Marichuy, bordadora de las resistencias

Marichuy no es gran oradora. No es histriónica. No se exalta. En ocasiones hasta puede parecer anticlimática. Sus discursos son como una charla ante compañeros o amigos. No pretende desatar pasiones. No busca enardecer a las multitudes. Sin embargo, cuando habla deja en ellas su huella: las conmueve y moviliza.



Marichuy, bordadora de las resistencias
Luis Hernández Navarro
La Jornada

La campaña de María de Jesús Patricio, Marichuy, para conseguir las firmas necesarias para registrar su candidatura a la Presidencia contrasta con la del resto de los aspirantes no sólo por ser quien es, sino por lo que hace cada día.

Las imágenes hablan por sí solas. Mientras personajes como Margarita Zavala o Jaime Rodríguez, El Bronco, convocan a sus adherentes a sumarse a sus filas desde plazas públicas vacías, Marichuy comenzó en territorio zapatista su recorrido para conseguir las firmas necesarias, cobijada por decenas de miles de indígenas. Los Pedro Ferriz y anexos son coroneles autonombrados (y una coronela) a la búsqueda de tropa; en cambio, Marichuy es la representante genuina de una fuerza político-social fuertemente implantada en todo el país, organizando a quienes resisten.

En su recorrido por Chiapas, María de Jesús Patricio estuvo rodeada de mujeres. En un hecho inusitado en la política nacional, fueron mujeres las que le dieron la bienvenida, hablaron en los mítines, fungieron como maestras de ceremonias y concurrieron masivamente a las movilizaciones. En cambio, el sello de la propuesta política del resto de los aspirantes (incluida la de la esposa del ex presidente Felipe Calderón) es fundamentalmente masculina.

Si los viejos políticos que hoy se disfrazan de ciudadanos disponen de cuantiosos recursos económicos que les permiten adquirir sofisticados equipos telefónicos y de cómputo, contratar publicistas y asesores en imagen y emplear personal asalariado para recoger firmas, Marichuy hace su labor con voluntarios (en su inmensa mayoría jóvenes) que no reciben un centavo por su labor, carecen de infraestructura y de dinero para trasladarse.

Entre tanto, los prófugos de PAN, PRI y PRD buscan con desesperación las luces de los grandes medios de comunicación y no se mueven de las urbes, Marichuy recorre el México profundo hilando, con la paciencia y el oficio de las bordadoras, el tejido asociativo de las resistencias.

Lejos de la apacible tranquilidad de quienes apuestan casi todo a los amarres por arriba y a la eficacia de sus equipos de profesionales electorales, la campaña de la vocera del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) camina, como una bola de nieve que crece conforme rueda, improvisando sobre la marcha y sumando adhesiones insospechadas.

Marichuy no es gran oradora. No es histriónica. No se exalta. En ocasiones hasta puede parecer anticlimática. Sus discursos son como una charla ante compañeros o amigos. No pretende desatar pasiones. No busca enardecer a las multitudes. Sin embargo, cuando habla deja en ellas su huella: las conmueve y moviliza.

Su palabra tiene la frescura de lo genuino. Nace del corazón y la experiencia. Surge de su capacidad de escuchar al México de abajo, afinada desde hace décadas. Proviene de una profunda reflexión sobre sus raíces. Cuando toma la palabra en los mítines, ni ofrece ni promete nada. No regaña. No ofrece salvación ni premios. Pero abre horizontes y convoca a hacer posible otro futuro.

Ante la sobreabundancia verbal de los otros aspirantes, María de Jesús Patricio practica la economía del discurso. Sus intervenciones son tan breves como sustanciosas. Les dice algo a los muchos que recién despiertan a la política y sienten que lo que hasta ahora había no los llenaba. En su sencillez, en su autenticidad, encuentran un sentido. En la sorprendente mezcla de su pobreza y su capacidad de soñar ven un instrumento de libertad.

Marichuy es la que es y no pretende presentarse como alguien diferente. Nunca ambicionó ni buscó ser candidata a la Presidencia. No disfruta de los reflectores. Llegó allí porque sus compañeras se lo solicitaron y porque el servir a su pueblo ha calado hasta lo más hondo de sus huesos. Está allí pagando un enorme costo personal para hacer lo que se propone: ser vocera del México de abajo.

Mientras los otros aspirantes se disfrazan de los personajes que sus asesores les sugieren y se someten a la dictadura del marketing para venderse en el mercado electoral como una mercancía al gusto del consumidor, la vocera del CIG se viste como siempre se ha vestido y dice lo que siempre ha dicho. No se preocupa por encuestas. Su propósito es otro: organizar las resistencias y visibilizar el despojo y la humillación que viven los pueblos indios.

Al poner en el centro de su movilización la lucha contra el racismo y por la vida desde los pueblos indígenas y las mujeres, Marichuy y el CIG han comenzado a precipitar el inicio de una insurrección moral de la sociedad. En un país como México, vergonzantemente racista, su iniciativa convoca a vencer la parálisis, la desesperanza y el escepticismo.

Fieles al principio del Congreso Nacional Indígena que estipula subir y no bajar, Marichuy y el CIG caminan cuesta arriba. Cada día, sus afanes anticapitalistas se enfrentan a nuevos problemas. A pesar de ello, no se detienen. Claramente diferenciada de los políticos tradicionales (con o sin partido), su irrupción en la arena pública muestra las potenciales transformadoras de una otra política. Una otra política basada en la congruencia, la ética y la honestidad, como la que María de Jesús Patricio y sus compas han hecho toda la vida.

Twitter: @lhan55