26.10.2017 19:50
Descripción de los delitos constitucionales del “gobierno progresista”
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Raúl Prada Alcoreza
En la actualidad muchos debates políticos son insólitos, no por lo extraños, sino por lo insulsos. Temas que deberían estar resueltos institucionalmente por su clara referencia constitucional, no lo están debido a los argumentos leguleyos de la politiquería, de por sí trivial. Ciertamente, estos argumentos leguleyos no se los emiten por descuido o desorientación de los voceros, sino por íntimo interés del poder o de los que se aposentan en el poder. Lo que llama la atención es que los medios de comunicación, además de los involucrados en la clase política, de los distintos partidos, incluyendo a los llamados de la “oposición”, los toman en serio. Uno de estos debates es el que tiene que ver con la reelección del presidente, convertida, en el delirio oficialista, en reelección indefinida.
La Constitución aprobada por el pueblo Boliviano, que es la que termina valiendo, pues es el texto constitucional aprobado por amplia mayoría del pueblo, cuando fue refrendada, después de su “corrección” por el Congreso, convertido por voluntad gubernamental, en “Congreso Constituyente”, dice claramente una reelección, no más, de manera continua. Sin embargo, el gobierno, el MAS, la masa elocuente de llunk’us cuestiona la interpretación clara y directa de la Constitución, al mentar a la “voluntad del constituyente”, voluntad que no tomaron en cuenta al momento de “revisar” la Constitución en el Congreso, en mutuo acuerdo entre oficialismo y oposición. El “gobierno progresista” promovió un referéndum para reformar la Constitución, cuyo objeto declarado era habilitar al presidente a una nueva reelección. Perdió el referéndum. Después de la derrota el argumento oficialista es que hubo una campaña “mentirosa” contra el presidente, respecto a un hijo indilgado y a un amorío reconocido; por eso, se dice, sin ruborizarse, que ese referéndum no vale. Como se puede ver, este argumento no tiene asidero ni es sostenible, se lo mire por donde se le mire. Lo que muestra, es más bien, la poca moral y el escaso valor de los que perdieron el referéndum.
Ahora vuelven a la cantaleta, pero esta vez no exigen un nuevo referéndum, lo que tampoco se podría legal, institucional y constitucionalmente hacer, una vez que se dieron los resultados del anterior referéndum. La supuesta “astucia”, que de astucia no tiene sino la sórdida sombra, es consultarle al Tribunal Constitucional para que el dirima sobre el pedido de anulación de artículos de la Constitución y de la Ley electoral. Esta propuesta, sacada de los cabellos, es la caspa del oficialismo, que delata la enfermedad de la caída de la pelambre. No hay por donde tomarla en serio, salvo como anécdota de la estupidez política. Sin embargo, los medios de comunicación y la clase política la toma en serio; además, claro está, de los órganos de poder del Estado cooptados por el ejecutivo. Sin embargo, a pesar de lo anecdóticamente escabroso, el Congreso ha justificado el envío de semejante consulta y el Tribunal Constitucional la ha asumido; lo que habla de la poca seriedad de ambos órganos del Estado.
Ahora, a pesar de que ya escribimos a propósito, volvemos a referirnos a semejante tema anecdóticamente escabroso; lo haremos acudiendo a una descripción de los hechos.
Vino la propuesta de reelección indefinida del ejecutivo, del MAS; es decir, de parte de los constituyentes de la bancada del MAS. Había temas más importantes como la transversal estructural del Estado Plurinacional; empero, al MAS no le interesaba eso. Fue el Pacto de Unidad, que en ese entonces contaba con verdaderos dirigentes, correspondientes a las luchas desatadas de la movilización prolongada (2000-2005), los que llamaron al estadio de Sucre a los del MAS, para exigirles el cumplimiento respecto al documento sobre el Estado-Plurinacional y Comunitario, documento que entregó el Pacto de Unidad, después de haber discutido durante casi tres años. Sin embargo, las comisiones del MAS nunca leyeron el documento. Ante todavía la fuerza que constituían las organizaciones sociales, recordándoles a los del MAS que eran Instrumento Político de las Organizaciones Sociales, el MAS cedió, dejo provisionalmente en suspenso su nacionalismo chauvinista y aceptó poner en la Constitución lo del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico. El artículo mentado llegó con la propuesta del MAS, en lo que respecta a la Organización Institucional del Estado, con el artículo sobre la reelección indefinida. No se discutió este artículo; fue llevado y admitido en la Constitución aprobada por la Asamblea Constituyente en Oruro.
