Venezuela: La apuesta por la continuidad de la revolución

Estamos ante la descarnada decadencia de la clase política. Mucho más notoria cuando se usufructúa los símbolos de la revolución, la memoria de las revoluciones históricas; peor aún, cuando se usurpa al pueblo la conducción del proceso de cambio, por parte de una burocracia mediocre y angurrienta, además de corroída y corrupta.
Hay que defender lo que ha quedado inconcluso de un proceso de cambio, abierto por el pueblo, por la insurrección popular del caracazo. Hay que defender la Constitución de 1999, que ha sido aplicada parcialmente. Hay que defender las comunas y las misiones, sobre todo contra la burocracia que las ha boicoteado. Hay que defender la apertura a la participación popular, social, colectiva, indígena; hay que defender la autogestión comunitaria y participativa, que están establecidas en la Constitución bolivariana. Todo esto no tiene nada que ver con “defender” una burocracia decadente.



01.08.2017 23:36

La apuesta por la continuidad de la revolución

Raúl Prada Alcoreza

La suma exponencial de la votación por los representantes a la Asamblea Nacional Constituyente de la República Bolivariana de Venezuela, Asamblea convocada por el poder constituido, descartando la voluntad del poder constituyente, la potencia social, el pueblo movilizado, asombra por su invención aritmética; las nuevas reglas del poder. Edgardo Lander anota observaciones pertinentes a la elección de constituyentes; dice:

Uno a uno los principales mecanismos de control, que habían hecho que el sistema electoral Venezuela fuese extremadamente transparente y confiable, a prueba de trampas, fueron desmontados por el Consejo Nacional Electoral.

1. Las listas de quienes podían participar en las elecciones de los representantes sectoriales no fueron conocidas ni auditadas. La auditoría previa del registro electoral permanente había operado en todos los procesos electorales anteriores.

2. No se utilizó tinta indeleble, un mecanismo hasta ahora usado para impedir que se votara más de una vez.

3. Un mecanismo de control fundamental habían sido hasta ahora los cuadernos de votación. Un cuaderno único por cada máquina de votación, con los datos de cada uno de los votantes, que podían votar en esa mesa. Ahí se firmaba y se ponía la huella después de votar. Al permitir a los votantes votar en otras mesas, a veces en el propio municipio, a veces en otros municipios, este control desaparece por competo.

4. Como quienes no estaban de acuerdo con la constituyente no participaron en ninguna fase del proceso, terminaron siendo unas elecciones internas del PSUV-gobierno, con lo cual no hubo testigos diferentes a los del PSUV-gobierno.

No hay manera por lo tanto de saber hasta qué punto los resultados que anuncian corresponden a lo que pasó.

Dos cosas adicionales:

1. La presión sobre los empleados públicos y sobre los receptores de beneficios de las políticas sociales fueron muy, muy fuertes, con serias amenazas a quienes no fuesen a votar. Se trata de muchos millones de personas.

2. Por la poca presencia de la gente en las colas para votar, parecía que el número de participantes fue mucho menor que lo que anunció el Consejo Nacional Electoral.

En síntesis, ya no se puede confiar en el CNE, pero no contamos por el momento con información confiable que nos permita decir cuánta gente efectivamente votó[1].

Estos serios problemas, esta manera de efectuar las elecciones, muestran claramente las deficiencias, para no decir otra cosa, de elecciones que deberían ser respetadas, pues se trata de la constituyente, del poder constituyente, de la fundación del Estado. La manera bochornosa, sin mecanismos de control, de estas elecciones, de la forma cómo se llevó acabo, sin nombrar a lo que mencionamos anteriormente, que la convocatoria a la Asamblea Constituyente la hace el poder constituyente, no el poder constituido, como corresponde, es ya la evidencia ilegitima, ilegal y nada matemática, incluso restringidamente aritmética, de estas elecciones forzadas y grotescamente llevadas a cabo.

En estas condiciones, es absurdo hablar de “defensa” de alguna “revolución”, que solo está en el discurso insostenible de la burocracia chavista deschavetada. Una revolución, si lo hubiera, no se defiende con tan burdas maniobras, donde incluso la astucia brilla por su ausencia. Ni es una revolución, sino la decadencia política, que detuvo la marcha de la revolución misma. La intelectualidad apologista que defiende esto, que no es solo una comedia reiterada, como decía Marx, en el 18 de Brumario de Luis Bonaparte, sino lo grotesco político llevado a su extrema expresión.

