El Salvador: debacle de la izquierda en un país marcado por la violencia

El Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) sufrió una severa derrota en las elecciones celebradas el domingo en El Salvador.



ELECCIONES
El Salvador: debacle de la izquierda en un país marcado por la violencia
A falta del recuento definitivo, el derechista Arena es el triunfador indiscutible.
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El presidente de Alianza Republicana Nacionalista (Arena), Mauricio Interiano, habla en la sede del partido este domingo, 4 de marzo de 2018, en San Salvador (El Salvador). La exguerrila del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El
El presidente de Alianza Republicana Nacionalista (Arena), Mauricio Interiano, habla en la sede del partido en San Salvador (El Salvador). EFE/Rodrigo Sura

SAN SALVADOR 06/03/2018 08:53 Actualizado: 06/03/2018 19:23 ALBERTO PRADILLA
El Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) sufrió una severa derrota en las elecciones celebradas el domingo en El Salvador. A falta del recuento definitivo, el derechista Arena es el triunfador indiscutible. La violencia y el descrédito del sistema político, que ha afectado especialmente a la izquierda, han marcado los comicios de uno de los países con mayor tasa de homicidios del mundo.

“Son todos unos sinvergüenzas. Voy a votar nulo porque dar el apoyo a alguien sería facilitar que el partido reciba unos dólares, ya que el sistema les premia si les votas. La situación está muy mal, es muy peligroso”. Jorge López, un hombre que pasa de los 50, expresaba su descontento el domingo en el colegio en el centro de votación de la residencial Las Margaritas II, en Soyapango, departamento de San Salvador. Hablaba entre dientes y advertía continuamente de que hay que andar con cuidado, que la zona no está para bromas por el control que ejercen las pandillas. En el caso de la colonia en la que él reside, la versión salvadoreña de la Mara Salvatrucha (MS-13). Esta y el Barrio 18, que se divide entre las facciones denominadas Sureños y Revolucionarios, son las dos grandes grupos que, con diferentes características y sin constituir una única estructura, se extienden también por Guatemala y Honduras, además de EEUU, donde está su origen.

Las elecciones municipales y parlamentarias del domingo castigaron al gobernante FMLN. Se queda sin la alcaldía de la capital, San Salvador, sin casi todas las capitales que tenía en su poder, y queda en una posición muy debilitada en el Congreso. Con el 80% de los votos escrutados, ya que el sistema de votación es de listas abiertas, lo que ralentiza el recuento, Arena se lleva entre 38 y 39 escaños de 84. La derecha no ha incrementado su número de apoyos en términos absolutos, así que los resultados deben interpretarse más como castigo al FMLN que como premio para Arena.

La izquierda, por su parte, se queda en 22 escaños, su peor resultado en lo que va de siglo y dejándose 300.000 votos por el camino, una cifra nada desdeñable en un país en el que votan algo más de dos millones de los cinco que están llamados a las urnas. El próximo año, cuando se celebren comicios presidenciales, se cumplirá una década con la izquierda en el poder, un hecho histórico desde los acuerdos de paz de 1992, que pusieron fin a 12 años de guerra civil y que transformaron al FMLN de fuerza guerrillera en partido.

Las elecciones llegaban en un contexto de incremento de la violencia (entre enero y febrero de 2018 el número de homicidios llegó hasta los 627, un 26% más que hace un año) y descrédito del sistema político, cuya expresión ha tenido un mayor impacto sobre el FMLN.

La posición de Jorge López era la elegida por aquellos que querían expresar su descontento de forma activa: depositar la papeleta pero con un mensaje de protesta. Un buen número de electores invalidaron su voto escribiendo en él insultos contra la clase política. Este movimiento de descontento, que de un modo indirecto ha sido alentado por figuras como Nayib Bukele, alcalde saliente de El Salvador, expulsado del FMLN y que se postulará a las presidenciales de 2019, ha tenido su impacto. Si se tratase de un partido, sería el cuarto, tras Arena, FMLN y Gana (escisión de los primeros), y por delante del PCN (partido identificado con sectores reaccionarios de los militares). En la capital, el voto protesta se ubica en tercer lugar. Esta fórmula, en la que también se incluyen las papeletas invalidadas por defectos de forma, ha pasado de 90.000 a cerca de 300.000, por lo que es evidente que muchos salvadoreños utilizaron su voto para quejarse del sistema, abriendo el camino para nuevas expresiones políticas.

