19.10.2017 22:34
Nudos y tejidos en la coyuntura
Raúl Prada Alcoreza
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El término de coyuntura se refiere a la articulación de dos momentos, articulación que hacen, por así decirlo, al momento presente. El término de coyuntura sustituye a veces al término de momento, dependiendo del discurso en emisión o emitido; aunque teóricamente pueden referirse a distintas conceptualizaciones. Momento, responde a la concepción temporal o la temporalidad de la historia; es el momento enfocado por el análisis histórico. En tanto que coyuntura, responde, mas bien, al análisis sociológico, económico, político; análisis que busca encontrar la estructura especifica de la coyuntura social, económica, política. Se ha convertido una costumbre mezclar las dos concepciones, la concepción histórica y la concepción estructural del análisis. Por eso, los términos aparecen como sinónimos en las exposiciones sobre campos temáticos y problemáticas históricas, sociales, económicas y políticas. En nuestras exposiciones, también caímos en estas mezclas conceptuales. Sin embargo, desde la perspectiva de la complejidad, que supone la simultaneidad dinámica e integrada, quizás convenga a atenerse de hablar de coyuntura, no tanto así de momento, que supone temporalidad, tiempo, secuencialidad historia, por lo tanto, linealidad. Sobre todo, cuando nos referimos a los tejidos que atraviesan la coyuntura, los espesores de texturas de la coyuntura; las urdimbres y tramas de la coyuntura.
Ahora bien, también nos remitiremos, metafóricamente, a los nudos de la coyuntura; nudos de hilados de los tejidos, de las composiciones, de los entramados y urdimbres. Esta metáfora de los nudos, conjuntamente con las metáforas de tejidos, texturas, tramas y urdimbres, todas metáforas textiles, nos ayudara a descifrar los amarres de tejidos que se dan en la coyuntura. La coyuntura será, entonces, interpretada desde la distribución y situación de los nudos, en el contexto de las configuraciones y espesores de los tejidos; nudos y tejidos que sitúan a la coyuntura en la simultaneidad dinámica del espacio-tiempo-territorial-social.
La coyuntura supone distintos niveles compartidos; el local, el nacional, el regional y el mundial. En otras palabras, la coyuntura no deja de ser local al formar parte de la coyuntura nacional; lo mismo ocurre con la coyuntura nacional; no deja de ser nacional al formar parte de la coyuntura regional; pasa lo mismo cuando la coyuntura regional no deja de ser tal cuando forma parte de la coyuntura mundial. La coyuntura local, entonces, es un nivel complejo de la coyuntura mundial.
Hablaremos de la coyuntura política boliviana; entonces, suponiendo también las coyunturas locales, inherentes, la coyuntura regional y la coyuntura mundial. En lo que respecta a las coyunturas locales, solo podremos referirnos a algunas, para enriquecer e ilustrar mejor la llamada coyuntura nacional. Comenzaremos con una configuración de la coyuntura boliviana, a la que llegamos después de la secuencia de análisis y ensayos que anteceden. Después trataremos de vislumbrar las composiciones con las coyunturas locales, regional y mundial. A partir de estas composiciones coyunturales, de su panorama logrado, trataremos de configurar un mapa resumido de tejidos y nudos que hacen a la coyuntura, para poder sugerir interpretaciones adecuadas.
La configuración de la coyuntura política boliviana, que aparece en Espesores del presente y en Espesores coyunturales, es la de una forma de gubernamentalidad clientelar, en plena decadencia. La forma de gubernamentalidad clientelar se caracteriza por pasar de la convocatoria a la concomitancia y complicidad de clientelas, de redes clientelares, que hacen de sostén de “legitimación” de la forma de gobierno, que concretiza la forma de Estado. Se habla de decadencia no solo, lo que es obvio, por haber dejado la convocatoria y convertirse, más bien, en el nudo de las componendas, sino porque la misma estructura clientelar ingresa a una fase de diseminación; tampoco llega a aglutinar a sus clientelas. Se trata de una coyuntura de la crisis de la forma de gubernamentalidad clientelar.
