Hacedor de líderes, poco devoto, bromista… Albó desnuda su alma
Con mucha picardía y modestia, Xavier Albó relata su vida en el campo, la construcción de CIPCA, su aporte a la democracia y su contribución para que los indígenas sean sujetos políticos.
domingo, 03 de diciembre de 2017 · 12:00:00 a.m.
Mery Vaca / Página Siete
“Quizá por mi forma de ser acepto muchas cosas que otros no aceptarían. Por ejemplo, lo de los gays y lesbianas no me molesta. Mi límite es no utilizar el poder para joder”. Nadie creería que el autor de estas frases es un cura, que además cree en el ecumenismo, es decir, en la convivencia de todas las iglesias cristianas.
Es Xavier Albó, más conocido como El Pajla, un cura bastante atípico, que acaba de publicar Un curioso incorregible, un libro que, según él, es de anécdotas de su vida. En realidad son sus memorias, sazonadas con pícaras anécdotas, y el título no le hace justicia porque este catalán de nacimiento y boliviano por adopción más que un curioso cualquiera es un hacedor de líderes, formador de conciencia social, es un cura revolucionario.
La coautora del libro es Carmen Beatriz Ruiz, quien escuchó los relatos, los grabó y los ordenó hasta conseguir un texto ameno y de fácil lectura.
Igual que Luis Espinal, con quien vivió hasta que éste fue asesinado, Xavier Albó considera que revolución y religión pueden ir de la mano. Para demostrarlo, mientras es entrevistado por Página Siete, levanta el puño izquierdo en alto y hace la señal de la cruz con la mano derecha, al mismo tiempo.
Dice de sí mismo que es “poco devoto”. Prefiere el trabajo de campo que dar misa en un templo y, cuando de todas formas celebra una que otra, lo hace de preferencia en quechua o aymara. Ya lo hacía así cuando los oídos católicos estaban acostumbrados a las misas en latín.
A lo largo de su existencia, no habitó en las casas de los jesuitas, sino en viviendas comunitarias que en un principio eran compartidas con parejas de casados. Una mezcla que, por supuesto, no era bien vista por la jerarquía católica, y ni siquiera por los vecinos del barrio.
En la década del 70 compartió casa con Luis Espinal y otros sacerdotes, pero también con el mirista Óscar Eid y su esposa, con Gloria Ardaya y sus dos hijos. Vivía entonces “encima de dos mujeres”, según cuenta en tono de broma en su libro, puesto que el departamento estaba ubicado en los altos de una fricasería que era atendida por una madre y su hija. La mujer, que seguramente tenía la lengua ágil, insultaba a los niños llamándoles “candeleros”, que en lenguaje popular significaba “hijos de cura”. Albó cortó el atrevimiento con la amenaza de bendecir a la mujer con la mano izquierda.
No faltó el niño de la citada comunidad, que en plena misa llamó “papá” a Albó, lo que empeoró cuando la madre recriminó al pequeño llamándole por su nombre: “Javierito, ven acá”. El pequeño se llamaba nada menos que igual que el cura. Hubo que aclarar la confusión llevando al padre del niño a la misa.
Descurados por amor
En aquella época, cuenta Albó, muchos jesuitas “se descuraron”. Por lo general se enamoraron o empezaron a militar y tuvieron que dejar la sotana, lo cual es un decir, porque no usaban sotana, ni siquiera cuellito blanco desde hacía tiempo.
Albó, en cambio, dice que no se enamoró tanto como para dejar el sacerdocio. “Por mi parte, nunca me he enamorado a fondo, a fondo, ni cuando era joven, no. Un enamoramiento de esos que matan, no”, cuenta en el libro.
Dice no tener tanta sensibilidad para lo femenino y que no tiene problemas en ver a alguna amiga con poca ropa, como le ocurrió con la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui, su amiga, a quien vio a “medio vestir”.
Luego replicaría ese tipo de vida comunitaria en una casa en Miraflores hasta que Espinal fue asesinado por la dictadura de Luis García Mesa.
