México: El matriarcado de Baja California

Las mujeres pisan duro, manotean y alzan la voz. La mayoría dirá que son “luchonas” y no les tocó de otra. Algunas afirmarán que ser fuertes es algo que se aprende, al igual que hacer tortillas. En su búsqueda de respeto han cerrado carreteras o quemado autos de federales. Pase lo que pase, siempre consiguen lo que se proponen.



Al mando: la región del matriarcado en BC
por (EL UNIVERSAL)
11/11/2017 2:30:00 PM
Por la ausencia masculina a causa de la migración, empoderamiento económico o sólo por sobrevivir

MEXICALI.- Ahí están. Si se observa con atención en las montañas, valles, costas y llanuras secas de Baja California, se puede ver a los testigos del cambio. Las comunidades yumanas han absorbido, entre golpes, caídas y pequeñas victorias, la modernidad que los ha orillado a perder tierra, recursos, libertad y su propia lengua. Aquí la mujer, que tomó el liderazgo para sobrevivir, encontró significado y sentido en la toma de decisiones. Para entender por qué ellas son quienes lideran en esta región, Eva Caccavari —antropóloga que ha trabajado con las mujeres yumanas— expone:”Por la ausencia masculina, que puede ser debido a la migración. Está la revaloración de actividades económicas o tradicionales, siempre han hecho artesanías y ahora se revaluaron, eso les permite tener un ingreso extra, al final están teniendo el ingreso económico que sus compañeros no tienen y eso las empodera también. Por otra parte, la revalorización de los saberes que las convierte en las interlocutoras políticas de forma tradicional”.

Caccavari registra en unos de sus cuadernos de campo el término usado para referirse a ellas mismas: “mujeres cuatro por cuatro, mujeres todo terreno”. Everardo Garduño, doctor en antropología y estudioso de los yumanos por más de 30 años explica que el rol de la mujer fuerte, o participativa en la sociedad, “no es reciente”.
“El cráneo de la mujer de Jatay tenía en uno de sus oídos una protuberancia que se desarrolla con la práctica del buceo. Algo que se creía que sólo hacían los hombres para la pesca del abulón. Eso nos habla de que dadas las circunstancias de hostilidad ambiental en las que viven estos grupos no es algo del siglo XX, sino su posición de cazadores y recolectores en este entorno árido americano. Esto genera que los roles de género no sean los tradicionales”, dice.
Hace seis mil años que hay registro de las comunidades yumanas en la península de Baja California. Hay pinturas rupestres con forma de venados y borregos. Su lengua se habla cada vez menos. Se baila y se canta a la luna, se recolecta y se caza. Mientras las estrellas inunden día con día los cielos de la península y las rocas permanezcan estáticas ante la fuerza del viento, seguirán las “mujeres todo terreno” encontrando un hueco en los tiempos modernos para decir, fuerte, auka: la luz te ilumine.

“El hombre no decide, primero tiene que preguntarnos y le respondemos con la mirada”1

MEXICALI.- Ser mujer cucapá, dicen las locales, es no dejarse de nadie. Conseguir lo que ha sido de ellos por miles de años a como dé lugar. “Nosotras salimos a responder y a luchar”. “La mujer es la figura fuerte”, se repiten entre ellas. Les enseñaron a caminar con ellos y no detrás. Lucía Laguna dice: “pues vamos juntos, pero nosotras dando la orden”.Subraya que “él no puede decidir, primero tiene que mirarnos o preguntarnos. Les decimos que sí o no con la pura mirada”.
A mitad de la carretera Mexicali–San Felipe se encuentran los cucapás. Entre calor seco y cielos estrellados están las mujeres que asumieron el liderazgo porque a ellas el gobierno no les encuentra debilidades. “El gobierno es muy vivo. Siempre están buscando tus debilidades y con nosotras no las encuentran”, afirma Mónica González, líder comunitaria cucapá. Cuenta que antes los hombres eran quienes tomaban las decisiones en el contacto con el gobierno, pero empezaron a ver que no cumplían o eran manipulables. Bebida, mujeres, y ellos no resistían.

