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La candidatura de Marichuy, un delirio


Benjamín Berlanga Gallardo :: 17.11.17

Esta propuesta tiene más que un valor simbólico: la transgresión va más allá. La apuesta es por intentar, por inventar, todos los encuentros que quepan, todos los que sean posibles para conversar, para encontrar lo común, para ponernos juntos a fortalecer una dignidad rebelde, el poder de abajo. Qué es lo que hay en este delirio? ¿El afán de educar al pueblo, de llevarle la conciencia? No. Hay otra cosa, algo que es mucho más que el contenido político de denuncia frente al poder dominante, algo que está como condición de potencia de este intento de práctica política, algo que distingue esta acción de ser un mero deseo de una vanguardia iluminada que quiere “elevar” la conciencia del pueblo: el encuentro, la conversación y la articulación de historias, de otros relatos frente a los impuestos, no es para “curarnos” con ellos ni “para resolver problemas”; de lo que se trata de ir va más allá, de enfrentar esta vida con la fuerza de nuestra palabra, de desafíar esta vida con los cuerpos, con la energía “irracional” de la acción de resistencia, de rebeldía, transgrediendo los límites de la racionalidad establecida, de lo coherente, lo “verdadero”, lo normal, lo permitido, lo que debe ser. La fuerza de la presentación cuando es así, es una fuerza que nos hace sujetos de enunciación, sujetos que nos presentamos para decir nuestra palabra como palabra verdadera que nos verifica como los que estamos cambiando el mundo, que nos articula para hacer lo que nos es común: intentar ya de otro modo el mundo, desde abajo, desde donde somos lo que somos.
¿Es esto un delirio? Pues sí, ¿pero que otra cosa hemos de hacer? ¿Creer en lo que nos dicen? No, ya no. Mejor así: bienvenida Marichuy.


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