Palestina, las cosas por su nombre: Están envalentonados (pero cada vez más solos)

Una vez más, los aniversarios emblemáticos[1] se vuelven un boomerang para la causa palestina. El último tramo de 2017 se cierra con la indignación internacional derivada de la decisión del gobierno de Donald Trump de trasladar su embajada a Jerusalén, burlándose así del Derecho Internacional y dando la espalda a todas las resoluciones que desde hace exactamente 70 años la ONU ha emitido respecto al carácter abierto e internacional que debe tener esa ciudad santa para las tres religiones monoteístas.



Palestina, las cosas por su nombre
María Landi
31 diciembre 2017 0

Están envalentonados (pero cada vez más solos)

Una vez más, los aniversarios emblemáticos[1] se vuelven un boomerang para la causa palestina. El último tramo de 2017 se cierra con la indignación internacional derivada de la decisión del gobierno de Donald Trump de trasladar su embajada a Jerusalén, burlándose así del Derecho Internacional y dando la espalda a todas las resoluciones que desde hace exactamente 70 años la ONU ha emitido respecto al carácter abierto e internacional que debe tener esa ciudad santa para las tres religiones monoteístas. Como explicamos en una columna anterior, hasta ahora ningún estado había reconocido la soberanía de Israel sobre Jerusalén, precisamente por respetar el ordenamiento internacional (al menos en la forma, aunque en la práctica no hayan hecho nada para frenar los crímenes de Israel y su apropiación de la ciudad).

Mientras la reacción y protesta internacional se hacían oír ante esta decisión unilateral que le da luz verde al régimen sionista para continuar sus políticas de judaización violenta de Jerusalén (Al Quds para la población palestina), el gobierno fascista de Netanyahu celebró ese espaldarazo del amo del mundo redoblando su orgía de crímenes contra los derechos humanos. Si bien eso es moneda corriente en los territorios ocupados, quienes conocen la ‘sensibilidad’ sionista pueden percibir los cambios de ritmo en sus prácticas represivas. Hay una palabra hebrea para la insolencia y el exceso de atrevimiento: chutzpah. El régimen de Netanyahu ciertamente está viviendo un momento de chutzpah, y no es para menos.

Pero esa insolencia tiene también un componente de ceguera política que podría volverse en su contra. Haciéndose eco de la indignación mundial, este mes la ONU manifestó su rechazo a la decisión unilateral de Trump en dos oportunidades: en el Consejo de Seguridad, 14 de los 15 miembros votaron una resolución condenatoria, que finalmente no prosperó por el veto estadounidense (usado por 43ª vez a favor de Israel). Poco después, la Asamblea General aprobó la misma condena por 128 votos a favor, 9 en contra y 35 abstenciones[2]. A pesar del bullying y las amenazas de dejar sin fondos a la ONU y a los países que votaran en contra, solo 7 de 193 países votaron a favor de EE.UU. Visiblemente furiosa por el doble traspiés diplomático que dejó en evidencia la soledad de Israel y su siervo incondicional, la representante de EE.UU. en la ONU, Nikki Hailey, no perdió la oportunidad de amenazar a todos los miembros de la comunidad internacional por semejante ‘desobediencia’: “Estados Unidos no olvidará este voto”, aseguró.

Mientras esto ocurría en la escena diplomática, el régimen militar israelí respondía de la única manera que sabe hacerlo: desplegando una sangrienta ofensiva sobre la población palestina. Apenas en pocos días, 15 jóvenes (algunos menores de edad) fueron asesinados por el simple hecho de manifestar contra la decisión del gobierno de Trump sobre Jerusalén. Uno de ellos fue Ibrahim Abu Thuraya (29), amputado de ambas piernas (desde el ataque israelí de 2008 sobre Gaza) y en silla de ruedas, a quien le dispararon en la cabeza. Según la Media Luna Roja Palestina, 3.600 personas (incluyendo varios niños) resultaron heridas en las protestas, varias de ellas con lesiones severas, como pérdida de la visión, fracturas de miembros, balas alojadas en el cerebro, etc. A esto le sucedió una ola de arrestos de connotadas activistas sociales que integran los comités de lucha popular no violenta en varias localidades de Cisjordania.

La detención más notoria de ellas fue la de la mediática adolescente Ahed Tamimi (16) y otras tres mujeres del poblado Nabi Saleh: su madre Nariman, su tía Manal y su prima Nur[3]. Ahed y Nur fueron detenidas bajo la acusación de ‘agredir’ a los soldados que entraron armados a guerra en su hogar y su aldea para reprimir la protesta que estalló después de que un francotirador israelí le disparara a la cabeza e hiriera gravemente a su primo Mohammed (14). Nurimar fue arrestada cuando concurrió a la sede militar para indagar por la suerte de su hija, y Manal fue detenida por protestar ante la prisión militar de Ofer donde se encuentran sus familiares. Pocos días después también fueron detenidos los dirigentes sociales Munther Amira (Belén) y Jamil Barghouti (Ramala). En Belén, el ejército israelí reprimió las protestas como de costumbre: inundando de gas lacrimógeno todo el campo de refugiados de Aida y arrestando a una decena de jóvenes en una sola noche. En solo tres semanas de diciembre, las fuerzas de ocupación detuvieron a más de 600 palestinos y palestinas (una tercera parte, menores de edad).

La pregunta al cierre de este año es: ¿hasta cuándo permitiremos que Israel continúe desafiando impunemente una resolución de la ONU tras otra, e ignorando todos y cada uno de los tratados del Derecho Internacional? Los 128 estados que votaron en la Asamblea General condenando la movida de Trump tienen la obligación moral y política de traducir su posición diplomática en acciones concretas que tengan un impacto real sobre el terreno. De lo contrario nada cambiará para la acosada y perseguida población palestina de Al Quds/Jerusalén: la revocación del permiso para vivir en su ciudad natal, la demolición de viviendas, el desalojo forzado, la discriminación y negación de derechos civiles y de servicios urbanos mínimos, la violencia de los colonos y de sus fuerzas de ocupación –en una palabra: la limpieza étnica– continuarán en esa ciudad que constituye el corazón de la historia y la identidad palestinas, a las que Israel quiere borrar de la ciudad. Y la suerte del pueblo palestino en el resto de su territorio histórico y en el exilio tampoco cambiará.

Quienes nos solidarizamos con la causa palestina debemos canalizar nuestra rabia y convertir en energía creativa nuestra impotencia ante esta nueva aberración. Ahora que la última máscara ha caído y ya nadie puede aceptar a EE.UU. como un ‘mediador neutral’, ni esperar que algún día Israel esté dispuesto a ceder un palmo del territorio apropiado; ahora que queda bien claro que ni uno ni otro tienen la menor intención de permitir la existencia de una Palestina soberana, ni en el Este de Jerusalén ni en ninguna otra parte del territorio, la única respuesta posible es apoyar la legítima resistencia palestina y redoblar las acciones de boicot para que el precio de mantener este inadmisible statu quo sea cada vez más alto.

En palabras de Haidar Eid (académico de Gaza y dirigente del BDS en Palestina), “Tenemos que trabajar para hacer de éste nuestro momento sudafricano, intensificando el BDS (…) en un plan de acción que lleve el Boicot, la Desinversión y las Sanciones como antorcha y guía hacia la paz con justicia en Palestina. Es hora de deshacernos de la racista ‘solución de dos estados’, renunciar a los Acuerdos de Oslo y forjar una alternativa democrática que no niegue la humanidad de quienes habitan en toda la Palestina histórica, independientemente de su religión, raza y género”.

Por otro lado, todo esto se da en un contexto regional de profundización de las relaciones entre Israel, EE.UU. y Arabia Saudita, siempre con el objetivo último de derrotar a su archienemigo común: Irán, y afianzar así su dominio sobre Medio Oriente. Pero en el camino hay un obstáculo no menor: Hezbollá, aliado de Irán y Siria, y la única fuerza militar con capacidad y voluntad de enfrentar a los sionistas en su vecindario (y que ya supo infligirles un par de derrotas destacables). Algunos analistas advierten que hay señales claras de que Israel –que no puede vivir sin la guerra, pues está en su ADN y es su principal fuente de lucro– estaría preparándose para iniciar una nueva y feroz ofensiva contra el Líbano, precisamente para acabar con la amenaza de Hezbollá. Si esto ocurriera, será hora de que el olvidadizo –y permisivo– Occidente recuerde quién es el primer y principal factor de desestabilización en esa convulsionada región; y que no habrá paz mientras ese matón caprichoso continúe violando los derechos fundamentales de doce millones de palestinos/as e imponiendo su dominio mafioso sin pagar ningún precio por ello.

[1] Como hemos señalado en columnas anteriores, en 2017 se conmemoraron 100 años de la Declaración Balfour, 70 años del plan de partición de Palestina, 30 de la ‘primera’ intifada y 10 del bloqueo a la Franja de Gaza.

[2] Además de EE.UU. e Israel, votaron en contra países de insignificante dimensión, como Islas Marshall, Micronesia, Nauru, Palau, Togo, y –vergonzosamente– Honduras y Guatemala (que en un inaudito acto de servilismo ya anunció el próximo traslado de su propia embajada a Jerusalén). Además, entre los países latinoamericanos y caribeños, 10 se abstuvieron y otros 16 votaron favorablemente la resolución de condena al gobierno de Trump.

[3] Al momento de escribir esta columna, todas permanecen detenidas esperando la decisión de los tribunales militares israelíes, que tienen una tasa de condena del 97 por ciento.