abril 05, 2018
Crisis inmanente y crisis trascendente de la República
Raúl Prada Alcoreza
¿Cómo explicar el descalabro de un régimen? Se ha hablado de crisis política, de manera más precisa de crisis de legitimidad; las otras versiones hacen hincapié en la crisis económica. Hay también otras de carácter moral que apuntan al desmoronamiento ético y moral; concretamente, la explicación más conocida es la que señala la expansión de la corrosión institucional y de la corrupción. Puede la explicación adquirir una denotación y connotación más compleja; entrelazar los distintos procesos que llevan a la crisis estructural de un régimen y abordar la interrelación entre los factores de la crisis. De esta manera, se tiene una mirada más integral del problema de la crisis de legitimidad de un régimen. Claro que hay que referirse a un régimen específico, escapando a las generalizaciones; cada descalabro político, al final, tiene su propia trayectoria y recorrido. Sin embargo, a pesar de esta condición ineludible en el acontecimiento político, no deja de ser aleccionador analizar las analogías y paralelismos de las crisis políticas. Eso intentaremos hacer en adelante.
Sería muy fácil recurrir a la figura de ciclo, incluso del ciclo largo, que supone un proceso de nacimiento o de apertura y se curva sobre sí mismo, volviendo a encontrar su punto de partida, pero como muerte o clausura. A pesar de que todo lo que acontece se comporta cíclicamente, lo que importa es encontrar las estructuras y dinámicas del funcionamiento político. Si atendemos a los tipos de regímenes, tipificados por la ciencia política, vemos que, a pesar de sus diferencias, ninguno escapa a su deterioro y desgaste; tampoco a su derrumbe. Unos pueden parecer perdurar más, pero, no dejan de sufrir la corrosión interna y el debilitamiento institucional; algo que anuncia su decrepitud. En cambios otros no llegan a alcanzar a darse como ciclo largo, sino se acercan a acortarse en el ciclo mediano. Parte de la filosofía política ha atribuido a este fenómeno de alcance limitado a la característica de estos regímenes, que llama “totalitarios”. O sea, según esta interpretación, los regímenes liberales alcanzan ciclos largos porque logran funcionar como equilibrio de compensaciones, al respetar el Estado de Derecho. Se puede decir que el régimen liberal de más prolongada duración es el de Estados Unidos de Norte América, que lleva ya más de dos siglos, desde la constitución de la República. La historia de esta república no ha estado exenta de crisis; la guerra de secesión (1861-1865) fue una crisis de envergadura, que desafió la pervivencia de la República, donde los estados de la Unión se enfrentaron a la Confederación de los estados del Sur; en otras palabras, el régimen liberal se enfrentó al régimen esclavista. Desde entonces no parece la República haber experimentado una crisis política tan profunda, salvo las crisis económicas, que forman parte del ciclo del capitalismo vigente; nombrarle la crisis de la gran depresión de 1929, así como la crisis de sobreproducción que se destaca en la década de 1970, teniendo, después, como administración de la crisis de sobreproducción, las crisis financieras intermitentes. Quizás la guerra del Vietnam cuestionó la consciencia republicana, así como lo hizo el asesinato de John Fitzgerald Kennedy; ahora, la llegada de Donald Trump a la presidencia también lo hace, solo que de manera inversa; en cuanto a Kennedy porque lo asesinaron; en cuanto a Trump por que eligieron a alguien que no tiene vocación liberal, menos democrática; se lo caracteriza de populista.
Hannah Arendt hace una reflexión sobre la crisis de la República en un libro que lleva el mismo título[1]. En el contexto de la guerra del Vietnam, la República ingresa a una crisis de consciencia, pero, también crisis de operatividad del sistema legal, sobre todo constitucional. La reflexión se centra en la desobediencia civil que ocasiona no solo la guerra del Vietnam, sino también la asumen “minorías” asociadas, que hacen fuerza en oposición a las leyes que consideran no constitucionales de algunos Estados, que disienten de la Ley Federal, así como también de la minoría-mayoría afroamericana, que no se considera integrada, menos en condiciones de igualdad, como establece la Constitución. La filosofa encuentra el problema en que la Constitución se basa en la asociación de ciudadanos - primero, claro está, de las llamadas trece provincias -, por lo tanto, en la libertad de asociación, cuya promesa implica cumplimiento. En la situación del contexto y el periodo cuando escribe Arendt, saltan problemas del cumplimiento, precisamente por los problemas que plantea la desobediencia civil. Los jueces tienden a considerar tratable los temas y las demandas por consciencia, no así con lo que respecta a la desobediencia civil, que tienden a transferirla a requerimiento político por parte del Estado, denominada doctrina de la cuestión política.