Desde que la zona del delta del Río Colorado y el Mar de Cortés fue declarada Área Natural Protegida con el carácter de Reserva de la Biosfera en 1993, se les prohibió la pesca y con ello, las mujeres, pescadoras de tradición, se han aferrado a defender su derecho. En los últimos años han viajado a la sede de Naciones Unidas en Nueva York y han interpuesto un juicio contra el gobierno de México por prohibirles la pesca en la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos.
Estar en cucapá mayor es escuchar sobre los días que se fueron y no volverán. Aquellos en que se hablaba en lengua tradicional, se pescaba sin necesidad de un papel y la frontera se determinaba según los ciclos de caza o recolección. Desde hace cinco meses Inocencia, de 80 años, no prueba un pescado. En los años 70, cuando pescaba en la Laguna Salada, que en ese entonces tenía agua, y en el Mar de Cortés, comía liza, corvina, bagre o camarón. En un buen día llegaba a cargar, junto a su hija Antonia, 70 kilos de pesca que vendían a proveedores de la ciudad de Mexicali. De aquello sólo quedan anécdotas. Hace 15 años que no sube a su lancha a pescar porque no hay permiso.

Fuma desde los ocho años cuando su madre le dejaba medio cigarro para que se lo terminara. Su mano izquierda no sería su mano sin un cigarro entre el dedo índice y el medio. Inhala profundo. “Antes me fumaba un cigarro en el día. Ahora fumo mucho”. Si alguien le ofrece un cigarro, revisará si tiene filtro o no para aceptar. Le enseñaron a fumar tabaco puro. Tiene cinco hijos, dos mujeres y tres hombres. De ellos y sus nietos dice que los dejó la mujer “por mañosos”, y de sus hijas, una lidera el museo cucapá y la otra cuida sus nietos. “Tiene fuerza porque no le tocó de otra”. Ella, por ejemplo, aprendió a pescar por la pobreza. Pero lo dice entre risas.
Todas las mañanas se levanta a las 4:30 horas a preparar el “lunch” a sus hijos y nietos que salen a trabajar en la construcción. Ella, desde que le prohibieron la pesca hace artesanías. Pectorales hechos de chaquira y conchas, y faldas de corteza con los que ha ganado 24 premios locales y nacionales de artesanía. Cuenta que casi no ve mujeres cucapás como las de antes. Ahora hay pura casada con “mexicano” y eso ha provocado cambios. Ya no tiene casi con quién hablar la lengua de sus antepasados. De las 200 personas que hay, sólo ocho saben hablarla, aunque en los salones de clase de la escuela local se cuenta del uno al 10 en cucapá.

Se narran leyendas en su lenguaLas mujeres pisan duro, manotean y alzan la voz. La mayoría dirá que son “luchonas” y no les tocó de otra. Algunas afirmarán que ser fuertes es algo que se aprende, al igual que hacer tortillas. En su búsqueda de respeto han cerrado carreteras o quemado autos de federales. Pase lo que pase, siempre consiguen lo que se proponen.

Las recias vaqueras de la península

ENSENADA.- Para Leonor Farldow, los hombres están echados a perder. Las mujeres son las que hacen el trabajo fuerte y ya lleva tiempo así. “Ellas son más fuertes que el hombre. Porque hablando de verdad, está muy echado a perder. Y las mujeres son las que trabajan más tiempo y en más lugares, en casa, en el campo”.