Sin embargo, volviendo a violar al Poder Constituyente – que esta sobre cualquier Poder Constituido -, que se expresaba en la Asamblea Constituyente, el gobierno, sobre todo, dirigido y encausado, en lo que respecta a la Constitución por el Vicepresidente, decidió inconstitucionalmente convertir al Congreso en Asamblea Legislativa Constituyente. Los tres Carlos – Carlos Alarcón, Carlos Börth y Carlos Romero -, apoyados por todas las bancadas del Congreso, revisaron la Constitución aprobada por la Asamblea Constituyente. Cambiaron los artículos que les interesaban, para lograr un acuerdo de los partidos en el Congreso. Lo que tocaron, los artículos modificados, retrocedió, en lo que respecta a los alcances logrados por la Asamblea Constituyente, que todavía era como la irradiación de la movilización prolongada (2000-2005). Sin embargo, no afectaron la estructura nuclear de la Constitución, la que tiene que ver con el Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico. No porque no quisieron, sino porque no se dieron cuenta. Solo con el conflicto del TIPNIS, el “gobierno progresista” se dio cuenta que tenía candados para implementar su modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente. Es cuando le vino a la cabeza al “Jacobino” que se debería hacer una reforma constitucional, para docilizar y domesticar, subordinándola al modelo extractivista, a la Constitución aprobada por el pueblo boliviano.
El tema es que si bien la Asamblea Constituyente aprobó, en Oruro, lo de la reelección indefinida, no siendo, de ninguna manera, el artículo más importante, ni mucho menos, lo cierto es que, después de la revisión usurpadora del Congreso, el pueblo boliviano aprobó por amplia mayoría la Constitución presentada. Si se quisiera hacer una reforma constitucional - se dice que para habilitar al Presidente a renovadas reelecciones, lo que tampoco es la principal preocupación del “Jacobino”, sino volver a la Constitución en un instrumento dócil para favorecer a las empresas trasnacionales del extractivismo -, se tendría que revisar todas las modificaciones que hizo el Congreso, para lograr un acuerdo multipartidario. De esto, ni se habla.
Lo que hacen el MAS, el gobierno y todos los órganos cooptados del Estado, es un múltiple delito constitucional y democrático. Desacata lo que ha aprobado el pueblo boliviano al votar mayoritariamente por la Constitución; no respeta el voto contra la reforma constitucional, que pretendía el MAS, cuando ganó el NO; transfiere la decisión de la Asamblea Constituyente, respecto a la Constitución, y la decisión del pueblo boliviano, con la aprobación de la Constitución, a órgano incompetente; impone despóticamente la transferencia de una “decisión” incongruente, no institucional e inconstitucional, al Tribunal Constitucional, que no tiene competencias ni atribuciones para tomar esa “decisión”; la de la reelección indefinida. Estamos ante la tiranía de la estructura de poder palaciega.
Se podría decir que el único avance positivo logrado, post-aprobación de la Constitución, es la elaborada en Cochabamba, por parte operativa de las prefecturas departamentales; es el tema que quedó pendiente, en la Constituyente y posteriores acuerdos congresales, de las competencias autonómicas y su vinculación con las otras competencias exclusivas, privativas, concurrentes y compartidas. El acuerdo de Cochabamba logró llenar este vacío, definiendo el reparto, la composición y combinación de las competencias; haciendo un entramado de competencias complejo y enriquecedor. Es cuando las autonomías, en el contexto del pluralismo autonómico, adquirieron competencias fortalecedoras; sobre todo, las competencias de las autonomías indígenas.
Un ideólogo de la “autonomía departamental” pide una reforma constitucional para empoderar la “autonomía departamental”, pues considera que esta autonomía es, mas bien, la preservación del centralismo estatal. El ideólogo confunde la Ley Marco de Autonomías, que nada tiene que ver con la Constitución, con el entramado de competencias autonómicas; mas bien, tiene que ver con la vulneración constitucional y el desconocimiento y descalabro taxativo de las competencias autonómicas. Cae el ideólogo “autonomista” en el mismo desatino oficialista al pedir reforma constitucional para fortalecer las autonomías. No se puede hacer una reforma constitucional por lo que se le ocurre a cada quien, de la clase política y del estrato de los ideólogos, cuando la Constitución no ha sido aplicada, sino, mas bien, vulnerada, desmantelada, no cumplida. De lo que se trata es hacer respetar la Constitución y su entramado de competencias.
