La izquierda y la derecha son lo mismo en Israel

Tema difícil de tragar, pero interesante de exponer y explorar, que nos debería llevar a la conclusión que el tema es el estado y no quien lo dirige, filosofía que alimenta a los sectores no partidarios que no están en la lucha por el poder, seno por el despliegue del protagonismo social.



20-03-2018

Cómo los palestinos pueden hacer estallar la burbuja política israelí
La izquierda y la derecha son lo mismo en Israel

Amjad Iraqi
Al Shabaka

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.

No deja de ser sintomático que la supervivencia política de Netanyahu esté más amenazada por su aceptación de sobornos en forma de champán y puros que por su bombardeo de Rafah en 2014

Introducción
Aunque aún no se han hecho públicas las acusaciones, los israelíes ya intuyen que los últimos acontecimientos derivados de los escándalos de corrupción del primer ministro Benjamin Netanyahu marcarán finalmente el comienzo de su desaparición política. Netanyahu, el segundo primer ministro que más tiempo ha estado en funciones después de David Ben Gurion, ha legado un profundo impacto en la escena política de Israel desde la década de 1990. Así que no deja de ser preocupante (especialmente para los palestinos) que el pronóstico de su defenestración política sea consecuencia de los casos de corrupción y no de los crímenes atroces de los que es responsable, y por los que él y los futuros dirigentes israelíes aún tienen que ser juzgados.

Este artículo analiza las transformaciones políticas de Israel bajo los mandatos de Netanyahu y presenta los candidatos actuales al liderazgo desde una perspectiva palestina. [1] Argumenta que el mezquino discurso político de Israel y la progresiva alineación de los partidos israelíes de centro-izquierda con la derecha, exigen un cambio radical a fin de poder influir en la política israelí para que dé respuesta a las exigencias palestinas de derechos humanos. El artículo concluye con algunas recomendaciones dirigidas a la dirección palestina en Israel, a las organizaciones populares y de la sociedad civil, así como a los gobiernos extranjeros e instituciones internacionales para que fuercen a Israel a rendir cuentas por su política hacia los palestinos.

Israel bajo el “rey Bibi”

A lo largo de sus mandatos como primer Ministro los analistas auguraron que a Netanyahu lo derrotaría cualquiera de los aliados que sostienen su frágil gobierno, bien de los partidos judíos ultra ortodoxos o sus rivales personales dentro del Likud. “El rey Bibi”, sin embargo, les ha sobrevivido a todos. Político astuto, ha sido experto en gestionar el volátil sistema de coalición israelí y ha permanecido en el poder con tres gobiernos consecutivos durante nueve años, cada cual más a la derecha que el anterior. [2]

Netanyahu influyó directamente en el panorama mediático del país al moldear la posición editorial de Israel Hayom (el periódico más leído en Israel, financiado por el multimillonario estadounidense Sheldon Adelson), y ha utilizado el Ministerio de Comunicaciones para amenazar y acosar a los medios que le han criticado. A pesar de las crisis y las críticas recibidas a lo largo de su carrera, como las protestas populares israelíes por los problemas socioeconómicos de 2011 y más recientemente, las protestas semanales contra la corrupción generalizada del gobierno, Netanyahu ha capeado la presión pública que reclama su dimisión. No deja de ser irónico que los cargos de corrupción que pesan sobre él revelen que la peor amenaza para el gobierno de Bibi es el propio Bibi.

Netanyahu nunca fue un primer Ministro particularmente popular pero consiguió convencer a muchos israelíes para que, aun a regañadientes, toleraran su liderazgo. La sociedad israelí dejó de apoyar a la izquierda tradicional tras el impacto de la Segunda Intifada por considerar que la política izquierdista expuso a Israel a oleadas de atentados suicidas palestinos tras los Acuerdos de Oslo y, tras la retirada israelí de Gaza, a ataques con cohetes. La implosión de Estados vecinos como Siria, el surgimiento de grupos militantes como Daesh y el temor a un Irán potencialmente nuclear han reducido aún más toda creencia en una perspectiva idealista de la paz. La opinión pública se ha desplazado hacia los partidos de derecha y de centro cuyo ideario de línea dura se ha afianzado como el mejor garante de la seguridad y la prosperidad de Israel.

