El estatismo le ha jugado en contra a la izquierda española, y la ha jugado a favor a la derecha.

El afán de controlar los estados lleva a las izquierdas a empantanarse cuando se habla de pueblo, nación, autonomía e independencia. Podrían aprender de los kurdos a confiar más en la autonomía comunitaria y su federación horizontal que en el aparataje estatal.



OPINIÓN
La izquierda ausente
La habilidad de Podemos de convencer a sus votantes parece haberse desvanecido con la crisis catalana
El País
LLUÍS ORRIOLS
27 FEB 2018 - 22:38 CET

La mayoría de encuestas publicadas a lo largo de las últimas semanas indican que la política española se adentra a una nueva etapa marcada por la pugna entre Ciudadanos y el PP. Según el barómetro del CIS de enero, Ciudadanos está empezando a romper con la tradicional hegemonía del PP en el espacio de la derecha. Se trata de una novedad muy relevante, pues hasta fechas recientes la competencia entre estos dos partidos se concentraba esencialmente en el espacio de centro.

Si el PP ha logrado mantenerse como el partido más votado a lo largo de estos últimos años ha sido precisamente por su capacidad de mantener unas excepcionales tasas de lealtad entre el electorado de derecha. Pocos meses atrás, este partido lograba algo más del 80 por ciento de los votos de ese espacio ideológico, una cifra que se reducía a apenas el 8 por ciento en el caso de Ciudadanos. Sin embargo, los últimos barómetros del CIS indican que la derecha está dejando de ser un coto privado del PP. A lo largo de los últimos meses la capacidad de atracción del partido de Albert Rivera en este espacio se ha multiplicado por tres.

Así pues, el grado de competición en el espacio de la derecha se encuentra en los niveles más activos desde el colapso de UCD a inicios de los años ochenta. Sin embargo, el protagonismo de izquierda en la política española parece estar en mínimos históricos. Desde la irrupción de la crisis catalana en septiembre del año pasado, el PSOE ha decidido ponerse de perfil, cerrar filas con el gobierno de Rajoy e intentar hacer el menor ruido posible. Esta estrategia tiene su lógica. Los socialistas son plenamente conscientes que entrar activamente en el debate identitario acarrea importantes costes electorales, al menos a corto plazo. El PSOE aprendió esta dolorosa lección tras la confrontación que mantuvo con el PP durante el proceso de reforma del Estatut impulsado por el Presidente Rodríguez Zapatero.

Cuando el nacionalismo y el modelo territorial cobra protagonismo en la agenda política, la izquierda suele padecer un desgaste electoral. Las cuestiones relacionadas con la descentralización autonómica generan un gran consenso entre el electorado de derecha, pero dividen enormemente a la izquierda. Si excluimos Cataluña y el País Vasco, los españoles de izquierda están divididos a proporciones muy similares entre los que prefieren más poderes para las autonomías y los que prefieren lo contrario. En cambio, entre la derecha, impera el consenso: la preferencia por potenciar las autonomías es prácticamente inexistente entre este último electorado. Es por este motivo que cuando el campo de batalla se dirime en torno a la necesidad de emprender procesos de descentralización, los partidos de izquierda acaban provocando el enojo de una porción de su electorado.

Podemos aprendió esta lección más tarde. Inicialmente, esta formación logró cambiar las preferencias de una porción importante de sus votantes y acercarlas a posturas más favorables a fortalecer el autogobierno de Cataluña. Según los datos del GESOP del año pasado, una gran mayoría de sus votantes (alrededor de tres cuartas partes) simpatizaba con la celebración de un referéndum de autodeterminación como fórmula para resolver el conflicto catalán. Se trata de unas cifras muy elevadas que dan cuenta de la excepcional capacidad que ha tenido Podemos de liderar la opinión pública en los últimos tiempos.

Sin embargo, esta habilidad de Podemos de convencer a sus votantes parece haberse desvanecido por completo tras haberse desatado la crisis catalana el pasado septiembre. Desde entonces, los votantes de Unidos Podemos se han movido hacia posturas más favorables a un proceso de recentralización. Además, las encuestas siguen mostrando un desgaste en la intención de voto a Unidos Podemos. Ante esta coyuntura tan adversa, Podemos parece decidido a tomar un perfil más bajo en esta cuestión.

No hay duda de que un cálculo en términos exclusivamente de rendimiento electoral a corto plazo aconsejan a los partidos de izquierda a rehuir de los temas relacionados con el nacionalismo y el modelo territorial. Sin embargo, tal pasividad puede acabar resultando contraproducente a medio y largo plazo, pues permite a PP y Ciudadanos apropiarse de una cuestión tan importante como es la organización territorial del Estado.

En definitiva, a pesar de que nuestro país sufre la peor crisis política de las últimas décadas, la izquierda ha renunciado a ejercer un papel activo desde la oposición, dejando vía libre al gobierno de Rajoy. Este es el escenario político tras la erupción de la crisis catalana: una izquierda ausente y un centro-derecha compitiendo al alza en el terreno identitario.

Lluís Orriols es profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid.