Carta abierta al campo militante prochavista de la Argentina

En los últimos días recibí numerosos ataques y agresiones por la vía de las redes sociales debido a la declaración que difundimos sobre Venezuela con varios amigo/as y colegas, declaración de la cual me reconozco como una de las promotoras.
Aunque lo haya explicado en varios lugares, hace ya tiempo que considero que el proceso bolivariano ha caído en una deriva autoritaria, por lo menos desde 2015. Creo que el régimen que lidera Maduro –y ello en el marco de una crisis social y económica sin precedentes-, reforzó los peores elementos ya presentes en el chavismo (más concentración de poder, enorme corrupción, radicalización del extractivismo y estado rentista, entre otros).



CARTA ABIERTA AL CAMPO MILITANTE PROCHAVISTA DE LA ARGENTINA
Maristella Svampa

En los últimos días recibí numerosos ataques y agresiones por la vía de las redes sociales debido a la declaración que difundimos sobre Venezuela con varios amigo/as y colegas, declaración de la cual me reconozco como una de las promotoras.

Aunque lo haya explicado en varios lugares, hace ya tiempo que considero que el proceso bolivariano ha caído en una deriva autoritaria, por lo menos desde 2015. Creo que el régimen que lidera Maduro –y ello en el marco de una crisis social y económica sin precedentes-, reforzó los peores elementos ya presentes en el chavismo (más concentración de poder, enorme corrupción, radicalización del extractivismo y estado rentista, entre otros), al tiempo que licuó lo mejor que éste tenía en términos de populismo plebeyo (dispositivos de democracia participativa, empoderamiento de los sectores populares, cierta redistribución de la riqueza). También, como aparece en la declaración citada, del otro lado (aunque esto no incluye toda la oposición y movilización callejera) existe una derecha violenta y antidemocrática que busca borrar de la faz de la tierra todo lo que ha significado el chavismo en términos simbólicos y políticos para el mundo subalterno.

En razón de ello, la declaración que impulsamos apuntaba a salir de la polarización, a restablecer un cierto equilibrio, si ello era posible, ilustrando la complejidad de la crisis venezolana. Buscábamos ser objetivos, de ningún modo imparcial o neutros, colocando matices, ahí donde muchos solo veían la realidad en blanco o negro. En consecuencia con ello, apoyamos la propuesta de Plataforma Cuidadana, una iniciativa de autoconvocados surgida en Venezuela, en la cual se destaca Edgardo Lander, un intelectual cuyas credenciales de izquierda democrática y su apoyo a las luchas sociales en este continente son incuestionables. Nadie con dos dedos de frente podría decir que Lander es un “reaccionario” o que es “funcional a la derecha”.

El documento contó con firmas muy significativas; desde Anibal Quijano, Alberto Acosta, Arturo Escobar, Boaventura de Sousa Santos, Luis Tapia, Pierre Salama, Raquel Gutierrez, Carlos Porto Gonçalvez, Enrique Viale, Horacio Machado Araoz, Roberto Gargarella, Attac Francia, así como varios exministros y ex compañeros de ruta del proceso boliviariano; en fin, más de dos centenares de firmas de todas partes del mundo, muchas de las cuales provienen de intelectuales de izquierda ligados a procesos de lucha en sus respectivos países, no pocos de ellos/as contra el extractivismo y los procesos de despojo y acaparamiento de tierras en el marco del actual modelo de acumulación del capital. Otras firmas provienen de la izquierda académica, con todas las variaciones, en términos de mayor o menor radicalidad política y de vínculo con organizaciones sociales, que esto involucra. (véase http://llamadointernacionalvenezuela.blogspot.com.ar/2017/05/llamado-internacional-urgente-detener_30.html)

La declaración de llamado a detener la escalada de violencia en Venezuela obtuvo una gran repercusión internacional en diferentes medios (Francia, Alemania, Bolivia, Argentina, entre los lugares que he podido seguir), pero sobre todo abrió la posibilidad de pensar el proceso de caos y violencia que hoy atraviesa Venezuela sin caer en una lectura simplista y conspirativa (todo es “culpa de la derecha y el imperialismo”), y sin desconocer tampoco lo que intenta hacer la derecha violenta (apoyada por Estados Unidos). Por último, para nosotros también era importante mostrar a nivel internacional que no existe una sola izquierda, alineada con los progresismos realmente existentes, la cual suele potenciar las hipótesis conspirativas, despreciar todo aquello que llame a defender el pluralismo y las libertades civiles como si se tratara de “libertades burguesas”, e, incluso, en algunos casos puntuales, llegando a hacer un llamado bochornoso e indefendible a “aplastar” la movilización callejera. Buscábamos mostrar que Otra izquierda es posible, una que mire y pueda acompañar el proceso venezolano críticamente, sin dejar por ello de renunciar a nuestras convicciones y principios político-ideológicos.

