Los nuevos movimientos municipales en el país de Trump

Su agenda común se extiende mucho más allá de la elección de partidos progresistas para los despachos oficiales locales. Pacientemente, mediante una combinación de educación política, movilizaciones y reformas desde la base, los municipalistas buscan devolver el poder de tomar decisiones a manos de los ciudadanos. El municipalismo no es simplemente una estrategia nueva para el gobierno local, sino que más bien es un camino a la libertad social y la democracia sin Estado.



MUNICIPALISMO
Los nuevos movimientos municipales en el país de Trump
Mucho más que una simple estrategia para el gobierno local, el municipalismo radical emerge como un camino para la libertad y la democracia social, más allá del Estado.
ELEANOR FINLEY
TRADUCCIÓN EL SALTO

PUBLICADO
2017-10-19 14:06:00
Hace muy poco, parecía casi impensable la idea de que Estados Unidos eligiera como presidente al magnate inmobiliario Donald Trump. Sin embargo, ahora que se cumple esta afirmación imposible, se abre un espacio para el pensamiento visionario. Si elegir a Donald Trump es efectivamente posible, ¿qué otras imposibilidades podrían hacerse realidad?

Hasta la fecha, la oposición popular a Trump se ha expresado ampliamente a través de protestas callejeras y manifestaciones masivas. Los días de la toma de posesión de Trump, se estima que 2,9 millones de personas marcharon a lo largo de docenas de ciudades de EE UU. Esos momentos decisivos, como el de la Marcha de Mujeres o el de la Marcha por la Ciencia, ofrecen a la gente unas muy necesarias oportunidades para la catarsis, para expresar solidaridad y reconocer valores compartidos. Sin embargo, como protestas, tienen limitaciones inherentes. Concretamente, no consiguen aportar un programa para la transformación institucional profunda que tan desesperadamente necesita nuestra sociedad.

Detrás de las movilizaciones altamente visibles, también toman cuerpo formas municipales y de base, de oposición a Trump. Bajo el estandarte de las “ciudades santuario”, organizaciones comunitarias, grupos religiosos, representantes legales, centrales de trabajadores y ciudadanos comprometidos han establecido redes de contingencia para apoyar a las familias de inmigrantes que viven con la amenaza de la deportación. Estos proyectos, estructurados en gran medida sobre el fundamento barrial, desafían los supuestos dominantes sobre participación política, y plantean la cuestión crucial de qué debería significar realmente ser un ciudadano.
Mientras tanto, alcaldes y cargos municipales sobresalieron como unos de los oponentes a Trump más atrevidos.

En junio pasado, cerca de 300 alcaldes, incluyendo nueve de las diez ciudades más grandes de América, desobedecieron los deseos del presidente y se volvieron a comprometer con el Acuerdo de París sobre el clima. Si estas declaraciones cuentan como un genuino gesto de desafío político o como posturas meramente simbólicas de las élites locales que buscan impulsar sus carreras, es tangencial. Lo que importa es que, durante este período de tormenta política sin precedentes, la gente está pidiendo a las autoridades locales que actúen en beneficio de sus comunidades —sin tener en cuenta la nacionalidad—, antes que aceptar los deseos de un régimen de extrema derecha. Consideran a su propia comunidad como un lugar de acción política y autoridad moral.

LA ALTERNATIVA MUNICIPALISTA
En este entorno, ha surgido una pequeña constelación de plataformas cívicas con el propósito de transformar la manera en que de hecho se dirigen las ciudades y municipios de EE UU. Difuminando la línea entre los movimientos sociales y el gobierno local, estos experimentos municipalistas se organizan sobre el fundamento de los distritos o municipalidades existentes, en demanda de soluciones socialmente justas y ecológicas a cuestiones que conciernen a la comunidad como un todo.
Mediante una combinación de educación política, movilizaciones y reformas desde la base, los municipalistas buscan devolver el poder de tomar decisiones a manos de los ciudadanos
Además, su agenda común se extiende mucho más allá de la elección de partidos progresistas para los despachos oficiales locales. Pacientemente, mediante una combinación de educación política, movilizaciones y reformas desde la base, los municipalistas buscan devolver el poder de tomar decisiones a manos de los ciudadanos. El municipalismo no es simplemente una estrategia nueva para el gobierno local, sino que más bien es un camino a la libertad social y la democracia sin Estado.

