La ilusión del desarrollo

El proceso de desindustrialización en países como Argentina, Brasil y México, ante la competencia de las revoluciones tecnológicas y científicas, cada vez más avanzadas, el retroceso al extractivismo más descomunal, muestra patentemente el fracaso de la modernización en América Latina.
No hay salida en la clausura del sistema-mundo moderno. La salida se encuentra en horizontes abiertos más allá de la modernidad; hay que desandar el camino, por así decirlo, encontrar otros comienzos, conformar otras condiciones de posibilidad históricos-culturales institucionalizables, sobre todo, que cumplan con la reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales planetarios.
La responsabilidad ineludible de los pueblos es asumirse como tales; asumir los usos críticos de la razón, sus voluntades singulares, autorepresentarse, autogestionarse y autogobernarse, asumiendo la democracia, en pleno sentido de la palabra, construyendo consensos entre los pueblos, abriendo senderos, encontrando otras rutas, que sean las de la reinserción de las sociedades humanas al Oikos planetario.



marzo 25, 2018

La ilusión del desarrollo

Raúl Prada Alcoreza

La ilusión del desarrollo tiene varios nombres; entre tantos, podemos citar el de modernización, aunque también el de “bien estar”, entendido como acceso al consumo de bienes diversos, sobre todo los que denotan, en el sistema simbólico moderno, estándares de vida elevados. La ilusión del desarrollo ha desatado migraciones a las ciudades y las ha convertido en monstruosas metrópolis. Ha empujado a las nacientes repúblicas a incorporarse al mercado mundial con todo lo que tenían al alcance; por eso, las repúblicas nacidas en el siglo XIX se sumergieron en las rutas marítimas de exportación de sus recursos naturales. La ilusión del desarrollo sedujo a las revoluciones socialistas, empujándolas a forzar saltos al desarrollo, a la industrialización y la modernización; con esto se embarcaron en lo mismo que atacaron, el capitalismo; solo que, sin burguesía, sustituida por una burocracia implacable. La diferencia radicaba en que implementaron un capitalismo de cuartel, haciendo paráfrasis al socialismo de cuartel, tal como define Robert Kurz, en tanto que sus simétricos cómplices, los “occidentales”, tenían un capitalismo de libre mercado y libre empresa[1].

La ilusión del desarrollo condujo a los nacionalismos populares por el mismo camino recorrido por las potencias desarrolladas e industriales, las metrópolis colonizadoras. Es donde se perdieron, después de nacionalizar los recursos naturales, expropiados por empresas trasnacionales, y las empresas mismas privadas trasnacionales. Algunos países, los menos, un estrechísimo grupo, que se puede contar con los dedos de una mano, se embarcan en la conocida estrategia económica de “sustitución de importaciones”, para seguir con la “industrialización de las exportaciones”; los más, centenares de países del llamado “tercer mundo” se entrampan en lo mismo que heredaron de la condición colonial, en la denominada “economía primario exportadora”. En ambos casos, con sus diferencias estructurales, se sumergen, para hacerlo, ya sea, unos, para lograr inversiones en la industrialización, después, mayores inversiones, para el cambio tecnológico, ya sea, otros, para ampliar la economía extractivista, en el incremento acelerado de endeudamientos, que los convierte en impagables o en la transferencia de buena parte de la dependencia al pago de la deuda externa. Se puede decir que la situación de la dependencia se agrava en las condiciones de la dominancia del capitalismo financiero y especulativo.

