México; Las fiestas del maíz y la resistencia

Porque hacer milpa es un acto de resistencia, los mayas de la península de Yucatán celebran la semilla con siete fiestas que tienen como columna vertebral la organización y la autonomía.



Los de Abajo
Las fiestas del maíz

Gloria Muñoz
La Jornada

Porque hacer milpa es un acto de resistencia, como lo muestra la película El maíz en tiempos de guerra, de Alberto Cortés, los mayas de la península de Yucatán celebran la semilla con siete fiestas que tienen como columna vertebral la organización y la autonomía. Se trata de la celebración de su existencia como pueblos, más allá de los festejos majestuosos diseñados para turistas que llegan a conocer su cultura milenaria. Ellos y ellas son presente, y su soberanía sigue dependiendo del maíz, la calabaza, el frijol y el resto de cultivos que les dan identidad.

La ruta de los chenes, en Campeche, está repleta de monocultivos que llegaron, en su mayoría, de la mano de las migraciones de menonitas que vinieron del norte del país y se asentaron en la península. Son ellos los que ahora pueblan los hospitales de las ciudades, pues la siembra de cultivos transgénicos deteriora su salud y, por supuesto, la de quienes consumen sus productos y viven en los alrededores de los suelos contaminados. Algunas comunidades mayas han cedido también al uso de pesticidas, otras han rentado sus tierras, pero muchas más continúan organizándose para defender su semilla y sus formas organizativas. De ahí el origen de las fiestas del maíz.

También conocidas como ferias de semillas nativas, estas celebraciones son antecedidas por un proceso comunitario que las une y organiza. En Hopelchen, la asociación Ka Kuxtal Much Meyaj promueve la fiesta cada año. Asambleas, reflexiones y compromisos preceden al intercambio de semillas entre campesinos. Por supuesto que no sólo se trata de intercambiar unos granos por otros, sino de intercambiar experiencias, técnicas, modos y consejos para revitalizar las milpas, de tal modo que en la feria no se ofertan semillas como mercancías, sino saberes comunitarios que les permitan seguir existiendo como pueblos.

La resistencia está en saber escuchar a la tierra, decía el compañero John Berger desde la campiña francesa, y aquí es justo lo que se hace para defender el maíz y su identidad. Por eso la fiesta inicia con una ceremonia maya, verdadera y profunda, en la que se establecen compromisos, permisos y peticiones.

Una demanda colectiva detiene la siembra de maíz transgénico en todo el país. Pero en el sur, como en el resto de la nación, la amenaza es latente. El dique es frágil y por eso las comunidades continúan resistiendo ante el crecimiento de la agroindustria. Y lo hacen de la única manera posible: haciendo milpa y rechazando las semillas modificadas y el uso de agroquímicos. No es fácil.

Respetar su forma de vida y sus derechos como pueblos originarios es lo mínimo que exigen.

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