El término mismo de “municipalismo” deriva del de “municipalismo libertario”, acuñado durante los 80 por el teórico social y filósofo Murray Bookchin. Al reclamar la etiqueta de “libertario”, Bookchin invocó su sentido original en el anarquismo del siglo XIX. En su visión, la derecha había subvertido erróneamente y se había apropiado de conceptos esenciales como los de “libertad” e “independencia”, y ya era hora de que los izquierdistas los reclamaran. Sin embargo, muchos de los nuevos experimentos municipales se han desprendido de la etiqueta “libertario”. Más recientemente, la plataforma ciudadana catalana Barcelona en Comú ha popularizado el municipalismo como parte de su proyecto político en Cataluña, España. Su versión del municipalismo se ajusta mucho a la teoría y praxis de los comunes, que ellos presentan para defender a la ciudad contra el turismo desenfrenado y el desarrollo urbano.

Al quitarnos el poder de tomar decisiones, nos privan de nuestra propia humanidad y de un sentido de propósito —nos privan de significado
El municipalismo se distingue por insistir en que el problema subyacente en la sociedad es nuestro desempoderamiento. El capitalismo y el Estado no sólo causan un sufrimiento material y una desigualdad extraordinarias, también nos roban la capacidad de jugar un papel significativo en nuestras propias vidas y comunidades. Al quitarnos el poder de tomar decisiones, nos privan de nuestra propia humanidad y de un sentido de propósito —nos privan de significado.

La solución, tal como la ven los municipalistas, es la democracia directa. Para conseguirla, podemos cultivar una nueva sociedad dentro del caparazón de la vieja, mediante la erosión de la legitimidad popular del Estado, y disolviendo su poder en asambleas populares cara a cara y confederaciones. Esto significa tener fe en que la gente es inteligente y quiere que cambien las cosas. En palabras de Bookchin, el municipalismo libertario “presupone un deseo democrático genuino en el pueblo para frenar el creciente poder del Estado-nación”. La gente puede, y debería, ser experta en lo que respecta a sus propias necesidades.

No todos los movimientos que se adhieren a un programa municipalista se refieren a sí mismos como tales. Por ejemplo, el movimiento independentista kurdo aboga por un modelo muy parecido con el término de “confederalismo democrático”. Bookchin mismo adoptó más adelante la etiqueta de “comunalismo” para señalar la afinidad entre sus visiones y la Comuna de París de 1871. Virtualmente cada región y cultura del mundo es fértil en el legado histórico de asambleas populares, democracia tribal o autogobierno sin Estado. La cuestión es cómo revivimos esos legados y cómo los usamos para erosionar el dominio del capitalismo y del Estado sobre el resto de la sociedad.

EL PAPEL DE LAS CIUDADES
Los municipios, pueblos, distritos y barrios aportan la escala física real en la cual pueden florecer las políticas de empoderamiento. Históricamente, las ciudades han atraído y juntado a la gente, facilitando la diversidad mediante el estímulo de la interacción transcultural. Esta característica inherente infunde en las ciudades una sensibilidad humanista —y por extensión también una potencialidad radical—. Tal como dice Hanna Arendt, “la política se fundamenta en el hecho de la pluralidad humana”. Las ciudades entrelazan a muchos tipos diferentes de gente en el rico tejido de la vida cotidiana.
El temor y la desconfianza de las ciudades fue un pilar central del movimiento de extrema derecha de Trump
El temor y la desconfianza de las ciudades fue un pilar central del movimiento de extrema derecha de Trump. Los partidarios de Trump tienen miedo a los inmigrantes, a las personas negras y a aquellos que juegan con las normas de género. Temen a las élites, a la dominación política y a la precariedad económica que representan las despiadadamente deslumbrantes ciudades. Se establece toda una gama de caricaturas en la imagen premonitoria de un cosmopolitismo decadente.

