Nicaragua
“¿Qué régimen es éste? ¿Qué mutaciones ha experimentado el FSLN hasta llegar a lo que es hoy?”
Mónica Baltodano, comandante guerrillera, ex-miembro de la Dirección Nacional del FSLN, ex-diputada del FSLN y fundadora del Movimiento por el Rescate del Sandinismo, reflexionó sobre varias de las mutaciones experimentadas por el Sandinismo del FSLN originario hasta llegar a lo que llamó Chayo-Orteguismo, en una charla con Envío que transcribimos.
Mónica Baltodano
¿Cuáles son los trazos esenciales, los más distintivos, del régimen de Daniel Ortega? ¿Qué rupturas, qué involuciones, qué mutaciones observamos en esos trazos y qué significan respecto de los propósitos programáticos del FSLN y del proyecto de la Revolución Sandinista? Veamos varios de esos trazos, para analizar después algunas de las mutaciones.
Primer rasgo. No estamos en ninguna segunda etapa de la Revolución, no se están realizando transformaciones que nos coloquen en el camino de un sistema de justicia social. Todo lo contrario: se ha fortalecido, como nunca antes, un régimen económico-social en el que los pobres están condenados a rebuscarse la vida en trabajos informales, precarios, por cuenta propia o a trabajar por salarios miserables y en largas jornadas, condenados a emigrar a otros países en busca de trabajo, condenados a pensiones de jubilación precarias. Se trata de un régimen de inequidad social con un creciente proceso de concentración de la riqueza en grupos minoritarios.
Segundo rasgo. Se ha profundizado la subordinación del país a la lógica global del capital. Nuestro país, casi sin
darnos cuenta, se ha ido entregando a las grandes transnacionales y a los capitales extranjeros, que llegan a explotar nuestras riquezas naturales o a aprovecharse de nuestra mano de obra barata, como sucede en las zonas francas. El caso más patético de esta lógica entreguista del país y de sus recursos es la concesión para la construcción del Canal Interoceánico, pero ha habido previamente muchas otras concesiones mineras, forestales, pesqueras, en la generación de energía, que han ido ocupando todo el país.
Tercer rasgo. El actual sistema económico-social necesita acabar con las resistencias sociales y el régimen de Ortega lo logra ejerciendo un severo control social. Controla las organizaciones sindicales, gremiales y populares y eso facilita la enajenación de estos sectores, que son los que estarían llamados a la resistencia, pero que imaginan que estamos en un gobierno de izquierda y revolucionario.
Cuarto rasgo. Se ha desarrollado un desmedido proceso de concentración de poder en la camarilla Ortega-Murillo. Es un proceso en expansión y en crecimiento que, a nuestro juicio, todavía no ha llegado a su nivel más alto. Amenaza con destruir todo vestigio de institucionalidad democrática, al tiempo que a lo inmediato no existe ninguna fuerza capaz de frenarlo o de ponerle fin.
Creo que éstos son cuatro rasgos esenciales, los factores que pesan más en la realidad. No pueden explicarse las mutaciones experimentadas por el FSLN tomando alguno de estos factores aisladamente. Hay que analizarlos interactuando, tambén interrelacionados. Y hay que tener en cuenta que han tenido distintos procesos de desarrollo, unos están más maduros que otros, unos iniciaron antes que otros. La privatización del Frente Sandinista, por ejemplo,
se desarrolló antes que la creación de la oligarquía económico-financiera del Frente. Es la suma, la mezcla, el entrelazamiento de todos los factores lo que ha desembocado en una realidad innegable: la concentración ilimitada
de poder.
¿Cómo llamar a lo que hoy tenemos? ¿Ortega-murillismo? ¿El clan Ortega-Murillo? Yo lo he llamado “Chayo-Orteguismo”.
Y lo defino como el sistema de prácticas, valores, concepciones y comportamientos políticos de un colectivo importante dentro de la sociedad nicaragüense, que teniendo control absoluto de las principales instituciones del país, usa ese poder concentrado para reproducirse, afianzarse e instalarse en la cúspide del Estado por años. Para lograrlo, le resulta fundamental influir en las mentes de los nicaragüenses y en sus creencias, en particular en las de los jóvenes.
El Chayo-Orteguismo es una ruptura profunda con lo mejor de la herencia ideológica del sandinismo. En algunos aspectos es el retorno a un oscurantismo medieval y, sin duda, es la más escabrosa perversión del Sandinismo. Este fenómeno político ha emergido del cadáver del Frente Sandinista de Liberación Nacional y del de una Revolución que, aunque realizó importantes transformaciones, fue interrumpida y frustrada por años de guerra. Tanto la Revolución como el Frente Sandinista de Carlos Fonseca no existen más. Algunos comparan esta involución con lo que ocurrió con el PRI y el priísmo, un engendro surgido de la Revolución mexicana. Pero, en algunos aspectos, lo de Nicaragua es peor, porque al menos el PRI estableció tempranamente la alternabilidad y en Nicaragua lo que tenemos es un poder unipersonal y familiar.
Para llegar a esto hubo antecedentes. El caudillismo de Daniel Ortega inició antes de las elecciones de 1990, con la decisión de su candidatura presidencial y con la decisión de hacer una campaña electoral centrada en él como “el gallo ennavajado”, sin ninguna propuesta programática. Su caudillismo se fue fortaleciendo cada vez más en los años siguientes. La disputa que se dio al interior del Frente Sandinista entre 1993-1995 persuadió a Ortega y a su círculo de hierro de la importancia de controlar el aparato partidario. Y eso se concretó más precisamente en el Congreso del Frente de 1998, en donde se comenzó a diluir totalmente lo que eran los restos de la Dirección Nacional, lo que eran la Asamblea Sandinista y el Congreso del Frente, sustituyéndolos por una asamblea en la que participaban principalmente los líderes de las organizaciones populares fieles a Ortega. Poco a poco, incluso esa asamblea dejó de reunirse. En aquel momento se dio una importante ruptura. Para entonces, ya era evidente que Ortega se alejaba cada vez más de las posiciones de izquierda y centraba su estrategia en cómo ampliar su poder. Su énfasis era el poder por el poder.