La singularidad de esta forma de gubernamentalidad clientelar se caracteriza por expandir intensivamente el modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, por administrar este modelo extractivista como Estado rentista. Sin embargo, la singularidad misma adquiere su concreción con las composiciones de las transferencias de recursos naturales, que en el caso de Bolivia, son principalmente el gas, el petróleo y los minerales; además de las composiciones de las políticas gubernamentales. Apertura a las concesiones trasnacionales extractivista y al capital financiero; apertura acompañada por la ideología populista, con pretensiones indianistas y de-colonizadoras, que terminan “legitimando” esta política económica de la dependencia. Además del contexto, abusando de este concepto, de una administración desordenada e improvisada, que derivó en gestiones y resultados paupérrimos. Con la gravísima consecuencia en que las inversiones, supuestamente productivas o para incentivar el aparato productivo, terminaron esfumándose.
La coyuntura política, entonces, adquiere una composición donde la estrategia clientelista hace a las mallas de redes que sostienen el ejercicio político. Donde el modelo extractivista ahonda la dependencia por la compulsión de una economía primario exportadora, tal como la denomina el discurso económico. Donde el Estado rentista se comporta según el paradigma rentista, usando los ingresos como cantidades de dinero, muy lejos de la inversión productiva de la acumulación de capital. Donde la articulación de clientelas, sobre todo, popular y sindical, deriva en la tolerancia de expansiones de prácticas de corrosión institucional y de micro-corrupciones, que son como los entornos pobres, aunque masivos, de las mega-corrupciones de la estructura de poder palaciega.
La durabilidad de la década de gestiones del “gobierno progresista” se explica por la consistencia de las redes clientelares en la segunda gestión de gobierno. La primera gestión se puede considerar la del entusiasmo, cuando se consideraba colectivamente que el gobierno era como una prolongación de la movilización prolongada; coyuntura, en la cual se decretó la nacionalización de los hidrocarburos. La tercera gestión de gobierno, mas bien, se caracteriza por el desencanto, el asombro ante el debacle y la decadencia, además de la crisis misma de la consistencia de las redes clientelares. ¿Por qué sigue durando esta forma de gubernamentalidad clientelar en crisis? Primero, porque formalmente no ha cumplido su mandato, el correspondiente a la tercera gestión. Segundo, porque la llamada “oposición” parece, mas bien, complementaria al oficialismo; le ayuda a “legitimarse” con la forma de “oposición” que efectúa. Además de ser débil, cuantitativamente, en la ponderación de fuerzas convocadas y movilizables. Cuarto, aunque la crisis del “gasolinazo”, el conflicto del TIPNIS, el levantamiento de suboficiales del ejército, la rebelión aymara de Achacachi, hicieron tambalear la estructura de poder del “gobierno progresista”, no lograron irradiar nacionalmente, convocando y movilizando al pueblo boliviano.
Entonces, estamos ante una forma de gubernamentalidad clientelar debilitada, que, sin embargo, enfrenta a conjuntos de fuerzas que no llegan a aglutinar la disponibilidad de fuerzas como para revertir la correlación de fuerzas con el “gobierno progresista”. La crisis política del “gobierno progresista” ha tocado hondo; sin embargo, en el pantano no termina de hundirse. Tampoco se observa nítidamente la presencia decidida de la alternativa alterativa. No de la alternancia en el círculo vicioso del poder, que puede darse entre populistas y neoliberales, entre “izquierda” gubernamental y “derecha” retornada. Sino la alternativa alterativa que rompe con el círculo vicioso del poder.
Figurativamente, se puede decir que este escenario de la coyuntura política, uno de sus escenarios, se parece a la dilatada muerte lenta de un enfermo terminal. Nadie es capaz de otorgarle la conclusión de la eutanasia; tampoco el enfermo terminal es capaz de decidir su desaparición inmediata. Se trata de una inercia nihilista llevada al extremo de la ambivalencia y de la indefinición.
