La operación de Turquía en Afrín atiza el avispero sirio
La guerra civil en Siria se ha convertido en un conflicto internacional en el que los locales importan cada vez menos, según los expertos
Adrià Rocha Cutiller
Gülbaba - Sábado, 27/01/2018
AFP
Por la carretera de Gülbaba, al otro lado de la frontera del cantón de Afrín, pasan cada día los tanques llenos de soldados turcos que van a Siria. Las caravanas, normalmente, van en una dirección: hacia el frente, hacia la batalla. Allí, junto con soldados opositores sirios, Turquía está llevando a cabo una ofensiva terrestre y aérea para echar a las milicias kurdas de la región siria, un sitio donde, hasta hace poco, no había habido nunca disparos.
La guerra de Siria, que parecía que estaba cerca de acabar, se complica. Turquía y las otras potencias que tienen presencia en la región —Estados Unidos, Rusia, Irán y Arabia Saudí— la han convertido en un juego, en un pulso.
El martes por la noche, mientras un grupo de catorce blindados cruzaba Gülbaba en dirección a Siria, Mehmet, junto con los demás chicos del pueblo, los saludaba y vitoreaba.
Pueblo empobrecido
A Gülbaba, un pueblo de contrabandistas de tabaco y aceite, sin embargo, la operación militar en Afrín no le ha hecho ningún bien. «Desde hace unos meses, cuando el Gobierno puso el muro, el pueblo se ha empobrecido mucho. Antes era bastante rico», explica Mehmet, a quien, como a la mayoría de los turcos, le gusta la ofensiva.
Pero Mehmet le pone sus matices: «El Gobierno dice que la intervención será corta, pero la operación Escudo Protector del Éufrates del año pasado tardó muchos meses en completarse. Y eso que Jarabulus es mucho más pequeña que Afrín. Creo que tardarán, como mínimo, medio año en conquistarla», explica Mehmet, que en la semana que llevamos de ofensiva se ha acostumbrado a escuchar, cada cinco minutos, los disparos de la artillería turca por encima de las montañas. Por encima de su casa.
Cada día que pasa los bombardeos sobre Afrín se intensifican: el Gobierno turco, apoyado por su sociedad civil, presiona cada día más. Tanto Ankara como las milicias kurdas, las YPG, envían más tropas a luchar. Y, mientras tanto, la retórica y las soflamas belicistas aumentan.
Malas relaciones
Con esta ofensiva, Turquía pretende crear una franja de 30 kilómetros al sur de su frontera. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, según asegura él mismo, está dispuesto a hacer lo que sea por no compartir frontera con las YPG, una milicia kurdosiria con vínculos con la guerrilla del PKK, calificada de terrorista por EEUU, la UE y Rusia. Esta guerrilla lleva en guerra con Ankara desde los años 80. El conflicto ha costado la vida a varias decenas de miles de personas.
Pero las YPG son el aliado de EEUU en Siria: la operación militar en Afrín está destruyendo las relaciones entre Washington y Ankara, países, en teoría, aliados de la OTAN.
Trump y Erdogan hablaron por teléfono este miércoles por la noche, pero la conversación, lejos de calmar los ánimos y acercar posiciones, pareció dinamitar la relación. Según un comunicado de la Casa Blanca, Trump le dijo a Erdogan que Turquía utiliza retórica «destructiva y falsa».
Pero Ankara lo niega. «El presidente Trump nunca usó esas palabras. Solo dijo que las críticas del Gobierno turco a EEUU causan preocupación. El presidente Erdogan le contestó que son sus políticas de apoyo a las YPG las que causan ira en Turquía», dijo a la prensa una fuente oficial turca. «Nuestra confianza con EEUU está dañada», explicó el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu. Este sábado, Turquía afirmaba haber arrancado el compromiso de EEUU de dejar de suministrar armas a la milicia kurda e instaba a Washington, que guardaba silencio, a retirar sus tropas de la ciudad de Manbij.
Reparto
Ya lo hizo en el 2016 con la operación Escudo Protector del Éufrates y lo hace ahora en el cantón de Afrín.
«Al expandir su zona de control en el norte de Siria, Turquía tendrá aún más influencia en el futuro del país», explica el analista estadounidense Nicholas Heras, experto del Centro para una Nueva Seguridad Americana.
El futuro de Siria ya no se juega en Siria: se juega en los despachos presidenciales de Washington, Moscú, Teherán, Riad y Ankara. «El conflicto —explica Hassan Hassan, un analista sirio radicado en Londres— ya no está en manos de las facciones locales. Se ha convertido en un asunto internacional. Ahora se trata de diferentes países que pactan y luchan entre ellos. Lo que piensen los locales ya no importa».
Y esto, según explica, puede ser tanto bueno como malo: «Las potencias podrían forzar a las partes a llegar a acuerdos que antes, cuando el conflicto era más caótico, eran imposibles. Pero si los acuerdos son modelados como en el escenario actual en el norte de Siria (Afrín), esto indudablemente causará nuevas heridas y más guerras civiles dentro de las que ya existían».