A partir de entonces, y para acrecentar su poder inició sucesivos procesos de alianzas. La primera fue con el Presidente Arnoldo Alemán que produjo las reformas constitucionales de 1999-2000. El propósito central de la alianza con Alemán fue reducir a 35% el porcentaje necesario para ganar las elecciones, repartirse entre ambos partidos los cargos en todas las instituciones del Estado y garantizar seguridad a propiedades y negocios personales de dirigentes del FSLN. A cambio, Ortega le garantizó a Alemán “gobernabilidad”: se acabaron las huelgas y las luchas reivindicativas. El Frente Sandinista dejó de oponerse a las políticas neoliberales. Las organizaciones cuyos principales dirigentes pasaron a ser diputados en los años siguientes o se integraron a las estructuras del círculo de poder de Ortega dejaron de resistir y de luchar.
En aquellos años también se dio el “amarre” -yo no le llamaría alianza- con el jefe de la jerarquía católica, el Cardenal Obando. Este amarre tenía como propósito principal el control del Poder Electoral, a través de la relación personal, íntima, que tiene Obando con quien presidía desde el año 2000 el Poder Electoral, Roberto Rivas. Con este amarre Ortega consiguió también control e influencia en la jerarquía católica y también entre la feligresía católica.
Fue a partir de 1998 que el orteguismo empieza a “amurillarse”, que empieza a hacerse más patente el ascendiente de Rosario Murillo. Después de que su hija Zoilamérica denunció a su padrastro, Daniel Ortega, Murillo empieza a aparecer en las tarimas y a hacerse evidente su influencia dentro del Frente Sandinista. Este poder continuó creciendo de una manera extraña. En las elecciones de 2001 y 2006 ella fue la jefa de la campaña electoral de Ortega. La victoria de Ortega en 2006, aunque fuera con sólo un 38%, terminó de afianzar su influencia y su poder. Se termina de conformar entonces dentro del clan la camarilla Ortega-Murillo.
Conviene recordar que la campaña de Ortega como candidato en las elecciones de 2006, dirigida por Rosario Murillo, fue una campaña totalmente vaciada de compromisos con hacer cambios serios en las políticas económicas neoliberales. Si uno lee el folleto rosado chicha que elaboró ella para aquella campaña no encontrará ningún contenido programático progresista. Allí sólo se habla de “perdón” y sólo se reitera una petición: “Dénnos una oportunidad”… Fue hasta que Hugo Chávez vino a la toma de posesión de Daniel Ortega en enero de 2007, que le escuchamos a Ortega un contenido de izquierda, pero era sólo retórica. Cuando Hugo Chávez llegó al gobierno en 1998, Ortega estaba en otra cosa, armando su alianza con Alemán. Recuerdo que Tomás Borge ya había calificado a Chávez de “golpista” y había dicho que el Frente Sandinista no establecería relaciones con él. A mi juicio, la relación de Ortega con Chávez durante todos estos años fue interesada, para aprovecharse del petróleo venezolano y del apoyo político del grupo ALBA. Recuerdo que antes de llegar Ortega al gobierno, en aquellos largos años, cuando los sandinistas se preguntaban: ¿A dónde vamos?, les decían: “Es que hay que poner el “pide vía” a la izquierda, pero doblar a la derecha”. Eso es lo que hizo Ortega, lo que aún hace: habla de izquierda, pero va a la derecha. Y eso fue lo que hizo con Chávez.
En 2007, con la llegada de Ortega a la Presidencia, se manifiesta de manera patente una tendencia que ya venía haciéndose cada vez más clara. El pragmatismo económico mostrado por el Frente en relación a las privatizaciones y a las políticas neoliberales se despliega plenamente. Se inicia entonces una nueva fase en la que Ortega entra en un proceso de acercamiento con el otro pilar del poder nacional: los grandes empresarios agrupados en el COSEP. Se produce entonces la simbiosis de Ortega con el gran capital nacional. No le llamo alianza a eso, es una simbiosis porque lo que define la naturaleza del actual régimen es que su misión principal es fortalecer y crear condiciones a la economía de mercado, fortalecer al gran capital, mientras reparte migajas a los pobres para que estén tranquilos.
Los continuos encuentros de Ortega y su gobierno con los empresarios nicaragüenses durante todos estos años hablan de una fusión de intereses que tiene pretensiones de larga durabilidad. No se trata solamente de arreglos bilaterales con algunos de los grandes capitales nacionales. Es ya una simbiosis de intereses. Y esto viene de años anteriores, porque en el transcurso de los años precedentes se venía creando una “burguesía rojinegra”. Y como me duele en el alma llamarla “rojinegra”, prefiero llamarla “burguesía rosado chicha”. Ese grupo de poder económico tiene una comunidad de intereses con el gran capital nacional. No se trata, pues, de una alianza con ellos por razones tácticas, como a veces creen algunos que les advierten a los grandes empresarios: Cuidado, éstos les van a meter el cuchillo… No, no, lo que hay es una simbiosis de intereses. Ortega y su grupo no están con el gran capital por conveniencia táctica. Están con el gran capital porque ahora ellos son un grupo capitalista importante y el gobierno representa esa comunidad de intereses que tiene hoy la nueva oligarquía sandinista junto con la oligarquía tradicional y el gran capital transnacional.
Tampoco se trata de que Ortega quiera promover al empresariado nicaragüense para fortalecer una burguesía nacional capaz de desarrollar el país a partir de nuestras propias posibilidades, fomentando un capitalismo nacionalista, un objetivo que nunca terminó de construirse en Nicaragua. No, no es por eso. Se trata de una simbiosis al servicio de la lógica del gran capital transnacional. Y por eso, los principales protagonistas en esta simbiosis son las cabezas de los grandes capitales financieros del país -Pellas, Ortiz Gurdián, Fernández Hollman y Zamora Llanes- y no son capitalistas de otras áreas productivas. Porque es el capital financiero especulativo quien rectorea hoy la lógica del capitalismo del siglo 21, que promueve el desarrollismo extractivista, la entrega de las riquezas naturales y la explotación de la mano de obra barata con la desregulación del mercado.
Tan profundos niveles de subordinación a la lógica del capital no los encontramos en el gobierno de Violeta Barrios ni en el de Arnoldo Aleman ni siquiera en el más cercano al empresariado, el gobierno de Enrique Bolaños. Tal vez se explica porque en estos gobiernos había fuerzas sindicales y gremiales que servían de contrapeso a estos gobiernos. Había un sandinismo de base que resistía. Puede ser… La realidad es que hoy el gobierno de Ortega ha puesto fin a esa resistencia y ha anulado todo contrapeso.