Entonces, estamos ante una crisis de otro tipo, una crisis inmanente al sistema, en este caso a la República, no una crisis trascendente. Crisis que se puede resumir de la siguiente manera: Primero, no todos los que son, los que componen, la sociedad, están reconocidos en la Constitución. No están los indígenas, tampoco los afros y otros migrantes de color. Segundo, la Ley no contempla ciertas asociaciones movilizadas, que hacen fuerza con sus demandas, no contempla la incorporación de la desobediencia civil en el funcionamiento de su hermenéutica y aplicación. Tercero, paradójicamente, el equilibrio logrado, duradero y prolongado, casi permanente, ha desgastado la vitalidad de las instituciones; hay como un vacío o inercia que se ha extendido en la maquinaria del Estado, convirtiéndolo en anacrónico por su permanente y constante recurrencia a hacer lo mismo.
En contraste, la crisis que llamaremos trascendente, la que manifiesta su fenomenología abiertamente, mostrando patentemente no solo el deterioro de la máquina del poder, sino el comienzo de su diseminación, muestra, desde un principio sus rupturas dramáticas institucionales. Las repúblicas del Sur, a pesar de proclamarse regímenes liberales, de proclamar e instituir la Constitución, por lo tanto, la base jurídica del Estado de Derecho, después del primer periodo institucional, ingresan a periodos desgarradores de golpes de Estado; es decir, expresando lo más descarnado de la crisis, la evidencia indiscutible de la crisis de las repúblicas que no terminan de constituirse. Han de pasar periodos agitados y convulsionados, incluso revoluciones campesinas, revoluciones nacionales, que, después de la independencia, vuelven a refundar la República, bajo condiciones no solo jurídicas, sino jurídico-políticas de mayor alcance, con la incorporación de derechos democráticos y sociales; incluso se transforman las condiciones histórico[1] -políticas sobre las que se instaura la República Popular. En algunos casos o trayectorias histórico-políticas se intentan, después del periodo dramático de los primeros caudillos, regímenes liberales, sin ampliar los derechos democráticos; en este caso esta intentona jurídico-política se da en corto plazo, mostrando sus deficiencias, sus falencias y limitaciones. Sin embargo, a pesar de ser constitutivos y transformadores estos regímenes de las repúblicas populares, además de gozar de apoyo popular, no alcanzan a desplegarse en dos décadas; son interrumpidas por golpes militares, que no tienen las características de los motines del primer periodo de crisis política, sino que responden a estrategias en el contexto de la guerra fría mundial.
Las dictaduras militares que interrumpen los procesos barrocos políticos de las repúblicas populares son la manifestación evidente de la crisis estructural del Estado-nación. Se trata de Estado-nación subalternos y dependientes, Estado-nación subalternizados a la hegemonía imperialista, dominante en ese entonces. A pesar de que las repúblicas populares no llegaron a entrar en conflicto directo con el imperialismo, sin desaparecer el conflicto latente y, a veces, explícito, con la hegemonía y dominio mundial del imperialismo, estas repúblicas no dejaban de ser un obstáculo para la geopolítica imperialista, que requería materias primas baratas, descartando los sueños de los gobernantes populistas.
