Italia: la izquierda se ha ido por su cuenta

La caida de la izquierda italiana toda entera se encuadra en un ciclo general que ve la tendencial y aparentemente irreversible disolución de las familias del socialismo europeo, y con ello la salida de escena de la categoría misma de “centro-izquierda”, inutilizable por anacronismo.
Nosotros decimos que el vacío de la izquierda en todas partes será llenado o sustituído por el el despliegue de la potencia social en la forma de protagonismo autónomo, democracia barrial, autogestión, autogobiernos locales, federalismo democrático, etc. pero no en forma de “opciones” mejores que las izquierdas, sino en lento proceso de reconstrucción de comunidades donde circule libremente el afecto y el newén.



Italia: La izquierda se ha ido por su cuenta
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Por Marco Revelli (*)

La Italia del day after no la cuentan los números, las estadísticas de votos. La cuentan los mapas, la cuentan los colores. Y es una Italia irreconocible, casi toda azul en el centro norte, toda amarilla en el centro sur. Vendría a significar: la Italia de Visegrado y la Italia de Masaniello [cabecilla de la rebelión napolitana de 1647 contra los impuestos del virreinato

La Italia de arriba, alineada con la Europa de la margen oriental, la Europa codiciosa que responde al exceso de acogida y cultiva el temor a volver atrás defendiendo con el cuchillo entre los dientes las cositas propias de pésimo gusto: Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, pasando por el corredor austriaco…

La Italia de abajo, agachada en su malestar de abandono mediterráneo, en la consciencia desesperante del fracaso de todas las clases dirigentes propias, y en tumultuoso movimiento procesional en la esperanza de una intervención providencial (un “novum”, alguien no haya estado hasta ahora nunca en el poder) que la salve del infierno.

Una atraída por la flauta mágica de la “flat tax” [impuesto fijo con una tasa marginal constante, principal promesa electoral berlusconiana], la otra por la de la renta básica [medida central del programa de los Cinco Estrellas].

En medio de la nada, o casi: una delgada franja, agrietada, coloreada de rojo en los territorios en los que radicaba el núcleo fuerte del asentamiento electoral de la izquierda, y que ahora aparece en progresiva disgregación, con los márgenes que ya cambian.

Bien que hará falta decirlo de una vez de dientes para fuera, aunque no sea más que por mantener el respeto intelectual por nosotros mismos: en esta nueva Italia bicolor la izquierda ya no existe. Ya no tiene espacio como presencia popular, como cuerpo social culturalmente connotado, ni siquiera como lenguaje y modo de sentir común y colectivo. Incluso como palabra. Su identidad política, otrora tendencialmente hegemónica, ya no tiene curso legal. El agua en la que estábamos acostumbrados a nadar desde siempre se desliza lejos - muy lejos - y nosotros estamos aquí, abandonados sobre la arena como huesos de sepia. Secos y desnudos.

No es una derrota «histórica», como la del 48, cuando el Frente Popular se vio arrollado por la Democracia Cristiana atlantista y degasperiana, pero no salió de escena. Es más bien un «éxodo». En aquel entonces, al día siguiente, como dice Luciana Castellina, se pudo volver al trabajo y a la lucha, porque ese ejército había sido vencido en batalla, pero estaba, tenía un cuerpo, en minoría pero consistente, y en las fábricas los obreros comunistas volvían a tejer la propria tela como peces en el agua, precisamente.

Hoy no: a la izquierda de 2018 (si todavía tiene sentido llamarla así) no ha sido arrollada por nadie. No ha sido seleccionada como adversario a batir por ninguno de los demás contendientes. Se ha ido por su cuenta. O cuando menos, se ha puesto de perfil. Los electores se han limitado a dejarla a un lado para irse a otro lugar. Igual que se deja una casa en ruinas. Tiene razón Roberto Saviano cuando dice que los azules y amarillos han podido ocupar todo el espacio porque del otro lado ya no había nadie. Desde este punto de vista, este resultado electoral tiene al menos un mérito: nos pone frente a un dato de la verdad. Y a un par de contradicciones incómodas: que la «ola negra» no era en absoluto ilusoria, en el norte la ha vehiculado Salvini, y en el sur la han neutralizado los Cinco Estrellas (como hizo en su tiempo la Democracia Cristiana).