En estas circunstancias, tan difusas e indefinidas, el “gobierno progresista”, su estructura de poder, su núcleo palaciego y sus entornos institucionales, sindicales y partidarios, intentan proseguir la ruta de la muerte en vida, por medio de una nueva reelección del presidente; líder del partido oficialista, la única figura convocante que tienen. Esta actitud muestra que el “gobierno progresista” no quiere morir, quiere seguir adelante, de la misma manera como lo ha hecho, hasta ahora. Movilizar a lo que los “analistas políticos” llaman su “núcleo duro”; la Federación Campesina del Trópico de Cochabamba, que podría considerarse el núcleo leal al régimen. La masa elocuente de llunk’us del partido, a pesar de ser numerosa, es, mas bien, una masa gelatinosa, incluyendo a la burocracia de funcionarios del Estado. En todo caso, hay todavía, en los sectores populares, estratos populares, que aunque desencantados, todavía consideran que la diferencia entre Evo Morales Ayma y el neoliberalismo es válida.
El partido oficialista, los órganos de poder, copados por el partido de gobierno y controlados por la estructura palaciega, buscan imponer la figura de la reelección, usando la fuerza estatal, que todavía controlan y la fidelidad del núcleo duro. Por medio de maniobras institucionales, no institucionalizadas, y por medio de maniobras leguleyas, quizás puedan lograrlo; sin embargo, este logro se sostiene sobre cimientos de barro. El tema de fondo es que el “gobierno progresista” duró porque se subió a la cresta de la ola de la movilización prolongada (2000-2005), de dejo llevar por la curvatura de la ola misma, dejándose arrastrar por el impulso de la ola, incluso cuando ésta desapareció. Ahora, que no hay ni ola ni impulso, no tiene con qué continuar en el decurso de las contingencias y concurrencias de fuerzas. En todo caso, sería un logro, de la maniobra y el montaje, que solo alcanza a parar el esqueleto de una estructura de poder muerta.
¿Cuáles son los tejidos y los nudos que componen la coyuntura política? Un acercamiento a los nudos, que mencionamos, de pasada, es cuando hablamos del nudo clientelar. No es exactamente un nudo como tal; es más bien, un primer avistamiento, vislumbre, de lo que acontece con los hilos de amarre del nudo efectivo. El conglomerado de concomitancias y complicidades, que hacen a la malla de redes clientelares, se sostiene en substratos complejos, de lo que llamaremos rápidamente la condición humana. ¿Cuáles son estos substratos? Quizás uno de ellos tenga que ver con los imaginarios conformados por las sociedades institucionalizadas. Imaginarios de la promesa de la salvación, el retorno al paraíso terrenal. La era de la desacralización, convirtió esta promesa religiosa en un proyecto realizable en la Tierra, conformando un paraíso terrenal prolífico en la riqueza y el goce banal. La felicidad, en tanto plenitud, plena vida en las filosofías antiguas, se convirtió en el vivir bien, en el discurso endémico de los populismos del siglo XXI; en la realización demagógica de una armonía virtual y publicitada con la naturaleza; cuando efectivamente se continuaba, atrozmente, con el desmembramiento de los ecosistemas. En los discursos neoliberales, la felicidad prometida se convirtió en la fantasía del mundo del consumo, de la posibilidad de endeudarse indefinidamente para infinitamente consumir bagatelas.
El nudo del que hablamos, entonces, consiste en la inclinación social por imaginarios delirantes de ferias de paraísos terrenales de la proliferante banalidad. La corrupción, entonces, es una estrategia, si se quiere, directa y práctica, para acceder al paraíso terrenal de la banalidad de chatarra. La corrupción es el método, empero, el fin es este paraíso del goce fugaz y superficial. Parece, que hay que atender, analíticamente, mas bien, esta finalidad, y menos la estrategia y método pragmático de la corrupción. Se hace, al revés, pues se evalúa desde la perspectiva moralista, como si ésta pudiera dar luces sobre lo que ocurre, la decadencia. El moralismo, no es nada más que el asombro inocente y virgen de la corrupción, la corrosión, la perversión y la violencia desmedida. Es impotente para comprender, mucho menos, para detener la marcha escabrosa de la decadencia. Es parte, aunque usted no lo crea, de la decadencia; es la parte angelical de la decadencia y el desmoronamiento civilizatorio.
