Por los caminos del sur
Una mirada a festival zapatista en San Cristobal de las Casas
Margarita Robleda Moguel
La Jornada Maya
Lunes 11 de septiembre, 2017
Quizá los de a pie no tengamos tanta información, capacidad de análisis, desde las altas esferas, o acumulación de doctorados, pero andamos por los caminos, tenemos curiosidad y preguntas, observamos y deseamos entender y participar: comprometernos en este recuperar México que pareciera que tiene todas las piezas del rompecabezas revueltas.
Es por eso que estando en San Cristóbal de las Casas y que me enteré que había un festival en la zona zapatista, no me pude aguantar las ganas de ir a ver en vivo lo que durante 23 años he escuchado con envoltura de discursos, noticias, juicios, sentencias y porras sobre el movimiento zapatista desde las distintas tribunas. Nos fuimos en un colectivo que salió del mercado; la emoción de la aventura la pude tranquilizar un poco, compartiendo con mi compañero de asiento, un joven maestro de Conafe, algunas herramientas para trabajar con sus alumnos cuentos y adivinanzas.
Los pasamontañas nos dijeron que habíamos llegado. Tomaron nuestros datos y se nos dio un gafete; al entrar, nos asignaron a tres jovencitas cuyo paliacate no cubría las sonrisas de curiosidad y bienvenida que emitían. Caminamos con los ojos muy abiertos para disfrutar las casas vestidas de colores y talento, que artistas solidarios del mundo han ido arropando en apoyo a la propuesta de un: “México que construye un futuro que no niegue, ni se avergüence de su pasado”, que en 1997 el EZLN manifestó al acudir al segundo encuentro intergaláctico, “a presentar la imagen del otro México, el México indígena, el México rebelde y digno que lucha por ocupar un lugar en la historia junto a todos y no sobre todos, el México que resiste y no se rinde”.
De pronto me pareció sentir la presencia de Eduardo Galeano, Carlos Monsiváis, Elena Poniawtoska, Luis Villoro y muchos otros seres curiosos, inteligentes y comprometidos, también a los de a pie, caminando por esa vereda. Nuestras anfitrionas no hablaban mucho, pero nos fueron acompañando hasta un espacio abierto donde se encontraba el templete. De un lado, se miraban infinidad de jóvenes zapatistas de muchos pueblos, sus trajes nos decían que algunos eran de zonas calientes, otros de más frescas. Por el otro lado, se encontraban sentados los abuelos con sus bastones de autoridad, símbolo de sabiduría ancestral. Todos parecían estrenando ropa, como si se hubieran preparado largamente para el: “comparte zapatista, contra el capital y sus muros, todas las artes”. En el escenario, los grupos presentaban distintas manifestaciones artísticas con la cara cubierta, símbolo que interpreté como: “no soy individuo, soy comunidad”.
Estaba confundida. Entendí que mi amiga Maruca Hernández que canta mi canción Caracol en Tzotzil y en Tzeltal, se iba a presentar y yo, ilusa, pensé en ir a ofrecerme para cantarles un rap. Nada. San Cristóbal había sido el espacio donde “los de afuera” habían presentado sus quehaceres artísticos y conferencias a los caracoles, en otras partes llamados colectivos, y ahora, en Oventic, zona zapatista, eran ellos los que actuarían para nosotros los que respondimos a su invitación. El público era multicultural, proveniente de muchos rincones del mundo.
23 años se dicen rápido, pero es tiempo suficiente para educar a una generación. Las cosas han cambiado. Los indígenas ya no “tienen” que bajarse de la banqueta para darle paso al coleto. Tampoco tienen que vender sus rábanos al precio que quieran pagarles. Pero aún hay mucho por hacer. De pronto en Guatemala las cosas están más complicadas y aún siguen llegando jornaleros chapines que, por la mitad del salario, trabajan en las fincas cafetaleras. En los servicios turísticos siguen pagando sueldos bajos y la gente malbarata sus bordados y artesanías; los gobiernos ofrecen y no respetan la palabra. El enojo y dolor viejo sigue vivo y seguirá, mientras no se tome en cuenta a los de a pie, a los, además, descalzos; a los carentes de cosas y ricos en dignidad, más conscientes, ahora, de la riqueza de su cultura y solidaridad con sus comunidades.
Me llamó la atención que, en la carretera, donde tomamos el colectivo de regreso, había un letrero con la siguiente consigna: “por acuerdo de las autoridades locales y municipales autónomas se prohíbe transitar vehículos ilegales, la siembra de drogas y asaltos. Está usted en territorio ZAPATISTA EN REBELDÍA. Aquí manda el pueblo”.
En estos tiempos prelectorales es importante que los interesados en manifestarnos “sus gracias” en aras de ganar nuestro favor, tengan claro que, los de a pie, estamos pendientes, sabemos escuchar y tenemos memoria.
Mérida, Yucatán
margarita_robleda@yahoo.com