La violencia y la percepción de corrupción, que lleva incluida el descrédito de la clase política, eran los principales asuntos de unas elecciones en las que se hablaba más sobre hasta dónde podía llegar la abstención. López, por ejemplo, trabaja en el ámbito de la seguridad, protegiendo camiones que trasladan mercadería. Los empleados de este sector, siempre armados, son parte del paisaje urbano. Casi un ejército paralelo. López se queja de que ha perdido la cuenta de las veces en las que le han asaltado y le han exigido que entregue su mercancía. “Mi vida no vale el producto que lleve”, afirma.

Los malos resultados dejan un panorama sombrío de cara al último año en el Gobierno del actual presidente, el exguerrillero Salvador Sánchez Cerén, del FMLN, que tendrá que enfrentarse a un legislativo abrumadoramente opositor. En realidad la mayoría no la ha tenido nunca, puesto que Arena estaba por encima en la cámara. Sin embargo, con estos números ni siquiera da para alianzas tácticas entre la izquierda y Gana, por lo que la institucionalidad queda en manos de los conservadores. Estamos, pues, ante un giro hacia la derecha. Todo ello, con un futuro complejo. A los problemas ya existentes en el país se le suma el anuncio del presidente de EEUU, Donald Trump, de poner fin al estatus de protección temporal (TPS, por sus siglas en inglés) que daba cobertura a 190.000 salvadoreños desde 2001. A partir de noviembre de 2019 tendrán que regresar o se convertirán en inmigrantes ilegales. Más presión para un país como El Salvador, de apenas 6 millones de habitantes y con otros 3 millones trabajando en el extranjero.

Donde la violencia es la gran preocupación
En Soyapango, el municipio en el que votaba Jorge López, la principal preocupación es la inseguridad. Da igual a quién pregunte uno. “La violencia”, “la delincuencia”, “las pandillas”, son las inevitables respuestas. Con cerca de 250.000 habitantes según el censo de 2007 (con toda la cautela que deben tomarse estas cifras), este es el segundo núcleo del área metropolitana de San Salvador. Se trata de un barrio popular, con casitas de un piso, ordenadas, levantadas dentro de una planificación.

No hay muchos recursos económicos pero no estamos ante la imagen de una favela o de un terreno invadido, como también existen en todo Centroamérica. Uno de sus distintivos es que aquí existen barreras invisibles que sus habitantes conocen muy bien, porque no pueden franquearlas, pero que no son perceptibles a simple vista. Son las que marcan las pandillas, que controlan el territorio palmo a palmo. Por ejemplo: si uno vive en la colonia Las Margaritas, controlada por la MS-13 no puede cruzar a La Campanera, en poder del Barrio 18 Sureño. Los vecinos de colonias en manos de pandillas rivales son vistos como enemigos, aunque no tengan ninguna vinculación con esta estructura criminal. Aunque ellos mismos hayan sido sus víctimas.

“La seguridad es el principal problema, esto lo compartimos todos y aquí sabemos quién manda”. Rosa Martínez, de 64 años, dice que por suerte ella no ha tenido que enterrar a ningún familiar, pero que reza cada vez que su nieto, de 19, sale por la puerta. Tiene familiares con los que solo se encuentra en el interior, porque residen en otra colonia, en manos del Barrio 18, y está vetado el paso en ambos sentidos. No quiere dar más detalles.

El fenómeno de las pandillas tiene su origen en EEUU. Tras la firma de los acuerdos de paz, miles de salvadoreños (también guatemaltecos y hondureños) fueron deportados desde el vecino del norte, importando un modelo de organización criminal que ha modificado por completo la estructura de la sociedad en Centroamérica. Sus principales representantes son dos: la MS-13 y el Barrio 18, roto entre Sureños y Revolucionarios.