Estamos ante la descarnada decadencia de la clase política. Mucho más notoria cuando se usufructúa los símbolos de la revolución, la memoria de las revoluciones históricas; peor aún, cuando se usurpa al pueblo la conducción del proceso de cambio, por parte de una burocracia mediocre y angurrienta, además de corroída y corrupta.

Aquí no está en juego lo que hace o deje hacer la llamada “oposición”. Ellos hacen lo que saben hacer y han hecho siempre; defender sus intereses. Son la otra cara del círculo vicioso del poder; la cara claramente conservadora; en cambio, el “oficialismo”, es la cara conservadora oculta, por la máscara “revolucionaria” usada. Lo que está en juego es la revolución, la posibilidad de la revolución, de su continuidad; lo que está en juego es el porvenir del pueblo y de la sociedad. Por eso, lo que se hace a nombre de la “revolución” es catastrófico, no solo por la impostura, sino por el uso de sus símbolos heroicos; desacreditándolos al extremo del desarme de la potencia popular. Sabemos que la contra-revolución arranca o resiste en las clases dominantes derrocadas; empero, lo que no se sabe con claridad es que los demoledores y destructores eficaces de la revolución, son los impostores, que usan su convocatoria para enriquecerse y prolongarse en el poder.

Este es el tema, y no las bagatelas insinuadas por la intelectualidad apologista, así como los “militantes deportivos” de partidos que se reclaman de “revolucionarios”; quedando su actitud en los mezquinos límites de la detentación del poder. Cuando es tarea primordial de todo y toda revolucionaria destruir el poder y liberar la potencia social.

El porvenir de la revolución no puede reducirse al lamentable dilema o Nicolás Maduro o Henrique Capriles u otro, o Leopoldo López; este no es el dilema. El porvenir de la revolución depende de salir del círculo vicioso del poder, tenga la forma que tenga, tenga el discurso o la pose que tenga. La intelectualidad apologista deja mucho que desear. Por lo menos, antes, cuando las revoluciones socialistas estaban en medio de la tormenta, el debate era escoger entre la dictadura del proletariado o el reformismo pequeño-burgués. La pobreza del debate, ahora, se restringe en escoger entre una dictadura clientelar o la “oposición” de “derecha”. Esto a todas luces no es un debate serio, sino una pantomima de exaltados gobernantes, que se creen herederos, no solo del caudillo, la convocatoria nacional-popular del mito, sino de todas las revoluciones de la historia moderna, y de patéticos intelectuales que argumentan que se trata de defender lo que se tiene. ¿Qué se tiene? El derrumbe ético moral, la usurpación de una burocracia oportunista, la evidencia de las improvisaciones políticas y económicas. ¿Es esto lo que hay que defender?

Si fuera esto la revolución, habría perdido todo, todos sus contenidos seductores y convocativos, toda su fuerza transformadora, para no ir más lejos y decir su potencia creativa. La revolución se habría reducido a mezquinos juegos de poder; además, juegos de poder atosigados en la banalidad de las prebendas y los clientelajes. ¿Es esto lo que hay que defender?

Hay que defender lo que ha quedado inconcluso de un proceso de cambio, abierto por el pueblo, por la insurrección popular del caracazo. Hay que defender la Constitución de 1999, que ha sido aplicada parcialmente. Hay que defender las comunas y las misiones, sobre todo contra la burocracia que las ha boicoteado. Hay que defender la apertura a la participación popular, social, colectiva, indígena; hay que defender la autogestión comunitaria y participativa, que están establecidas en la Constitución bolivariana. Todo esto no tiene nada que ver con “defender” una burocracia decadente.

Si algo tenemos que aprender, entre otras cosas, de los y las revolucionarias, que hicieron las revoluciones plasmadas en la historia, es que no se dejaron llevar por chantajes emocionales, ni chantajes ideológicos, sino que innovaron en la praxis, inclusive en la teoría. Esta actitud rebelde brilla por su ausencia en la burocracia decadente y en la intelectualidad apologista.

La tarea, ahora, en las condiciones y circunstancias enredadas de la coyuntura política, es defender lo conquistado, lo logrado; evitando que lo que queda del proceso de cambio, se derrumbe y se pierda. Ciertamente, considerando la correlación de fuerzas, parece muy difícil hacerlo; sin embargo, como el mismo Marx lo dijo, no hay peor derrota que no haber intentado.

[1] Correspondencia.