Estos antagonismos son nefastos para la cruda desigualdad que se extiende en las mayores áreas metropolitanas. La palabra “gentrificación” ni se acerca a describir el masivo desplazamiento interno que tiene lugar a todo lo largo de EE UU. En San Francisco, una casa pequeña y modesta cuesta entre 3,5 y 4 millones de dólares; un apartamento de una sola habitación va de los 3.500 a los 15.000 dólares de alquiler mensual. Bajo las resplandecientes torres de los multimillonarios de la tecnología, los pueblos de chabolas se amontonan precariamente entre los pilares de hormigón de los pasos inferiores de las autopistas. Mientras tanto, los trabajadores pobres son desterrados a los suburbios aislados, donde hay muy poca vida de calle y a menudo falta un transporte público viable.

Las inmobiliarias y las altas finanzas, en años recientes, han engullido los pocos espacios vivibles que existen
Mientras los movimientos europeos claman por preservar el “derecho a la ciudad” de los residentes urbanos, en EE UU estamos en situación de comprender simplemente cómo introducir a la gente común de vuelta en el paisaje urbano. El capitalismo ha generado unas ciudades estadounidenses distorsionadas. Sus vastos y descollantes perfiles expresan el desamparo y la alienación en las relaciones sociales capitalistas. Las inmobiliarias y las altas finanzas, en años recientes, han engullido los pocos espacios vivibles que existen. Este desarrollo distorsionado de la vida urbana siempre se expande hacia las afueras, convirtiendo las granjas y sus terrenos en aparcamientos, los comercios familiares en Walmarts y las cohesionadas comunidades rurales en oscuros y apartados territorios suburbanos.

El municipalismo puede combatir la tendencia de los trabajadores de las áreas rurales a desconfiar de las ciudades —y de la gente diversa que las ocupa— mediante la devolución del poder a manos del pueblo. En las ciudades, los municipalistas pueden avanzar programas para transformar sus rasgos materiales y físicos de escala inhumana. Una agenda municipalista buscará en última instancia reclamar las áreas urbanas como lugares donde la gente realmente vive y no solo donde va a hacer las compras. En contextos rurales y suburbanos, los municipalistas pueden ofrecer una visión descentralizadora y de independencia del Estado, vacía de fanatismo y abuso. Las lealtades rurales respecto de las industrias extractivas se pueden romper mediante la oferta de formas de vida ecológicas, enlazadas con la toma de decisiones local y cívica. Estas no son tareas fáciles, pero son esenciales para el cambio social holístico que necesitamos urgentemente.

ORGANIZÁNDOSE PARA EL PODER MUNICIPAL
El movimiento municipalista en EE UU es hoy un brote. Es pequeño y delicado, fresco y lleno de potencial. Aunque a menudo buscamos liderazgos izquierdistas en las grandes ciudades como Nueva York o Chicago, estos nuevos líderes municipales están enraizados en ciudades relativamente más pequeñas, incluyendo Jackson (Mississippi) y Olympia (Washington). Quizá esto no debería de sorprendernos. A medida que las grandes ciudades se vacían de sus habitantes y de su carácter original, las medianas y pequeñas ofrecen más oportunidades para la interacción y la organización comunitaria.
El pasado verano, tuve la oportunidad de encontrarme con líderes de varios proyectos municipales, incluyendo Cooperation Jackson, el Seattle Neighborhood Action Council (Consejo de Acción de Barrio de Seattle, NAC por sus siglas en inglés), Portland Assembly, Olympia Assembly, y la campaña a concejala de distrito de Genese Grill en Burlington (Vermont). Sistemáticamente, estos activistas aportaron análisis sofisticados, señalaron cuestiones desafiantes y compartieron enfoques innovadores para organizarse. Pero lo que me pareció más llamativo fue su habilidad para articular ideas utópicas con políticas de sentido común, orientadas a mejorar de hecho las vidas de la gente. Sus aspiraciones políticas eran serias y apoyadas en la creencia de que el poder popular puede realmente ofrecer soluciones superiores a cuestiones sociales difíciles.

La NAC se formó en Seattle, durante las dramáticas consecuencias de la elección de Trump. Como muchos grupos anti Trump, su objetivo principal es proteger a los grupos perseguidos de los crímenes de odio, y la provisión de servicios inmediatos. Sin embargo, en vez de acordar “asambleas generales” grandes y amorfas como las de Occupy Wall Street, la NAC delinea sus reuniones de acuerdo con una docena de distritos de Seattle. Cada reunión vecinal está empoderada para seleccionar sus propias actividades, y muchos grupos han evolucionado a través de campañas de consulta puerta a puerta.

