2000 para Marichuy
enero 12, 2018 9:29 am por Juan Villoro
etcetera.com
Pertenezco a una asociación civil con un nombre tan largo como su lucha: Llegó la Hora del Florecimiento de los Pueblos. Nos conformamos para apoyar la candidatura independiente de María de Jesús Patricio, “Marichuy”, a la Presidencia de la República. No buscamos el poder ni beneficios derivados de componendas con los partidos, sino lograr que los pueblos originarios puedan expresarse a través de su vocera.
Firmar para que Marichuy participe no implica, necesariamente, votar por ella en la boleta, sino ampliar la discusión democrática. Uno de nuestros lemas es: “Firma por Marichuy/ Vota por quien quieras”.
Desde 1996, el Congreso Nacional Indígena comenzó a articular a pueblos de distintas procedencias y tradiciones. El mosaico indígena no es un frente monolítico, sino un entorno plural que se ha propuesto metas comunes. Esto hubiera sido imposible sin el levantamiento zapatista que en 1994 sacó el tema indígena de los museos y lo puso en la agenda de la modernidad, pero el CNI sigue un cauce propio.
Juan Rulfo, que nació en Sayula y creció en San Gabriel, conoció los rumbos de Tuxpan, Jalisco, la tierra de Marichuy, donde hasta la fecha se ejerce la explotación feudal de la mediería (los campesinos sin tierra cultivan la mitad de los plantíos de un patrón y reciben un porcentaje discrecional de la cosecha). No es casual que Rulfo haya escrito, y prácticamente dirigido, una película breve, de extraordinaria poesía visual, cuyo título resume la condición del campo mexicano: El despojo.
Nuestro mundo rural: tierras comunales arrebatadas; una reforma agraria ineficaz y demagógica; litigios que duran cien años. La causa de Marichuy comienza en ese entorno, pero lo rebasa con creces. Oponerse a la minería a cielo abierto que contamina los ríos en beneficio de compañías extranjeras tiene que ver con la recuperación de los recursos, pero también con la protección de la ecología y la biodiversidad y, más aún, con la soberanía.
En tiempos de la Revolución, sólo el veinte por ciento de la población vivía en las ciudades. Esa proporción se ha invertido y buena parte del campo se ha transformado en un yermo donde “trabajar” significa migrar al extranjero. La fantasmal Luvina de Rulfo es, en la geografía real, un pueblo de la sierra mixe donde no hay jóvenes porque todos se van al “otro lado”. Ese país vaciado es escenario del narcotráfico, las pistas clandestinas de aterrizaje, las fosas comunes.
Recuperar el control del territorio pasa por acatar las iniciativas de quienes lo conocen mejor que nadie. Estamos ante un asunto de seguridad nacional y protección del patrimonio que no puede ser ajeno a nosotros. En Chiapas le oí decir a un indígena: “Imagínense lo que pasaría si México se quedara sin cilantro. Eso somos nosotros: el sabor del cilantro”.
En México, Emmanuel Macron jamás habría llegado a la Presidencia. Carecemos de las facilidades de participación ciudadana de Francia. Necesitamos 867 mil firmas repartidas en al menos diecisiete estados (y en cada uno de ellos debemos obtener el uno por ciento del padrón electoral). A esto se añade la dificultad impuesta por el INE: una aplicación que debe ser descargada en un celular de gama media, lujo inaccesible para los pobres. Como auxiliar de Marichuy, he tenido que sortear los trucos que dificultan recabar firmas. Por ejemplo, un rubro dice “número de emisión”. La credencial de elector incluye la palabra “emisión” y una fecha, ¡pero ese no es el “número”! Hay que buscar los dos dígitos que, tímidamente, están al lado.
Y sin embargo, seguimos. Acabamos de lanzar la campaña “Los 2000 de Marichuy” en busca de nuevos brigadistas. Si cada uno consigue 500 firmas, habremos hecho el milagro. Para registrarse hay que ir al sitio suvozesmivoz.mx. En tres días ya se apuntaron 500 (y los héroes de las Termópilas sólo fueron 300).
Tenemos un mes y una semana para medir nuestra esperanza. No es mucho, pero México le ha dado rango épico a la impuntualidad. Cuando firmamos en la notaría para crear la A. C., uno de nuestros vocales estaba en la carretera. Era el último día y cerraban en media hora. Se produjo un silencio de fin de mundo hasta que la notaria, que acababa de conocernos, dijo: “Me quedo hasta que llegue”.
Ya lo dijo el filósofo: “No hay que llegar primero sino hay que saber llegar”.