México: Indigenizarse

La propuesta del Congreso Nacional Indígena (CNI) y los zapatistas es una interpelación muy amplia a la sociedad entera, que exige respuestas claras y ­comprometidas.



Indigenizarse
Gustavo Esteva
La Jornada

La propuesta del Congreso Nacional Indígena (CNI) y los zapatistas es una interpelación muy amplia a la sociedad entera, que exige respuestas claras y ­comprometidas.

Nos interpela, ante todo, para estar atentos a la situación de los pueblos indígenas, la agresión constante que padecen, la dignidad que muestran en el frente de batalla de la guerra actual al que se les ha conducido.Aprender a ver con claridad lo que está ocurriendo con ellos es también una vía para calar hondo en la comprensión de la situación actual, que afecta a todas y todos. Es claramente un momento de peligro y el llamado del CNI es una forma de despertarnos.

La convocatoria es muy explícita: no se dirige solamente a los pueblos indígenas. El Concejo Indígena de Gobierno tampoco es sólo para ellos. Buscan alianzas con personas y grupos muy diversos, con la inmensa variedad de descontentos que han estado surgiendo y en particular con quienes comparten su vocación anticapitalista y luchan como ellos desde abajo y a la izquierda. No se lanzan a competir con nadie por los votos, porque su propósito es visibilizar los predicamentos actuales de los pueblos indígenas y contribuir a la reconstrucción social y política, desmantelando los aparatos podridos del Estado.

La propuesta empieza a renovar viejos debates sobre la identidad indígena, que pueden ser fascinantes y productivos, pero también perturbadores y dañinos.

Ha de reconocerse, ante todo, que la mayor parte de quienes forman parte de pueblos indígenas no se llaman a sí mismos indígenas. Asocian su identidad fundamental con sus matrias, con los lugares de la Madre Tierra a los que pertenecen, y con los pueblos de los que forman parte. Son zapotecos del Rincón o triquis de Chicahuaxtla, o más claramente, lo que dicen en sus lenguas cuando expresan lo que han sido y son: los “hombres de la palabra verdadera”, por ejemplo. No se llaman indígenas.

La palabra “indígena” se empezó a usar cuando se reconoció que “indio” era ya una expresión peyorativa, pero eso no eliminó el carácter colonial de la etiqueta que se puso a los muy diversos pueblos que existían en el territorio que invadieron los españoles. La Real Academia retiene las acepciones peyorativas de “indio” y muestra el equívoco colonial de “indígena”: “Originario del país de que se trata”. Los pueblos de aquí existían antes que el país…

En parte por esas dificultades y equívocos y para escapar de las etiquetas coloniales, empezó a emplearse la expresión “pueblos originarios”, con la que quiere subrayarse su auténtico carácter, su existencia previa a la constitución del Estado-nacional. Pero no es una expresión popular y común y resulta ­insuficiente.

Desde hace años, en particular desde la Declaración de Barbados, en 1971, la palabra “indígena” comenzó a emplearse como afirmación política, lo que le dio un nuevo sentido. Fue así en la convocatoria al Foro Nacional Indígena y aún más al constituir el Congreso Nacional Indígena, que pudo decir con firmeza: “Nunca más un México sin nosotros”, con el nosotros claro y firme de todos esos “pueblos originarios”. El CNI no se creó como organización, partido o forma de clasificación, sino como un espacio de encuentro de quienes son asamblea cuando están juntos y red cuando están separados.

El CNI ha señalado que aceptará en su seno o en el Concejo Indígena de Gobierno a cualquier persona que se afirme como indígena, conforme al principio de autoadscripción internacionalmente reconocido.

Pero, ¿qué hacer con los demás?

¿Qué son los no indígenas?

¿Cómo se constituyen o identifican, más allá de categorías abstractas, como la de hombres o mujeres, mexicanas o mexicanos?

El desafío de organizarse es también para ellas y ellos, para que constituyan “nosotros” reales capaces de autonomía y autogobierno. Rolando Vamos propone que se indigenicen, si el término se entiende como la vinculación a un lugar. En efecto, si los individuos desarraigados construidos por el capitalismo y el Estado-nación abandonan esa condición opresora y se arraigan en un sitio físico y cultural, si construyen matrias a las que libremente decidan pertenecer, estarían contribuyendo a reconstruir la sociedad.

Todo esto exigirá muchos deslindes, en la mentalidad igual que en la práctica. Hace falta sin remedio pintar rayas, porque en la lucha que libramos y se intensifica cada día es muy importante saber quiénes son quiénes. No estamos luchando en el vacío. Vivimos en guerra. Si no está claro en cuál bando milita cada quien, puede estarse colaborando con el enemigo. Estas distinciones van a ser cada vez más necesarias, independientemente de las identidades que vienen del nacimiento o la afiliación.

gustavoesteva@gmail.com