De la política de insultos a los puntos ciegos

No habíamos terminado de actualizar las firmas de la declaración en el blog creado a tal efecto, que ya andaban circulando respuestas airadas e insultos multiplicados por las redes sociales, que lejos de significar un llamado a un debate amplio sobre estos temas, clausuraban cualquier posibilidad de diálogo fraterno y anunciaban una pretensión de verdad asentada en un doble monopolio: una, respecto de la “verdadera” lectura del proceso venezolano; otra, sobre el “el verdadero compromiso de la izquierda” o más precisamente, de los/as intelectuales de izquierda firmantes.

Una parte importante de estas respuestas descalificatorias a la declaración provenía de la Argentina. En razón de ello es que escribo estas líneas, en las cuales quisiera destacar dos cuestiones diferentes.

Lo primero a destacar es la lógica de linchamiento desatada. No hay que dejarlo pasar. Lamento decirlo, pero estoy cada vez mas convencida de que las redes sociales no constituyen un ámbito interesante, mucho menos democrático, de debate. En Argentina, espacios como facebook alientan respuestas compulsivas y virulentas (antes siquiera de leer los textos completos), al tiempo que promueven una lógica salvaje de linchamiento, donde cada comentario pretende superar en tono e insulto al anterior, o bien, busca asentarse y potenciar el insulto anterior (en el estilo que de modo ejemplar marcó el programa televisivo kirchnerista 6,7,8, ¿se acuerdan?).

Sucedió entonces que, mientras en Venezuela seguía muriendo gente en las calles, mientras Edgardo Lander era tratado de “reaccionario” y hasta Boaventura de Sousa Santos salía a defenderlo y a explicar porque firmó la declaración; en Argentina los muros de facebook de varios de los firmantes de la declaración comenzaron a llenarse de insultos. Muy probablemente por ser una de las promotoras visibles de la declaración, eso sucedió conmigo en las redes sociales. Ahí se desató una lógica de linchamiento, motivada además por la ausencia de respuesta de mi parte (estaba en viaje), lo cual impulsó a los “más valientes” a competir entre sí –en diálogo incluso entre ellos- en grado de insulto y descalificación hacia mi persona, y el resto de los firmantes. Como dijera atinadamente Pablo Alabarces, otro de los firmantes argentinos, “La mayoría proponía un nivel de condena que me hace temer que, el día que triunfe la “revolución” que estos compañeros proponen en nuestro país, nos van a fusilar (si no zafamos en un campo de reeducación)”.

La segunda cuestión, más de fondo, tiene que ver con los sujetos involucrados en las respuestas en las redes sociales y las contracartas que se sucedieron desde Argentina. En realidad, quienes reaccionaron de modo tan violento a la declaración, redoblando la apuesta en defensa de la Venezuela de Maduro, adjudicándonos a los firmantes de la declaración las peores responsabilidades e intencionalidades políticas, no fueron sectores ligados a las organizaciones kirchneristas. Repito: más allá de los casos puntuales, no fue el “oficialismo de izquierda” (la expresión se la debo a Horacio Machado Araoz) ligado directa o indirectamente al kirchnerismo el que se manifestó, el cual es bastante indiferente a lo que sucede en América Latina; muchos de ellos desconocen incluso el ABC de los progresismos a nivel latinoamericano o bien contribuyen a reproducir a una visión romantizada de los mismos (pensemos en el proceso boliviano, visto desde la Argentina). En verdad, quienes reaccionaron de modo condenatorio fueron más bien colegas y referentes intelectuales y militantes vinculados a organizaciones sociales territoriales, filopopulistas/autonomistas.

Quisiera aclarar que no sólo conozco muy bien este sector del campo militante; más aun, he sido parte activa de él antes de involucrarme más directa y a fondo con las luchas socioambientales de la región e incorporar otras narrativas de cambio. Con no pocos/as de los/as que han venido desgranando insultos y descalificaciones varias en estos días, hemos compartido espacios de lucha y debates, a partir de Diciembre de 2001. Hay otros/as que no conozco (aunque me interpelan como si me conocieran y supieran todo de mi), tal vez porque son jóvenes, vaya a saber, pero sin duda parecen ser muy poco abiertos al debate respetuoso de ideas, quizá porque algunos han sido socializados políticamente en las redes sociales (¡lo cual es lamentable!) y no en los espacios políticos de los barrios y las calles.

