8 tesis sobre el posfordismo

27.Nov.03    Análisis y Noticias

8 tesis sobre el postfordismo
por posfordista • Thursday November 27, 2003 at 05:30 AM

..

En periodos de decadencia, como el actual, de poco sirve la routine intelectual. Los pequeños cabotajes del pensamiento. En estos periodos, vale la pena intentar, de algún modo, reflexionar sobre la crisis en términos radicales. En nuestro caso, intentar pensar la reorganización productiva y social en curso, presuponiendo que este fin de siglo -este tumultuoso desenlace del Novecento, no es una simple “expresión cronológica”, ni un reajuste coyuntural dentro de la normalidad, sino que toma, de principio a fin, la forma de ruptura histórica. De un “salto de paradigma” que, por así decirlo, señala, como tal, una discontinuidad profunda a todos los niveles: cultural, social, político. Y nos obliga a reconstruir desde los cimientos, modelos organizativos, identidades colectivas, categorías interpretativas, lenguajes.
¿Es posible “pensar políticamente” una transición tan radical cuando, como ahora, no ha hecho más que comenzar? ¿Cuando falta incluso el vocabulario para “nombrarla”? Creo que sí, pero bajo tres condiciones. La primera pasa por ser conscientes del riesgo implícito en una operación de tal envergadura. Pensar radicalmente el futuro implica una dosis “desproporcionada” de experimentalidad, de simulación, ser iconoclastas en ciertos momentos; un desapego “irresponsable” con respecto a las contingencias de lo existente, como si eso estuviera ya deshabitado en un momento en el que, sin embargo, el antiguo conflicto no ha sido todavía resuelto, y la partida continúa, por así decirlo, jugándose formalmente (y nunca como ahora tan dramáticamente). ¿Cómo imaginar las hipotéticas líneas de acción del mañana sin vaciar de sentido las formas concretas de la resistencia del hoy? La segunda condición pasa por ser conscientes del carácter fragmentario, provisional, sistemáticamente autocontradictorio de los análisis a proponer. En un contexto en el que lo inédito y lo gastado se entrelazan de modo inextricable, conviviendo lo uno al lado de lo otro, cada fragmento de discontinuidad puesto al descubierto puede ser nuevamente enterrado y desmentido por continuidades mucho más fuertes, cualquier brizna de novedad puede ser puesta en entredicho por infinitas confirmaciones de eternos retornos. Y cuando, si lo que buscamos es confirmación, ni la praxis puede venir en nuestra ayuda, se hace necesario apostar. Y apostando, apostar también, desde el momento en que, en la movilidad absoluta de lo real, es necesario para empezar -aunque sólo fuera como opción de método- un punto fijo, por un punto de apoyo -y esta es la tercera condición- para nuestro análisis. Por un lugar arquimédico desde el que fijar la mirada

agrega tus comentarios

continuacion
por continuacion • Thursday November 27, 2003 at 05:31 AM

1.Por lo que a mí respecta, la apuesta (doble) es ésta. Pienso que, en el “hundimiento de todos los valores”, puede mantenerse como mínimo un elemento de la “vieja” lectura de la relación marxiana entre estructura - superestructura: la opción por continuar buscando, a pesar de todo, en aquello que se llamó la “composición técnica del Capital”, y en su articulación con la “composición política de clase”, el sentido y la dirección de la actual mutación, el “lugar” de un análisis racional de lo existente. Aunque también pienso que, el respeto de este particular punto de vista -”continuista”, no lo niego, por lo que hace al método-, nos lleva, sin embargo, a excluir cualquier posibilidad de continuismo político - institucional. Permanecer, pues, en un marco consolidado, para confirmar, no obstante, la rápida e irreversible disolución de “nuestro mundo” (del contexto en el que se constituyó la “política social” del siglo XX), y la emergencia de un nuevo escenario, en el que la interrelación entre capital, trabajo, Estado y formas organizadas de la política y del conflicto se dan de un modo absolutamente inédito. En el que, por encima de todo, parece consumarse actualmente la crisis de las dos culturas mayores de nuestro siglo: aquella “técnica” del Capital en su forma “fordista-taylorista”, y aquella política del Movimiento Obrero, en su acepción “socialista”, y del “compromiso social” que ambas culturas establecieron entre sí.