La ilusión del desarrollo es como el método del incentivo de la zanahoria al burro, obligado a seguir cargando con el peso de su condena, la de cargar en sus espaldas con su castigo; en este caso, las dinámicas de acumulación ampliada del sistema-mundo capitalista. Si bien puede cambiar la composición de la estructura del centro de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, incluso su desplazamiento geográfico, lo que no cambia es que el centro no puede ser sino un núcleo denso y estrecho, quizás cada vez más estrecho, en tanto que la periferia de la geopolítica del sistema-mundo capitalista no deja de ser tampoco la inmensa geografía política de la Tierra. Sin embargo, de ninguna manera se crea que el centro de la economía-mundo escapa a las dinámicas de la crisis estructural inherente a los ciclos largos y mediados del capitalismo. De las crisis relativas a los ciclos de mediano plazo, de ascenso y descenso, anotados por Nikolái Dmítrievich Kondrátiev, se pasa a la crisis orgánica de los ciclos largos; haciendose éstos notorios, sobre todo, a partir de la conocida crisis económica mundial de 1929, llamada crisis de la gran depresión. En la década de los setenta del siglo XX se hace patente la crisis de sobreproducción, que se trata de administrar con la manipulación de las crisis financieras diferidas e intermitentes. Hay que sumar a este panorama el colapso de la modernización, descrito por Robert Kurz, incorporando el derrotero dramático de la modernización forzada al estilo del socialismo de cuartel, derrotero cuyo desenlace es el derrumbe de este socialismo de cuartel, que abre las compuertas ideológicas, por lo tanto, fetichistas, a una nueva ilusión de desarrollo, con una tardía e inocente esperanza en el sueño de vitrina del capitalismo de libre empresa y de libre mercado. En suma, la ilusión del desarrollo sigue motivando la compulsión de los ilusos por el sistema de la producción de mercancías, de la valorización abstracta y de la apología, cada vez más triste y endémica, del egoísmo. Robert Kurz observa los síntomas y señales de la crisis, agudizada en los distintos escenarios del sistema-mundo capitalista; en lo que respecta al núcleo central de la economía-mundo, la crisis de sobreproducción, diferida en crisis financiera, se hace notoria en el incremento del desempleo y la extensión demográfica de la pobreza, apenas ocultada. En lo que respecta a los países del “este”, que correspondieron a la experiencia del socialismo real, se observa en la transición trágica del gris socialismo de cuartel, que manifestaba palmariamente una economía de la escasez y una crisis de subproducción, hacia la condición “tercermundista”, empero, en la etapa tardía de su incorporación; lo que conlleva la lapidaria caída de las “clases medias” subvencionadas a la miseria. Por último, en el escenario de la llamada geografía accidentada de “países en desarrollo”, no observa la continuidad de las características de la etapa de la acumulación originaria del capital, sino, más bien, una combinación perversa de endeudamiento para invertir en industrialización tardía o en la transferencia de las tareas industriales de la economía-mundo del centro a la periferia, con la determinación estructural de nuevas composiciones del extractivismo extensivo e intensivo, implementado con tecnologías de punta. En los tres escenarios mundiales, Kurz observa los síntomas de la clausura de la modernidad, en sus distintos perfiles.

Estamos, entonces, ante el colapso de la modernización y la modernidad, en sus distintos perfiles y facetas. Desde esta perspectiva, la insistencia en la promesa modernizadora no tiene sentido ni es sostenible, salvo el de alimentar la ilusión en un espejismo cada vez más borroso y fantasmagórico. El retroceso al nacionalismo trasnochado en la hiper-potencia mundial y complejo económico-militar-tecnológico-cibernético-comunicacional, muestran el repliegue de la ideología de la modernidad a sus estratos más conservadores. Las compulsas del capitalismo europeo productivo, basado en la innovación y organización tecnológica, por mercados para la realización de la plusvalía, se encuentra con la competencia productiva e innovadora de los “tigres del Asia” y de la hiper-potencia-industrial-economica-militar-tecnologica-cibernetica de China. El desplazamiento del centro de la economía-mundo al Oriente asiático se topa con límites económicos de los mercados saturados, a los cuales puede acceder con precios competitivos, logrados con la composición diferenciadas de ofertas; desde productos de chatarra, productos desechables, hasta productos de alta calidad, con mejores precios que los europeos y los estadounidenses. Sin embargo, se enfrenta a las políticas proteccionistas de estos países. Por otra parte, afronta, de manera ineludible, los límites físicos del planeta, al que no se le puede seguir extrayendo, depredando y contaminando, salvo a costa de la sobrevivencia humana. El proceso de desindustrialización en países como Argentina, Brasil y México, ante la competencia de las revoluciones tecnológicas y científicas, cada vez más avanzadas, el retroceso al extractivismo más descomunal, muestra patentemente el fracaso de la modernización en América Latina.