Son varios los defensores del proceso venezolano que buscan trazar paralelos con otras dinámicas históricas (Chile, bajo Allende; la revolución cubana). No voy a entrar en esa discusión, pues creo -como muchos otros- que el chavismo–al menos hasta hace poco tiempo y desde abajo- podía ser homologado con el primer peronismo, en tanto experiencia transformadora a nivel de la subjetividad política de las clases populares. Sin embargo, las maldiciones que desató en Argentina nuestra declaración crítica respecto del gobierno de Venezuela, no tiene que ver con leer el chavismo en el espejo del primer peronismo, con interpretarlo como una repetición de la “Batalla de Chile”, o proponerlo como un reto similar al de “Bahia de los Cochinos”…

Desde mi punto de vista, considero que el problema consiste en que una parte importante de organizaciones y colegas de la izquierda nacional-popular y autonomista argentina encontró en el chavismo un anclaje latinoamericanista y antiimperialista imprescindible desde el cual definirse; la forma de escapar al dilema político identitario al que los/nos sometió durante más de una década el kirchnerismo. Dichos sectores populistas-autonomistas encontraron en el chavismo la solución, a saber, la forma de seguir integrados en los avatares del progresismo regional, sin adherir por ello necesariamente a la política nacional del kirchnerismo. Su adhesión incondicional al chavismo pasó entonces a sintetizar una manera de seguir –legítimamente- con “los pies adentro” a escala regional, durante el ciclo de cambio progresista, aun estando “afuera” a nivel nacional -cuando el kirchnerismo era gobierno-… En consecuencia, el apoyo al proceso venezolano estuvo asociado a la construcción de una determinada identidad política, capaz de dar coherencia y estabilidad a los posicionamientos de dichas organizaciones a nivel regional, en medio de la hegemonía kirchnerista. En esa línea, el chavismo devino la clave de bóveda de una identidad política, asumiendo por ende un carácter inamovible e innegociable.

En los últimos años, hacia el fin del kirchnerismo, muchas de estas organizaciones territoriales populistas/autonomistas, a las cuales yo misma había apostado en términos políticos personales, eclosionaron dividiéndose; algunas intentaron una alianza (asimétrica) con la izquierda clasista más tradicional; otros continuaron haciendo de furgón de cola del kirchnerismo en los actos prochavistas e incluso algunos terminaron absorbidos por éste. Otros sectores buscaron reinventarse positivamente en la actual coyuntura, potenciando la militancia cultural y la lucha antipatriarcal. Pocos intentaron incorporar otras dimensiones estructurales de la lucha –como la crítica al extractivismo, por ejemplo-; pocos lograron disputar el monopolio que el trotskismo ostenta o al menos busca establecer desde la narrativa clasista en los medios trabajadores urbanos… Mientras tanto el chavismo continúa siendo el anclaje identitario mínimo, el eje inamovible, el último bastión –todavía en pie- de un conjunto de organizaciones y colegas de izquierda, cuyos esfuerzos políticos y militantes no han sido –infelizmente en los últimos tiempos- coronados por un avance importante en las luchas anticapitalistas. No es casual entonces, mucho menos en un contexto de fin de ciclo progresista, que la defensa dogmática e incondicional al chavismo tienda a combinar la diatriba desmesurada con la apelación mitológica, acelerando los dispositivos de clausura ideológica, pues lo que está detrás de ello es nada menos que la defensa de una determinada identidad política…

En Argentina, el final del progresismo como lingua franca nos enfrenta a una cruda realidad. Al interior de las izquierdas, el panorama es desolador, pues efectivamente no hemos sabido –no hemos podido- articular las diferentes narrativas emancipatorias en un lenguaje común. Sabemos que el progresismo selectivo del gobierno kirchnerista terminó por abrir heridas profundas al interior de este espacio, difíciles de sanar. Es por ello que necesitamos tender puentes entre las diferentes izquierdas realmente existentes, así como necesitamos también incorporar aquellas otras matrices político-ideológicas que hoy recorren el campo contestatario e interpelan el actual patrón de acumulación del capital. Tal vez me equivoque, pero sin ello, no hay posibilidad de recomposición alguna de ese espacio político e intelectual que pretendemos llamar izquierda. En otras palabras, tanto en Argentina como en América Latina, la izquierda posprogresista a (re)construir, si ello es posible, tendrá que ser no sólo regional y popular, clasista y antipatriarcal sino también profundamente plural y ecologista.

Sería lamentable que la discrepancia en relación con lo que sucede en la actual Venezuela –la cual no puede resolverse a través de la escalada de la violencia ni a través de la injerencia externa- instale nuevas barreras político-ideológicas o ahonde las diferencias en este espacio ya de por si fragmentado y en crisis. No sólo porque hay muchas cuestiones que en el régimen venezolano no han funcionado y nos interrogan o deben interrogarnos acerca de qué entendemos por socialismo y horizonte de cambio; sino porque además como izquierdas nos debemos un debate fraternal y respetuoso, que recupere y recree los puntos de convergencia y las gramáticas emancipatorias de los movimientos sociales en lucha, sobre todo en los tiempos que se avecinan.

Buenos Aires, 5 de junio de 2017

*Socióloga y escritora. Miembro del Grupo Permanente de Alternativas al Desarrollo y de Plataforma 2012.