Solo el año pasado, en El Salvador, fueron asesinadas 3.954 personas, lo que implica una tasa de 60 homicidios por cada 100.000 habitantes. Los homicidios pueden ser por disputas entre pandillas, por no pagar la extorsión o por ejecuciones extrajudiciales perpetradas por la Policía, entre otras razonas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que un índice de 10 por cada 100.000 es ya una epidemia de violencia. Por ponerlo en contexto: en España, en el mismo año, la tasa no llegó a un asesinato por cada 100.000 habitantes.
“La seguridad es lo más importante. No se trabaja la prevención y, si no se aborda este ámbito, es difícil ir a por la reinserción”, señala Noemí Mancilla, de 50 años, mientras enumera una larga lista de causas: “familias desestructuradas, falta de trabajo, falta de incentivos”. “La violencia está a flor de piel”, afirma.

El gobierno de Salvador Sánchez Cerén, del FMLN, ha apostado por la militarización para frenar a las pandillas. Esto, unido a que en una jornada electoral salen todavía más uniformados a las calles, ofrece una sensación de falsa seguridad. Sin embargo, un detalle. Entre el Centro Escolar Urbanización Las Margaritas y el centro de votación de Las Margaritas II hay una distancia de apenas cuatro cuadras. Cinco minutos caminando. A pesar de ello, un oficial de policía se ofrece a acompañar a los periodistas durante el trayecto. Realizar ese pequeño recorrido con escolta no sería una buena idea, teniendo en cuenta que siempre hay alguien que observa y caminar de la mano de la jura (que es como se conoce a los uniformados) no es buen cartel de presentación.

Simpatizantes de la opositora Alianza Republicana Nacionalista (Arena) celebran el triunfo en la sede del partido de derecha este domingo, 4 de marzo de 2018, en San Salvador (El Salvador). La exguerrila del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacio
Simpatizantes de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena) celebran el triunfo en la sede del partido de derecha en San Salvador (El Salvador). EFE/Rodrigo Sura
En esta colonia, definitivamente, la gran preocupación es la delincuencia. En lo que no se ponen de acuerdo los votantes es en la receta. Mientras que Juan Antonio Moliner cree que las políticas del FMLN “han incrementado la delincuencia”, María Rein González cree que el Gobierno no tiene responsabilidad, que ellos no pueden saber cuándo se va a producir un hecho delictivo. Ella forma parte del denominado “voto duro” de la izquierda, el que no se plantea cambiar de siglas. En un país con una historia bélica tan reciente, tanto el FMLN como Arena disponen de este caudal de apoyos. Quien decide los comicios es el descontento en las capas más amplias de la cebolla o la construcción de nuevas lealtades.

Tiempo habrá ahora de analizar hasta qué punto ha influido esta variable en el descenso del FMLN. En 2012, durante el gobierno de Mauricio Funes (2009-2014), la izquierda llegó a auspiciar una tregua entre pandillas que rebajó de modo sustancial el número de homicidios. Aquella iniciativa fracasó y, desde entonces, el discurso general no se mueve del “manodurismo”. La situación llega a niveles de complejidad extremos con informaciones como la publicada recientemente por El Faro, que señalaba que un testigo protegido vinculó a Neto Muyshondt, futuro alcalde de San Salvador por Arena, con la entrega de 100.000 dólares a la MS-13 que esta habría utilizado para la compra de cocaína.

Investigaciones periodísticas han probado que tanto el FMLN como Arena han mantenido una retórica beligerante contra las pandillas pero, sin embargo, ambos han negociado en secreto con ellos para ganarse su apoyo.

Soyapango es reflejo del vuelco político del país. Anteriormente, la alcaldía estaba en manos del FMLN, pero después de las elecciones será gestionado por Arena.

