Bolivia: Farsa del comediante

Hablar de que los indígenas del TIPNIS viven mal, según los parámetros de la cultura o el modo de vida urbana de las sociedades modernas, porque no tienen aire acondicionado, ni gozan de energía, es constatar que se está dentro del paradigma colonial de la modernidad y del sistema-mudo capitalista. Decir que la carretera les va llevar energía, postas de salud, escuelas, el “progreso”, hablándoles o refiriéndose a quienes viven muy lejos de donde va a pasar la carretera, es no tener mucha idea de la geografía o considerar que se puede hacer creer estos cuentos a la opinión pública.



agosto 27, 2017

Raúl Prada Alcoreza

Farsa del comediante

Hablar de que los indígenas del TIPNIS viven mal, según los parámetros de la cultura o el modo de vida urbana de las sociedades modernas, porque no tienen aire acondicionado, ni gozan de energía, es constatar que se está dentro del paradigma colonial de la modernidad y del sistema-mudo capitalista. Decir que la carretera les va llevar energía, postas de salud, escuelas, el “progreso”, hablándoles o refiriéndose a quienes viven muy lejos de donde va a pasar la carretera, es no tener mucha idea de la geografía o considerar que se puede hacer creer estos cuentos a la opinión pública. Por otra parte, también se muestra una idea restringida a la experiencia moderna y urbana; por ejemplo, creer que la energía es electricidad y gas. La carretera va a atravesar el bosque del TIPNIS, donde solo hay dos comunidades, lejos de donde se encuentra la distribución demográfica de las comunidades, que se dispersan a lo largo de los ríos Isibore, Sécure e Ichoa.

Por las carreteras llegan las mercancías, pasa el transporte, se usa la carretera como logística para los campamentos de prospección, de exploración y de explotación hidrocarburífera y minera. Las carreteras forman las redes del mercado, de la industria, de la comunicación física de la geopolítica del sistema mundo capitalista. Hablar que la carretera lleva “progreso” es hablar con el leguaje del “Cuerpo de Paz” del siglo pasado, para después, contradictoriamente decir que se es “antiimperialista”. No hay consistencia en este discurso, menos en decir que se trata de la preocupación por el bienestar de los pueblos indígenas. En los hechos, efectivamente, lo que menos le importa al “gobierno progresista” es el destino de los pueblos indígenas. Si le preocupara, lo primero que hubiera hecho es preguntar a los pueblos, consultarles, averiguar cuál es su situación y condición en el contexto geográfico y, si se quiere, geopolítico del país, que forma parte de las periferias de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. ¿Cuál es su situación y condición respecto al diagrama de poder colonial? Si realmente le hubiera interesado se habría preocupado por averiguar qué es el TIPNIS; no solamente como Territorio Indígena y Parque Nacional, que son categorías administrativas estatales; sino lo que implica como ecosistema, su función en los ciclos vitales de las regiones, del continente y del mundo. Si, por lo menos, le hubiera interesado políticamente, habría leído, como corresponde, la Constitución y sacar conclusiones. Nada de esto ha pasado; lo que ha ocurrido son las muestras patéticas de que se está ante un gobierno que hace lo mismo que los gobiernos anteriores; adecuarse, desde su propia posición, circunstancia e ideología, a la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Hacer lo que hacen los Estado-nación subalternos, garantizar la transferencia de recursos naturales, reducidas a materias primas, a los centros de la acumulación ampliada de capital, principalmente a las potencias industriales.

El discurso gubernamental no es para convencer; si fuera este el caso, se preocuparía por la retórica, usaría el arte del convencimiento, guardaría las apariencias, se esforzaría por argumentar. Todos estos procedimientos están lejos de las prácticas discursivas gubernamentales. Su discurso funciona como inercia, para acompañar al despliegue descomunal del poder, al desenvolvimiento desmesurado de la violencia; es un barniz para que la cruda realidad no aparezca descarnada, con las heridas abiertas. Es inútil debatir con los voceros gubernamentales; no se los va a convencer, ni con buenos argumentos, ni con excelentes descripciones, ni con demandas constitucionales. Es gastar, como dice el refrán popular, pólvora en gallinazos.

Hace tiempo que ha desaparecido el debate, la discusión, la deliberación. Para la modernidad tardía de la era de la simulación, son antigüedades dignas de museo; pero, no para practicarlas en el desborde vertiginoso de la compulsión y el consumo, en el sistema-mundo cultural de la banalidad. Eso está bien para idealistas. Lo que se requiere es llevar el pragmatismo elemental a su mayor extremo utilitario; lo que se requiere es aplicar lo que se quiere hacer, ejercer el dominio en lo que corresponde. Los discursos son una molestia; si hay que emitirlos es por costumbre, porque formamos parte del lenguaje, del mundo del lenguaje. En este caso, el discurso sirve para confirmar lo que ya se hecho o se hace; de la manera más cínica.

