¿Puede haber varones anti-patriarcales?
Raúl Zibechi
12 febrero 2018
Desinformémonos
Dos años atrás le formulé esta pregunta a María Galindo, en la casa de Mujeres Creando en La Paz. La carcajada debe haber resonado hasta El Alto, trepado por las laderas de la hoyada, deambulado por el altiplano. En fin, se rió un buen rato. Ya más serena, dijo algo que me pareció de sentido común desde el alma y el cuerpo de una mujer feminista lesbiana en un mundo de machos: sólo si se atraviesa una crisis profunda.
Ahora que se acerca la jornada de lucha del 8 de marzo, cuando se multiplican las asambleas de mujeres para preparar el paro y las movilizaciones, sientola necesidad de volver sobre algunas preguntas: ¿Puede haber varones no patriarcales? Otra mas compleja aún: ¿Podemos los varones ser feministas? Creo que son dos actitudes diferentes. La primera, podemos debatirla. La segunda deberíamos descartarla, por lo menos tal como viene formulada en la pregunta.
Los varones podemos simpatizar con el feminismo, pero otra cosa es asumir que podemos serlo. ¿Pueden un banquero o un empresario ser comunistas? Podrían, siempre que se desprendan de sus bienes materiales y se ganen la vida trabajando. Claro que estamos hablando de cuestiones materiales, que van y vienen, pero en el caso del patriarcado es muy diferente ya que las relaciones de opresión no se resuelven de una manera tan “sencilla”, digamos, como desprenderse de fábricas, casas y campos.
Quisiera afinar las preguntas. ¿Qué hacemos con el privilegio masculino? ¿Cómo me desprendo de los privilegios de ser varón ante las mujeres? Se trata de privilegios similares a los que tenemos los varones blancos (o las mujeres blancas) en las comunidades indígenas o en las quilombos/palenques negros. Esa asimetría nunca desaparece, salvo que uno se integre a vivir largo tiempo en la comunidad, como uno más, en todos los aspectos de la vida. De todo modos, si algún día sale de la comunidad, se reintegra sin problemas al mundo del que viene.
Siendo varones bancos heterosexuales, los privilegios se multiplican. ¿Entonces?
Aquí vuelvo a la frase sonora de María Galindo. Sin crisis no hay cambios. Por lo menos algunos cambios, que nos acerquen a una sensibilidad que nos permita conectar con el dolor de ellas, con la permanente y brutal (o sutil) humillación de cada día, cada minuto. Si no sentimos el sufrimiento de las violadas, de las despreciadas, de las acosadas en nuestra piel, aunque sea un tantico, ¿de qué cambio podemos hablar? Porque en el mundo de hoy, pareciera que basta con usar las palabras adecuadas, los términos políticamente correctos, para ya no ser parte del mundo de los opresores.
Por eso la crisis es necesaria. Porque de-construir el lugar del varón opresor no es una cuestión teórico-académica; porque no alcanza con acudir a las marchas del 8 de marzo; porque no es suficiente con asumir una parte de las tareas domésticas.
Llegados a este punto, quiero decir: No tengo la menor idea de cómo podemos salir del lugar de opresores. No hay una línea ni un camino a seguir, sino modos de vivir y de sentir a ser creados. Sin hacernos trampas. Crear es siempre incierto, porque nunca podemos anticipar resultados. Por eso crisis. Porque se trata de salir de un lugar, algo ya de por sí difícil, pero sin saber dónde colocarse, en qué lugar estar, cómo moverse. En las marchas de mujeres acostumbramos colocarnos al final, o al costado en las banquetas. Un primer movimiento. ¿Luego?
Por mi experiencia en el mundo indígena y negro, sólo puedo decir que se trata de caminar en puntas de pie, sin hacer ruido, siempre en los lados, nunca en el centro. Trabajar el ego en cada segundo, en cada movimiento, con cada poro y cada deseo.
Cada vez que he preguntado a alguna compañera “qué debemos hacer”, aparece un gesto de incertidumbre. Ellas tampoco saben qué lugar podemos ocupar los varones que no queremos ser patriarcales, ni en la vida cotidiana ni en los espacios colectivos comunes. Esto debería ser un acicate para salir del lugar heredado, algo así como caminar con los ojos vendados, sabiendo que habrá tropezones, caídas, lastimaduras….y que, probablemente, en algún momento aparecerá una mano que nos apoye. ¿Qué más podemos pedirle los opresores a la vida?