La hipótesis de trabajo es la siguiente: nos encontramos frente a una de esas crisis que Gramsci definiría como “orgánica” (con razón se podría evocar el espíritu de americanismo y fordismo para dar cuenta de la dimensión de los niveles implicados en ella). Un tránsito “epocal”, en el que se entrelazan, en la actualidad, el fin de un largo ciclo técnico y organizativo de acumulación del Capital y, al mismo tiempo, el fin -la ruptura histórica- de la “tradición del movimiento obrero” (por lo menos en su “tradición” política más reciente, que se remonta, aproximadamente, al primer conflicto mundial). Esto es: la disolución de la “forma” que la producción capitalista se ha dado a sí misma en nuestro siglo (fundada en la centralidad absorbente de la gran fábrica y en el despliegue de un dominio de su racionalidad estratégica sobre toda la retícula social), y el agotamiento de la experiencia histórica del movimiento obrero (combinación de partido de masas y de “Estado social”, de organización general y de estatalización).

Es significativo que un técnico del capital como Taiichi Ohno, el padre de la denominada “producción flexible”, de la fábrica integrada y del espíritu Toyota, y un intelectual “orgánico” de lo que queda de la izquierda europea como André Gorz, coincidan, en el fondo, desde puntos de vista contrapuestos, en la misma constatación radical: la necesidad de penser à l’envers1. En hacerse eco de una brusca ruptura en relación con los respectivos modelos de referencia, uno constatando -desde el punto de vista del capital- el fin del modelo productivo basado en la “producción de masa” y la necesidad de subvertir completamente la vieja filosofía productiva fordista-taylorista; el otro constatando -desde el punto de vista del movimiento obrero- la consumación del “fin del socialismo” como “orden social existente” y como “modelo de sociedad realizable”. El primero para proclamar el imperativo, por parte de la empresa, de subsumir integralmente la subjetividad del trabajo, convirtiéndolo en un factor directamente productivo; el segundo para constatar el eclipse del trabajo como factor constitutivo de la subjetividad obrera; su disolución como elemento básico de la identidad colectiva. La lectura paralela de ambos autores nos dice cuán efectivamente el salto hacia delante de las capacidades productivas, determinado por el cambio tecnológico de los años setenta y ochenta, y la sucesiva revolución organizativa sintetizada en la fórmula de la “calidad total” -aquello que sintetizadamente se ha dado en llamar tránsito al “postfordismo”- ha modificado las condiciones generales de la producción capitalista. Su mismo “paradigma productivo”. Y, al mismo tiempo, hasta qué punto todo esto ha transformado radicalmente las condiciones del conflicto social y sus formas políticas.

agrega tus comentarios

tesis 2
por tesis 2 • Thursday November 27, 2003 at 05:32 AM

2.Pero, en primer lugar, ¿cuál es la naturaleza efectiva del postfordismo? ¿Y cuál su discontinuidad real con respecto al modelo productivo precedente?

Sin duda, creo que llevan parte de razón aquellos que leen, en la transformación tecnológica y organizativa en curso, una radicalización del modelo fordista-taylorista. Un llevar al extremo algunas de sus características de tipo “integrista” y más opresivas. En el modelo de la “fábrica integrada”, del just in time, en la fábrica que funciona a zero stock, sin almacenajes residuales, con tiempos totalmente sincronizados en cada uno de sus segmentos, se cumple, en efecto, el sueño “inacabado” de Henry Ford: la idea de un flujo productivo continuo y total que abarque todas las fases de la producción al mismo tiempo, que haga palpitar el entero entramado del aparato productivo al mismo ritmo. Idea que lleva a sus últimas consecuencias el principio de conversión absoluta de los “tiempos de vida” de la fuerza de trabajo en tiempos productivos. Idea que acentúa, más que reduce, el grado de dependencia del trabajador con respecto a la dimensión sistémica del proceso productivo. Y que reconduce a una lógica “taylorista” -esto es: a someterse a tiempos formalizados y predefinidos en un ámbito de total sincronía entre todas las funciones productivas- sectores tradicionalmente “externos” al “sistema de fábrica” (piénsese en los empleados en transporte de unidad productiva a unidad productiva, o en el personal del sistema logístico). O que dramatiza más que alienta, en fin, la cuestión del “dominio” sobre la fuerza de trabajo (el “sistema” es aquí mucho más vulnerable que el precedente a cualquier “asincronía”, por mínima que ésta sea). En este sentido puede hablarse de una forma de “implementación” del viejo modelo productivo y no, ciertamente, de su superación.

