Otro horizonte político

Tenemos opción. Se llama Concejo Indígena de Gobierno. Se llama Marichuy. No creen en esos aparatos podridos. No intentan tomarlos ni piensan que podrán arreglarlo todo allá arriba. Miran hacia abajo, adonde está la gente. Por eso son opción. Caminan preguntando y sospechan que otro mundo es posible.



Otro horizonte político
Gustavo Esteva
La Jornada

El PRI perdió el Distrito Federal en 1988 porque Salinas no pudo implementar ahí su fraude: sólo logró 30 por ciento de los votos. Otra opción, desde abajo, empezó entonces a cocinarse.

Tras las elecciones se generalizó la sensación de que la ciudad era al fin nuestra y empezó a circular una idea extraña: la propuesta de crear un gobierno alternativo, de gobernarnos desde abajo.

Nos empezamos a juntar. Mucha gente. Un gran dirigente barrial, al que llamábamos El romano porque era de la colonia Roma, nos dijo un día: Hemos sido muy irresponsables. Nos concentramos en el barrio y ahí vamos de gane, decidimos lo que pasa y lo que no pasa. Pero nos olvidamos de la ciudad. Ahora que está en nuestras manos tenemos que ver qué hacemos con ella.

Entraban y salían ríos de gente. Discutíamos hasta el cansancio. Al cabo de tres meses tomó forma un consenso unánime: la ciudad no existe; sólo una mente enferma puede pretender que gobierna democráticamente este monstruo, cuando somos tan diferentes, vamos en direcciones tan distintas, soñamos tan variados sueños… Como de broma, alguien dijo: Nombremos ministros de relaciones exteriores en cada barrio, para que negocien con los vecinos. Lo importante es seguir concentrándonos en el barrio.

Unos arquitectos amigos argumentaron que eso era una tontería. Que la ciudad debía verse como una unidad para poder planear la vialidad y el tránsito y hacer muchas cosas. Otros arquitectos los refutaron. Les hicieron ver que prácticas de urbanismo del siglo XIX como las que usaban creaban los actuales problemas de circulación; las prácticas más avanzadas están cerrando calles y cancelando vías rápidas para mejorar el tránsito. Los planes nacen ahora en los barrios.

Un día habrá que contar en detalle toda esa historia y cómo acabó, cuáles fueron las traiciones y tropiezos que entorpecieron el camino del autogobierno barrial y llevaron al gobierno de la ciudad a personas como Rosario Robles. La historia viene a cuento porque es más urgente que nunca cambiar de escala y de horizonte.

Existen problemas cada vez más graves en la ciudad, en el país, en el mundo. El planeta mismo está bajo amenaza. Ante la magnitud y complejidad de esos problemas, es inevitable ver con escepticismo a quienes creen que un líder carismático o un partido bien organizado podrían arreglar todo eso. Pero si uno carece de esa ilusión, es fácil caer en la confusión, la ansiedad, la desesperación…

¿Cómo arreglar, por ejemplo, el desorden actual del capital? Por muchos años atrapó la fantasía de muchos: entrar a la clase media parecía un sueño posible y atractivo. Quienes formaban esa clase media en expansión pensaban que podían pasar a la clase alta y a lo mejor alguno lograba colarse al 1 por ciento. El american dream parecía real y alcanzable: unos fueron a vivirlo en su lugar de origen y otros aquí, pero se compartía ampliamente la meta de vivir de ese modo.

Todas esas percepciones están rodando en pedazos. Se achica cotidianamente la famosa clase media… lo mismo que el 1 por ciento. La promesa igualitaria, que parecía inherente al capitalismo y muchos se creyeron bajo el lema de la ‘igualdad de oportunidades’, parece hoy ridícula. Tres gringos tienen tanta riqueza material como la mitad de los estadunidenses; el 10 por ciento más rico controla 90 por ciento de la riqueza del planeta…

El capitalismo era un modo de producción. Hoy es un modo de despojo. El capital siempre arrebató; se hizo con puro agandalle. Pero era un modo organizado de producir; la ganancia se generaba produciendo. La actual acumulación sin precedente no tiene ya ese sustento. Por eso pasa lo que pasa.

Los aparatos podridos que aún llamamos Estado y se conquistan mediante procedimientos electorales manipulados y controlados son dispositivos al servicio del capital. Basta analizar las decisiones y políticas que los gobiernos toman en países como México y Estados Unidos para comprobarlo. Parece no haber escapatoria y por eso no hay líderes o partidos que se proclamen anticapitalistas. Los llamados gobiernos progresistas y hasta socialistas de América Latina pactaron con el capital y se ajustaron a sus reglas. Dicen que no hay de otra. En cierto modo tienen razón: allá arriba no hay de otra. Al subirse a esos aparatos, construidos para el control y la dominación, es inevitable agacharse y jugar las reglas que impone el capital globalizado. Los aparatos mismos y la lógica dominante controlan y dominan también a quien cree estarlos manejando.

Pero no es obligatorio o necesario mantener la mirada hacia arriba, depositando la esperanza en algo o alguien que arregle lo que ni siquiera podemos entender, por medio de esos aparatos. Podemos mirar hacia donde estamos y pensar como los simples mortales que somos. Saber que no somos dioses. Y así, mirando hacia abajo, podemos encontrar opciones. Si nos organizamos. Si tomamos en nuestras manos, a nuestra escala, en barrios y en pueblos, nuestro propio gobierno.

Tenemos opción. Se llama CIG. Se llama Marichuy. No creen en esos aparatos podridos. No intentan tomarlos ni piensan que podrán arreglarlo todo allá arriba. Miran hacia abajo, adonde está la gente. Por eso son opción. Caminan preguntando y sospechan que otro mundo es posible.

gustavoesteva@gmail.com