Leonor, de 80 años, ya no monta a caballo ni arrea a las vacas. Pero antes atiende el ganado y hace quesos, como lo hicieron en su juventud su padre texano y su madre kiliwa, quienes les enseñaron a sus hijas el poder de la mujer. Sandra, su hija mayor recibe en su rancho la visita de su madre una mañana de octubre. Harán pastel de manzana y necesita ayuda para pelarlas. En la cocina, que está en una construcción diferente del cuarto donde descansa, hay una cubeta profunda llena de manzanas, una mesa y un par de sillas. Un lavabo con ollas y sartenes sucios y limpios. Ventanas cubiertas por cortinas, una estufa que tiene caldo de costillas de mapache que se calienta con leña. Se comunican con algunas palabras en kiliwa pero pronto llega el español. Cuentan cuántas mujeres quedan en la comunidad kiliwa: “Una, dos, tres, cuatro, Polita, Leonor, Sandra, Virginia”, se detienen en seco y… son todas.Para ellas las mujeres kiliwas siempre han movido a la comunidad. Sandra sueña en el día en que su rancho localizado en el Arroyo del León, municipio de Ensenada, Baja California tenga 100 cabezas de res y 100 cabezas de chivo. Sobre la tierra donde alguna vez corrió un arroyo, se encuentra el rancho Grano de Oro. Ella trabaja sola de las seis horas hasta que el cuerpo le pida descanso. Así le enseñaron, así le gusta.

Su madre tiene el papel de conservar la cultura kiliwa. En la última década ha trabajado con antropólogos, historiadores y funcionarios para poder salvar la lengua. Actualmente sólo cinco personas la hablan, con un promedio de edad mayor a 70 años. Tres son hombres y dos mujeres. De ellos, uno dejó la región kiliwa, se fue tras quedarse solo después de que su hermano muriera, a uno más le hablan en kiliwa y responde en español y el otro, el más joven, no tiene con quién hablarlo. De ellas, una tiene más de 95 años de edad y está Leonor, de 80. Sus hijos, nietos y bisnietos al menos saben expresiones en kiliwa. Ella ha elaborado diccionarios redactó leyendas kiliwa y hace muñecas de trapo y de palma tradicionales.

Por sus actividades ha podido viajar por la República Mexicana y señala que una vez llegó a Oaxaca para una reunión de artesanos indígenas y se sorprendió del papel de la mujer en la comunidad. No hablaban ni opinaban, todo era manejado por los hombres. “El hombre manda más que la mujer allá. Aquí mandamos parejo. Manda el hombre y la mujer también”. Ha sido testigo de la muerte lenta que ha tenido su cultura.

Expertos indican que se debe a la pérdida de territorios antiguos, la emigración hacia otros poblados o centros urbanos, venta o traspaso de tierras ejidales, matrimonio de indígena hablante con indígena no hablante o mestizo de otra comunidad, el desuso de la lengua materna al interior de la etnia, a la soltería de los indígenas hablantes, a que el kiliwa es una lengua socialmente discriminada y sin pleno reconocimiento oficial.

Leonor se queja de que su hija ha trabajado todo el día. Es la una de la tarde y no se ha detenido un segundo. Prende la leña, cocina, pela manzana, sale a darle de comer a las vacas. Les cambia el agua. Va con las chivas y les da de comer. Lleva de un lado a otro la carreta cargada. Entre el camino de un lado al otro se detiene, sonríe y se quita el sudor de la frente. Regresa luego a la cocina, se lava las manos y escucha a su madre quejarse porque no descansa y le responde “así también le hacía usted”. ?

De mi puro trabajo he sacado adelante a la familia: Adelaida

ENSENADA.- Adelaida Albañez continúa la tradición que ha sobrevivido a cada generación por más de mil años. Ella cuenta cómo vivió los primeros tiempos de su vida en una casa de adobe con techo de ramas, y cómo sus padres tardaron mucho tiempo en hablar español.

Adelaida también cuenta que su padre, cantante tradicional pai pai, tuvo que decidir entre dejar morir su cultura o enseñarles a sus hijas. No tuvo hijos, pero a pesar de que sólo los hombres estaban “avalados” para tomar esa responsabilidad, cantar a la luna decidió enseñar a sus hijas a hacerlo.