La crisis trascendente, a diferencia de la crisis inmanente, manifiesta, casi desde un principio, la crisis estructural del Estado; en cambio la crisis inmanente parece resolverse en el prolongado equilibrio de la República; sin embargo, los factores inmanentes de la crisis están latentes, escondidos en las entrañas mismas de la maquinaria estatal. Pueden estos factores dejar de ser inmanentes y trascender, mostrándose a la luz, como ocurrió durante la guerra de Secesión. La pregunta es si volverá a darse nuevamente esta situación en la República del Norte. En el mismo libro de Arendt se cita a Alexis de Tocqueville donde el menciona que el peligro para el Estado liberal conformado viene de la población de color, que no ha sido incorporada a la Constitución. Ciertamente la guerra de Secesión de dio entre la Unión, que pregonaba la abolición de la esclavitud, y la Confederación, que quería mantenerla; empero, con la victoria del Norte no culminó la herencia colonial racista, así como la consecuencia de una prolongada discriminación y segregación racial, incluso hasta nuestros días, a pesar de las reformas democráticas impuestas por el Estado Federal. Retomando a Tocqueville, Arendt parece referirse a esta situación. Seguramente escribe en la coyuntura cuando se organizan las Panteras Negras como autodefensa contra la brutalidad policial contra los afroamericanos.
La reflexión de Hannah Arendt devela problemas no solo en lo que respecta a la República, sino también en la misma reflexión. Arendt parte como si la Constitución de la República de los Estados Unidos de Norte América fuese casi perfecta o, por lo menos, como un paradigma que contiene sus propias soluciones, para enfrentar problemas, tanto de interpretación como de aplicación. Sin embargo, reconoce que no están incluidos ni los indígenas, ni los afroamericanos. Este reconocimiento es el que tira por la borda la legitimidad de la República. ¿Cómo puede darse una República sin los pueblos indígenas y sin los afroamericanos? Salvo si se los excluye imaginariamente del mundo efectivo, sustituyéndolo por el mundo de las representaciones, que recorta la ideología jurídica-política liberal. En el fondo o trasfondo, lo que se lee en el mensaje subyacente, es que no se los reconoce como humanos, por lo tanto, como portadores de derechos. No se puede hablar de democracia en estas condiciones, salvo si se lo hace ideológicamente; sobre todo, cuando se los incluye, incorporándolos, empero con el sello de la diferencia discriminadora. Esto no es otra cosa que no desembarazarse de una mirada colonial, manteniendo los prejuicios y habitus coloniales, encubiertos por el discurso liberal; llama la atención, sobre todo por las connotaciones raciales en alguien que ha sufrido, en carne propia, el racismo nacional-socialista.
Dijimos que íbamos a anotar analogías de los procesos y ciclos de las repúblicas, de los Estado-nación del continente; una analogía es esta: la República se construye sobre cimientos no democráticos, sobre cimientos coloniales. Ya desde su nacimiento conlleva entonces la impronta de la ilegitimidad, por no reconocer los derechos de los pueblos indígenas y de los afroamericanos. Que se mantenga el nombre de República solo es posible ideológicamente; problema caro para la filósofa que critica precisamente las ideologías.
¿Por qué la República norteamericana experimenta una crisis inmanente, en tanto que las repúblicas del Sur experimentan crisis trascendentes? En otras palabras: ¿Por qué la República del Norte logra el equilibrio permanente, en cambio las repúblicas del Sur sufren una suerte de desequilibrio intermitente? Fuera de que en el Norte se conformó una gran nación, en tanto que en el Sur se renunció a la Patria Grande, optando por republiquetas, impuestas por las oligarquías regionales, hay buscar los factores que incidieron en el Norte en la constitución de un pacto duradero, en cambio en el Sur hay que buscar los factores que incidieron en la disgregación.
Sugerimos, en principio, hipótesis interpretativas sobre la diferencia de factores de incidencia en el Norte y en el Sur, en lo que respecta a la conformación de la República.
Hipótesis interpretativas teóricas
1. En el Norte la constitución de la República impone la proyección nacional sobre los condicionamientos regionales; en cambio en el Sur la constitución de la República se imponen los condicionamientos regionales sobre el proyecto nacional.
2. En el siglo XVIII la guerra anticolonial combinaba la revolución política y la revolución social; en cambio en el siglo XIX las guerras de la independencia se acotaron en la revolución política, descartando la revolución social, desatada en la guerra anticolonial del siglo anterior. Aunque la revolución social no se haya explicitado en la guerra de la independencia norteamericana, quedando latente en la utopía harringtoniana, de todas maneras, el carácter más plebeyo de su burguesía conllevaba algunos efluvios de la revolución social. En cambio, al Sur, la presencia y manifestación de la revolución social se hizo explicita en la guerra anticolonial del siglo XVIII, tanto en el levantamiento Panandino indígena, en la insurrección indígena y mestiza de Nueva Granada y en la guerra anticolonial haitiana. Sin embargo, esta guerra anticolonial fue contenida por los ejércitos coloniales, salvo en Haití. Durante el siglo XIX los criollos y mestizos condujeron las guerras de la independencia, pero, con un contenido acotado en la revolución política.
