¿Por qué firmé por Marychuy?
Ágora
Ronaldo González Valdés
18/11/2017 | 04:06 AM
@RonaldoGonVa
Muy temprano por la mañana, en la Universidad Autónoma de Sinaloa, apenas saliendo de atormentar a mis alumnos de la facultad de Historia, me topé a la salida con dos jóvenes, una mujer y un hombre, repartiendo un volante e invitando a firmar en apoyo al registro de Marychuy Patricio como candidata independiente a la Presidencia de la República. Antes de que me explicaran cualquier cosa, los atajé pidiéndoles que procediéramos de inmediato. Todo muy bien, la App funcionó de maravilla, en menos de un minuto ya había firmado por la compañera Marychuy. Enseguida, respondí a una breve entrevista que, supongo, formará parte de un testimonial de estas inéditas y esforzadas jornadas.
¿Por qué firmé por Marichuy? Me he resistido siempre a la utilización, manida y riesgosa, de esa palabra tan cara a los políticos, antropólogos, sociólogos e historiadores que es “identidad”. La identidad sólo existe en las ciencias formales: a=a, eso es estricta y pulimentada lógica, diría Cortázar. Lo demás es emoción, y cuando uno fabrica una emoción (un miedo, una compasión, una angustia, un coraje, una esperanza) diseña, al mismo tiempo, eso que los historiadores llaman una política del pasado. Como ocurre con las tradiciones, tan inventadas casi todas, se construye una memoria que es fiel a la emoción, al sentimiento, no a la historia, no al hecho histórico. Algo de eso nos dice Cataluña en estos días, algo el fenómeno Trump, algo el Brexit, algo el crecimiento inusitado del partido Alternativa para Alemania en las recientes elecciones en aquel país.
No comulgo con el credo de la identidad, pero, precisamente por eso, entiendo que habitamos un mundo diverso. Y la aspiración a la diversidad, contra las reivindicaciones identitarias exclusivas y excluyentes, supone inclusión y tolerancia a lo diferente, respeto a los que no son como nosotros somos o, mejor dicho, como nosotros imaginamos que somos. La candidatura de Marychuy Patricio puede darle sabor al desabrido caldo de los partidos y los “independientes” entre comillas: Margarita Zavala (que, dicho por ella misma, “todo se lo debe al PAN”) y Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, “el Bronco” (Gobernador de Nuevo León ¡en funciones!, que apenas “guacarió” al PRI en el que militó 33 años).
En su último libro, José Woldenberg escribe a la joven destinataria de sus cartas que una de las causas del desencanto con la democracia es el antipluralismo, es decir, la extendida idea de que el reconocimiento de lo diverso produce caos y desorden social. De aquí a la añoranza, un sentimiento muy característico de nuestros días dice Zygmunt Bauman en su ensayo póstumo Retrotopía, hay un trecho corto. Volver al tiempo pasado idealizado, aunque la realidad de ese tiempo fuera la gobernabilidad, sí, pero autoritaria, sin democracia.
El 27 de octubre, Juan Villoro, impulsor de esta aspiración, comentó que “a mí me gustaría que se sumaran energías porque la idea de este movimiento no es ganar elecciones. No es un movimiento politiquero, no hay ninguna posibilidad de eso”. De lo que se trata, si entiendo bien a Villoro, es de hacer visibles otros temas como la solidaridad, los indígenas, la participación de la mujer, poner en valor otras posibilidades de relación con la naturaleza (Marichuy es, entre otras cosas, profesora de herbolaria en la Universidad de Guadalajara).
No la pensé mucho para firmar por Marichuy. Ella puede cargar de otro modo los debates, los formatos de campaña, el lenguaje y la agenda de discusión en las campañas que están por iniciar. No lo puedo asegurar, pero esperaría, primero, que fuera candidata, y segundo, que, consiguiéndolo, en verdad actúe de acuerdo, no con los siete principios que ha comprometido como aspirante, sino por lo menos con uno de ellos: construir y no destruir. Ya con eso, Marichuy contribuiría mucho al despliegue de una pedagogía política que nuestro aprendizaje democrático pide a gritos.