La cultura tradicional cayó entonces en las manos de las mujeres aquí, por selección natural, porque eran ellas las que podían tomar la responsabilidad o dejar morir la tradición. Adelaida tiene 64 años y es el médico tradicional de su comunidad. Sabe cómo curar con masajes conoce al revés y al derecho el uso de hierbas como la salvia para sanar las vías respiratorias, el moronel para la diabetes y la planta gobernadora para bajar la presión. Aprendió a curar de esta forma de su madre. Ahora ella también le enseña sus nietas.

Para Adelaida los tiempos han cambiado. Sus hijos han aprendido que las cosas tienen que ser así, o si no, se dejarán morir. “Yo creo que los hijos salen de casa ¿no? Sí, yo creo que miraron lo que yo hacía, tanto que luché para que ellos aprendieran las letras. De mi puro trabajo he sacado adelante a la familia”, recalca sin ocultar su orgullo.

Cazadoras de historias
Los pai pai, como todas las comunidades yumanas en Baja California, se caracterizaban por ir de costa a costa, según la temporada de cosecha y caza. Eran nómadas pero con los conceptos de patria, nación, y en consecuencia, de fronteras y ejidos, sus tierras se fueron reduciendo hasta quedar anclados en Santa Catarina, donde el 97.1% de las hectáreas asignadas para ellos tienen mineras, extensión de concesiones, según el informe sobre la “Destrucción del patrimonio biocultural de México por megaproyectos y ausencia de legislación y política pública culturalmente adecuada para los pueblos indígenas y comunidades equiparables”, firmado por distintas asociaciones civiles, entre ellas el Centro Mexicano de Derecho Ambiental y Greenpeace México.En los cantos que cuentan la familia Albañez reunidos de todas las edades existe la historia de cómo los hombres partían por días de caza. Buscaban por el pedregal y montañas el paso del borrego cimarrón con la luz del sol o de la luna.
En esos días encontraron a tres borregos y ahora se canta cómo, matándolos uno a uno, volvieron a casa. El ritmo lo lleva el cantante con bule o sonaja. Marca la línea entre ellos y las bailarinas que están de frente.Con sonidos guturales, apenas abriendo la boca, se conforma el canto que ha pasado de boca en boca por más de mil años. Dan pequeños brincos con los pies juntos, uno de los cantantes toma por un par de compases la forma de un ave, y picotea el piso de un extremo y repite el movimiento en el otro extremo del círculo que formó. Poco a poco y con ayuda de la sonaja, regresa a su posición de hombre.

La mujer por delante

“Ellos siempre ponen delante a la mujer, por adelante. Se quedan a veces en casa, o andan cazando liebre o conejo por allá”, explica Adelaida sobre el rol de ellas en su comunidad. “La mujer mexicana, [aquella que no es indígena], es sumisa”, considera.En cambio a ella les enseñaron siempre a defenderse y ver por lo suyo, enfatiza.Su sobrina Delfina heredó el amor a su cultura y ella, comerciante de oficio, pero “cantante de corazón”, ha logrado que un grupo de jóvenes de entre 8 y 18 años regresen a la adoración a la naturaleza, como sus antepasados lo lograban.La misma Delfina escuchaba de niña los cuentos y leyendas de su abuelo. Años después de su muerte aún recuerda sus historias y se imagina —entre el polvo de las montañas y el valle arenoso— el paso del coyote y del conejo, que disputaron con un lanzamiento de piedra ser comido o tener otro día para vivir.El abuelo se lo contó a Delfina: el conejo ganó con la ayuda del canto y para ellos significa que el grande gana hasta que el pequeño quiere… La esperanza para los pai pai recae ahora en la figura que no imaginaban.