Estas condiciones han permitido a dirigentes como Netanyahu reajustar gradualmente el sistema de la clase política israelí e inocular la beligerancia de sus políticas en la corriente nacional dominante, políticas que el israelí medio se ha creído que funcionan. Los bombardeos palestinos de la década de 1990 y principios de la del 2000 han desaparecido y las operaciones militares y los “estallidos” violentos han provocado desde entonces relativamente pocas bajas israelíes. La economía ha resistido la recesión mundial, las relaciones comerciales internacionales se han incrementado y la industria de alta tecnología ha impulsado la imagen del país como una “nación de nueva creación”. El recelo de que los aliados extranjeros aumentaran la presión por la expansión de los asentamientos en Cisjordania no se ha materializado más allá de las recurrentes declaraciones sobre la amenaza al proceso de paz que, por primera vez en años, ya no figura como prioridad en la agenda pública israelí.

La “estabilidad” que Netanyahu ha ofrecido, sin embargo, es una ilusión construida sobre la opresión de las vidas palestinas. El bloqueo actual de la Franja de Gaza ha estrangulado a los 1,8 millones de residentes del territorio y ha causado un desastre humanitario. La Operación Margen Protector en 2014 –la tercera de este tipo en cinco años– destruyó vastas extensiones de las ciudades de Gaza y mató a 2.251 palestinos, la mayoría civiles. La represión militar y la violencia de los colonos en Cisjordania han encarcelado, herido y asesinado a decenas de palestinos cada mes. Las demoliciones de viviendas han desplazado cada año a centenares de palestinos del Área C, de Jerusalén Oriental y del Naqab (Negev). Los funcionarios israelíes han acusado y criminalizado a las organizaciones de derechos humanos y a las voces disidentes (incluso las de ciudadanos judíos) como amenazas al Estado. Las nuevas leyes discriminatorias y antidemocráticas aprobadas por el Knesset y refrendadas por el Tribunal Supremo han profundizado la desigualdad racial de los ciudadanos palestinos de Israel.

La comunidad internacional ha sido cómplice de la ilusión de Netanyahu al ampararla. Estados Unidos y la UE han intensificado sus relaciones con Israel simulando que el primer Ministro estaba comprometido con el proceso de paz tras su discurso en Bar-Ilan de 2009. [3] Y ello a pesar de que Netanyahu ha seguido oponiéndose a la solución de dos Estados, de haber decretado la construcción de miles de nuevas unidades de asentamiento, de haber acusado a los grupos de derechos humanos financiados por la UE de ser “agentes extranjeros” y de haber proclamado ante la opinión pública israelí que nunca dividirá Jerusalén ni renunciará a “Judea y Samaria”. Cuando se han producido crisis diplomáticas –particularmente por la expansión de los asentamientos– Estados Unidos y la UE no han impuesto consecuencias tangibles a la beligerancia del gobierno israelí sino que simplemente han expresado su desaprobación recurriendo de nuevo a un lenguaje “de redacción contundente”. Netanyahu ha demostrado que Israel puede minar a su antojo las iniciativas de Estados Unidos y de la UE para hacer la paz y aún así disfrutar impunemente de buenas relaciones con ambos.

Estas experiencias de la era de Netanyahu sumadas a décadas de etnonacionalismo, de asentamiento colonial y de ausencia de rendición de cuentas, configuran el futuro de la política israelí hacia los palestinos. Cualquier interés israelí en alterar el denominado statu quo del conflicto ha retrocedido, al igual que el espacio ciudadano para oponerse a él. Los partidos destacan principalmente en sus programas las cuestiones domésticas y reproducen las políticas exteriores de los demás. La vida judía, impermeable al sufrimiento palestino, y la intransigencia del consenso político judío-israelí han favorecido que la opinión pública de Israel acepte abiertamente o ignore premeditadamente el empeoramiento de los métodos utilizados por el Estado para preservar su burbuja colonial. Por lo tanto, no deja de ser sintomático que la supervivencia política de Netanyahu esté más amenazada por su aceptación de sobornos en forma de champán y puros que por su bombardeo de Rafah en 2014 o su afirmación de que los votantes árabes “ salieron en masa ” en 2015.