Ahora vamos a citar dos artículos anteriores, correspondientes a otra coyuntura, donde expusimos nuestra posición al respecto de las competencias autonómicas y la crisis del llamado “proceso de cambio”.
La comparsa “autonómica”
No es difícil demostrar que los “estatutos autonómicos” no tienen nada que ver con la Constitución; por lo tanto, con el Estado plurinacional comunitario y autonómico. Ya lo hicimos en anteriores escritos[1]. No vamos a volver sobre esto; lo que importa ahora, es explicarse el por qué, a pesar de todo, se insiste en aprobar cartas autonómicas que no cumplen con la Constitución, que no han sido deliberadas participativamente, como demanda la Constitución, que son impuestas por la autoridad y el abuso de mando de un gobierno populista. Vamos a tratar de describir los mecanismos de este engranaje condenado que embarca al gobierno progresista a no solo un montaje grotesco, sino a una usurpación de los derechos democráticos participativos de la población, sin precedentes; a una comparsa “autonómica”
La secuencia, si podemos hablar así, por lo menos ilustrativamente, es larga; el desarrollo legislativo gubernamental no corresponde a la Constitución, aprobada por el pueblo, sino a la herencia de la anterior Constitución liberal. Ya la Ley Marco de Autonomía es un desmantelamiento de la Constitución, en lo que compete a este tema, relativo a los gobiernos autonómicos, en los distintos niveles territoriales. Esta ley no solo ha cerrado la posibilidad de establecer autonomías, como manda la Constitución, según el entramado de sus competencias, sino que se ha mantenido el mismo régimen centralista financiero nacional del Estado-nación; se ha negado desesperadamente a abrirse a un sistema financiero comunitario y autonómico, además de plurinacional. ¿Qué es lo que requieren después de haber negado la posibilidad institucional a las autonomías? Terminar de plasmar esta usurpación, esta abolición de los derechos autonómicos y de sus competencias.
Las estructuras de poder vigentes; para decirlo ilustrativamente, metafóricamente, el poder económico y el poder político, se han coaligado para imponer las “autonomías” que les conviene; es decir, limitando todo lo que se pueda a las autonomías, manteniendo el control de sus regiones y del país. Si tomamos en cuenta el estatuto autonómico de La Paz y el estatuto autonómico de Santa Cruz, ambos, uno respondiendo al poder político, el otro, respondiendo al poder económico, han impuesto estatutos que convienen al interés de la clase política dominante y de la burguesía agroindustrial. El pueblo boliviano ha sido burlado en sus anhelos y esperanzas emancipadoras.
Lo grave de todo esto, es que a la convocatoria al referéndum por las cartas orgánicas van asistir una mayoría que avalará, por el hecho de asistir a esta comparsa, la usurpación de sus derechos democráticos y autonómicos. Este fenómeno corresponde, como dijimos antes, al deseo del amo. También al conformismo; quizás también a no encontrar alternativas y salidas. Los y las que voten son cómplices de la renuncia a la autonomía, a la participación, a los derechos democráticos de lo que denomina la Constitución Sistema de Gobierno Pluralista, de la democracia participativa, directa, comunitaria y representativa.
Si bien la denominada “oposición” convoca a votar por el No, este llamamiento, por los resultados estimados, también avalará la usurpación de la voluntad de las naciones y pueblos. Oposición que para nosotros, no es otra cosa que un aditivo, aparentemente opuesto, al gobierno; sin embargo, hace de complemento al poder de la gubernamentalidad populista, bajo la sombra del caudillo[2]. ¿Es posible salir de este círculo vicioso del poder?
A pesar de que se pueda demostrar la razón de la crítica a semejante violencia institucional, la de la expropiación de la voluntad popular, por medio de esta comparsa autonómica, ¿de qué sirve tener la razón, si en el campo político se resuelve por la correlación de fuerzas? No parece tratarse solamente de demostrar que los estatutos no tienen nada que ver con la Constitución, sino que parece prioritario activar la potencia social, hundida en lo profundo de los cuerpos múltiples de la gente, después de optar por el conformismo. ¿Cómo hacerlo?