Ellas, las que no se quiebran

TECATE.- Norma Meza es la primera mujer indígena que ocupa un puesto en una oficina de gobierno, en el municipio de Tecate, Baja California. Tiene 52 años y 39 años de haber aprendido a hablar español. Al mes que su madre vendió unas gallinas para comprarle zapatos y mandarla a la escuela ya había aprendido “mocho pero aprendí español”. Explica que ellos vienen de la familia “Dumas” y que su apellido es “Mescuich”, que significa lo que no se rompe. El “Mes” lo interpreta como una negación y el “cuich”, explica, es el sonido que se hace cuando algo se quiebra. Son los que no se rompen, los inquebrantables.

Desde su oficina de coordinación de Asuntos Índígenas se ha dedicado en las últimas semanas a encontrar las raíces kumiay. En una hoja blanca tamaño doble carta tiene una línea vertical donde se desprenden los apellidos de las personas kumiay que ya murieron. “Nosotros éramos una nación. Estamos peleando la doble nacionalidad. Cuando cerraron la línea nos quedamos de este lado. Antes cruzábamos. Éramos nación Kumiay”, explica con el puño tocando su escritorio y una voz dura que contrasta con su sonrisa. Su esposo, mestizo, la acusa de ser “coqueta”, ella dice que así son las mujeres kumiay, nunca las van a ver tristes.

También dice que “mujer kumiay que no es gorda es porque debe de pasar mucha hambre”. Camina por la plaza central de Tecate, afuera del Palacio Municipal que un día intentó ocupar y afirma que los “mexicanos” y ella son muy diferentes. “Si yo digo que es café, es café. Si usted me dice que es gris, yo le voy a decir que es café. No puedo cambiar mis ideas ni por mil pesos”. A ella le enseñaron a caminar en la arena caliente, a tomar poca agua porque nunca tendrá suficiente y durante los primeros años de su vida durmió en casas hechas de ramas. No se siente una líder, sino una persona interesada en mantener los usos y costumbres de su pueblo.

“Cuando muere nuestra madre ya miramos que no teníamos con quién platicar el kumiay. Dejamos perder la lengua porque mandamos a los hijos a la escuela, salimos afuera. No lo pensamos. Nos pusimos una meta: enseñar a los nietos”.La mujer kumiay lucha por todo. Por el territorio, la lengua, educar a los hijos. Enseñarles tradiciones, pelear por el territorio porque “un indígena sin territorio no es nadie”. Las hermanas Meza, Emilia, Yolanda, Norma y Aurora, son reconocidas en su comunidad por buscar mantener las costumbres y su lucha por conservar sus tierras. En 2006 los zapatistas, encabezados por el Sub comandante Marcos, viajaron a territorio kumiay con la idea de encontrar solución a las invasiones de empresas en su territorio.

En esos días las zapatistas se sorprendían por ver a mujeres dirigiendo la defensa de sus tierras en Tecate. Se cuenta que algunos líderes, hombres, zapatistas, decían a manera de broma que no se juntaran tanto con las kumiay para que no se “malacostumbraran”. Ellas les enseñaron que las mujeres y los hombres nacieron iguales y que ellas no deben de ir atrás de los hombres: “Somos fuertes y no nos dejamos. Hacemos de todo, hasta el trabajo de los hombres. Somos libres”, expresa Yolanda Meza, quien año con año viaja a San Cristobal de las Casas, Chiapas, para la reunión del Congreso Nacional Indígena. “A los niños les enseño que no se deben de dejar y cómo fuimos despojados. Qué tienen que hacer, cómo. Si nos dejamos, ya no estaríamos aquí. Aunque bien arrinconados, aquí seguimos”.

Ella entiende su apellido, “Mescuich”, de diferente manera: “Es algo que se resiste, se rebela. Que no es fácil de doblegar”. Desde la muerte de su hermana Aurora, hace unos meses, el tiempo corre lento para ella. Dedica los días a la recolección de frutos, hierbas o semillas, depende de la temporada. En su casa están los nietos y su hijo más pequeño, menor de 10 años, que se llevan como hermanos. Piensa que las mujeres son fuertes porque así fueron sus antepasadas, también porque si ellas mismas no se defienden nadie más lo hará. Arrinconadas, pero ahí siguen.