Populismus

Para los procesos que se viven hoy en Cataluña, Italia, Armenia, Túnez, Venezuela, Colombia, Nicaragua y Bolivia, por sólo nombrar a los más divulgados, la lucha de clases está ausente y sólo se puede hablar de lucha por el poder o el control y defensa del aparato de dominación. El llamado al pueblo no es para el despliegue de la potencia, sino la subordinación a determinado referente-mito.
Conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales, populistas, entonces, forman la gama variopinta de la “clase política”. No deberíamos incorporar en esta gama a los socialistas, quienes deberían propugnar y luchar por lo que dicen, una sociedad sin clases; sin embargo, han convertido al socialismo, es decir, la preponderancia absoluta de lo social, el substrato de las dinámicas sociales, la facticidad del empoderamiento de lo social, en un estatalismo. Hablando con propiedad, lo que hacen y practican los “socialistas” no es socialismo sino estatalismo. Por lo tanto, los incorporamos también en esta gama variopinta de la “clase política”. En este sentido, también están embargados en la lucha por el poder, no en la lucha de clases, como dicen.



11 mayo, 2018

Populismus
Raúl Prada Alcoreza

La convocatoria al pueblo; ese referente donde reside la soberanía o, por lo menos, la potencia social, de donde emerge esa condición de posibilidad jurídica y política que se nombra como soberanía. La convocatoria ha levantado a los populistas rusos, durante el siglo XIX, que son, en realidad, campesinistas y no como se significa en América Latina, como caudillos, que encarnan la convocatoria del mito. La convocatoria al pueblo se ha convertido en el substrato político de estos caudillos. Por lo tanto, la convocatoria al pueblo no se circunscribe a las connotaciones populistas, en el sentido latinoamericano. Por otra parte, pueblo es el referente primordial de la democracia. En griego demo es pueblo y cracia es poder o gobierno; entonces, democracia significa e implica gobierno del pueblo. La convocatoria al pueblo ya se encuentra, en su sentido inaugural, en la democracia misma.

Pretender descalificar la convocatoria al pueblo mediante una supuesta crítica al populismo, usando además el término populismo en su tonalidad ya descalificada, es asumir la posición de la aristocracia o de la oligarquía, en el sentido griego antiguo; es decir, de los que tienen título de nobleza y de los que tienen riqueza. La discusión en la esfera de la filosofía política griega era sobre cuál es el mejor gobierno; ¿el gobierno de la aristocracia, el gobierno de la oligarquía o el gobierno del pueblo (democracia)? La posición de Aristóteles y de Platón es notoriamente conservadora; critican el gobierno del pueblo; incluso llegan a decir que el gobierno del pueblo lleva a la tiranía, en determinadas circunstancias. Fue en el periodo de Pericles cuando se establece la democracia en Atenas; también cuando se constituye Atenas en una metrópoli antigua; lo que se denomina Ciudad-Estado. Fue cuando Pericles se vio obligado a llevar los huesos de los antepasados, que moraban enterrados en el campo, a la ciudad, para que las familias campesinas vinieran a radicar a la ciudad. Pericles demostró, en los hechos, que el mejor gobierno es la democracia, a pesar de las críticas filosóficas posteriores de Aristóteles y Platón.

Esta discusión se renueva en las condiciones de posibilidades históricas y culturales de la modernidad. Para resumir, de manera ilustrativa, los liberales constituyen la democracia moderna, pero restringida a los que tenían propiedad y sabían leer y escribir; es decir, restringida a los estratos privilegiados masculinos, excluyendo a las mayorías y a las mujeres. Son los gobiernos populistas de mediados del siglo XX los que establecen el voto universal, la reforma agraria y la reforma educativa, implantando la enseñanza pública y gratuita. En consecuencia, fueron los populistas los que extendieron los derechos democráticos, civiles y políticos, los derechos del trabajo, los derechos sociales, retomando estas nuevas generaciones de derechos de los socialistas. Entonces, los liberales no se pueden reclamar per se como demócratas, menos como ejemplo de la democracia; al contrario, encarnan la “democracia” restringida de la pretendida aristocracia criolla latinoamericana, heredera de los conquistadores y de la oligarquía, los ricos mineros y comerciantes, sobre todo portuarios.

La democracia moderna se instituye con los populismos del siglo XX. Esta versión nacional-popular de la democracia en América Latina corresponde al ejercicio de la democracia mediante la convocatoria al pueblo. Ahora bien, estos gobiernos nacional-populares vivieron sus ciclos. Se clausuraron ataviados por las contradicciones inherentes desatadas; contradicciones relativas no solo a los avatares de la forma de gubernamentalidad populista, sino también y sobre todo correspondientes al círculo vicioso del poder[2], que atinge a toda forma de gubernamentalidad[3]. En algunos casos, como en Bolivia, se clausuran con un golpe militar, que abre el ciclo de las dictaduras militares, en plena intensidad de la guerra fría.