La realidad es que Nicaragua vendió a precio “de guate mojado” la distribución de la energía, las telecomunicaciones,
la atención de la salud de los asegurados a través de las clínicas previsionales, facilitó la privatización de la educación superior con el surgimiento de decenas de universidades “de garaje”, reprivatizó la actividad financiera haciendo desaparecer la banca estatal de fomento, revirtió la nacionalización de las minas iniciando la época de las concesiones… y todo esto se hizo con la complacencia de Ortega y su grupo cuando estaba en la oposición a estos tres gobiernos. El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos fue posible por los votos de los diputados del Frente Sandinista en la Asamblea Nacional. Hoy, con este gobierno que se hace llamar “cristiano, socialista y solidario” esas tendencias y ese modelo privatizador se ha consolidado y profundizado. Veamos algunos ejemplos.
Veamos, por ejemplo, la relación de Nicaragua con la transnacional española Unión Fenosa. Es un caso que me dediqué a estudiar y hasta participé en un evento del Observatorio de las Transnacionales en el País Vasco. Las relaciones del gobierno de Enrique Bolaños con Unión Fenosa fueron tensas. En 2006, cuando llegó al gobierno Daniel Ortega, Bolaños tenía demandas contra Unión Fenosa y había doce juicios, reclamos estatales y multas incoados en los tribunales contra la transnacional. Todo esto quedó resuelto con el gobierno de Ortega. Y en noviembre de 2007, mientras Daniel Ortega se lanzaba un discurso virulento contra las transnacionales en la Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile, Bayardo Arce estaba reunido en Madrid, en el Palacio de la Moncloa con la gerencia de Unión Fenosa. A partir del “Protocolo de Entendimiento entre el Gobierno de Nicaragua y Unión Fenosa” al que se le dio rango de ley en la Asamblea Nacional el 12 de febrero del 2009, una legislación que incluyó garantías de todo tipo para la empresa, todo el pasado conflictivo quedó borrado de un plumazo. Borrados todos los juicios, todas las demandas y multas pendientes. Después, vinieron otras leyes siempre en beneficio de la transnacional. Nunca las relaciones con la transnacional española que distribuye la energía fueron tan fluidas como con este gobierno. ¿Y qué pasa con la generación de energía alternativa? Que está crecientemente en manos privadas, aun cuando la base de la generación sean recursos naturales del país, como el viento, el agua, los volcanes… Todos los nuevos proyectos de energía eólica, hidroeléctrica o geotérmica han sido concesionados a las empresas transnacionales, en las que Ortega y su grupo tienen participación accionaria.
Otro ejemplo de la entrega del país al capital transnacional lo tenemos en las relaciones de este gobierno con la transnacional canadiense B2Gold, dueña hoy de las principales explotaciones mineras del país, que ha recibido del gobierno todo tipo de respaldos. Un estudio del Centro Humboldt informa que por el intenso fomento de la minería extractiva que ha hecho el gobierno de Ortega el país recibe sólo el 3% en regalías y la minería sólo aporta el 1.8% al producto interno bruto nacional. A cambio, los resultados son dramáticos: contaminación de los ríos, daños a la salud de las comunidades, afectaciones al trabajo tradicional de los güiriseros, que vivían de la explotación artesanal del oro.
Otro ejemplo lo tenemos en las concesiones forestales. El caso más publicitado es el de la deforestación que está acabando con la Reserva de Bosawas. Las mafias madereras otorgan títulos de propiedad en el territorio de esa reserva a supuestos colonos para después quedarse con la tierra y con los árboles. Y sabemos que en esas mafias participan militares y funcionarios del gobierno que hacen lucrativos negocios con la madera que sacan de la Reserva.
Para tener una información adecuada sobre el problema de la deforestación en Nicaragua, el gobierno de Enrique Bolaños invitó al país a una entidad independiente, “Global Witness”, que vigila y valora la explotación de los recursos naturales en el mundo y que ha jugado, por ejemplo, un papel clave en la denuncia de las mafias que controlan la minería del diamante y en la denuncia del trabajo esclavo con el que funcionan las transnacionales extractivistas. El último informe de esta entidad es de 2008. Después, el gobierno de Ortega no los ha dejado entrar. Podemos preguntarnos por qué…
Otro ejemplo, menos conocido, es el de la explotación pesquera, en manos de la transnacional española Pescanova.
La investigadora española María Mestre publicó en “Diagonal” en diciembre de 2010 un informe sobre cómo actúa Pescanova en Nicaragua. Pescanova llegó a Nicaragua en 2002, cuando adquirió la empresa Ultracongelados Antártida, S.A., la mayor planta española de cocción de marisco, que poseía un tercio de una empresa nicaragüense de producción de camarón que operaba en Chinandega. A partir de ahí Pescanova se fue expandiendo, no limitándose a procesar el camarón y a la producción de larvas de camarón de laboratorio, sino comprando cada vez más superficie en concesión. Si en 2006 Pescanova disponía de 2 mil 500 hectáreas en concesión, en 2008 -con el gobierno de Ortega- ya había duplicado esa extensión, controlando el 58% del total de superficie en concesión. Entre enero y abril de 2009, Pescanova ya tenía el 82% de la superficie dada en concesión pesquera. ¿Cómo llegó a expandirse tanto? Explica María Mestre: “Pescanova se ha ido apropiando de las granjas de las cooperativas mediante inversiones con altos intereses. En la mayoría de los casos las deudas han ahogado a los propietarios de las cooperativas, hasta que han cedido su granja a la empresa”.