No parece bastar solo el discurso denunciativo, que por cierto sirve. Tampoco, mejorando, el discurso crítico; parece indispensable ir más allá de estos discursos. Ingresar a un activismo integral, que interpele el conformismo de la gente y active la potencia social, inhibida. No basta señalar a los gobernantes como responsables de la decadencia del “proceso de cambio”, sino que es indispensable mostrar la corresponsabilidad de las mayorías en lo que ocurre. La complicidad se da cuando se deja hacer a los gobernantes lo que quieren hacer. Restaurar el Estado-nación, folclorizar el Estado Plurinacional; es decir, disfrazar el anterior Estado-nación con máscaras simbólicas; expandir el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente; preservar las estrategias clientelares del Estado rentista. Esta tarea, la del activismo integral, parece ser más difícil que las anteriores formas activistas, denunciativas, interpeladoras, críticas. Esta tarea difícil, es la que hay que poder efectuarla, pues, de lo contrario, si no se puede hacer esto, incluso los activismos anteriores, se cae en las redes y mallas del poder, legitimándolo, aunque no se lo quiera.
Algunas consideraciones sobre los estatutos
De todas maneras, a pesar que dijimos, que no íbamos a volver a la demostración de la inconstitucionalidad de los estatutos, vamos a decir unas cuantas cosas; puntualizaciones comparativas generales. Sobre todo para mostrar algunos contrastes de los estatutos autonómicos, en un contexto de analogías cómplices contra la Constitución.
El estatuto de Santa Cruz se distingue del de La Paz porque maneja mejor las competencias establecidas en la Constitución; La Paz prácticamente ignora estas competencias. Sin embargo, Santa Cruz lo hace de una manera notoriamente segada; toma lo que le conviene al grupo de poder económico, ignora todo lo que no le conviene. Ignora las competencias de las autonomías indígenas, además de las otras autonomías, las municipales, sobre todo las regionales. La de La Paz obedece a la consigna centralista de un gobierno, que responde a la defensa nacionalista del Estado-nación; pero, también, y esto parece innecesario, a sus criterios excesivamente centralistas. Cuenta con el aval del gobierno, hablando de las fuerzas intervinientes; empero, está más lejos que la de Santa Cruz de la Constitución, hablando de la estructura de competencias autonómicas.
La de Santa Cruz no solamente desconoce las autonomías indígenas y las autonomías regionales, sino que también desconoce la voluntad popular. El poder económico se arroga la representación del pueblo cruceño, al que no ha acudido para consultarle sobre numerables, temas indispensables para una convivencia democrática en la región. Hace en menor escala, regional, lo que hace el gobierno en mayor escala, nacional. Desconocer el contexto y los marcos jurídico-políticos de la Constitución; desconocer las voluntades populares, de pueblos, naciones y regiones. Sobre todo, desconocer la condición de plurinacionalidad, la condición comunitaria y la condición autonómica, en su multiplicidad.
Esta situación de contrastes y de complicidades, entre los estatutos de La Paz y Santa Cruz, entre el poder político y el poder económico, nos muestra la alianza subrepticia entre ambos, el acuerdo de poder; es decir, de dominación, entre ambos. Solo los ingenuos no lo ven; aclarando que estos ingenuos son la masa de llunk’us que obedecen ciegamente las consignas gubernamentales. Como nunca, en ellos, en esta clase de gente, con la que cuenta todo gobierno, solo que en los gobiernos populistas de una manera masiva, solo que en este gobierno, incluso con algunos pretendidos “bolcheviques” solitarios, no se esfuerzan por argumentar; solo atinan a descalificar de una manera ineficaz y general. Asumiendo, no se sabe por qué, que son los buenos; es decir, los “revolucionarios”; mientras todos los que se oponen, sean de donde sean, vengan de donde vengan, son “reaccionarios”. Esta actitud deportiva, muestra no solamente los niveles de la decadencia de la política y de la “ideología”, sino también demuestra la escasez argumentativa de este movimiento al socialismo.
