Los nichos eco-sociales de las ciudades

Excelente análisis del ser y del devenir de las ciudades, realidad escondida por los instrumentos del poder y por quienes disputan los cargos de su ejercicio. Habrá que estudiar más el asunto, abrir debates y, sobre todo, se trata de que la autonomía del protagonismo social asuma plenamente la ciudad como una parte compleja del todo que está siendo destruido por el extractivismo, destrucción que forma parte de los programas de las derechas y de las izquierdas, o sea de todos los gobiernos derivados de partidos políticos, situación a la que hay que ponerle fin si queremos en serio salvar el planeta y emancipar la vida retirándola de la camisa de fuerza del tinglado.



marzo 05, 2018

Los nichos eco-sociales de las ciudades

Raúl Prada Alcoreza

Como dijimos en un ensayo anterior[1], se puede considerar a las ciudades como nichos eco-sociales, desde la perspectiva de la complejidad, haciendo redundancia en el concepto de nicho ecológico, del que formaría parte el nicho eco-social. Las ciudades, sobre todo, las ciudades modernas, no pueden explicarse solo como acontecimientos sociológicos, menos como acontecimientos económicos; las ciudades no se desentienden, no pueden hacerlo de las territorialidades donde están involucradas, tampoco de los ecosistemas, a los cuales pertenecen. Ls ciudades no solamente forman parte de las cartografías urbanas, incluso de las geografías políticas, sino que, en cuanto son conformaciones complejas de entrelazados circuitos sociales, involucrados en ciclos vitales, forman parte de sistemas de vida complejos. La complejidad de estos nichos eco-sociales se incrementa con las llamadas metrópolis; pues, en este caso, la densidad del nudo urbano llega a insidiar preponderantemente en las composiciones del ecosistema, a tal punto que puede desequilibrarlo, quizás, mejor dicho, descuajeringarlo, rompiendo toda posibilidad de armonización. Es entonces indispensable, volver a estas problemáticas urbanas y de las ciudades, trabajadas por la sociología, también por la economía, también por la historia.

Las concentraciones poblacionales de las ciudades modernas no solo tienen que ser atendidas como fenómenos de un tipo de formación económico social y de un modo de producción, el capitalista, sino que funcionan como entrelazamientos complejos de circuitos, no solo demográficos, sociales y económicos, además de culturales, sino que, al entreverarse y formar nudos complejos, dan lugar propiamente a lo que denominamos nicho eco-social. Esta concentración demográfica, por cierto, densa y compleja, vive como palpitante nicho, conformado por nudos, que articulan tejidos y circuitos sociales, afincados en espesores territoriales. Las ciudades respiran, consumen agua, además de las formas de energía, tecnológicamente administradas; entonces, define sus interdependencias con lo que comúnmente se llama medios ambientes, mejor dicho, entornos; empero, lo más adecuado es llamarlos ecosistemas. Por lo tanto, la primera consecuencia que debemos sacar de estas situaciones de interdependencia, es que las ciudades no pueden desentenderse de sus ecosistemas. Si lo hacen como suele ocurrir, como un comportamiento generalizado de las gobernaciones municipales, departamentales y nacionales, es que estas instancias muestran palpablemente su desajuste respecto a la problemática ecológica. Estas instancias administrativas y políticas, administran recursos, definen políticas, basadas en normas y en leyes; empero, están lejos de gobernar; no hablamos aquí del término más restringido de gobierno, el de la política institucionalizada, sino que recurrimos al sentido propio del término, gobernar fuerzas. Las fuerzas involucradas, no solo sociales, correspondientes a la sociedad humana, sino la orgánicas y las relativas a los ciclos vitales, las exceden en demasía, a estas instituciones pretensiosas.

La crisis urbana, que aparece a momentos en su gravedad intensa, en situaciones de crisis, como colapso urbano, es un síntoma elocuente de lo que ocurre. El hacinamiento urbano no es sostenible; más aún cuando se da en las condiciones diferenciadas, tal como se dan, en lo que el discurso marxista llama la sociedad de clases. Para mantener estos monstruos urbanos, las metrópolis, se tiene que recurrir a la destrucción sistemática de los ecosistemas. Estas monstruosidades requieren de gigantescas magnitudes de energía, las que se consiguen mediante la expansión intensiva y expansiva del extractivismo. Se puede observar, que la proyección de estas descomunales concentraciones poblacionales urbanas no es sostenible, salvo por una irreversible destrucción de los ecosistemas. Por lo tanto, si es sostenible a mediano plazo, mediante el procedimiento del “desarrollo” económico, que implica la destrucción extractivista, no lo es a largo plazo. Del colapso de las metrópolis se pasa al colapso del planeta.

Las ciudades, sobre todo, las ciudades capitales, se han convertido en espacios saturados de competencias soterradas, de mercados despiadados de suelos urbanos, de mercadeo especulativo de viviendas, de tarifas en contante incremento de los servicios. A las densidades demográficas, se suman las densidades de edificios, que se arriman, quitándose luz, expandiendo su sombra a sus entornos, enturbiando los ambientes urbanos, de por sí agresivos. Lo que deberían ser tratados como nichos eco-sociales, son administrados como espacios especulativos de los circuitos financieros y la inflación de los precios. Las ciudades se vuelven impagables, salvo para las minorías o minorías convertidas en mayorías, llamadas “clases medias”; las mayorías son empujadas a las periferias, a los espacios suburbanos, incluso ganados en los recovecos de las mismas urbes o en sus montañas hacinadas.