Sin embargo, Albó no estaba dispuesto a regresar a la convivencia clerical y por eso se fue a vivir a Qurpa, una obra de jesuitas ubicada en Tiwanaku, para finalmente instalarse en su entrañable Jesús de Machaca.
Una cantera de líderes
Viviendo aún en la casa de la Illampu, Albó junto a los jesuitas Luis Alegre y Francisco Xavier Santiago de Pablo, más conocido como Papaco, fundó el CIPCA, el Centro de Promoción del Campesinado. Los tres, que discutían a voz en cuello cuando estaban creando la institución, celebraban cada acuerdo con una copa de whisky que alguien les regaló, estrategia que apuraba la discusión.
Un consenso fue que la institución estuviera en La Paz y que el trabajo de hiciera con campesinos. Para entonces nadie hablaba de indígenas, quienes habían sido convertidos en campesinos por la Revolución de 1952.
CIPCA empezó sin dinero y funcionando en el cuarto del propio Albó, pero pronto se convirtió en un referente en el trabajo en La Paz, para posteriormente expandirse a otros puntos del país.
CIPCA primero y la Fundación Nina después se convirtieron en una cantera de líderes sociales y políticos, que llegarían al escenario público a cambiar el sistema de exclusión que imperaba en el país. Víctor Hugo Cárdenas, Miguel Urioste, Hugo Fernández (exvicecanciller), David Choquehuanca (excanciller), Genaro Flores, entre otros, bebieron de los conocimientos que Albó y otros jesuitas impartieron en esas instituciones, en talleres regados por el campo, en la universidad de la vida.
Por eso, no faltan quienes culpan a Albó y a sus instituciones de buena parte de lo que ocurre en el país, como el texto de la nueva Constitución, de la preeminencia indígena en las normas y hasta del prorroguismo del gobierno de Evo Morales, quien también participó de algunos talleres en Nina.
Viviendo como un indígena
Y, mientras convertía a los campesinos e indígenas en sujetos políticos, Albó vivió como uno de ellos, en medio de la pobreza. Para entenderlos, antes que nada y apenas llegado a Bolivia, aprendió sus idiomas, a tal punto que se convirtió en un estudioso de los mismos, especialmente del quechua, sobre el que versa su tesis doctoral en la Universidad de Cornell.
Bromista como es, Albó se jacta de ser el hombre que más mujeres puso en cinta, refiriéndose a la grabadora con la que registraba las charlas en quechua para su tesis.
Estudió el quechua en Cliza, Cochabamba, en contacto con la gente y viviendo en una chichería. Se enamoró de ese pueblo, donde según dice le enseñaron a “hablar quechua, a tomar chicha y a teñir burros (cuando un poblador robaba un burro lo teñía de otro color para venderlo)”. Para mostrar su arraigo hacia esa tierra dice: “A mí me robaron mi plata, mi corazón y mi honra”.
No fue tan grata su estancia en La Rinconada, por la zona de Achacachi, donde vivió un par de meses perfeccionando su aymara que había empezado a estudiar mientras estaba en Barcelona. Allá, según dice, la gente era menos amigable que en Cliza y cuenta un incidente en el que terminó apedreado.
Su estilo de vida lo llevó a viajar en camión, en tren, en vehículo, en mula y a nado. Se plantó muchas veces, se embarró hasta la cabeza y, por si fuera poco, viajó en un camión “lleno de mierda”, que volvía de dejar unas vacas en Santa Cruz y que se dirigía a Charagua, su destino.
Los baños, en el área rural de aquella época, seguramente eran escasos, por eso muchas veces El Pajla tenía que ir al canchón, donde un perro batía la cola cada vez que un visitante llegaba. Por su dieta, el perro fue llamado Caganovich.
A la hora de dormir, a veces tenía compañía. En algunas ocasiones podían ser pulgas, en otras ratones, en fin.
