. Con su flota impuso sus intereses en varios rincones del planeta: introdujo a cañonazos el opio a los chinos (a cuenta de la presunta libertad de comercio) y hasta bloqueó los mercados de sus extensas colonias para protegerlos y mantener el monopolio para colocar sus textiles (por ejemplo, la India, un gran mercado subcontinental). Ver el valioso aporte de Ha–Joon Chang, Kicking Away the Ladder–Development Strategy in Historical Perspective, Anthem Press, Londres, 2002, o en español Retirar la escalera – La estrategia del desarrollo en perspectiva histórica, Catarata y Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2004.
[8] Se recomienda la reflexión sobre el tema de Jürgen Schuldt; ¿Somos pobres porque somos ricos? Recursos naturales, tecnología y globalización, Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima, 2005.
[9] Consultar en Jürgen Schuldt y Alberto Acosta, “Petróleo, rentismo y subdesarrollo: ¿Una maldición sin solución?”, revista Nueva Sociedad, No. 204, Buenos Aires, julio/agosto 2006.
[10] Visión propuesta por Thomas Mitschein, Thomas; “Os caminhos inciertos do desenvolvimento sustentable na Amazonia”. Poematropic, (7) Janeiro/Junho. Belem: Desenvolvimento Sustentável, Programa Pobreza e Meio Ambiente na Amazônia, 2001.
[11] Jaime Galarza Zavala denunció -en su libro “El Festín del petróleo”, Quito, 1972- cómo se había fraguado la entrega masiva de concesiones petroleras en el Ecuador.
[12] El Estado ecuatoriano, como lo reconoció el Banco Mundial, garantizó la “eficiencia privada” con “un sistema complejo de subsidios implícitos y poco transparentes”. Y ese Estado “petrolero” –más allá de las intenciones reformistas de los militares– fue, una vez más, expresión del poder de los grupos dominantes. “Siempre los capitalistas han contado con la capacidad de utilizar los aparatos del Estado en beneficio propio”, reconoce Immanuel Wallerstein; El capitalismo histórico, Siglo XXI, Bogotá, 1988.
[13] La riqueza petrolera solo fue el detonante de un masivo endeudamiento externo, que se explica por la existencia de importantes volúmenes de recursos financieros en el mercado mundial que no encontraban una colocación rentable en las economías de los países industrializados a causa de la recesión.
[14] Sobre la evolución de la economía ecuatoriana en todos estos años se puede consultar el libro del autor: Breve historia económica del Ecuador, tercera edición, Corporación Editora Nacional, Quito, 2012.
[15] Para profundizar en esta materia se recomienda el libro del autor: La maldición de la abundancia, Swiss Aid, Abya-Yala y CEP., Quito 2009.
[16] Consultar también en Alberto Acosta; “Maldiciones, herejías y otros milagros de la economía extractivista”, Revista Tabula Rasa - Teología de los Extractivismos, Bogotá, 2016.
[17] Aquí sugerimos la revisión de dos artículos complementarios escritos por el autor de estas líneas con John Cajas-Guijarro: “Dialéctica de (casi) una década desperdiciada Estridencias, orígenes y contradicciones del correísmo”, artículo en el libro Rescatar la esperanza. Más allá del neoliberalismo y el progresismo, Entre Pueblos, Barcelona, (2016); “Ocaso y muerte de una revolución que la parecer nunca nació”, Quito, septiembre 2016, publicado en varios portales, como www.rebelion.org.
[18] Revisar Jagdish N. Baghwati, “Inmiserizing Growth”, Review of Economic Studies, junio, 1958.
[19] En el marco del juicio contra la compañía Texaco, Richard S. Cabrera Vega presento el “Informe Sumario del Examen Pericial. Dictamen Pericial”, 24 de marzo de 2008.
[20] Los casos de cáncer en la Amazonía petrolera llegan a un 31%, cuando el promedio nacional es de 12,3%.
[21] Se puede revisar sobre este tema la visión del autor: “Amazonia. Violencias, resistencias, propuestas, en la Revista Crítica de Ciencias Soaicles, Coimbra, 2015. https://rccs.revues.org/6004
[22] Este gobernante se convirtió en el mayor promotor de la megaminería de la historia. En los años neoliberales los gobiernos apresuraron el paso extractivista. En vano intentaron introducir la megaminería e inclusive ampliar la frontera petrolera, atropellando cualquier cuestionamiento y normativa legal; sin embargo la fuerte organización y lucha social no lo permitió. Hoy esos “logros” neoliberales son alcanzados por la gestión del gobierno de Rafael Correa, que hay que señalar, ha hecho un trabajo sostenido de debilitamiento del tejido social.
[23] Entre los muchos textos que se han escrito se puede leer uno de los aportes del autor: “Iniciativa Yasuní-ITT. La difícil construcción de la utopía”, Rebelión, 2014. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=180285
[24] Se recomienda consultar uno de los estudios más contundentes sobre la destrucción sociambiental y la posterior “remediación” de la TEXACO, escrito por Carlos Martín Berinstain, Rovira Páez e Itziar Fernández; Las palabras de la selva-Estudio psicosocial del impacto de las explotaciones petroleras de Texaco en las comunidades amazónicas del Ecuador, HEGOA, Bilbao, 2009. http://pdf2.hegoa.efaber.net/entry/content/442/Las_palabras_de_la_selva.pdf
[25] “En la actualidad la Amazonia estalla en fragmentos. […] En efecto, algunos sitios amazónicos están directamente ligados a la globalización, generalmente como proveedores de recursos naturales, mientras otras extensas zonas se mantienen al margen de esos procesos, y sus principales relaciones son locales o regionales. El estilo de desarrollo impuesto sobre la Amazonia se basa en una apropiación de los recursos naturales volcados a su utilización fuera de la región, y particularmente su exportación, lo que determina una afectación desigual del territorio.” Eduardo Gudynas, “La nueva geografía amazónica: entre la globalización y el regionalismo”. Observatorio del Desarrollo. Montevideo: CLAES, D3E, 2007. http://ambiental.net/publicaciones/OdelDNuevaGeogAmazonia.pdf
[26] Ver el artículo del autor sobre el tema: “Las dependencias del extractivismo - Aporte para un debate incompleto”, Revista Aktuel Marx Intervenciones Nº 20, Título: Nuestra América y la Naturaleza (colonial) del capital: La depredación de los territorios/cuerpos como sociometabolismo de la acumulación, Santiago de Chile, 2016.
[27] Consultar en Alberto Acosta y Francisco Hurtado: “De la violación del Mandato Minero al festín minero del siglo XXI”, Quito, 2016. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=215028