En estas condiciones lamentables, se puede hablar de tasas decrecientes de los servicios, respecto al crecimiento natural y al crecimiento social de las ciudades. Lo que significa, integralmente, la pauperización y el deterioro de las condiciones de vida, aunque haya subido el indicador relativo para las minorías o las minorías-mayorías de las llamadas “clases medias”. Los alcaldes, los gobernadores, hasta el mismo presidente, se deleitan inaugurando obras. Las mismas que tienen un valor simbólico en la concurrencia política; empero, son monumentos a la especulación política, cuando el conjunto de las necesidades sociales y ciudadanas no son atendidas en la cobertura que requieren, en la calidad que es indispensable, en la integralidad que exige la problemática.

Es menester pues desatar debates y discusiones ciudadanas sobre la problemática urbana y de las ciudades. Debates que solo son posibles si se sale de la diatriba política, entre posiciones “opuestas”, equivalentes en cuanto a su desconocimiento de la problemática, así como análogas en su pretensiosa demagogia y vociferantes promesas. Las ciudades, tal como se han desarrollado, se ha convertido en amenazas; cuando deberían ser espacios-tiempos de realizaciones sociales. Además, claro está, desde la perspectiva de la complejidad, en nicho eco-sociales de nichos ecológicos, que recrean la vida proliferante. En cambio, la muerte ronda en las ciudades.

La responsabilidad de los y las ciudadanas, es decir, de los y las que viven en las ciudades, en las polis, de donde vine la palabra, es asumir el desafío de la crisis urbana. Retomar las ciudades por lo que son, nichos eco-sociales, aprovechar esta condición ecológica para reinsertarlas a los ciclos vitales, para que sean nudos articuladores y palpitantes de la vida. Las políticas municipales son un fracaso; así mismo, las políticas de los gobiernos departamentales, de la misma manera, las políticas nacionales, con respecto a la crisis urbana. Estas políticas no solamente son restringidas, como lo hicimos notar, sino que son parte de la crisis urbana, la reproducen en sus formas de administrar la crisis.

Ciudadano es una palabra que proviene de ciudad, de las polis; por lo tanto, también supone la democracia, como gobierno del pueblo; entonces, la responsabilidad de los y las ciudadanas es asumir el gobierno como pueblo. Es decir, hacerse cargo de los problemas y de las fuerzas que hay que gobernar, en el sentido antiguo del término; gobierno de las fuerzas con las que se enfrentan la nave, usándolas para el buen viaje de la nave. Los problemas que enfrentan los y las ciudadanas de los pueblos del mundo son los que describe la crisis ecológica; en este sentido, hacerse cargo implica hacerlo respecto a la crisis ecológica desatada, que amenaza a la sobrevivencia humana. Hacerse cargo significa hacerse cargo en cada lugar, en cada región, en cada nación, en el mundo; esto abarca e implica hacerlo en cada ciudad, en cada población, en cada territorio.

Hay que empezar hacerlo cuanto antes. No se puede perder el tiempo; hay premura. La crisis ecológica ha avanzado mucho, incontenible. Cualquier argumento político, de los que se suele escuchar, tanto de los gobiernos nacionales, así como de los organismos internacionales, no tiene consistencia ante la envergadura de la crisis; son argumentos burocráticos, que obstaculizan la comprensión colectiva y social de la amenaza que cierne sobre las sociedades. Es imprescindible que los y las ciudadanas reaccionen cuanto antes; una manera de comenzar a hacerlo es socializar toda la información tenida al respecto; conformar debates, discusiones, análisis sobre la problemática de la crisis ecológica. Abrir las compuertas de la comunicación de masas a los y las científicas, a los y las investigadoras. Abrir las escuelas, las universidades, las instituciones de formación, a la fluida difusión de lo que describen las ciencias y la interpretación que dan, sobre todo, las proyecciones que suponen las hipótesis.

No hacerlo es ocultar a los pueblos lo que ocurre y los niveles de la crisis ecológica; se lo haga por pusilanimidad, burocratismo, por no alarmar o sencillamente por ignorancia, igual da. Es ocultar información, es distraer a los pueblos, es empujar a las sociedades a los cataclismos, sin hacer nada. Se puede entender que esto ocurra con los Estados, los organismos internacionales; hay una larga historia del comportamiento institucional, que, al hacerse cargo de las representaciones de los pueblos, de sus conducciones administrativas y políticas, decidiendo el decurso de sus destinos, que induce a que esta conducta persista. Pero, donde no puede concebirse, desde el atributo de la libertad que supone la política, en sentido amplio, una actitud pusilánime en las sociedades. Si esto pasara, que no es de esperar, los pueblos y las sociedades habrían perdido lo más preciado que tienen, la voluntad, la voluntad de vivir, la voluntad de potencia, la potencia creativa de la vida.

[1] Ver Re-sincronización planetaria. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/resincronizacion_planetaria.