¿Quién será el próximo?

A pesar de las inminentes acusaciones penales (que podrían retrasar meses o años una sentencia de condena, si es que se produce), no está claro que se vaya a obligar a Netanyahu a dimitir ni que vaya a menguar el apoyo electoral a su partido por los cargos contra él. Varias encuestas sugieren que el Likud podría perder algunos escaños en las próximas elecciones (programadas para 2019) pero seguirá siendo el primer partido. Y ello se debe parcialmente al fracaso de las otras formaciones para erigirse como alternativas diferenciadas del Likud. Desde que acabó con la hegemonía del Partido Laborista en 1977, el Likud no solo ha obligado a la izquierda israelí a cortejar a los votantes de la derecha sino que ha engendrado por sí solo a los líderes israelíes de todo el espectro político: Naftali Bennett (Haayet Hayehudi), Avigdor Lieberman (Yisrael Beiteinu), Moshe Kahlon (Kulanu), Tzipi Livni (Hatnuah) y Avi Gabbay (Laborista), entre otros, son todos antiguos miembros o simpatizantes del partido.

De momento el Likud ha presionado a sus miembros para que respalden a Netanyahu en contra de sus acusaciones, e incluso ha alentado una nueva ley que protegería a los primeros ministros de investigaciones policiales por presuntos delitos de corrupción. Ello no ha impedido maniobras políticas en el interior del partido para disponer un futuro “post-Bibi”. El ministro de Inteligencia, Yisrael Katz, el ministro de Seguridad Pública, Gilad Erdan, y el ministro de Cultura, Miri Regev, han sido mencionados como posibles candidatos al liderazgo. Pero el sucesor más probable según los analistas es Gideon Sa’ar, ex ministro de Educación y de Interior y rival de Netanyahu desde hace mucho tiempo que volvió a la vida pública el año pasado después de una breve interrupción. Las encuestas públicas muestran que Sa’ar es el político más favorecido para liderar el bloque derechista.

Es poco probable que otras figuras derechistas consigan el puesto del primer Ministro aunque seguirán desempeñando un papel decisivo en la composición de cualquier gobierno futuro. El ministro de Educación Naftali Bennett, junto con el ministro de Justicia Ayelet Shaked, son personas destacadas pero de momento cuentan con un apoyo electoral limitado; en 2015 su partido nacionalista-religioso obtuvo solo ocho escaños en el Kneset frente a los doce de 2013. El ministro de Finanzas Moshe Kahlon, que en algunos momentos actuó como contrapeso centrista de los miembros más extremistas del gobierno, cuenta con diez escaños pero aún no se ha promocionado como candidato al liderazgo. Aunque la representación del partido de Avigdor Lieberman se redujo a cinco escaños en 2015, consiguió importantes cargos gubernamentales como condición para unirse a las coaliciones de Netanyahu (los ministerios de Defensa y de Asuntos Exteriores en 2009 y 2016, respectivamente). El ex ministro de Defensa Moshe Ya’alon, que se separó de Netanyahu y del Likud en 2016, ha provocado especulaciones sobre un posible retorno a la política aunque no está claro a qué formación se uniría.

La oposición también se está reorganizando en un esfuerzo por disputar el dominio del bloque derechista. En julio de 2017, el Partido Laborista eligió al empresario Avi Gabbay, ex integrante de Kulanu, para reemplazar a Isaac Herzog como nuevo líder; a pesar de un aumento inicial en popularidad, las encuestas indicaron posteriormente una caída en el apoyo al partido. Se vaticina que Yair Lapid, de Yesh Atid, obtendrá grandes beneficios electorales y planteará una candidatura seria para el puesto de primer Ministro. Las encuestas muestran que su partido está a la altura del Likud. Es improbable que Tzipi Livni sea una candidata factible para la presidencia (su partido obtuvo solo cinco escaños en 2015) pero puede preservar su asociación con los laboristas en el marco de la “Unión Sionista”. Meretz, el partido judío que pasa por estar más a la izquierda, apenas rascó cinco escaños en 2015, y en febrero de 2018 su presidenta Zehava Galon renunció con la esperanza de “inyectar sangre nueva a la izquierda”. El ex primer ministro Ehud Barak, que fuera ministro de Defensa de Netanyahu durante tres años antes de retirarse, también ha mostrado indicios considerables de que podría postularse nuevamente para el cargo, citando encuestas que sugieren que podría derrotar a Netanyahu.