“La gran expansión de la empresa -dice- no debe atribuirse sólo a méritos propios, ya que Pescanova goza de condiciones de privilegio por parte del gobierno nicaragüense, entre las que destaca la asignación a la empresa del “régimen de zona franca”, por el que está exenta de la mayoría de impuestos”. Se trata de una acuicultura orientada a la exportación, que afirma que reduce la pobreza y mejora la seguridad alimentaria, pero estos objetivos no sólo no se cumplen sino que se producen efectos contrarios. María Mestre señala lo que ocurre: “Desaparición de las cooperativas como pequeñas expresiones comunitarias de comercio, creación de puestos de trabajo precarios, consecuencias perjudiciales para los medios de subsistencia de las poblaciones locales y del medio ambiente, jornadas de doce horas sin descanso, no remuneración de horas extras o vacaciones, alta accidentabilidad, falta de protección adecuada para el personal que trabaja en las camaroneras, obstaculización de las inspecciones de trabajo, ontratación irregular de adolescentes, contaminación del Estero Real, contaminación de aguas por los vertidos de las aguas residuales procedentes del laboratorio, tala indiscriminada del mangle, obstaculización de la labor de los pescadores artesanales…
Lo que está provocando en esa zona Pescanova se puede ver a simple vista. Hace dos años fui a un hostal en Jiquilillo y vi cómo vive la gente que le trabaja a Pescanova. Viven en verdaderos tugurios, en casitas hechas totalmente de palma. Una miseria espantosa. De esos ranchos miserables salen los pescadores al mar en sus pangas y entregan la pesca a los frigoríficos de Pescanova. Un día quisimos comprarles algún pescado, pero ni pagándoles cuatro veces más de lo que les paga la empresa nos lo vendieron. Lo tienen prohibido. Están comprometidos a entregar todo sólo a la empresa. Están literalmente cautivos de Pescanova.
Otro ejemplo son los agronegocios, que se han expandido con el gobierno de Ortega. Si uno sube al volcán Casita mirará desde arriba el territorio del entorno totalmente sembrado de caña de azúcar. El capital Pellas está en un proceso de expansión enorme de la siembra de caña, no para la producción de azúcar, sino para producir etanol, una producción incrementada continuamente en estos años.
Frente a esta voracidad del mercado y del capital transnacional aliado del gran capital nacional las instituciones del Estado aparecen cada vez más débiles. No más débiles, sino más cómplices. Y los trabajadores, las cooperativas, los ciudadanos, cada vez más desprotegidos ante las transnacionales. Estamos totalmente “manos arriba” ante estas grandes empresas. Esto demuestra que no estamos ante un proceso de alianzas entre el gobierno de Ortega con los empresarios nicaragüenses, sino de una simbiosis entre ambos grupos basada en los intereses de ese libre mercado, que no admite o desprecia o rechaza o combate cualquier regulación. Esto demuestra que el Chayo-Orteguismo es capitalista y del capitalismo más salvaje.
Teniendo en cuenta este contexto vamos a referirnos a las mutaciones que han convertido al Sandinismo en Chayo-Orteguismo. Veamos una primera mutación en el modelo económico. La Revolución fue un proyecto para transformar Nicaragua. Esa transformación incluía la nacionalización de los recursos naturales, del sistema financiero, la reforma agraria… En el programa de unidad nacional de la Revolución teníamos tres pilares: economía mixta, pluralismo político
y no alineamiento.
La economía mixta significaba que el gobierno iba a promover un sector socializado de la economía, representado por las empresas del Área Propiedad del Pueblo y las cooperativas. Se respetaba la propiedad privada y los medios privados de producción, pero se promovería la propiedad social y la regulación de la economía desde el Estado. Las políticas económicas del país estarían subordinadas al predominio del sector público. ¿Y qué tenemos hoy? Un 96% del producto interno bruto de Nicaragua se genera en el sector privado y el Estado nacional tiene instituciones incapaces de promover una visión socializada de la economía. Totalmente al revés de lo que era el proyecto de la Revolución sandinista, que tenía al sector público como sector hegemónico. El proceso de simbiosis del gobierno de Ortega con el gran capital ha logrado lo que Julio López llamó “el nacatamal mejor amarrado de la historia política de Nicaragua”. Y parece amarrado de tal manera que tiene visos de permanecer así por mucho tiempo.
Los propios líderes de los grandes empresarios agrupados en el COSEP lo afirman. Se felicitan porque en estos siete años de gobierno de Ortega han conseguido cinco años de acuerdos salariales que los benefician, 68 leyes de consenso y 39 modelos de alianzas público-privadas en ejecución. No dicen que en todos estos logros no han estado presentes los intereses de los obreros, de los campesinos, de la pequeña y mediana empresa, de las clases medias. Así, el “estado burgués” se ha consolidado y las instituciones del Estado obedecen a la lógica del capital. Qué distinta la situación de ahora a la de los años de la lucha contra Somoza, cuando decíamos que “sobre las ruinas del Estado burgués se levantaría el Estado revolucionario”.
Naturalmente, la simbiosis del gobierno con el gran capital no sólo se explica por los intereses de la nueva “oligarquía rosado chicha”, que ha optado por el modelo capitalista extractivista subordinado a los organismos financieros internacionales. También se explica por la lógica del gran capital nacional, que a lo largo de su historia siempre ha priorizado el lucro y la ganancia, sin dar importancia a los valores éticos y políticos. Por más que hablen cada vez más
de “responsabilidad social empresarial”, el modelo que tenemos responde a la filosofía tradicional de nuestros grandes empresarios.
Una segunda mutación a analizar es la que ha llevado al Frente Sandinista del racionalismo al fundamentalismo religioso. El programa de la Revolución reivindicaba el respeto a las creencias religiosas y promovía el laicismo. La Constitución de 1987 estableció que el Estado no tiene religión oficial y que la educación pública es laica. ¿Y qué tenemos ahora? El uso y abuso de la religiosidad popular y su continua manipulación en función de fortalecer el proyecto de poder. Las instituciones estatales están operando como reproductoras de las creencias religiosas para enfatizar que todo cuanto sucede en el país es producto de “la voluntad de Dios”, estableciendo así que la autoridad chayo-orteguista proviene de la voluntad divina, al igual que en el absolutismo monárquico el poder de los reyes venía directamente de Dios. Y este vínculo divino, según el discurso oficial, hace que Nicaragua viva “bendecida y prosperada”. Como resultado de este modelo las jerarquías religiosas legislan, las iglesias determinan, las autoridades civiles promueven creencias religiosas y todas las instituciones estatales y municipales están llenas de imágenes, símbolos y mensajes religiosos.
El pensamiento crítico, el marxismo -que fue “la espada intelectual” del Sandinismo, evocando el dicho de Rosa Luxemburgo- ha sido sustituido por las más corroídas ideas religiosas, por el espiritismo, por el esoterismo,
por el sotanismo -también podríamos decir por el satanismo-, que sustituyen hoy la ideología y la teoría revolucionaria.