Esto, además, es especialmente cierto en Italia, y más específicamente en la Fiat, donde el tránsito a la nueva filosofía productiva conlleva un elevado grado de compromiso, sin menospreciar fuertes “resistencias” estructurales, con la antigua (un modelo productivo que, de siempre, ha forzado el carácter centralista - burocrático del fordismo-taylorismo, una estructura jerárquica sin lugar para la autonomía y fundada en una cultura obsesiva del mando y de la desconfianza). Y allí donde, durante más de un decenio, se ha creído poder llevar a cabo una revolución tecnológica radical sin cambiar la estructura organizativa preexistente. Dicho eso, es decir, permaneciendo todos estos elementos de “continuidad”, creo, por otro lado, que puede afirmarse también que, al menos en dos aspectos, la nueva filosofía productiva marca una fuerte discontinuidad con respecto al modelo precedente.

agrega tus comentarios

tesis 3
por tesis 3 • Thursday November 27, 2003 at 05:33 AM

3.El primer aspecto hace referencia a la relación “fábrica-sociedad”. O si se prefiere, a la relación con el mercado. El fordismo se fundaba en el dominio absoluto de la fábrica sobre la sociedad. En cuanto forma de organización típica de la “producción de masa” (del modelo productivo donde quien produce “sabe” tener a su disposición un mercado casi ilimitado en el que la oferta siempre será inferior a la demanda), ésta no debía “obedecer” al ambiente externo sino que, por el contrario, podía permitirse “modelarlo”. Definiendo tipos de productos y volúmenes de producción “autónomamente” y exclusivamente en base a los propios parámetros productivos. La programación de empresa podía, así, pensar la sociedad como una variable dependiente, como objeto de programación, según la idea de un flujo lineal que del centro de dirección de la fábrica, del corazón de la producción, descendería a lo largo de todo el ciclo productivo y daría, finalmente, forma al mercado, “subsumiéndolo” a la propia racionalidad técnica del mismo modo como subsumía la fuerza de trabajo. Así funcionaba el fordismo: de la fábrica a la sociedad, flujo de sentido único. La misma ciudad fordista, la company town, no era más que una prolongación de la fábrica. Latía con el corazón de la fábrica, seguía sus ritmos, sus horarios, asumía sus estilos de vida y sus formas de dominio.

El nuevo modelo productivo, en cambio, debe enfrentarse a una situación totalmente distinta: un mercado “maduro” y de límites bien definidos; un mercado “finito”, por así decirlo, saturado en sus segmentos fuertes y donde la oferta debe medirse con la variabilidad de una demanda cada vez más selectiva y a menudo imprevisible. Así ha sido en los últimos años. Años en los que la mundialización del mercado no ha conllevado, paradójicamente, una extensión ilimitada de la capacidad de absorción de mercancías por éste, sino al contrario, ya que lo que ésta ha puesto de manifiesto ha sido más bien su rigidez, la saturación tendencial implícita en su desarrollo (también por causa de la manifestación de umbrales “naturales”, ecológicos, que perjudican estructuralmente al Tercer Mundo, a la mayoría de la población mundial, bloqueando su acceso a las formas y a los niveles de consumo de Occidente). Y así será en el futuro donde, este nuevo modelo productivo, deberá enfrentarse, cada vez en mayor medida, a la crisis de consumo que ya empieza a darse en la actualidad, al “nuevo desorden” mundial consecuencia de la improgramable movilidad de los mercados: causa real de la “derrota histórica” del fordismo y elemento que ha destruido el sueño de una simple evolución del modelo por vía tecnológica. La fábrica debe enfrentarse ahora a una sociedad que ya no absorbe todo lo que ésta produce, que no permite la maniobra tradicional de disminuir costes aumentando el volumen de la producción. Una sociedad que “resiste” al dominio de la racionalidad instrumental propia de la esfera productiva, no consintiendo una programación lineal y obligando la estructura productiva a adecuarse una y otra vez al “capricho” del mercado. Y, determinada por las modificaciones del “ambiente externo”, a “vibrar”, por así decirlo, con el mercado, modificando sus actitudes, la combinación de máquinas y hombres en la esfera productiva o incluso los mismos niveles de productividad, Ya no es el orden productivo lo que “coloniza” lo social, lo que reduce cualquier ámbito a la propia geometría, sino que es el desorden social (las volubles “preferencias del cliente”) lo que irrumpe en la fábrica, forzando sus estructuras a una “movilidad” cada vez mayor. A una capacidad de respuesta cada vez más fluida. No es Marx quien naufraga aquí, sino Weber y su idea de la racionalidad instrumental como posibilidad de programación y cálculo, construcción de formas regulares al abrigo de las perturbaciones de la subjetividad; no es la crítica del XIX a la fábrica mecanizada lo que se agota, sino la absolutización en el XX de su estatuto técnico como forma universal de la racionalidad.