Yuxtapuesta contra los partidos judíos se encuentra la Lista Conjunta, la unión de las cuatro principales formaciones políticas árabes de Israel, que encara desafíos diferenciados y complejos. A pesar de ser el tercer partido más amplio del Kneset con 13 escaños, la Lista Conjunta sufre los violentos ataques de la derecha y está en desacuerdo ideológico con el centro-izquierda judío. De manera rutinaria se ponen en marcha leyes y mociones destinadas a paralizar los derechos políticos árabes y lo mismo ocurre con la proliferación de declaraciones hostiles contra los representantes árabes, maniobras respaldadas tanto por los políticos judíos de la derecha como de la izquierda. Asimismo, la Lista padece enfrentamientos personales y políticos entre sus miembros y arrostra el incremento de la desesperanza de la opinión pública palestina sobre la utilidad de su participación parlamentaria. Aunque la Lista se mantenga para las próximas elecciones no está claro que los votantes palestinos vayan a repetir la participación de 2015 (estimada entre 63% y 70%) para otorgarle el mismo mandato político.

Este mapa general de la escena política israelí podría cambiar radicalmente cuando se pongan en marcha nuevas elecciones. Los partidos suben y bajan de manera regular; los políticos pueden pasar de una formación a otra, y factores como la violencia u otras crisis (incluida una posible guerra contra Siria) pueden alterar a la opinión pública. Los enemigos ideológicos suelen acabar forjando alianzas inesperadas, mientras que los partidos pequeños o marginales (como los ultra ortodoxos Shas y Judaísmo Unido de la Torá) pueden acabar teniendo una influencia desproporcionada si negocian a favor de una coalición mayoritaria. Los datos de las encuestas también han disminuido su fiabilidad: en 2015, a pesar de que la mayoría de las encuestas indicaron que la Unión Sionista ganaría las elecciones, el Likud irrumpió en la victoria con una ventaja de seis escaños. La impredecibilidad, por lo tanto, sigue siendo el mejor enfoque para seguir estos comicios.

Consecuencias para los palestinos

Sin embargo, lo que parece cierto es que la política israelí posterior a Bibi presagia más adversidad aún para los palestinos. Todos los candidatos al liderazgo comparten puntos de vista racistas y violentos sobre los palestinos, como si fueran la letanía que hay que tolerar o la amenaza que hay que destruir. Además, la experiencia demuestra que aunque haya matices diferenciadores entre los partidos políticos israelíes, los efectos de sus políticas hacia los palestinos son casi idénticos, tanto en Israel como en el territorio palestino ocupado (TPO). [4]

Esto resulta más obvio todavía al constatar que el centro-izquierda israelí sigue desplazándose hacia la derecha. El dirigente laborista Isaac Herzog, dirigió en 2015 una campaña electoral que ensalzó el sentimiento antiárabe, respaldó las iniciativas de la derecha para descalificar a la parlamentaria árabe Hanin Zoabi, y rutinariamente se refirió a los palestinos como una amenaza demográfica. Fue el quien declaró: “No quiero 61 parlamentarios palestinos en la Knesset de Israel. No quiero un primer ministro palestino”. En octubre de 2017, su sucesor Avi Gabbay descartó rotundamente la idea de negociar con los partidos árabes la formación de una coalición diciendo: “No compartiremos un gobierno con la Lista Conjunta, y punto. Ya vemos cómo se comportan. No veo ninguna conexión que nos permita ser parte de un gobierno con ellos”. Unas semanas más tarde, Gabbay criticó a la izquierda israelí por centrarse en ser “solo liberal” a expensas de los valores judíos, y se hizo eco de una afirmación hecha por Netanyahu de que la izquierda había “olvidado lo que significa ser judío”.

