La izquierda chilena, junto a la socialdemocracia y al socialcristianismo, gobernó desde el fin de la dictadura, salvo el primer gobierno de Piñera, administrando el modelo extractivista neoliberal, y no le quedaba más camino que avanzar o pasar la pelota a la derecha. Si de avanzar se trata, como dicen todos, este bloque concertacionista no ha avanzado en nada, salvo el aborto y el matrimonio gay, como Mujica en Uruguay, que avanzó con la ley de la mariguana mientras aprobaba la nueva ley minera rechazada por manifestaciones de miles y miles de uruguayos, o sea, con una mano hacía abracadabra y con la otra clavaba el puñal.
Los gobiernos progresistas del continente para no ser derrotados han tenido que pasar a una fase de autoritarismo próximo a las dictaduras, como en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador del correismo. Los recambios por arriba siguen siendo la tónica de quienes quieren cambiar sin cambiar nada y el año entrante esperan ganar alguna cosa en las elecciones presidenciales de México, Colombia y Paraguay. En ese sentido hay que reconocer que los partidarios del status quo han llevado la delantera mostrando y demostrando que las peleas partidarias son parte del show del continuismo. Antes los cansados tomaban las armas y se alzaban las guerrillas, estrategia que hoy día ya no tiene sentido y la contradicción de los pueblos está en seguir bailando al compás de la música del poder o hacer otra sociedad desde abajo con sus propias manos. Los ejemplos de los zapatistas, de los nasa, los kurdos y los mapuche de la ATM, entre otros, nos enseñan que al cambio está, y solamente, al alcance de la mano.
En Chile la victoria fue de la abstención, es decir, de los que se niegan a validar las dos manos del capital: la izquierda y la derecha, independientemente de si la gente elabora, o no, el tremendo discurso. Si ganar es ver quien de los dos postulantes al pequeño círculo inferior al 50% de los votos válidos, eso tiene su truco: la formalización burocrático-institucional de los aparatos de poder, desconociendo absolutamente la democracia, la participación, la asamblea y el autogobierno de la soberanía popular, asuntos que se van abriendo paso paulatinamente desde abajo por todo el planeta y que en Chile tiene bastante retraso, con excepción de las lúcidas reflexiones y prácticas de la Alianza Territorial Mapuche, pero un futuro brillante entre los que abandonaron las esperanza de haya cambios por medio de partidos políticos, por muy radicales o revolucionarios que quieran ser, pues al final termina prevaleciendo la vocación de poder de los dirigentes.
De esa manera la población se encuentra ante dos alternativas visibles, unirse a los partidos del color que sean o distanciarse todos ellos, pues la alternativa de la autonomía comunitaria y los autogobiernos queda apagada entre los medios y la propaganda de todos los colores y debido a que la mayoría de las experiencias alternativas de abajo en los barrios están dirigidas por grupos de afinidad ideológica o partidos rebeldes, todos ellos para asaltar y ocupar el poder o para destruirlo, pero muy pocos han asumido la tarea de hormiga de construir otro mundo, nuevas relaciones, pues así perderían la vocación arrogante vertical dirigista de las elites pensante sobre el pueblo “que no tiene consciencia” según ellos, los iluminados.
Esperamos que esta vergonzosa derrota de 9 puntos de diferencia del izquierdismo oficial y del “alternativo”, el frente amplio que nació para dar oxígeno a la concertación y atraer a todos los críticos que se retiraban por todos lados, en tanto algunos elaboraban teorías y alternativas para las oleadas de estudiantes que venían de las grandes movilizaciones pingüinas del 2006 y universitarias de 2011, sirva de reflexión seria para muchos y que en vez de envolverse en la “oposición” parlamentaria de Piñera o la oposición extraparlamentaria, definan sus esfuerzos y se comuniquen con sus vecinos y compañeros de estudio o trabajo para generar formas propias de relacionamiento, autonomía, autogestión y autogobierno.
Creemos que hoy es posible e incentivamos la disolución y desbandada de las llamadas izquierdas y de los colectivos de afinidad anarquistas o rebeldes, así como okupas, centros culturales y similares para que construyan su territorio y la familia del barrio, ya después podemos ver que intercambien entre ellos, pero hacer antes redes o coordinaciones o similares entre activistas, eso es trampa y sacrificar la autonomía y el común. }
Con Piñera o con Guillier, nada ha cambiado, seguimos por abajo incentivando la profundización y multiplicación de las experiencias comunitarias autónomas, para lo que no necesitamos el estado ni las instituciones, que más bien molestan.