Las investigaciones, las descripciones, los análisis, tienen que seguir dándose, pues son, además de conocimiento, de dar cuenta de lo que se estudia, se analiza, de lo que acontece, relaciones interpretativas en los tejidos de la realidad, sinónimo de complejidad. Todas estas formaciones descriptivas, formaciones discursivas y formaciones enunciativas, tienen que dirigirse a la gente, al pueblo, para aprender con la experiencia social. Para construir concesos y lograr cohesionar las voluntades, para incidir en los decursos y los procesos.

La apuesta del gobierno es a la disponibilidad de fuerzas que monopoliza. Es esto lo que cuenta; las razones, los argumentos, las denuncias, las interpelaciones, son desechadas y descalificadas. No le interesa ni siquiera escucharlas. En este contexto de concurrencia de fuerzas, lo que puede cambiar la situación, donde el gobierno ejerce poder, recurriendo a la disponibilidad de fuerzas que le otorga el Estado, lo que puede cambiar la correlación de fuerzas es la potencia social, el desborde de la acumulación de fuerzas contenidas por el pueblo.

Se trata entonces de activar la potencia social del pueblo, inhibida por el juego de los diagramas de poder, inscritos en la piel, hendida en la carne, que han modulado sus comportamientos. Esta activación de la potencia social no es fácil; no se trata de las convocatorias vanguardistas, tampoco de las denuncias, así como de las interpelaciones. Aunque se las tenga que hacer, no son suficientes; apenas son llamados a la consciencia. Quizás la activación de la potencia social dependa de recuperar capacidades de los sentidos, de las sensaciones, las fenomenologías corporales. Quizás sea indispensable abrir otros espacios de comunicación alternativos, no en el sentido solo del nombre, que es lo que se acostumbra, empero, haciendo lo mismo o casi lo mismo de lo que hacen los medios de comunicación. Sino alternativos en el sentido de comunicarse de otra manera, hacer común los aprendizajes, participar colectivamente en la comunicación social, construir comunidades comprometidas con la vida. Esta es una tarea pendiente. Pero, mientras tanto, no se puede dejar de entregar lo que se tiene; compartir con los y las que se pueda, sobre todo, los colectivos activistas y los pueblos movilizados. Particularmente con los jóvenes.

Volviendo al tema, la de la farsa del comediante, con las declaraciones que mencionamos, la comedia misma se desenmascara, se desnuda, queda en evidencia; incluso, al develarse, dejar de ser comedia y mostrar sus montajes, sus bastidores, la premura de los disfraces. Todo aparece como es, no en la narrativa de la comedia, sino en la cruda pre-narrativa de los actos, de los hechos, de los forcejeos. El emisor se presenta tal cual es; colonizado por el “progreso” y la ideología imperialista del “desarrollo”; demagogo, hablando como preocupado por el bienestar de los pueblos indígenas, sin inmutarse a preguntarles y consultarles; patriarcal, en el sentido más exacerbado del machismo; cínico, al referirse al “progreso” que traerá la carretera, que se encuentra lejos de las comunidades de las que habla.

El gobierno sabe muy bien lo que quiere hacer y lo va a hacer, si es que se impone con la disponibilidad de fuerzas estatales y las fuerzas avasalladoras de la burguesía de la coca excedentaria; que, en la práctica ya se apoderó del TIPNIS, al cercar el territorio, al encubrir la construcción de puentes para la carretera en el interior del territorio indígena, al pedir “pasaporte” para ingresar y salir del TIPNIS, incluso a los dirigentes de las comunidades. La burguesía de la coca excedentaria también sabe muy bien lo que quiere hacer y lo está haciendo; extender la frontera agrícola de la coca excedentaria. Los discursos están de más; se los pronuncia o para amenazar y dejar claro quién manda en el territorio, o para hacer ruido, acompañando al ruido de las motosierras, las maquinas que clandestinamente ingresaron, hace un tiempo, a abrir senda y construir la carretera, violentando la propia ley de intangibilidad del TIPNIS, promulgada por el presidente. Ahora desechada y sustituida por la ley que legaliza lo que ya se ha hecho y lo que se va seguir haciendo, la destrucción del ecosistema, el etnocidio de las comunidades indígenas amazónicas, la entrega de las concesiones a las empresas extractivistas de hidrocarburos y quizás también mineras, dar concesiones a las empresas madereras para que sigan talando.

La farsa del comediante sirve solo para distraer a la opinión pública, quizás para confundir a la opinión pública internacional, aquella fracción que queda todavía esperanzada en la convocatoria del mito del caudillo “indígena”, que de “indígena” solo tiene el parecido, pues la estructura subjetiva esta blanqueada, con todos los prejuicios de la modernidad.