Otros tienen en su historial haber llevado a la práctica su ideario discriminatorio contra los ciudadanos palestinos de Israel. Siendo ministro de Educación en 2009, Gideon Sa’ar avanzó un programa para fortalecer la identidad judía y sionista en el plan de estudios de la escuela israelí, y dirigió una denigrante campaña para prohibir las referencias a la Nakba palestina en las escuelas árabes. Esa iniciativa culminó en la “Ley de la Nakba” de 2011, firmada por el entonces ministro de Comunicaciones Moshe Kahlon, que permite al gobierno retirar fondos estatales a las entidades que permitan la conmemoración palestina de la independencia de Israel como “día nacional de duelo”. Naftali Bennett siguió adelante con las políticas de Sa’ar como ministro de Educación en 2015 y aprobó un nuevo libro de texto de Educación cívica que promueve el nacionalismo judío, minimiza los valores democráticos y retrata a los árabes como una cuestión demográfica y de seguridad.

También han ganado fuerza las opciones más reaccionarias para lidiar con la “quinta columna” árabe. Los llamamientos que Lieberman venía haciendo desde hacía años para transferir población palestina y que se desestimaron por marginales, han hallado una creciente aprobación pública: según un estudio del Pew Research Center de 2016 , casi la mitad de los judíos israelíes (el 48%) apoya la expulsión de los árabes del Estado. Otros miembros del Kneset piden que se despoje a los árabes de la ciudadanía israelí por “infracciones de lealtad”, una medida aprobada por primera vez por un tribunal de distrito contra un prisionero de seguridad en agosto de 2017. El mes anterior, tras un ataque con disparos de tres hombres de Umm al Fahem en el complejo de Al Aqsa, Netanyahu planteó trasladar pueblos árabes enteros ubicados en Israel a Cisjordania como parte de un futuro acuerdo de paz con la Organización para la Liberación de Palestina.

Los 50 años de ocupación de Cisjordania y Gaza se han convertido en parte integral, normalizada y lucrativa del Estado de Israel, razón por la cual ningún político israelí tiene intención de acabar con ella en un futuro previsible. El asimétrico status quo garantiza a Israel ventaja estratégica, recursos naturales, crecimiento territorial, dividendos económicos y consumación religiosa y nacionalista. Gracias a los Acuerdos de Oslo, la Autoridad Palestina opera como un servicio de seguridad subcontratado que aplasta en nombre de Israel a la resistencia palestina, tanto armada como no violenta. Envalentonados por la perpetuación de la ocupación, los defensores del “Gran Israel” como Bennett están promoviendo una legislación que legalizaría cientos de asentamientos avanzados [ilegales según la propia legislación israelí] y anexaría formalmente el Área C; en diciembre de 2017, el Likud aprobó una resolución del partido instando a ejecutar estos planes.

Además, a pesar de que algunos partidos declaran su apoyo a una solución de dos Estados, hoy en día hay poca diferencia entre la derecha y el centro-izquierda al respecto. Sa’ar, del Likud, ha reclamado reiteradamente que se intensifique la construcción de asentamientos en toda Cisjordania y particularmente en Jerusalén Oriental, advirtiendo que de mantenerse el ritmo actual, “perderemos la mayoría judía en la ciudad dentro de 15 años”. Lapid, de Yesh Atid, autoproclamado centrista y partidario de dos Estados, ha declarado que “los palestinos deben comprender que Jerusalén siempre permanecerá bajo soberanía israelí y que no tiene sentido abrir negociaciones sobre la ciudad”. Gabbay, del Partido Laborista, fue más allá en octubre de 2017 al elogiar la política de asentamientos como “la bella y devota cara del sionismo”, e insistir en que el valle del Jordán ocupado “seguirá siendo el amortiguador de la seguridad oriental de Israel, y la seguridad exige asentamientos”.

Reventar la burbuja de Israel

Los partidos israelíes no tienen ningún interés en situar a los seis millones de palestinos sobre los que gobiernan a la vanguardia de sus preocupaciones. Están abandonados a su suerte. Todos los sectores políticos israelíes comparten la premisa de que los palestinos deben seguir a merced de los dictados israelíes ya sea a través de una ciudadanía desigual, en un cuasi Estado limitado, o bajo ocupación permanente. Y aunque sería un error ignorar la naturaleza caleidoscópica de la política israelí, es esencial entender que ese caleidoscopio se inserta en una burbuja en la que los israelíes se sienten superiores a sus súbditos palestinos a los que someten a decisiones de consenso judeo-israelí.