Si bien compartimos las preocupaciones, por lo menos parte de ellas, de todos los que convocan a votar por el NO, en el referéndum autonómico, les recordamos que la victoria del nulo en la elección de los magistrados no sirvió efectivamente, pues el gobierno se refugió en su mayoría congresal para legalizar un desconocimiento antidemocrático, al validar esa elección anulada por la propia votación. Además de no olvidar que cuenta con la complicidad sumisa del Órgano electoral, que, a pesar de incorporar “notables”, de otro estilo que los “notables” del periodo neoliberal, no ha corregido su falencia fundamental; su subordinación y dependencia de las determinaciones del ejecutivo. El nulo no es lo mismo que el NO, ciertamente; empero, el mapa institucional en el que se mueve esta elección es el mismo mapa, definido por la gubernamentalidad clientelar.
No parece pues una salida efectiva, esto de votar por el NO, aunque logre una victoria simbólica, por segunda vez, sobre un gobierno, un Estado, en verdad, pues están comprometidos todos los poderes del Estado con las relaciones clientelares del gobierno populista. ¿Qué hacer?
Nuestra posición ha sido y es la de que estas decisiones deben ser construcciones colectivas. Ciertamente no hay tiempo, fuera de que parece que tampoco hay voluntad de las mayorías para construir decisiones participativas. Sin embargo, no creemos que se deba renunciar nunca a convocar a la construcción colectiva de la decisión política, por lo menos, como pedagogía política. Es posible que sea tarde para esto; sin renunciar a que, los que apuesten a eso, se convoque a votar por el NO, es menester, en lo que respecta a los activistas, buscar la activación de la potencia social. Por otra parte, no olvidar, pase lo que pase, en esta coyuntura, que ¡la lucha continua! ¿Qué gana el gobierno? No mucho, hace lo mismo que ha hecho hasta ahora, desmantelar la Constitución; hablar a nombre de ella, como si respondieran sus actos a esta Constitución; sin embargo, seguir con la consolidación del Estado-nación, el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, manipulando a las mayorías con el cuento de hadas del “proceso de cambio”. Solo gana tiempo; pues, por dentro esta carcomido por el avance demoledor de la implosión.
Artilugios de las farsas
En los ámbitos de relaciones entre los seres, el juego de mensajes y de interpretaciones, acompañadas de respuestas, forma parte de las entrelazadas ecologías de las que conforman. En el conjunto de estos mensajes emitidos, percibidos, codificados y decodificados, hay un grupo de ellos que es indispensable tener en cuenta por sus características; hablamos de los mensajes engañosos, emitidos con el objeto de simular. Quizás, mejor dicho, de aparentar, de dar una apariencia; para que esta sea interpretada ya como una amenaza, ya como una advertencia. En atmósferas no agresivas, quizás el tenor es de atraer y seducir. Podemos decir, con cierta pretensión de generalidad, que se trata de impresionar. Se busca con los mensajes emitidos de cierta forma, de cierta manera, con la intención de causar una determinada decodificación; es decir, interpretación. Estas estrategias de comunicación han sido hartamente desarrolladas por las sociedades humanas y de una manera proliferante, hasta lograr estilos sofisticados y aristocráticos. El arte ha recogido esta experiencia y memoria social, convirtiendo las estrategias de seducción en regocijos estéticos.
Sin embargo, hay muchas direcciones de las rutas que toman estas estrategias de comunicación manipuladas, ya no en el arte, sino, por ejemplo, en la política, en la diplomacia, en ámbitos microfísicos y macrofísicos de poder. Hay personas que exaltan o extreman el uso de estas estrategias impresionistas - para darle un nombre, aunque sea provisional -, con el objeto de reconocimiento social, que puede llegar a convertirse en exigencia de reconocimiento de la “grandeza”, que reclaman ser. Son los “héroes” ignorados, son los “sabios” no reconocidos a primera vista, son los “hombres consagrados”, que la humanidad no descubre, hasta que estos personajes reclaman a voz en cuello. Se buscan frases sonoras, que impresionen, aunque no digan nada; lo importante es que parezcan que dicen algo importante. Son los últimos en hablar en una conversación, pues buscan cerrarla con sus conclusiones “sabias”. Se muestran como los dedicados, mucho más que otros, los mortales, aparecen como los más disciplinados; cuando se trata de ámbitos intelectuales, se muestran como los más lectores. Hacen conocer la cantidad innumerable de libros que tienen en su biblioteca, que hacen suponer que los han leído todos. Publican, sobre todo cuando cuentan con los recursos del Estado, aunque sus publicaciones sean repetitivas y reiterativas de lo que escribían, cuando eran más interesantes. Esto en el mejor de los casos; cuando no ocurre esto, cuando más bien, han decaído hacia la escritura torpe, sin estilo ni gracia, de la propaganda o de la diatriba panfletaria. Pues ahora parecen aburridos y aletargados; ofreciendo libros, que los funcionarios están como obligados a leer, aunque no los lean, debido a que no están acostumbrados a hacerlo.