Resignación como sentimiento transversal
Violencia al margen, un sentimiento transversal, que podía percibirse tanto en colonias populares como las de Soyapango como en colegios como el Complejo Educativo Viuda de Escalón, en la denominada Zona Rosada de San Salvador, donde votan clases más acomodadas, es la resignación. “Los partidos piensan en ellos mismos, no en los ciudadanos”, explicaba Salvador Telula, en el centro de votación de La Campanera, también en Soyapango, pero en este caso, territorio controlado por el Barrio 18 Sureños. Al contrario que en otros lugares, en esta colonia todavía son visibles los “placazos”, o murales de grandes dimensiones que delimitan el control por parte de una pandilla. En opinión de este transportista, la situación de El Salvador es “muy mala”, “no hay oportunidades de trabajo y la seguridad es nula”.

Lejos de allí, en otro contexto, votaban Fabricio Agudo y José Ramón Morales. “Votamos por el menos peor”, se resignaba el primero. “Solo esperamos que roben menos”, añadía el segundo. Agudo y Morales también están preocupados por la inseguridad. “Todos aquí hemos sido asaltados alguna vez”, dicen, casi a la vez. Sin embargo, existe una diferencia fundamental. Ellos perciben mayor protección si evitan “determinadas zonas”, en referencia a colonias populares. Decenas de miles de personas residen ahí y no tienen posibilidad de marcharse.

La situación económica permanece estancada y escasean las oportunidades. De hecho, una de las principales fuentes de ingresos son las remesas que llegan desde EEUU. En 2017, fueron más de 5.000 millones de dólares.

Desde las bases del FMLN se advertía que un retorno de la derecha iba a poner fin a programas sociales como los que entregan uniforme, dos pares de zapatos y un vaso de leche a todos los estudiantes de primaria.

“Debemos mantener lo que hemos logrado. Si no, volveremos a los 80, a los tiempos de la derecha, cuando una comía con pena en Navidad, pensando en si tendría para pagar la escuela de sus hijos”, dice María Rein González, que alerta de que un triunfo de Arena implicaría un auge en las políticas de privatización y extractivismo. El Salvador es uno de los pocos países que prohíbe la minería metálica. Proyectos de estas características generan fuertes conflictos sociales en las vecinas Honduras y Guatemala. En ocasiones, a la izquierda le cuesta explicar qué políticas públicas le diferencian de los conservadores. Rein González recita de memoria los avances. El mensaje, sin embargo, no ha calado entre los electores.

La derecha, por su parte, ha argumentado que los inversores veían con desconfianza los ejecutivos efemelenistas y la economía se estancaba. “Debemos implementar planes en seguridad, sanidad y educación”, dice, sin entrar en concreciones, Remo Matarrosa, representante de Arena en Las Margaritas II.
Desde hace meses se viene hablando de una crisis del modelo político en El Salvador. Sin embargo, esta se ha expresado más en el castigo al FMLN. Los izquierdistas comparecieron el lunes en una breve rueda de prensa que no aceptó preguntas de los periodistas y anunciaron entrar en un “período de reflexión”.

En este ámbito, el alcalde saliente de El Salvador, Nayib Bukele, es un factor que no se puede sacar de la ecuación de la crisis de la izquierda. Accedió a la alcaldía capitalina por el FMLN pero en 2017 fue expulsado de la formación por el Tribunal de Ética. Desde entonces, ha promovido su propio perfil hasta el punto de que cuando se hagan públicos los resultados definitivos, él tiene pensado presentar su propia formación de cara a las presidenciales de 2019.

La victoria de Arena es también un triunfo que debe apuntarse la derecha regional. Este 2018, dos de cada tres ciudadanos en América Latina tienen cita con las urnas en un contexto de ofensiva neoliberal tras la victoria de Mauricio Macri en Argentina, el golpe de Estado contra Dilma Rouseff en Brasil y el fraude electoral perpetrado por Juan Orlando Hernández en Honduras. Todo ello, con EEUU instaurado en una ofensiva antiinmigración que llega a utilizar la violencia pandillera, una de las razones para escapar, como argumento para cerrar (todavía más) la frontera.

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