Por lo tanto, la acción política debe tener como objetivo hacer estallar esta burbuja israelí y alterar las estructuras que le permiten negar sistemáticamente los derechos palestinos. Aquí van tres niveles de propuestas políticas para la acción política:

El liderazgo palestino en Israel: a pesar de sus enfrentamientos internos, la Lista Conjunta (más que el Comité de Alto Seguimiento) se ha convertido en un canal político relevante para expresar las reivindicaciones del pueblo palestino. [5] Es el único partido en Israel que está inequívocamente comprometido con el principio de igualdad y con el fin de la ocupación, según lo expresado en los Documentos de Visión Futura 2006. Aunque esta plataforma representa una amenaza más simbólica que práctica en el Kneset, su impacto radica en que expone cómo el racismo está incrustado en la agenda política del centro-izquierda israelí y en que contribuye a romper el mito de Israel como Estado liberal democrático. Teniendo esto en cuenta, la Lista Conjunta debe establecer dos prioridades: en primer lugar, comprometerse con sus votantes palestinos en restaurar la confianza popular en su labor y seguir integrando y consolidando sus órganos internos en todos los sectores de sus formaciones; y segundo, reforzar sus recursos para promover y realizar actividades a escala internacional con actores políticos como la UE y con sectores públicos, como en EEUU, donde el partido ha logrado movilizar importantes apoyos a su posición política alternativa (incluso entre judíos estadounidenses que son cada vez más críticos con las políticas de Israel).

Organizaciones populares y de la sociedad civil: ante la ausencia de acción diplomática internacional, la Campaña Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) es uno de los pocos actores que impone costes materiales y psicológicos a las decisiones políticas de Israel, lo que ha motivado que las autoridades israelíes definan su estrategia no violenta como “amenaza estratégica”. Frente a la decisión de silenciar al BDS en todo el mundo –por ejemplo, a través de legislación, de medidas administrativas y de acusaciones de antisemitismo– las organizaciones legales y de derechos humanos deben intervenir activamente para garantizar el derecho de las personas a boicotear y protestar por los derechos de los palestinos en todos los foros. El trabajo de las coaliciones populares intersectoriales en Estados Unidos es un modelo positivo a seguir, sirviéndose de denuncias judiciales estratégicas, de grupos de presión políticos y del apoyo ciudadano. Al asegurar estas libertades civiles básicas, la Campaña del BDS puede seguir incrementando su éxito forzando a quienes toman las decisiones, a empresas, a universidades y a otras instituciones a apoyar los derechos palestinos y, a su vez, a que presionen gradualmente a los políticos israelíes y a sus partidarios para que hagan frente al hecho de que mientras sus políticas discriminatorias y de ocupación se mantengan continuará su aislamiento.

Gobiernos extranjeros e instituciones internacionales: la comunidad internacional ya no puede otorgar impunidad a una política israelí que se agrava cada día. Los Estados deben abandonar el modelo periclitado del “proceso de paz” y adoptar una estrategia que equilibre las dinámicas de poder en el conflicto condicionando sus relaciones con Israel al cumplimiento israelí del derecho internacional y a la aceptación de las reivindicaciones palestinas sobre derechos humanos. Dada la intención de la Administración Trump de aceptar plenamente la primacía israelí, y las iniciativas bipartidistas del Congreso para reprimir las críticas a las políticas israelíes, la capacidad y la responsabilidad de dirigir esas iniciativas recae en gran medida en Europa. A pesar de las disputas y de la intransigencia de sus miembros, la UE y los gobiernos europeos ya disponen de las herramientas necesarias para ejercer su influencia política y económica sobre Israel: la política diferenciada de la UE, sus negociaciones sobre un Acuerdo de Asociación actualizado y los términos de las relaciones bilaterales de cada Estado miembro. La UE también debería cumplir sus compromisos con la rendición de cuentas utilizando la base de datos de empresas involucradas en actividades de asentamientos israelíes que Naciones Unidas está elaborando, y acabar con la hostilidad respecto a las investigaciones preliminares de la Corte Penal Internacional sobre la Guerra de Gaza de 2014 y sobre la política de asentamientos de Israel.