Como cuentan con la atmósfera forzada de las adulaciones y sumisiones de sus entornos subordinados, se sienten confirmados en su “gloria”, en su “verdad”; por lo tanto, consideran obligación de parte de ellos llamar la atención. Cuando se trata de críticas, de descalificarlas como si fuesen el sagrado guerrero San Jorge, enfrentándose a dragones. Terminan, por este camino, adquiriendo un aire despiadado de vengadores, venidos desde lo profundo de los tiempos olvidados, para castigar a los impíos. Es, de alguna manera, de esperar, que todo esto, se lo crean; empero, lo que llama la atención, que terminen creyendo no los entornos subalternos, sino la llamada izquierda internacional. Aunque se trate de una izquierda oficiosa, enamorada de los fantasmas de la “revolución”, sobre todo de los fantasmas institucionalizados, fantasmas y mitos a quienes les ofrecen ritos y ceremonialidades, de todas maneras, se esperaría, de esta izquierda, un mínimo de sentido crítico común. Pero, no. Esta izquierda internacional cree en los mensajes emitidos por estos personajes histriónicos y exigentes, que se muestran con todos los rasgos fantasmagóricos de los “revolucionarios” muertos, institucionalizados e idolatrados.
Asistimos pues a espectáculos. En foros internacionales se presentan a estos personajes emuladores como la expresión auténtica de “procesos de cambio” en curso. Los asistentes a estos foros, por lo menos, en su mayoría, sienten que se encuentra en las proximidades de los resplandores de una “revolución” presente, que se da en el país del invitado a hablar. No interesa, al respecto, ninguna verificación. Menos escuchar críticas, que vienen, precisamente del país donde supuestamente está en curso una “revolución”; por lo tanto, no se las puede tomar en serio. A lo mejor son no solamente desatinadas, inconformes y resentidas, sino hasta pueden tener secretas vinculaciones con la conspiración de la “derecha”.
Como se puede ver, lo importante no es lo que realmente ocurre y pasa en el país del “proceso de cambio”, sino que se crea que ocurra, que se tenga fe en lo que se dice que pasa. Los izquierdistas se aferran a sus esperanzas, que llaman utopías, se aferran a sus deseos, que llaman proyectos en curso. No son capaces de evaluar las circunstancias, los sucesos, con ojos críticos, sobre todo para apoyar las posibilidades de las transformaciones inherentes en las coyunturas dramáticas. Al hacer apología de “procesos de cambio”, que no dejan de ser contradictorios, se convierten ellos, los izquierdistas oficiosos, en una trampa más, en el recorrido accidentado del “proceso”. Pues, en vez de lograr una buena información, una buena evaluación de los hechos, por lo tanto, en consecuencia, una buena interpretación y análisis, terminan enamorándose de su propia ficción. Este es el momento sintomático, que señala no solo la decadencia misma del decantado “proceso de cambio”, sino de que los supuestos defensores de la revolución del siglo XXI se han convertido, en la práctica, efectivamente, en sus sepultureros.
De los apologistas, “ideólogos”, aduladores, del “proceso de cambio”, hay unos cuantos, contados con los dedos de una mano, que quizás no lleguen ni a dos, que hacen enormes esfuerzos por mantener su seducción artificial por medio de la estrategia impresionista. En vez de debatir contra la crítica que se les hace, prefieren descalificar a los emisores, aludiendo a supuestos dramas figurativos. En vez de contra-argumentar, prefieren inventarse artefactos de palabras sonoras, que brillen por su halito espectacular, aunque no digan nada. Con esto tienen la esperanza de haber impresionado, no tanto a sus interlocutores, a quienes los ignoran despreciativamente, sino a sus entornos subalternos, a la masa de llunk’us, a los escuchas, que aunque no sean de sus entornos, pueda afectarles este teatro elocuente de frases sonoras, empero, huecas.
