¿Organizarnos?
Gustavo Esteva
La Jornada
Parece que todas y todos estamos de acuerdo. Como dijo reiteradamente la vocera del Concejo Indígena de Gobierno, hace falta organizarnos. Ésa debe ser la prioridad. Muchas y muchos lo hemos tomado en serio y en eso estamos. Sin embargo…
Ante todo, importa aprender a estar de acuerdo. Muchos hay que dicen que sí, pero en el fondo no están de acuerdo. A otros no se les pide su opinión, y muchos están de acuerdo en lo que no hace falta que lo estén. Esa es la razón de que importe, ante todo, aprender a estar de acuerdo. (Bertolt Brecht, El que dice no.)
No se trata, aparentemente, de incorporarse a alguna de las que antes eran formas clásicas de organización: el sindicato, el partido, la asociación gremial o empresarial. Para la mayoría de los sindicalizados no existe opción: con el empleo viene la afiliación y el pago de cuotas a estructuras caciquiles, verticales y corruptas, que incluyen también a bandas delincuenciales, como los trabajadores de la construcción que usan la franquicia de la CTM para sus tropelías, o las organizaciones de mototaxis que se ocupan de la distribución de droga. Algo semejante ocurre en los partidos. Ninguno hay que no sea una estructura vertical en que la gente participa según normas que le prescriben, aunque pueda tomar iniciativas. Lo mismo que las asociaciones gremiales o empresariales, no son formas de autorganización. En general, no les pertenecen realmente a quienes pertenecen a ellas.
¿No es asunto de clase eso de no estar organizado? Los más pobres, en el campo y en la ciudad, no pueden sobrevivir sin alguna forma de organización, aunque su tejido social profundo, firmemente organizado, carezca a menudo de etiquetas formales. Sólo individuos de las clases medias o altas pueden vivir sin organizaciones propias. Algunas y algunos pasan la vida entera afirmados en su condición individual, leales a organizaciones e instituciones de las que cuelgan su existencia, las que les dan empleo o ingreso o las que los abastecen de productos o servicios, la tienda, el banco, el club de golf… Resisten en general las formas más elementales de autorganización y les resulta problemático ponerse de acuerdo hasta para administrar su condominio, aunque pueden fácilmente montar organizaciones más o menos efímeras para propósitos muy concretos. No parecen ser ellas y ellos los principales destinatarios del mensaje de organizarse.
El mensaje tampoco tiene aplicación clara para comunidades indígenas de estados como Oaxaca, que hace siglos no dejan de tener su asamblea, sus autoridades, su sistema propio de gobierno. No carecen de organización… aunque la que tienen sufre diversas perturbaciones y no logra salir de la escala comunitaria y municipal.
¿Qué es eso de organizarse, realmente? ¿Se trata todavía de construir organizaciones en función de objetivos económicos, políticos, sociales, culturales? ¿Hay que hacerlo según ideologías, con prescripciones sobre el futuro? ¿Se requiere organizarse para conseguir algo del capital o del gobierno, sea mejores salarios o prestaciones o bien servicios o acceso a programas? ¿Es esa la organización que nos hace falta? ¿La que permita presentar demandas a instancias públicas o privadas?
Esta colección de preguntas retóricas intenta ir acotando nuestro desafío. Organizarnos, hoy, implica plantearnos seriamente la necesidad de reconstruir la sociedad desde la base. Va más allá de la construcción de un colectivo, una cooperativa o una ONG para propósitos específicos de sus miembros, o de la mera autorganización de espacios de convivencia, como en un condominio o para una fiesta. También va más allá de la organización que conduce a una movilización para resistir algo o a alguien o para presentar exigencias de cualquier índole. Tampoco guarda relación con lo que hace falta hacer en las organizaciones clásicas de la sociedad que cae a pedazos.
Organizarnos, hoy, significa ante todo mantener la mirada entre nosotros, a nuestra escala, dentro de nuestro alcance, horizontalmente, conscientes de lo que podemos o no hacer por nosotros mismos para reconstruir la sociedad desde abajo.
Significa también saber que eso exige, entre otras cosas, pensar de nuevo el horizonte. Perdimos el país que teníamos. Se ha desvanecido el marco del Estado-nación. Las invocaciones a la soberanía nacional, que se siguen lanzando ante cualquier provocación, suenan cada vez más vacías. Si se trata de pensar en mexicanos y mexicanas, en lo que tenemos en común, en la forma de gobernarnos, tenemos que pensar más allá de lo que todavía se presenta como territorio mexicano, porque una tercera parte de nosotros no está aquí… y porque ese territorio se puso en venta y ha dejado de ser nuestro… Lo nacional necesita pensarse de nuevo.
Organizarnos, por tanto, la invitación insistente a que lo hagamos, abre un amplísimo espectro de preguntas en que acaso lo único que sabemos con claridad es que no tienen respuestas únicas. Tenemos que plantearlas desde los contextos, los lugares, los espacios, las condiciones en que cada quien se encuentra. Y ahí, quizás, podamos ponernos a pensar qué hacer en nuestras matrias, a medida que lo que llamábamos patria, con toda su carga patriarcal, se sigue deshilachando y pierde paso a paso todo perfil de realidad.
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