El sueño de la razón
Silvia Ribeiro
21 noviembre 2017 0
Las y los que sostienen la vida
Desinformémonos
Uno de los mayores mitos del sistema dominante es que para alimentar a la mayoría de la población, necesitamos agricultura industrial, con altos niveles de tecnificación, maquinarias, agroquímicos, semillas “mejoradas” y monocultivos. Y que para que la comida llegue a todas partes, necesitamos además sistemas industriales de almacenaje, distribución, transporte, empaquetamiento, venta a gran escala.
Obvian decir que todo eso ya existe, y que aunque se producen a nivel global muchos más alimentos de los necesarios para alimentar a toda la población mundial ahora y en el 2050, hay 800 millones de personas que sufren hambre y otros 3,000 millones que sufren desnutrición y/o obesidad. La cadena industrial de producción y venta de alimentos genera muchos más problemas de los que dice resolver, pero es un gran negocio para las trasnacionales que la dominan. Lucran con la venta de comida –de la cual 75 por ciento es de mala o dudosa calidad nutricional– y además no pagan los daños que ocasionan: por cada peso que pagamos directamente en productos de la alimentación industrial, la sociedad (es decir nosotros en colectivo) paga otros dos pesos para remediar daños a la salud y al medio ambiente.
Todo esto no es de larga data: aunque la agricultura tiene más de 10,000 años, la degradación comenzó hace unos 50-60 años y es en los últimos 30 años cuando se concentró y aceleró la invasión de la comida industrial, al tiempo que las trasnacionales se apoderaban de los principales eslabones de la cadena, desde las semillas a los supermercados. En los anteriores 10,000 años, la agricultura, una creación de mujeres indígenas, fue una fuente de alimentación sana que en la gran mayoría de los casos trabajaba a la par de la naturaleza.
No obstante, pese a la invasión de comida industrial y los daños que provoca, siguen siendo las redes campesinas las que alimentan a la mayoría de la población mundial: las y los campesinos e indígenas, pescadores artesanales, las huertas urbanas y agricultura de traspatio. Con menos de 25 por ciento de la tierra y agua en promedio global, llegan a más del 70 por ciento de la población mundial. También a los que sufren hambre y desnutrición, porque lo poco que éstos llegan a comer no lo pueden pagar y solamente las redes campesinas están dispuestas a compartir alimentos. Pero las redes campesinas son pobres y no tienen suficiente tierra y recursos.
Las redes campesinas son vitales para la sobrevivencia de la mayoría de las personas del planeta y son además los que cuidan el agua, el suelo, los bosques y la biodiversidad además de seguir produciendo una enorme diversidad agrícola y de animales de cría.
Nada de lo que hoy se planta para alimentarnos era igual en el origen: todas las semillas que se cultivan, fueron un proceso de creación colectiva, a partir de plantas silvestres, del diálogo de ida y vuelta entre las campesinas con la tierra, con las semillas y su entorno, con la comunidad. Cuidar el suelo y el agua se hizo parte del mismo proceso, porque no se envenena o destruye la base de lo que nos alimenta. Todas las semillas que la industria reclama haber producido, están basadas en las semillas campesinas, sin las cuales, nada de lo que venden existiría. Por tanto todas las patentes que reclama la industria agrícola son en realidad un robo de bienes comunes, del patrimonio alimentario que crearon campesinas e indígenas, para bien de toda la humanidad, no para privatizarlo.
Otro mito relacionado al de que necesitamos agricultura industrial para alimentarnos, es que es la industria la que es capaz de innovar , y que por el largo proceso de investigación y desarrollo de una semilla, necesitan patentarla para recuperar la inversión. La verdad es que quienes realmente innovan y crean nuevas variedades continuamente, adaptadas a cientos de climas y miles de situaciones geográficas, ecosistémicas y culturales, son las y los campesinos. En los grandes bancos de semillas , existen actualmente más de dos millones de variedades de cultivos campesinos, de más de 7,000 especies. La red campesina maneja además entre 50,000 y 60,000 especies silvestres. Por su parte, la cadena industrial ha registrado bajo propiedad intelectual unas 100,000 variedades de plantas en total. De éstas 56 por ciento no son comida, son ornamentales para la industria de floristería. Del resto, solo han trabajado con 137 especies, pero el 86 por ciento de lo que producen se enfoca en apenas 16 cultivos.
Hay muchos más ejemplos que revelan la falsedad de los mitos que quieren hacernos creer que necesitamos la cadena agroindustrial, algunos de los cuales intentamos develar en el informe ¿Quién nos alimentará? (Grupo ETC, Noviembre 2017). Aún más importante es comprender que los pueblos indígenas y campesinos, en campo y ciudad, sí son fundamentales para el futuro de todos.
Qué además de seguir con la tarea colectiva de alimentar a la mayoría de las personas, están en general en situaciones de acoso y ataque para desplazarlos de sus territorios, tomar su tierra, explotar su agua o envenarla con diversos megaproyectos. Por eso cada acto de resistencia tiene un significado mucho más que local y requiere nuestra atención y solidaridad, pero además, está directamente ligado a la vida de todas y todos.
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Los datos mencionados en este artículo son parte del informe ¿Quién nos alimentará? ¿La red campesina alimentaria o la cadena agroindustrial? (Grupo ETC, Nov. 2017) que se propone contestar 24 preguntas relacionadas a quién produce la comida, quién la basura, quién controla el agua, quién cuida la biodiversidad, quién protege los derechos humanos y otras. Se puede descargar en http://www.etcgroup.org/es/node/5941