agrega tus comentarios

tesis 4 y ultima por ahora
por tesis 4 • Thursday November 27, 2003 at 05:38 AM

4.El segundo aspecto inédito hace referencia a la relación con la fuerza de trabajo. El taylorismo, como filosofía productiva, asumía como presupuesto la idea de una “resistencia” obrera estructural al empleo de trabajo. Partía de la existencia en la fábrica de un “segundo mundo”, distinto y separado del orden de la empresa, gobernado por su propio código de honor y por leyes específicas no escritas, y determinado a negar cuotas de la propia fuerza de trabajo, a ralentizar las operaciones, a “ocultar”, sobre todo, su potencia productiva real a la jerarquía de fábrica. Para contrarrestar esto debía servir, precisamente, la “ciencia del trabajo”: para vencer la “natural pereza” obrera; para restituir al patrón el conocimiento del proceso productivo, “horadando” el monopolio del conocimiento sobre los oficios detentado por los trabajadores. La fábrica taylorista era una estructura productiva feroz, despótica, agresiva, porque era “dualista”. Porque se fundaba en la idea de una separación y de una contraposición estructural entre los principales sujetos productivos. La fábrica incorporaba, en su misma “constitución”, el conflicto. La relación de fuerza. Para superarlo, ciertamente; para disolverlo en la universalidad objetiva de la ciencia, pero no sin un resto irreductible en su mismo planteamiento: la alteridad obrera dentro del sistema de máquinas ha sido, hasta el final, el principio oculto del taylorismo.

La teoría de la “fábrica integrada”, en cambio, presupone, filosóficamente, la idea de una estructura productiva “monística”. De una comunidad de fábrica unificada y homologada en la que el trabajador debe consciente y voluntariamente “liberar” la propia inteligencia en el proceso productivo, conjugando funciones ejecutivas con prestaciones de control y de capacidad de proyectar, señalando los defectos en tiempo real y participando directamente en la redefinición de la misma estructura del proceso productivo en relación con las variaciones de la demanda. Entre sistema de la fuerza de trabajo y dirección de empresa debe establecerse una continuidad cultural, existencial, un sentir común, que no admita fracturas. Si la fábrica taylorista se fundaba en el “despotismo”, ésta aspira a la “hegemonía”. Si aquella usaba la fuerza, ésta juega con la pertenencia. Si una intentaba disolver la identidad obrera o, como mínimo, controlarla, ésta se propone mucho más: entiende “construir” una identidad colectiva totalmente nueva, enraizada en el territorio de la fábrica, coincidente, en sus límites, con el universo de la empresa. Aquí no se trata de forzar a una masa “inerte” a suministrar trabajo en bruto (energía productiva). Se trata más bien de recabar de ésta, fidelidad y disponibilidad. Se trata de llevar a cabo una “movilización total” de la fuerza de trabajo que active sus capacidades intelectivas y los residuos de creatividad. Se trata de subsumir al capital la dimensión existencial de la misma fuerza de trabajo. De identificar la subjetividad del trabajo con la subjetividad del capital. Así como de hacer de la pertenencia a la empresa la única subjetividad posible. Es, en muchos aspectos, el corolario inevitable de lo dicho anteriormente: si de hecho la fábrica debe “vibrar con el mercado”, si su morfología (la misma estructura del proceso productivo, la organización de los equipos, las formas de la división técnica del trabajo) debe modificarse a cada modificación de la superficie móvil de la demanda, no puede encomendarse a una fuerza de trabajo “pasiva”. Se hace imprescindible estimular su “autoactivación”, comprometerla en la realización de las políticas empresariales. Se hace imprescindible politizar empresarialmente el trabajo directamente productivo. Ejercer “hegemonía” sobre el antiguo adversario “de clase”.