3. Al finalizar de las guerras de la independencia en el Sur, las oligarquías regionales se impusieron a los ejércitos independentistas, prácticamente los desarmaron, persiguiendo incluso a sus oficiales, en algunos casos hasta asesinarlos, acotando aún más la revolución política, convirtiéndola en una revolución política cercenada, que instauró regímenes liberales simulados, restringidos a las minoritarias poblaciones criollas y mestizas.
4. En el Norte, al finalizar la guerra de la independencia y al proclamarse la República, que geográficamente se situaba en las trece provincias de la costa del Este, se proyectó expansivamente en la guerra contra las naciones indígenas y sus territorios, que se encontraban al centro del subcontinente de Norte américa. Más tarde lo hizo extendiéndose más al Oeste, incorporando a parte de los territorios de la República de México, territorios que eran herencia del Virreinato de Nueva España.
5. El expansionismo en el que derivó la República del Norte la convirtió en un imperialismo americano, que concurría y entraba en competencia con los imperialismos europeos de entonces.
6. El repliegue de las repúblicas del Sur a los límites espaciales de sus oligarquías regionales incidió condicionalmente en la conversión de los Estado-nación en subalternos y dependientes.
7. El pacto social o contrato social en la República del Norte se consolidó, transformando las condiciones de este pacto; de pacto republicano pasó a ser pacto imperialista, cuya dominación requería una mayor expansión, ya de alcance mundial.
8. Los pactos sociales o contratos sociales en las repúblicas del Sur, distribuidos y acotados a regiones, no lograron consolidarse, sino, al contrario, sufrieron permanentemente crisis políticas por la vulnerabilidad inherente; quizás, sobre todo, debido a la restringida proyección de los pactos mismos.
9. Las historias políticas en el Norte y en el Sur trazan una diferencia histórica reconocible; en el Norte se experimenta como un equilibrio político prolongado, que estabiliza institucionalmente a la República; en cambio, en el Sur, se experimentan, de manera intermitente, desequilibrios políticos constantes, implícitos en las mismas estructuras estatales. Las mallas institucionales son vulnerables, lo que va conllevar periodos de hundimiento republicano, ocupados por gobiernos de facto, seguidos por periodos de retorno republicano, con refundaciones de la República.
10. En la actualidad, en la coyuntura presente, las crisis trascendentes de las repúblicas en el Sur adquieren como dos formas peculiares. Con los “gobiernos progresistas”, las crisis trascendentes políticas se muestran en toda su desmesura en los problemas de convocatoria, en los peligros de las formas de gubernamentalidad clientelar y en las mutaciones institucionales corrosivas de galopantes corrupciones. Con los gobiernos neoliberales, las crisis trascendentes políticas se muestran en toda su desmesura como paroxismos de austeridad, redundando en costos sociales y restricción de derechos sociales, además de retornar a las políticas de privatización, que descalabran las economías nacionales. Las corrosiones institucionales y las galopantes corrupciones no dejan de estar presentes tampoco en estos casos, aunque adquieran otros perfiles. No se efectúan, como en el caso de los “gobiernos progresistas”, a nombre del pueblo y del “proceso de cambio”, sino a nombre de la “estabilidad”.
11. La crisis inmanente política en el Norte, que ha emergido como crisis trascendente política una vez y que se ha manifestado tibiamente, de esa manera, escazas veces, vuelve a dar señales de una posible crisis trascendente de mayor escala. Los factores inmanentes de la crisis, su perduración y acumulación, adquieren la condición de volcán emergente.
12. Las combinaciones de las crisis inmanentes y las crisis trascendentes políticas en distintas composiciones, según las coyunturas y los contextos, configuran las genealogías del poder en sus singularidades, así como también las genealogías de las crisis de los Estado-nación, la forma característica de organización política e institucional en el orden mundial.
[1] Leer de Hannah Arendt Crisis de la Republica. Editorial Trotta; 2015.