Nicaragua, como hacer una revolución y entregarla al capital… y como traerla de vuelta.
El tema se ha depositado en el antagonismo izquierda-derecha, lo que se ha demostrado que nos es así, sino más bien la convicción de que para gobernar y administrar un estado se requiere del capital, lo que encierra al binarismo maniqueísta izquierda-derecha en el círculo vicioso del poder, lo que resulta en que por más que hable bonito la izquierda, el estado sigue siendo el administrador del extractivismo que destruye la naturaleza, despoja a las comunidades y otros grupos humanos de sus territorios y va deteriorando cada vez más la calidad de vida de la población.
La revolución sandinista en vez de apoyarse en el protagonismo social y el autogobierno de localidades que hubiese substituido al estado por algo parecido al confederalismo democrático kurdo, terminó llegando a lo que Marx abandonó cuando estudió la Comuna de París: al mismo aparato de dominación que hemos criticado tanto pero que las izquierdas que se quedaron pegadas a la idolatría y fetichismo estatal, insisten en que es la única vía para transitar a la sociedad sin clases, la sociedad del común, llamada comun-ista como asunto paradigmático, ideológico y de receta de cocina. La vocación de poder ha sido la droga de las izquierdas, como opio que les lleva a vivir mundos imaginarios del cual apenas comienzan a salir cuando se les viene el mundo abajo, como la burocracia nicaragüense hoy día que no encuentra como detener las protestas y ha asumido el modo venezolano de reprimir, es decir oleadas de motoqueros “revolucionarios” repartiendo palos a diestra y siniestra. Ya Evo Morales está llegando a lo mismo, acercarse al momento de la verdad después de vivir su posverdad.
La burocracia nicaragüense llegó al colmo de intentar hacer un canal transoceánico que afectaría enormemente a la naturaleza, al ambiente y a las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas que deberían desplazarse para cumplir el capricho del rey, pero que en vez de hacerlo, en vez de aceptar el mandato del Olimpo, retomaron el camino que debería haber tomado la revolución desde sus inicios, es decir tomar las decisiones desde abajo, se organizaron y movilizaron por todo el país hasta paralizar el ataque al punto que los partidos de derecha pensaron que podrían hacer oposición desde allí, craso error, pues han sido esos campesinos, fogueados en la lucha contra el canal, los que se dirigen ahora a la capital a apoyar las protestas contra las reformas del seguro social que golpean tremendamente a los trabajadores con el pretexto de salvar el seguro que está haciendo agua.
Desde abajo, desde los afectado por el capital y sus andanzas estatales, se está produciendo el acercamiento entre sectores y se están sembrando las bases para el libre despliegue de la potencia social y su engarzamiento en modos de gobernar o de autogobernarse sin requerir del viejo aparato engañoso y traicionero. Esta movilización del campo a la ciudad recuerda la marcha de los cañeros del viejo Sendic así como la actual movilización de los autoconvocados del campo uruguayo. Semilla es de todas maneras, escuela de aprendizaje que contribuye a la nueva época de las dinámicas sociales que van desplazando a los partidos y sustituyendo la vieja pugna por el poder por nuevas formas de protagonismo desde abajo y el autogobierno de localidades de la población cansada de ser “representada” por honestos y deshonestos que no parecen percibir como los atrapa la máquina.
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