Una tercera mutación ha llevado al Frente Sandinista de la dirección colectiva al poder autocrático y absolutista. En la Revolución entendíamos el ejercicio del poder desde una dimensión colectiva. No concebíamos las transformaciones desde el culto a la personalidad, desde el endiosamiento de nadie. ¿Y qué es lo que vemos ahora? Una centralización del poder que nunca habíamos conocido, ni siquiera en el Somocismo. Ni una hoja se mueve, ni una decisión prioritaria, tampoco una decisión secundaria, se toma, sin la voluntad de la pareja. Es útil recordar aquí que Carlos Fonseca, en su escrito “Un nicaragüense en Moscú”, al comentar el discurso de Nikita Kruschov sobre los errores del estalinismo, reflexionaba que “el principal había sido haber consentido que el Partido Comunista y el pueblo soviético le rindieran culto, lo cual contribuyó a que en grandes sectores se atribuyera a Stalin éxitos rusos en los campos de la economía, la política y la cultura”. Recordaba Carlos la tesis marxista, que atribuye a las masas populares el principal papel en el desarrollo de la sociedad. Y escribía: “Otro error estriba en que Stalin violó la dirección colectiva del Partido, tomando muchas veces decisiones de importancia nacional sin consultar la opinión de otros altos dirigentes… Mientras Stalin estuvo vivo se hizo imposible criticarlo”.
Leyendo el escrito de Carlos, decimos, y no sin base, que el poder autocrático chayo-orteguista se parece mucho en sus métodos y en sus formas al estalinismo: el culto a la personalidad, el endiosamiento de sus dos figuras -porque ahora no es sólo la figura de él, sino también la de ella-,
la manipulación de las masas, la supresión de la dirección colectiva, el uso de los tribunales de justicia y del terrorismo fiscal como mecanismo de persecución para doblegar a la oposición, en particular a los sandinistas críticos, y también a gente de sus mismas filas. El régimen está todavía en una fase de represión subterránea. Aplica técnicas estalinistas, pero subterráneas. Sin embargo, no tenemos ninguna duda que va a aplicar formas de represión más dramáticas, como ya las ha aplicado selectivamente y focalizadamente, porque así se construye este tipo de regímenes.
El poder autocrático es la antípoda del pensamiento crítico, del uso de la razón. Promueve una ciudadanía pasiva y también una militancia pasiva, que deposita toda su soberanía en el autócrata. Esto es algo tan sutil que los mismos subordinados no se dan cuenta de que han depositado todas las decisiones en el autócrata, que promueve el vasallaje
y la enajenación. De ser revolucionarios “sujetos y dueños de su propio destino”, de ser “dueños de la historia y arquitectos de su liberación”, han terminado en dóciles subordinados dominados por el miedo.
Al autócrata no le interesa el debate, la diversidad de pensamientos, la información alternativa y la formación política. Para mantener su poder, el autócrata necesita de un conjunto compacto de cortesanos. No hay autocracia sin corte y sin cortesanos que la sostengan. El autócrata necesita de la corte y de sus cortesanos y los cortesanos necesitan del autócrata. Se necesitan mutuamente. En la corte todo gira alrededor de lograr la mayor cercanía al poder y siempre hay luchas por puestos de poder. Periódicamente, vemos que los principales cuadros de la corte actual se trenzan en luchas intestinas para ser incluidos en los cargos de elección.
Esta mutación ha sido posible por la privatización del Frente Sandinista, una privatización que se inició ya en los años 90 y que ha terminado con la liquidación del FSLN. Ya no hay más Frente Sandinista. Hay una bandera, ciertas estructuras formales, pero el FSLN es sólo una franquicia electoral. Ya no existe en Nicaragua una organización de revolucionarios con pensamiento crítico, de izquierda. Ha sido muy profunda esta mutación: el autócrata sometió a los líderes del pasado y del presente haciéndolos sumisos… y los sometió con reales, con dinero. Como dijo Eduardo Galeano: Los sandinistas, “que fueron capaces de arriesgar su vida son ahora incapaces de arriesgar sus cargos”. Así liquidaron la filosofía y la ética de Carlos Fonseca, que había proclamado la ética como una herencia legada por Sandino a los dirigentes del Frente Sandinista.
Los cortesanos defienden el actual absolutismo con el argumento de la legitimidad que les dan los resultados electorales, cuando ellos saben, como todos sabemos, que las elecciones han sido fraudulentas. Pero, aun cuando hubieran contado con un respaldo electoral mayoritario, los votos no legitiman la naturaleza económica y política de un régimen cuando es injusta. Se puede tener un respaldo masivo y no ser un gobierno justo, el que necesitamos en Nicaragua. También contaron con respaldo masivo Hitler, Mussolini y Somoza durante muchos años y tantos otros regímenes oprobiosos que ha habido en la historia de la Humanidad. El respaldo de los votos no legitima la naturaleza injusta de un Estado. Hay que recordar que el Somoza de los primeros diez años no fue el Somoza de los últimos años, el que la gente recuerda. Los primeros crímenes, después del asesinato de Sandino y la masacre cometida contra sus seguidores, los cometió Somoza contra quienes se oponían a su reelección presidencial. Ahora no vemos una represión como la de Somoza, pero sí vemos que ya hay muertos en todos los sectores que luchan.
Este sistema, que trata de reducir la militancia a un vasallaje, genera obviamente muchas contradicciones. Hay un cierto tipo de contradicciones, que tal vez son las que más conocemos, que son los pleitos internos en el régimen por tucos de poder, por reales, por cargos. Y cuando los pleitos son ésos no generan resultados positivos. De ese tipo de contradicciones internas no podemos esperar cambios. Las contradicciones que sí podrían tener efectos positivos son las que nazcan de la indignación ética o ideológica, las que nazcan de darse cuenta de que éste es un régimen de dominación capitalista y haya la convicción de no querer contribuir a eso. Ésa sería una contradicción positiva. Pero las contradicciones de los cortesanos, las que se dan en la corte, esas intrigas que vemos en las películas, cuando el hijo del rey conspira porque quiere ser el rey, ésas no son las que generan la transformación que quisiéramos.