La activación total de estas tres esferas, entre otras estrategias posibles, puede contribuir a debilitar el mezquino discurso político israelí antes y después de las próximas elecciones. Hasta que no se impongan consecuencias por mantener el status quo ningún partido político israelí se atreverá a desenmascarar el sistema racista y opresivo que niega a los palestinos los derechos humanos más elementales. Así pues, entender las transformaciones de Israel bajo la era de Netanyahu es crucial no para señalar al personaje, sino para desenmascarar las condiciones que permiten a dirigentes como él determinar la trayectoria del conflicto. Los palestinos al menos, no deberíamos asumir que es más fácil que los funcionarios israelíes se enfrenten a la justicia por recibir cigarros caros que por cometer el crimen de apartheid.

Notas

1.- Este informe se centra en todo el arco de la política israelí, izquierda y derecha, en relación con los palestinos. Sin embargo, la política interna de Israel es multifacética y también incluye dinámicas étnicas (askenazi, mizrahi), religiosas (laicas, teocráticas), geográficas (urbanas/centrales, rurales/periféricas) y económicas (políticas de clase y de mercado).

2.- Desde del 10 de marzo de 2018 se ha producido una nueva crisis de coalición a resultas de la ejecución de una ley para reclutar judíos ultra ortodoxos en el ejército israelí; el conflicto está asociado a la aprobación de un presupuesto nacional para 2019 así como a los cargos de corrupción de Netanyahu. Los analistas creen que podrían convocarse elecciones inmediatas si la crisis no se resuelve.

3.- En junio de 2009 y tras una intensa presión estadounidense, Netanyahu anunció por primera vez en la Universidad Bar Ilan que apoyaría la creación de un Estado palestino desmilitarizado con numerosas reservas y condiciones, incluyendo que la OLP reconociese a Israel como el “Estado judío”. En los años siguientes, Netanyahu hizo declaraciones contradictorias ante la opinión pública israelí e internacional sobre su posición; en 2015, la propaganda electoral del Likud declaraba ese discurso “nulo e inválido”.

4.- La izquierda sionista fue la arquitecta original de las instituciones de Israel y de la ocupación. El Mapai/Partido Laborista, que dominó la política y la construcción del Estado hasta 1977, llevó a cabo la expulsión de los palestinos en 1948 a través de su fuerza paramilitar Hagana, impuso el gobierno militar a los ciudadanos palestinos de Israel hasta 1966, legalizó la expropiación masiva y la transferencia de tierras palestinas a ciudadanos judíos y decretó la construcción de asentamientos en los Territorios Palestinos Ocupados después de 1967, entre muchas otras políticas. Figuras destacadas del partido como David Ben Gurion, Golda Meir, Yitzhak Rabin y Shimon Peres, fueron defensores y ejecutores de estos programas. La derecha sionista, históricamente y en la actualidad, ha mantenido y desarrollado muchas de las políticas de la izquierda.

5.- El Alto Comité de Seguimiento es una organización extra-parlamentaria que actúa como organismo de coordinación nacional para la comunidad palestina en Israel. Sus miembros provienen del Consejo Nacional de Dirigentes de las Localidades Árabes, de los partidos políticos árabes con presencia en el Knesset, de las organizaciones de la sociedad civil árabe y de otras entidades.

Amjad Iraqi es ciudadano palestino de Israel y ha vivido en Israel-Palestina, Kenia y Canadá. Es miembro de Al Shabaka. Escribe en la revista +972 y ha publicado artículos en la London Review of Books, Le Monde Diplomatique y otros medios. Ha sido Coordinador de Proyectos y Defensa Internacional en Adalah - Centro Legal para los Derechos de las Minorías Árabes en Israel entre 2012 y 2018. Amjad también es consultor de varias organizaciones que trabajan en derechos humanos, medios y defensa en Israel-Palestina. Actualmente realiza un máster en Políticas Públicas en el King’s College London y es Licenciado en Estudios de Paz y Conflictos por la Universidad de Toronto.

Fuente: https://al-shabaka.org/briefs/left-right-palestinians-can-burst-israels-political-bubble/