El problema, en consecuencia, no radica en haber optado por el paraíso de hojalata del sistema-mundo cultural de la banalidad, que es, sin embargo, un retroceso estético respecto a la promesa religiosa, sino en el haber comenzado con el imaginario de la promesa de salvación, como si hubiera otro multiverso diferente al que habitamos; hecho, además, de espiritualidad, sin ninguna contribución de energía y materia. Este buscar en otra parte y desechar el lugar donde habitamos y percibimos el universo, el planeta y sus ciclos vitales, es el comienzo hacia el decurso histórico de sociedades institucionalizadas, abocadas a servir como medio a la realización de la promesa.
¿Por qué esta voluntad de nada, destructiva de la vida, se convirtió en substratos de las civilizaciones conocidas de la humanidad? Dicho de otra manera, ¿por qué el humano, institucionalizado, prefiere lo que no está a lo que está?; ¿por qué prefiere la ausencia a la presencia existencial? Dicho de manera simple, sencilla, esquemática, aunque ilustrativa, ¿por qué prefiere la muerte a la vida?
No se crea que los problemas pedestres, como los de la política ejercida, manifestada en sus formas más grotescas, no tengan nada que ver con estas cuestiones trágicas, que arrancan en los substratos mismos de la humanidad. Sería una pose “intelectual” o burocrática el pretender que estas cuestiones del teatro político de la crueldad tienen que ver con “anomalías salvajes”; que no tienen vinculación con los substratos, las raíces y ejes constitutivos de la humanidad. No podríamos explicar la decadencia sin atender al origen, para decirlo de manera simbólica, a los nacimientos y a los substratos constitutivos de la humanidad. Algo que debería llamarnos la atención es que parte de los substratos, por lo menos, en lo que llama la historia las sociedades antiguas, está conformada por desenvolvimientos y despliegues de violencias constitutivas. La pregunta a la que no podemos escapar es: ¿somos los humanos constitutivamente violentos?
Hemos respondido a esta pregunta criticándola y de-constructivamente; desechamos la tesis del mal, de manera concreta la tesis hobbesiana del hombre lobo del hombre. Hemos, partido, mas bien, de la teoría biológica de que la vida es memoria sensible; por lo tanto, afectiva. Otorgándole al humano, ser orgánico entre seres orgánicos plurales y diversos, esta condición existencial compartida. Sin desechar, sin embargo, la posibilidad del momento o momentos diferidos, cuando las sociedades institucionalizadas, comenzaron a moldear al humano a partir de sus paradigmas de la promesa. La invención de lo demoniaco corresponde a uno de los momentos constitutivos de la historia, como decurso de la voluntad de nada, del nihilismo. La separación entre bien y mal, que corresponde, a la separación de espíritu y cuerpo, en las religiones monoteístas, es estrategia institucional, se podría decir estatal, de separar la potencia de la vida respecto a la abstracta maquinaria de poder, impotente.
Ciertamente, no es la única inclinación escrita en la pluralidad de comportamientos humanos, pues hay otras inclinaciones, más bien, fuertemente vinculadas a la potencia creativa de la vida. Hablamos de las capacidades desplegadas en lo que modernamente se define como estética, también como técnica, que los griegos antiguos consideraban integralmente como techné. Por lo tanto, se dan otros imaginarios, no necesariamente institucionalizados; en constante mutación y transformación, que son como la expresión figurativa de la invención humana. De esta manera, dicho de manera provisional, se puede apreciar que, por lo menos, en lo minimum minimorum, este imaginario inventivo compensa el imaginario institucionalizado.
Siguiendo la exposición, la compensación de los imaginarios, asumidos por las inclinaciones humanas, darían lugar a tendencias comportamentales contradictorias, convirtiendo los desenvolvimientos sociales en conflictos creativos, incluso regresivos. Aunque esta presentación, esta exposición, siga siendo esquemática, nos muestra, por lo menos, la clave de la controversial condición humana; conservadora y transformadora, recurrente e inventiva, programática y creativa. El problema es cuando esta controversial condición humana se disminuye o reduce; restringe sus manifestaciones a los extremos de la banalización. Por un lado, el conservadurismo se reduce a repetir lo dado y heredado en sus formas más superficiales y banales de la tradición; por otro lado, reduce la proyección de la invención a las formas más superficiales y banales del cambio.