Con el colapso de la modernización y de la modernidad no hay pues más cabida para el encantamiento de la ilusión del desarrollo. Lo que pasa es que la insistencia, ahora, se promueve de manera artificial recurriendo a los medios de comunicación, a la publicidad y a las puestas en escena espectaculares, con lo que se quiere embriagar a las masas, atraídas por el consumo exacerbado de las banalidades proliferantes. Todas las formas políticas e ideológicas, todavía en despliegue, se esmeran por darle distintas versiones a estas puestas en escena; en el núcleo del centro de la geopolítica del sistema-mundo capitalista se dan expresiones con distinta tonalidad y acento; en Estados Unidos de Norte América se hace apología del pasado dominante de la ahora potencia en retirada; en Europa se afanan por mantener la credibilidad en la estabilidad de un sistema-mundo capitalista que se desvencija; en la República Popular China se recurre a un barroco que tiene como referencia al pasado “comunista” y su logro en el “socialismo de mercado”, haciendo énfasis en las revoluciones tecnológicas y científicas de la hiper-potencia asiática; el barroco se hace más saturado con la recurrencia a los resabios del nacionalismo trasnochado.

En cambio, la ilusión del desarrollo, adquiere dos versiones en América Latina, parte de la periferia de la geografía política del sistema-mundo capitalista, aunque también parte de la geografía política de las “potencias emergentes”; una de ellas es el discurso plano y al extremo esquemático del neoliberalismo, que ya no puede prometer, como lo hizo antes, la compra del paraíso a través de la expansión de los créditos, sino que ofrece mezquinamente un ordenamiento económico a través de las conocidas privatizaciones, externalizaciones de la economía, restricciones abusivas de la inversión social. La otra versión es “progresista”; el “socialismo del siglo XXI”, que ofreció la tierra prometida, corrigiendo los errores del socialismo real, una vez que esta promesa se entrampó en el laberinto de las formas de gubernamentalidad clientelar, haciendo patentemente grotesco no un socialismo de cuartel, sino un populismo encuartelado, solo ofrece monedas virtuales para salvarse de la crisis económica, social y política, que ya llegó a niveles catastróficos.

No hay salida en la clausura del sistema-mundo moderno. La salida se encuentra en horizontes abiertos más allá de la modernidad; hay que desandar el camino, por así decirlo, encontrar otros comienzos, conformar otras condiciones de posibilidad históricos-culturales institucionalizables, sobre todo, que cumplan con la reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales planetarios. Empero, para lograr cruzar los umbrales y límites del horizonte de la civilización moderna es menester vencer los obstáculos histórico-políticos que impiden el avance de los pueblos hacia la situación inaugural de otros horizontes civilizatorios; estos obstáculos son los que tienen que ver con las mallas institucionales constituidas en las historias políticas y sociales de la modernidad. Los Estado-nación, el orden mundial, el imperio del sistema-mundo , que impera, las estructuras institucionales de representación y delegación, que expropian y usurpan las constelaciones de voluntades singulares de los pueblos, las geopolíticas puestas en juego, las ideologías, que sustituyen al mundo efectivo por mundos de representaciones, la competencia por la acumulación abstracta del capital, son algunos de los obstáculos que hay que sortear. La responsabilidad ineludible de los pueblos es asumirse como tales; asumir los usos críticos de la razón, sus voluntades singulares, autorepresentarse, autogestionarse y autogobernarse, asumiendo la democracia, en pleno sentido de la palabra, construyendo consensos entre los pueblos, abriendo senderos, encontrando otras rutas, que sean las de la reinserción de las sociedades humanas al Oikos planetario.

[1] Leer de Robert Kurz El colapso de la modernización. Editorial Marat; Buenos Aires 2016.