La NAC está creando nuevas formas de encuentro entre ciudadanos y autoridades locales. Seattle está actualmente en medio de unas elecciones a la alcaldía, sin que compita el que ocupa el cargo. La NAC está acogiendo así una serie sobre el ayuntamiento llamada “Candidate Jeopardy”, durante la que se pregunta a los candidatos una selección de cuestiones planteadas por los ciudadanos. Como en el concurso Jeopardy, deben elegir un asunto dentro de un rango de fácil a difícil. “¿Quién elegirá las cuestiones más fáciles?” se leía en un anuncio del evento del Seattle Weekly, “¿Quién elegirá las difíciles? ¿Tendremos un Ken Jennings [un famoso concursante de Jeopardy] de las elecciones de 2017? ¡Ven a averiguarlo!”

En Portland (Oregón) la organización Portland Assembly usa un modelo similar de “consejos de portavocía”, e inscribe a los nuevos miembros en las asociaciones vecinales existentes en Portland
Con el tiempo, la NAC puede encontrar alguna cara amable en la administración. Nikkita Oliver, una de las candidatas, es una activista de Black Lives Matter, que encabeza una campaña enfocada en obligar a las autoridades locales a dar cuentas ante el público. Si gana ella, la situación de Seattle puede empezar a parecerse a Barcelona, donde la activista por el derecho a la vivienda, Ada Colau, tiene la alcaldía.

En Portland (Oregón) la organización Portland Assembly usa un modelo similar de “consejos de portavocía”, e inscribe a los nuevos miembros en las asociaciones vecinales existentes en Portland. En este momento trabajan para crear una coalición en toda la ciudad en favor de los sin techo; abogan por una reforma radical de la policía.

La pasada primavera, amigos de la Portland Assembly ocuparon titulares de un periódico con el proyecto “Cuidado de Carreteras Anarquista en Portland”. Después de un invierno de récord, los activistas, en la habitual indumentaria de “bloque negro” —con ropas negras y pañuelos cubriéndoles la boca—, salieron a las calles de la ciudad con parches de asfalto y arreglaron los baches. El cuidado de carreteras anarquista altera de forma lúdica la noción de que aquellos que abogan por una sociedad sin Estado son reactivos, destructivos y nada prácticos. También es un ejemplo excelente de lo que Kate Shea Baird llama “pragmatismo duro” —el uso de pequeños logros para manifestar que el cambio real es verdaderamente posible—.

Quizá, el movimiento municipal más amplio y prometedor de los EE UU sea actualmente Cooperation Jackson, una iniciativa cívica con sede en el sur profundo
Quizá, el movimiento municipal más amplio y prometedor de los EE UU sea actualmente Cooperation Jackson, una iniciativa cívica con sede en el sur profundo. En una ciudad donde el 85% de la población es negra, mientras el 90% de la riqueza está en manos de los blancos, Cooperation Jackson cultiva el poder popular a través del desarrollo económico participativo. Con el paso de las décadas, Cooperation Jackson y sus predecesores han formado una federación de cooperativas propiedad de los trabajadores, y otras iniciativas para la producción democrática y ecológica. Este fundamento económico está conectado con asambleas populares, las cuales determinan en líneas generales las prioridades del proyecto.

Como la NAC de Seattle, Cooperation Jackson se involucra en las elecciones locales y el gobierno de la ciudad. El nuevo alcalde de Jackson (Mississipi), Chokwe Antar Lumumba, procede de una famosa familia de negros radicales, y tiene estrechos lazos con el movimiento. Lumumba ha respaldado la iniciativa de Cooperation Jackson para construir un Centro de Producción Comunitaria, un centro público para la comunidad especializado en impresiones en 3D y producción digital.