Por otra parte, un rasgo de verdad nos viene dado por la catastrófica experiencia del cuatrienio renziano. La obra demoledora de «Míster Catástrofe», como lo llama en feliz expresión Asor Rosa, constituye un “experimentum crucis” óptimo. Utilísimo - de querer utilizarlo para lo que es: una suerte de vivisección sin anestesia - para indagar en qué se ha convertido el PD a los diez años de su nacimiento, pero también que queda de sus identidades anteriores, de las culturas políticas que plasmaron su trasfondo del siglo XX, de la antropología de sus cuadros y de sus miembros, de su arraigo social, del grado en que se mantienen o, al revés, en que se han evaporado las referencias en el conjunto de tradiciones que definen cada comunidad. Matteo Renzi, en su breve pero tumultuosa (casi histérica) experiencia de líder nacional ha tensado el proprio partido en cada una de sus fibras, le ha dado un vuelco a (y se ha reído de) todos los valores, ha humillado a personas e ideas que mantenían una mínima traza de esa tradición, le ha dado la vuelta 180 grados el eje de referencias sociales (los obreros de Mirafiori substituidos por Marchionne [gerente de la FIAT]), ha provocado a golpe de [votos de] confianza la aprobación de leyes impopulares y antipopulares, ha reeducado en la retórica y la mentira a una comunidad que había hecho del rigor intelectual un mito, si no una práctica efectiva, ha cancelado cualquier rastro de «diversidad berlingüeriana» dando voz al deseo desmesurado de «ser como todos», de cultivar asuntos y círculos mágicos, erigiendo como modelos antropológicos a los De Luca de las frituras de pescado [1] y los padres etruscos de los créditos fáciles a los amigos…Ahora, con todo esto, se habría podido esperar que, si de esa tradición hubiera quedado algo, si hubiera quedado un cuerpo colectivo cualquiera de «izquierda histórica» dentro de esas paredes, se hubiesea dejado oír (”si no ahora, cuándo”, precisamente). Tanto más después de cumplirse el gran paso - el rito sacrificial - de la escisión. Un éxodo de masas, siguiendo al cuadro dirigente que habían seguido hasta 2013.

Por el contrario, nada: fuera de esos muros ha salido un río, pero se ha filtrado apenas un débil reguero, una minúscula «base» que sigue a un pletórico grupo dirigente. El 3 y pico por ciento de Libres e Iguales mide las dimensiones de un espacio residual. No anuncia - y lo digo con pesar y respeto por quien nos ha creído - ningún nuevo inicio, sino más bien una extenuación y tendencialmente un fin. Dice que no hay resiliencia en aquello que fue en el pasado vehículo de las esperanzas populares. Ni la experiencia también generosa (por lo menos en su componente juvenil) de Potere al popolo - desgraciadamente marcada por el pésimo espectáculo en directo la noche de los resultados con festejos, mientras se consumaba una tragedia politica nacional -, puede trazar un posible recorrido alternativo: su resultado fraccional, por debajo del umbral mínimo de visibilidad, nos dice que ni siquiera el uso de un lenguaje mimético con el «populista» ayuda a superar el abismal déficit de credibilidad de todo lo que parece desempolvar mitos, ritos, banderas tumbadas, con razón o sin razón, por el maelstrom que nos arrastra.

Se discutirá largamente sobre los errores cometidos, que también los hubo: de las candidaturas equivocadas (¿cómo se puede escoger como frontman al presidente del Senado en una Italia que odia todo lo que es institucional y apesta a clase política?). De las modalidades de construcción de la propuesta politica, ensamblada de manera mecánica. De las insuficiencias de muchos con un ciclo politico marcado por opciones impopulares. Todo cierto. Pero no basta.a caida de la izquierda italiana toda entera se encuadra en un ciclo general que ve la tendencial y aparentemente irreversible disolución de las familias del socialismo europeo, y con ello la salida de escena de la categoría misma de “centro-izquierda”, inutilizable por anacronismo.

Por eso no basta con hacer. Hay que pensar y repensar. Mirar las cosas cómo son y no cómo querríamos que fueran. Medir nuestros fracasos. Construir instrumentos de análisis más adecuados. Porque este mundo que no reconocemos ya no nos reconoce… Como el Montale de 1925 (¡milnovecientosventicinco!) me oiría decir: «No nos pidas la palabra que escrute desde cualquier lado | el ánimo nuestro informe, y con letras de fuego | lo declare y brille como flor de azafrán | perdida en medio de un polvoriento prado», para concluir, justamente, con el poeta, que sólo esto sabemos «lo que no somos, lo que no queremos».

Nota del traductor:

[1] Vincenzo De Luca, presidente de la región de Campania, del PD, incitaba en noviembre de 2016, a ofrecer, si fuera necesario, fritura de pescado a los electores para conseguir su voto afirmativo en el referéndum sobre la reforma constitucional convocado -y perdido- por Renzi.

(*) Marco Revelli (1947) antiguo militante del autonomismo obrero italiano y celebrado estudioso del fordismo y el postfordismo, es catedrático de Ciencia Política, Sistemas Políticos y Administrativos Comparados y Teoría de las Administraciones y Políticas Públicas de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad del Piamonte Oriental «Amedeo Avogadro». Sus últimos libros publicados en español son La política perdida, Trotta, Madrid, 2008, y Postizquierda.¿Qué queda de la política en el mundo globalizado?, Trotta, Madrid, 2015.

Fuente: Il Manifesto, 10 de marzo de 2018

Traducción: Lucas Antón