Veamos otra mutación. El pluralismo político, que estaba en el proyecto revolucionario y en el proyecto de Carlos Fonseca, ya no existe, ha desaparecido. En los últimos años hemos asistido al aniquilamiento de las organizaciones que no se subordinan al régimen y a la proscripción de la izquierda. Y los liderazgos de la derecha han sido reducidos por sus propios errores y limitaciones o por la manipulación de los aparatos electorales y judiciales que controla Ortega. Como sea, ya no existen. En las últimas elecciones no se ha podido construir ninguna fuerza alternativa. Lo que existe hoy en Nicaragua es un único partido, el partido de la prebenda y del reparto, el partido del “comé y comamos”. Y ya no importa quién gana. No existe el pluralismo político y existe la voluntad de proscribir la posibilidad de que surjan partidos de izquierda, partidos que promuevan un proyecto alternativo. Por eso se le quitó la personería jurídica al MRS y no dejan de realizarse esfuerzos para impedir que se concrete cualquier otra alternativa que realmente le dispute el poder a Ortega. En Nicaragua tenemos ya un partido único y se gastan millones en el ritual electoral, pero todos sabemos que hay un partido único, un único partido.
Otra mutación ha llevado al Frente del espíritu revolucionario y la solidaridad al pragmatismo y al acomodamiento. El pragmatismo y el acomodamiento se han constituido en una especie de ideología nacional. Mientras durante muchos años la conciencia sandinista luchó por la transformación, por el cambio, por profundizar el proyecto revolucionario, ahora la filosofía es aceptar la realidad tal como es y acomodarse a ella situándose lo mejor posible. Es un fenómeno que amerita un análisis sociopolítico. ¿Por qué la ciudadanía y la militancia han adoptado este comportamiento? El pragmatismo reemplazó al idealismo y a la utopía revolucionaria. Hoy no importa asociarse con ladrones, corruptos y delincuentes, tal como Ortega hizo con Alemán o como hace con Roberto Rivas, si con eso se preserva el poder, ganando las elecciones… o robándoselas. Conservar el poder, tajadearse el poder, es la nueva “ética”. Es mucha la gente que ha renunciado a desempeñar su papel transformador en la historia. He encontrado a muchos jóvenes del Frente que no le dan importancia a que se hayan robado las elecciones, porque lo único que les importa es que el poder siga en manos de Daniel Ortega. Y en Nicaragua murió mucha gente luchando por elecciones libres, porque la gente pudiera movilizarse y elegir a quien quisiera, porque hubiera un debate libre de ideas y en ese debate pudiéramos convencer a otros que no pensaban como nosotros, de la justicia del proyecto revolucionario.
Otra mutación ha sido pasar de la lucha por justicia social a la práctica de la caridad sotanera. En el Sandinismo luchamos por darle a obreros y campesinos el control directo de las riquezas para que las gestionaran, para que crecieran, se desarrollaran y fueran sujetos de su propia transformación. Lo que tenemos ahora es un socialismo compasivo, donde se hacen cosas para los pobres por caridad, con regalos que vinculan la religiosidad popular al poder, como esas grandes colas que hacen los más pobres ante los altares de la Purísima para que el gobierno les regale algo de comida. La leve reducción de la pobreza que ha habido y de la que informan algunos indicadores se ha logrado con programas que permiten a los pobres recibir alguna cosa de manera inmediata: láminas de zinc, animales, semillas, pero que no significan una transformación profunda de las condiciones materiales en las que viven para que dejen de ser pobres. Las actuales políticas para el combate a la pobreza ni siquiera se acercan a las políticas socialdemócratas, entre otras cosas porque en Nicaragua no se ha reformado con justicia la política fiscal, que sigue siendo recesiva, basada en los impuestos indirectos, que castiga fundamentalmente a las clases medias y que privilegia a los más ricos con exoneraciones y exenciones. Tampoco el presupuesto ha tenido en este gobierno avances significativos en el monto destinado a la educación, que es un poco más del 3%. En comparación con el resto de países centroamericanos, seguimos en el sótano.
El gobierno afirma que ha reducido la pobreza extrema y que hoy hay menos pobres, pero no dice que hoy hay más ricos, que está en marcha un proceso de concentración de la riqueza. Hoy, el 7-8% de la población nicaragüense se apropia del 46% de las riquezas nacionales. Entre 2012 y 2013 los multimillonarios en Nicaragua -gente con capital de 30 millones de dólares o más- pasaron de ser 180 a ser 190. Son más en Nicaragua que en Costa Rica, un país con niveles de desarrollo mucho mayores que los nuestros, donde hay 85, son más que en Panamá donde hay 105 y que en El Salvador, donde hay 140. Podemos afirmar que aunque sí hay beneficios para los pobres, los mayores beneficios de este modelo “cristiano, socialista y solidario” los están obteniendo los más ricos.
No hay manera de explicar este enriquecimiento sino por la corrupción a partir de la apropiación ilegal de recursos públicos. Desde hace años, con los compañeros del MRS y con otras fuerzas, hemos sostenido que la principal corrupción de este gobierno ha sido la privatización de la cooperación venezolana, base material sobre la que se han ido construyendo los nuevos capitales rosado chicha. Ése es un tema que sigue siendo clave y que debe de seguir siendo objeto de interpelación, un tema que no podemos olvidar en el momento en que las cosas cambien en nuestro país.
Tal vez es momento de una aclaración. Al hablar de las mutaciones experimentadas por el Frente Sandinista hago referencia a las propuestas del Sandinismo y de la Revolución contrastándolas con lo que hay hoy. Pero ni estoy diciendo, ni quiero decir, que todo en la Revolución fue perfecto, que no hubo entonces corrupción, que no hubo errores. Creo, por otra parte, que los propósitos y los logros de la Revolución no pueden ser medidos adecuadamente si no tomamos en cuenta el factor de la guerra, que lo distorsionó radicalmente todo. El tercer pilar de nuestro programa, el no alineamiento, no se cumplió. Terminamos alineados con la Unión Soviética y con el campo socialista. Pero ¿cuánto de ese alineamiento tuvo que ver con la guerra que nos lanzó Reagan y para enfrentarla nos eran vitales los abastecimientos de armas que nos llegaban de la URSS a través de la RDA o de Cuba? Lo que se propuso hacer Estados Unidos contra Nicaragua fue monstruoso. El respaldo de los Estados Unidos a la Contrarrevolución y los recursos inmensos de que dispusieron para derrotar la Revolución fueron una realidad. Eso no quita que hagamos crítica de nuestros errores de entonces. Y por eso, se afirma que una de las razones por las que empezaron a darse tantas distorsiones en el Frente Sandinista en los años 90 fue que nunca nos sentamos a hacer un análisis crítico
de lo que había ocurrido en los años 80.