Nuestra hipótesis interpretativa es que esto ocurre en plena decadencia, cuando la sociedades institucionalizadas o, el conjunto de ellas, su civilización, no son capaces de comprender las problemáticas y dilemas en los que se debaten; solo atinan a reducirlos a opciones estadísticas o alternativas publicitarias. Esta flojera a ocuparse del cuidado de sí mismo, esta incapacidad de pensar los problemas y los desafíos, es la dramática situación de la miseria humana. El hecho que la corrupción no solo haya acompañado a las genealogías del poder, sino se haya expandido galopantemente en la modernidad tardía, señala el grado de la decadencia de las sociedades institucionalizadas, de sus mallas institucionales y de los Estado-nación.
No se trata solo de la forma de gubernamentalidad clientelar, correspondiente a los “gobiernos progresistas” del siglo XXI, sino de las otras formas de gubernamentalidad en el presente. Todas, a su modo, han dado lugar a la expansión, en distintos despliegues y grafías, a las formas paralelas del poder, a las formas de la economía política del chantaje, a las proliferantes formas de la corrosión institucional y de la corrupción.
Los “analistas” que señalan con el dedo solo a los “gobiernos progresistas”, sin ver el contexto mundial, regional, nacional, sencillamente se tapan los ojos y prefieren optar por lo más fácil, por el prejuicio moral, que señala al enemigo; pero, se guardan de desnudarse a sí mismos. Los síntomas de la decadencia de la civilización moderna se expresan en todas las formas de gubernamentalidad política, incluso en todas las formas de sociedades institucionalizadas del sistema-mundo. Estos “analistas” son parte de la decadencia, otro síntoma más de la diseminación civilizatoria.
Sin perder el enfoque, que se centra en la coyuntura nacional, teniendo en cuenta los contextos regionales y mundiales, que, de alguna manera, los mencionamos y los figuramos, podemos hacer hincapié en los síntomas barrocos de la decadencia manifestada en los “gobiernos progresistas”. Estos gobiernos populistas se encuentran atrapados en las contradicciones del sistema-mundo capitalista, al cual pertenecen y responden. La modernidad, desde su nacimiento, ha estado desatada vertiginosamente, como por dos tendencias contradictorias, para decirlo resumidamente; la tendencia de la descodificación, de la liberación institucional, por lo tanto, desatando las capacidades inventivas; la tendencia destructiva, no tanto conservadora, como se acostumbra decir, sino tanática. La misma capacidad inventiva se convertía en instrumental para la destrucción, tanto de la humanidad como del planeta. El problema es que, con el tiempo, la modernidad liberadora, por así decirlo, ha venido restringiéndose; en cambio, la modernidad destructiva, ha venido convirtiéndose en hegemónica.
La civilización moderna, que no dejaba de mostrar su lado liberador, sobre todo, cuando emergen los movimientos sociales anti-sistémicos, claramente, de manera elocuente, los movimientos sociales anticoloniales; también, seguidamente, los movimientos revolucionarios del proletariado; tampoco dejó de mostrar su lado sombrío, el de la destrucción de la vida. El problema es que esta última tendencia se ha convertido, en la actualidad, en hegemónica; sin decir, que las etapas primerizas del capitalismo han sido evidentemente destructivas, cuando nace en el substrato de la colonización.
Volviendo a los “gobiernos progresistas”, el tema es que expresan el conjunto de las contradicciones de la modernidad, de una manera barroca, mezclada, densa, pesadamente irresoluble. Son como la patente evidencia del fracaso político. El resumen de la promesa incumplible, del socialismo restringido a la demagogia, de la de-colonialidad discursiva y teatral, del anticapitalismo bufón y del antiimperialismo de pose. Situaciones análogas, empero, en diferentes versiones, las podemos encontrar en los gobiernos neoliberales. Se trata del resumen de la proyección de bienestar incumplible, del capitalismo restringido a la especulación financiera, de la globalidad superficial, conectada por analogías vagas, de la democracia farsante y mentirosa, también de la instrumental pose de justicia internacional.
Ambas proyecciones ideológicas forman parte de la misma episteme posmoderna. En sus distintas versiones, pretendidamente opuestas, realizan la marcha de la decadencia civilizatoria. Pues ambos proyectos ideológicos han convertido a la humanidad en medio dramático y en instrumento trágico para alcanzar sus fines sin sentido.