EL POTENCIAL REVOLUCIONARIO DEL MUNICIPALISMO
Estos son solo unos pocos de los experimentos que tienen lugar a todo lo largo de EE UU. ¿Son estas iniciativas una señal del nacimiento de un movimiento revolucionario democrático? ¿Nos rescatarán de las mandíbulas del fascismo y harán realidad nuestro potencial para una sociedad verdaderamente multicultural, feminista y ecológica? Quizá —y todos deberíamos tener esperanzas de que así sea. De hecho, algo similar a un nuevo paradigma municipal está tomando forma con el reconocimiento de que el antirracismo, la liberación feminista, la justicia económica y la democracia directa están entrelazadas. El entusiasmo por este paradigma se destila a pie de calle, donde gentes diversas se ven animadas por el entorno a adoptar puntos de vista humanistas.
Sin embargo, hay buenas razones para que los municipalistas sean cautelosos y precavidos. Mientras los izquierdistas radicales establecen el trabajo preliminar de compromiso político de base, las organizaciones de reforma liberal y “progresista” como MoveOn e Indivisible hacen equilibrios para absorber y desviar esta energía hacia la política de partidos. Términos ambiguos como el de “democracia participativa” son herramientas efectivas para atraer a la gente que se siente incómoda con términos como “radical” o “revolucionario”. Pero estos términos pueden ser explotados fácilmente por instituciones como el Partido Demócrata, el cual, humillado y con la credibilidad minada, mira ahora con hambre a las elecciones municipales.

No necesitamos una nueva época de “progresismo de gran ciudad”. Necesitamos una forma de vida no jerárquica que confiera abundancia y libertad a todos y todas
Así pues, involucrarse en los movimientos “progresistas” será sin duda algo así como una quimera. Por una parte, pueden representar aliados importantes en las campañas municipales y puntos de entrada para los recién llegados a la política. Por otra parte, pueden quebrar un movimiento popular. Y cuando estas estrategias centradas en el Estado fracasen, la gente se enfadará y se desilusionará —potencialmente redirigiendo su insatisfacción para apoyar a la extrema derecha.

No necesitamos, tal como The Nation lo llama con regocijo, una nueva época de “progresismo de gran ciudad”. Necesitamos una forma de vida no jerárquica que confiera abundancia y libertad a todos y todas. Para los movimientos municipales de hoy esto significa que:

- Debemos valorar la ciudad no tal como es sino tal como podría ser. Debemos infundir la idea de ciudadanía con un nuevo significado, y reclamar la ciudadanía radical, basada en la participación dentro de la comunidad municipal y no bajo la aprobación burocrática de un Estado.

- Debemos resistirnos a la tentación de conceder nuestra fe a alcaldes benevolentes y otras personalidades, sin importar que sean carismáticos y bienintencionados, a menos que pretendan disolver los poderes que poseen.

La revolución es un trabajo paciente. Es improbable que todos nosotros vivamos para ver la revolución que buscamos. Aun así, tenemos más herramientas a nuestra disposición de lo que creemos. La propia mitología de Estados Unidos es de descentralización. En su libro The Third Revolution, Murray Bookchin narra la ola de asambleas populares que florecieron desde su base en la rural Nueva Inglaterra durante la Revolución Americana, y que se extendieron hacia las colonias sureñas. Los Artículos de la Confederación y la Carta de Derechos fueron concesiones a la presión popular. El pensamiento confederal persiste en la imaginación popular de incluso algunos de los individuos más aparentemente conservadores de nuestra sociedad.

Hoy, la mayoría de la gente cree que no se puede hacer nada respecto al gobierno. Y, sin embargo, no hay nada más alejado de la verdad. Le lección amarga de la victoria de Trump es que el cambio —sea para bien o para mal— es la única constante de los asuntos humanos. Tal como lo planteó elocuentemente la autora de ciencia ficción y fantasía, Ursula K. LeGuin: “Vivimos en el capitalismo. Parece imposible escapar a su poder. También lo parecía escapar del derecho divino de los reyes. Los seres humanos pueden resistir y cambiar cualquier poder humano”. El movimiento municipalista puede ser pequeño, pero su potencial es revolucionario.

SOBRE LA AUTORA
Eleanor Finley es escritora, profesora, activista y municipalista. También es miembro del comité en el Instituto por la Ecología Social y estudiante de doctorado en Antropología en la Universidad de Massachusetts en Amherst.

Traducido por El Salto de Roar Magazine