En cuanto a la ropa, Albó no es nada selectivo. “No soy como otros jesuitas que se cuidan mucho y se compran ropa para lucir”, lanza en tono crítico.
Quién diría que ese hombre, porque de cura tiene muy poco, es un PHD en Filosofía, especializado en sociolingüística. Estudió casi 20 años para ser lo que es, pero fundamentalmente aprendió en las arrugas de los ancianos, como Choquehuanca, pero a diferencia del excanciller, se sumergió también en los libros y mucho.
El Pajla es políglota. El catalán y el español le acompañan desde la cuna. En el colegio aprendió el francés y el inglés; durante sus estudios como jesuita el latín; y ya estando en Bolivia, el quechua y al aymara.
Si bien Albó no militó en ningún partido, se involucró en la lucha por la democracia. Integró la huelga de hambre de las mujeres mineras que terminaría con la dictadura de Hugo Banzer. Es tan modesto que ahora dice que solo concurrió para acompañar a Espinal. La verdad es que estuvo 19 días sin comer y que le quedó una secuela en la voz.
Desde la recuperación de la democracia, su participación en la vida pública fue constante. Hizo estudios lingüísticos, un estudio para validar la papeleta multicolor y multisigno y en cada censo dejó su huella, sobre todo cuando se trataba de identificar a los indígenas de Bolivia.
Sus vicios
Tiene pocos vicios. Alguna vez se fumó un puro, algunos cigarrillos, tomó unos mates de chicha, algunos vasos de cerveza, otros de whisky, pero nada fuera de lo común. Y, como quien sucumbe al imperio, viviendo en EEUU, se hizo fanático de los Kentucky Fried Chiken (pollo frito).
Según cuenta, una vez estuvo “en una casa de putas”, pero sin saberlo. Ocurrió en Toledo, donde fue a visitar a unas vecinas, que, para su sorpresa de él, llegaban a la casa emparejadas.
Albó es un bromista mal hablado, a tal punto que a unas monjas que le preguntaron qué significa CIPCA, les dijo: carajo, hijo de puta, cabrón. Luego supo que las hermanitas se insultaban con la palabra “cipca, cipca, cipca”.
En dos ocasiones estuvo a punto de morir, una vez cuando se resbaló en un seminario internacional desarrollado en Bolivia, lo que, según dice, lo hubiera convertido en “mártir de la antropología”, y otra cuando se subió a una avioneta que se dejaba llevar por el viento en Brasil.
Volver a nacer en Bolivia
Este catalán llegó a Bolivia a los 17 años en 1952, vistiendo sotana y aún con pelo en la cabeza. Aquí, según dice, volvió a nacer porque nunca intentó regresar a su patria, salvo para concluir sus estudios de Teología. De hecho tiene carnet boliviano porque Albó es más boliviano que la chicha.
A sus 83 años, hace poco se convirtió en inca porque durante una operación le abrieron el cráneo para sacarle un tumor, lo que según su bromista modo de ver el mundo es “una trepanación que me convierte en inca”.
El inca Albó tiene una tremenda hendidura en el cráneo, pero no por eso ha perdido la lucidez, la inteligencia y el amor por Bolivia.
Un Cóndor que le incomoda
Albó apoyó al gobierno de Evo Morales porque representaba todo aquello por lo que él había trabajado desde la década del 70. Sin embargo, en el último tiempo adoptó una posición un tanto crítica, sin bajarle completamente el pulgar.
Hace casi dos años fue condecorado por Morales con el Cóndor de los Andes, pero la semana que concluye abrió la posibilidad de devolverle la medalla, tras conocer que el Presidente logró habilitarse como candidato presidencial de por vida.
De hecho, cuando la recibió sorprendió al país con su mensaje que, lejos de ser únicamente de agradecimiento, instó a sumar a la trilogía andina, el ama llunk’u (no seas adulón) y el ama ch’in (no te calles).
Esta posición demuestra su coherencia. Demuestra que Albó no ha cambiado ni un milímetro. Demuestra que Morales es quien ha cambiado y mucho.