Siendo el papel de Estados Unidos tan clave en los conflictos que hemos vivido en Nicaragua, ¿cuál es hoy
el papel de Estados Unidos ante el régimen de Ortega? Estados Unidos ha ido viendo con creciente interés
y muy positivamente la gestión de Daniel Ortega en el gobierno. A Robert Callahan, el embajador que precedió a la embajadora actual, le preguntaron una vez su opinión sobre Ortega y dijo: “A nosotros no nos preocupa lo que él dice, nos fijamos en lo que él hace”. Y fijándose en lo que hace no están descontentos. Porque, aunque él proclame que es “antiimperialista”, lo que hace es lo que cuenta: todas las ventajas que le da al capitalismo global y al gran capital nacional. Adicionalmente, para Estados Unidos es prioritaria la subordinación de todas las Policías del mundo a lo que ellos llaman el combate a la narcoactividad. Esto también lo cumple Ortega. Esto incluye presencia militar de Estados Unidos en las costas de Nicaragua, donde militares estadounidenses hacen patrullajes, incluye asesores de Estados Unidos que trabajan con el Ejército de Nicaragua y oficiales del Ejército de Nicaragua que siguen yendo a escuelas militares de Estados Unidos.
Quiero referirme finalmente a una muy peligrosa mutación. La Revolución sandinista destruyó la Guardia Nacional como fuerza pretoriana al servicio de los intereses de Somoza. Y a partir de ahí inició el proceso de construir fuerzas armadas respetuosas con el pueblo y obedientes a las leyes. No es cierto que fue hasta los años 90 que inició este proceso. Esto inició antes y fue un objetivo de la Revolución que se terminó de institucionalizar en los años 90, ya que en los años 80 se distorsionó por la guerra que nos tocó enfrentar. ¿Y qué tenemos ahora? Un claro proceso de involución, con unas fuerzas armadas, tanto en la Policía como en el Ejército, cada vez más dóciles a la lógica del gobernante. Hay que recordar lo que dijo Mao: “El poder descansa en la punta del fusil”. Eso lo sabemos bien quienes sufrimos la dictadura militar somocista y tuvimos que enfrentarla con las armas. Y por eso es que advertimos de lo que puede pasar en Nicaragua como producto de esta mutación.
La involución de la Policía es un hecho extremadamente delicado. Y ya llegó a la agenda del régimen la involución del Ejército. El problema principal del nuevo Código Militar no es que Daniel reelija al Jefe del Ejército o que haya militares ministros o que se alimente el servilismo en las filas militares o que se cree una “tandona” que impida que los militares de rango bajo puedan ir ascendiendo. El problema es que con la Revolución concebimos las fuerzas armadas como un instrumento nacional para garantizar la paz y para garantizar que los fusiles dejaran de apuntar contra la gente. El Sandinismo le heredó a Nicaragua un Ejército que no era propiedad de nadie, que terminó siendo un Ejército nacional, una institución muy respetada. Lo que están haciendo ahora Ortega y Murillo es aniquilando esa pre-condición para la paz.
Es ésta una regresión muy profunda. Al reconvertir ese Ejército, factor decisivo para conservar la paz, en una institución subordinada a ellos lo están acercando a aquella guardia pretoriana que destruimos. A mi juicio, esto es lo más peligroso y lo más delicado de todo lo que ha ocurrido hasta ahora desde que Ortega llegó al gobierno. El Ejército nacional es pre-condición de la paz y la estabilidad nacional y un ejército orteguista es el inicio del potencial retorno de la violencia.
A pesar de todo, creo que éste es un régimen que, tal como es hoy, no puede ser aún catalogado como una dictadura. Mucho menos debemos catalogarlo como una dictadura peor que el somocismo. Creo que cuando lo decimos así se debilita nuestro discurso y nuestra crítica. Creo que éste es un régimen autoritario con un propósito dictatorial y con acciones dictatoriales. Y creo que puede llegar a ser una dictadura. Todos los pasos que está dando el orteguismo van en la dirección de la instalación de un régimen dictatorial. Y ya hemos visto cómo ha ido avanzando en el control “de la punta del fusil”, en la sujeción de las fuerzas armadas. En la medida en que esto se haga realidad entrará a jugar el factor militar a favor del continuismo de este régimen, algo gravísimo.
¿Qué hacer ante este modelo, ante este sistema, ante este régimen? Lo que hemos visto hasta ahora es la sostenida denuncia de los medios de comunicación independiente y de algunos grupos de opinión, que no dejan de hacer un aporte muy importante. También hemos visto muchas resistencias reivindicativas, luchas sociales pequeñitas o silenciosas que no llegan a los medios hasta que no hay presos y culateados. Hay que respaldar y acompañar todos esos esfuerzos.
No existen hasta ahora fuerzas políticas organizadas que muestren base social capaz de resistir de forma integral este proyecto. Se ha privilegiado la denuncia de cómo se van construyendo las bases institucionales de una dictadura, de cómo se violan los derechos políticos y las leyes, pero existe una disociación entre la lucha y la denuncia de estos grandes temas políticos -que parecen no interesarle a la gente, que no la movilizan- de los grandes temas cotidianos que sí le interesan y que los hacen víctimas de este régimen.
El pragmatismo y el acomodamiento sólo pueden ser enfrentados retomando las luchas por los problemas sociales, vinculando los problemas sociales a los grandes temas políticos: la reforma a la Constitución, la concesión del Canal… ¿Quién representa a los pescadores artesanales cautivos de Pescanova? Es necesario trabajar para que entiendan que los responsables de su miseria son Pescanova y un gobierno que favorece a esa empresa.
Creo que en la representación y el acompañamiento de tantos grupos como el de estos pescadores están las salidas para enfrentar los intentos de este régimen por perpetuarse y para encontrar un camino progresista que cambie el curso del modelo en el que estamos. Y al recorrer este camino no dudamos que se podrán sumar incluso bases actualmente enajenadas, dóciles, subordinadas al ortega-murillismo.
Este régimen, basado en concentrar las riquezas en tan pocas manos y en dar ventajas a las transnacionales, genera muchas contradicciones. Y es sobre todas estas contradicciones sobre las que hay que trabajar, revelándolas, reflexionándolas. El arte es relevar las contradicciones y animar a la gente para que sus frustraciones se expresen en lucha en los movimientos sociales. Hay que construir conexiones entre los problemas sociales que preocupan a la gente y los temas políticos.