Todos estos mensajes, que hemos agrupado o clasificado como engañosos o, si se quiere, impresionistas, usando este término provisionalmente, para ilustrar mejor, forman parte de una maraña mayor y quizás más complicada, la de los juegos de poder; en toda su variedad, estilos y proliferaciones abundantes; también microfísicas y macrofísicas de poder. Como dijimos en otros escritos[3], no busquemos culpables, cayendo en el mismo esquematismo dualista político del amigo/enemigo, que se asienta en el matricial esquematismo dualista religioso del fiel/infiel; peor aún, caer en el clima dramático de la consciencia desdichada del espíritu de venganza. Estos personajes histriónicos son víctimas de su propio entramado; de la trama que asumen como guion de sus vidas. Asumen el papel de protagonistas; descargan el peso de este papel en sus cuerpos, sufren con los sufrimientos del personaje que emulan, que termina siendo ellos mismos. Su vida, de esta manera, se ha convertido en un teatro. No salgamos por el lado fácil de que mienten, de que engañan conscientemente y a propósito, como maquiavelos, de la versión francesa. Nada de esto es sostenible. No tienen el control de lo que sucede, como tampoco nadie lo tiene; nadie controla todas las variables intervinientes en su vida. Si hablamos de mensajes engañosos, no es porque se engaña en el sentido simple, sino porque se alude a estrategias de simulación, inherentes a las estrategias de sobrevivencia de los seres orgánicos. El tema es que esta estrategia de mensajes engañosos se convierte en una hipertrofia de las conductas en personajes públicos de la política. Entonces la estrategia se convierte en una trampa, no solo para quienes se emite el mensaje, sino para los propios entornos del personaje en cuestión, y para el propio personaje de la emulación.
Llamemos a este fenómeno de entrampamiento, que en otro lugar, escrito, llamamos encaracolamiento[4], fenómeno de la burbuja. Los personajes en cuestión habitan burbujas, el mundo se reduce a estas burbujas, la realidad se reduce a lo que se ve desde estas burbujas. Entonces la relación con el mundo es burbujeante, por así decirlo. No es pues una maldad la que motiva el comportamiento de estos hombres públicos, como asumen los otros sacerdotes jueces juzgadores, que tampoco han salido del cirulo vicioso del poder, sino que la dramática del poder se encuentra en esta manera de ver el mundo, incluso de concebirlo, desde su burbuja, que es una atmosfera propia, que a la vez de cobijarlos, los atrapa en la ilusión del aislamiento, de la impunidad, de la creencia en una suerte de invulnerabilidad. Aunque mucha gente no lo crea, la vida de estos personajes es dramática, por eso mismo triste, drama sólo compensado con la ilusión de que las ceremonias del poder verifican el dominio absoluto del Estado. Las ceremonias no verifican nada, sino que reproducen la institución imaginaria del Estado.
Manteniendo nuestra metáfora ilustrativa, si el problema burbujeante quedara ahí, en esta reducida extensión climática y atmosférica de los entornos del poder crepuscular, no sería tan grave; sin embargo, no es así. Aunque no se encuentren en la burbuja, las muchedumbres que se encuentran seducidas por el poder, por sus figuras, ya se den en forma del mito del caudillo u otra forma institucional, ven el mundo, no desde la burbuja, pues no se encuentran ahí, sino desde el reflejo del mundo en la superficie curva de la burbuja. Ven el mundo desde el espejo del poder. Entonces, no solamente los personajes públicos de la política, los entornos, sino también las muchedumbres seguidoras, se encuentran atrapados por el fenómeno burbujeante de estos climas y atmosferas envolventes del poder.
No se trata de castigar a nadie, ni ponerlo en el cadalso, después de acusarlo y ponerlo en el banquillo de los acusados; esto sería, no salir del círculo vicioso del poder. Se trata de romper con este circuito vicioso, con este círculo, con esta orbita perversa. Se trata de salir de estas órbitas y generar fugas de las gravitaciones del poder, creando con los recorridos libres otros mundos, incluso otros universos.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Autonomicidio; también Autonomía y descolonización, así mismo Descolonización y transición. Dinámicas moleculares; La Paz 2013-2015. El último, publicado por Abya Yala; Quito.
[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza A la sombra del caudillo. Bolpress; La Paz 2015. Dinámicas moleculares 2015.
[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza Más allá del amigo y el enemigo. Dinámicas moleculares; La Paz 2015.
[4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Encaracolamiento. Dinámicas moleculares; La Paz 2015.