Cuando uno está trabajando en los problemas concretos de la gente y con la gente, uno se encuentra con bases del orteguismo, que también sienten esas contradicciones. Si el vínculo que establecemos con la gente se basa en los problemas sociales, después vendrán los problemas políticos. Los vínculos originarios con los que trabajamos para que la gente se convenciera de que había que luchar contra la dictadura somocista comenzaron siendo vínculos por problemas sociales. Estábamos entre la gente, estábamos con la gente. Tenemos que identificar qué medidas del gobierno decepcionan y frustran a la gente y acompañar a la gente hasta que logre alguna victoria. Porque conseguir algún logro reafirma la conciencia y la convicción de que organizados y unidos es como conseguimos avances.
Hay que estar ahí, ahí, con la gente. La hermana brasileña Valeria Rezende, una educadora popular, una pupila de Pablo Freire, que con él aprendió a hacer trabajo popular, me contó un caso y una lección. Me contó que unas religiosas llegaron a trabajar con una comunidad pobrísima, en donde la gente había construido sus ranchos en una cantera y para llegar hasta allí había que cruzar un cauce. Lo cruzaban haciendo equilibrios sobre un frágil tronco de cocotero. Era difícil. Las monjas empezaron a decirles que tenían que ir a la alcaldía a exigir un puente y la gente les decía que sí, pero no iban, no hacían caso. Y así pasó un año y otro y otro y siempre que llovía la lluvia se llevaba el tronco de coco, pero ellos cortaban otro tronco y todo seguía igual. Las monjas insistían, pero… nada. Hasta que un año el dueño de la finca en donde cortaban los cocos la cercó y no les permitió cortar ninguno más y fue entonces cuando en la comunidad dijeron: ¡Vamos a la municipalidad! Se organizaron, se tomaron la alcaldía y al fin les hicieron el puente. La hermana Rezende me decía: Hay que estar con la gente, con sus problemas, aunque parezca que no les interesa luchar, aunque parezca que no quieren cambiar, porque llega el momento en que están dispuestos y se movilizan. Y es importante estar ahí para apoyar y para conducir… Es una lección de una educadora popular, válida para este momento en que vivimos… y para cuando llegue “el momento”.
Yo siempre apuesto, y además creo, que no hay ninguna posibilidad de una salida progresista en Nicaragua sin tomar
en cuenta a las bases sandinistas y sin las banderas del ideario sandinista. No van a salir las transformaciones que
el país necesita ni de los sectores alemanistas ni de los sectores montealegristas. Saldrán del sandinismo
en su conjunto, de esa masa forjada en 25 años de lucha contra la dictadura somocista, en diez años de Revolución, en todos estos años de resistencia. Es ahí donde hay un potencial transformador, aun cuando mucha de esta gente esté hoy trabajando con Ortega o sean empleados de su gobierno o tengan que ir a “rotondear” para conservar el empleo. Ahí hay un potencial, pero a ese potencial hay algunos mensajes que no les llegan. Tenemos que tener la habilidad para encontrar los mensajes que les lleguen y les hagan reflexionar. Hay que estar ahí, cerca de esa gente. Creo que dentro de las bases del sandinismo van a aflorar las contradicciones.
Llegará el día en que ese hombre que ahorita se conforma con las diez láminas de zinc que le dieron, se pregunte por qué a él le dan sólo eso, mientras los jerarcas rosado chicha viven como millonarios. Tiene que llegar el día en que se lo pregunte, como siempre en la Humanidad ha sucedido, que llega un momento en que los oprimidos se preguntan
si es justa la opresión que padecen. Yo creo que no vamos a poder desarrollar un movimiento fuerte que rechace este modelo y que proponga algo alternativo si no viene también de las bases del orteguismo cuando sean capaces de desprenderse de ese vínculo. Y lo creo porque han sido históricamente la gente más proclive a la organización
y a la lucha.
Creo que, sobre todo por tacto comunicacional, debemos de tener cuidado de no abusar de la comparación de este régimen con el somocismo. La gente no lo ve así. No estamos en un momento como para que la gente lo vea así. Hay persecución y represión subterránea, hay amenazas y chantajes, hay cosas peores, pero no se ven. Y mientras no haya guienes lo denuncien, quienes expliquen que están colaborando con el gobierno bajo chantaje o amenaza, la gente común no verá la represión que ya existe.
El autoritarismo sí lo ve. Y hay que ayudar a la gente a que reflexione sobre el autoritarismo con que operan en su barrio, en su comunidad, en el trabajo. Teniendo en cuenta que no siempre operan así. Porque sería una gran injusticia decir que toditos son igualitos, ése sería un mal mensaje. Conozco a gente de los Gabinetes del Poder Ciudadano -no sé si son ahora Gabinetes de Familia- que son gente buena. Otros son caudillitos, verdaderos opresores. Donde hay caudillitos podremos poner más en evidencia el autoritarismo, pero donde el CPC es bueno, hay que buscar cómo trabajarlo, cómo influirlo. No podemos atacar uniformemente a todos los CPC. Algunos creen firmemente que están haciendo la Revolución, algunos hacen cosas muy buenas para su comunidad.
No debemos de dejar de apostar a un proyecto alternativo con una estrategia de mediano y largo plazo. Un proyecto así requiere de una fuerza con identidad y claro perfil progresista, con claridad de objetivos, los que sean vitales para Nicaragua, para su pueblo, para la democracia. Una fuerza que pretenda convertirse en alternativa seria para los nicaragüenses no puede estar al vaivén de intereses electoreros de corto plazo o sometida a alianzas utilitarias.
Nosotros creemos en una fuerza que reniegue de las lógicas caudillistas y que se empeñe en la educación del pueblo para convertir la conciencia popular en fuerza material de cambio.
Quiero terminar leyendo este diálogo entre el monje y Galileo en una obra de teatro de Bertold Brecht, un hombre que aportó tanto a la cultura política de nuestro tiempo. Le dice el monje a Galileo: “¿Y usted no cree que la verdad si es tal se impone también sin nosotros?”, como queriéndole decir que no luchara más, que no insistiera… Y le responde Galileo: “No, no y no. Se impone tanta verdad como nosotros la impongamos. La victoria de la razón solo puede ser la victoria de quienes razonan”. Conclusión: Sin luchas no hay victorias.