Los gobiernos populistas muestran elocuentemente el desarrollo de la forma de gubernamentalidad clientelar. Después del entusiasmo del principio viene el desencanto, entonces, una vez perdida la convocatoria espontánea, pretenden preservarla con la expansión de las redes y circuitos clientelares. No preservan la convocatoria, pero sí conforman una gran masa clientelar, que incluso les ayuda a ganar las elecciones. Esto no quiere decir que los gobiernos conservadores y los gobiernos liberales no conformaron sus clientelas; lo hicieron en escalas menores, pues no necesitaban más ante el reducido contingente electoral. Las dictaduras militares continuaron con las prácticas clientelares, convirtiendo al ejército y a las fuerzas armadas en un gran aparato clientelar corporativo. De avanzada corrosión institucional y galopante corrupción.

Hay que distinguir la crítica de la práctica populista, crítica en el sentido kantiano, de la pretendida “crítica” liberal reciente. Aquélla crítica sitúa al fenómeno político populista en las condiciones de posibilidad históricas y culturales de donde emerge; en cambio, la pretendida “crítica” liberal descalifica, de entrada, al populismo. Lo hace desde el núcleo de sus prejuicios de casta y de clase. Tampoco se trata, por lo tanto, de descalificar a esta pretendida “crítica” liberal, sino situarla en el contexto, así como identificar lo que es y describir lo que hace, en el marco de su ideología. La pretendida “crítica” no busca comprender, tampoco entender, menos conocer, el fenómeno populista; sino que lo considera enemigo. Puede añadir que se trata de un “enemigo de la democracia”. Lo trata en el discurso político y en la retórica política como enemigo, a quien hay que atacar y del que hay que defenderse. Esta actitud forma parte del debate ideológico, pero no del análisis, menos si se trata del análisis crítico; el análisis supone investigación. Se entiende que en plena crisis de los llamados “gobiernos progresistas”, en pleno derrumbe y decadencia, se den estas ofensivas ideológicas conservadoras, de parte de las castas y de las clases dominantes, de los intelectuales a su servicio. Se trata, en América latina, como dijimos, de una ofensiva neo-gamonal.

Esta distinción entre crítica y diatriba no busca, como es obvio, ninguna defensa del populismo. Nos remitimos, al respecto, a los escritos de crítica del populismo, tomando en cuenta sus genealogías y la crisis múltiple del Estado-nación[4]. Lo que buscamos, ahora, es comprender el funcionamiento de la pretendida “crítica” liberal reciente, en los contextos de la crisis política y la caída de los gobiernos populistas. Se trata de un discurso ideológico liberal, que busca restaurar las formas de dominación de las castas y las clases dominantes, a nombre del Estado de Derecho. La problemática democrática, como tal, como situaciones que la limitan y como porvenir mismo de la democracia, los tiene sin cuidado a estos “críticos” del populismo de última hora. Lo que se pone en mesa es la institucionalidad, como debería funcionar; no como funciona efectivamente, tampoco como ha funcionado durante los gobiernos liberales y neoliberales. Tampoco interesa discutir las condiciones de posibilidad para que la institucionalidad funcione como debería funcionar. Lo que interesa es tener como referente el ideal del Estado de Derecho, para restregarlo en las caras de los caudillos e ideólogos populistas, aunque este Estado de Derecho no funcione efectivamente, en ninguna forma gubernamental, como debería funcionar. Incluso aunque no llegue a funcionar como debería, si es que estas versiones liberales de los últimos tiempos ejerzan el gobierno. Esto se observa patentemente en el gobierno neoliberal de Temer, en Brasil, y en el gobierno neoliberal de Macri, en Argentina. Lo que interesa es descalificar al enemigo. No dejar nada de lo que se pueda decir algo positivo. Esta es la guerra política, que arremete contra el enemigo, al que se tiene que destruir. Son los clarines de guerra que llaman a la batalla para desterrar al populismo de la faz de la tierra.

Debate y no diatriba

Ahora bien, lo que decimos no quiere decir que no hay análisis liberal, fuera de la diatriba atrapada en la estrategia de la descalificación, que es como un a guerra ideológica ordinaria. Lo hay, aunque se da de manera escasa, en comparación con el apabullante traqueteo de la diatriba. Por el momento, basta citar dos nombres connotados; el de Mario Vargas Llosa y el de Hugo Celso Felipe Mansilla; el primero peruano, premio nobel; el segundo boliviano, filósofo liberal, formado en la escuela de Frankfurt, siendo partidario de la corriente conservadora de la Escuela y no de la tradición marxista, a la que pertenecían Max Horkheimer y Teodoro Adorno. Mario Vargas Llosa publica una serie de ensayos críticos, donde sobresalen los dedicados a la crítica del socialismo, también a las tradiciones caudillistas latinoamericanas. Aparte de estos ensayos, cuenta con una investigación teórica y literaria, de donde elabora un análisis crítico del indigenismo. Se puede considerar la ensayística crítica de Vargas Llosa como parte de lo mejor del ensayo contemporáneo; así como se puede considerar esta crítica al indigenismo como un aporte riguroso al debate sobre la problemática aludida, que en términos no de Vargas Llosa se denomina de la herencia colonial y de la colonialidad, por más que termine considerando la “cuestión” indígena como victimización. De lo que se trata es de considerar la crítica vertida en los ensayos y en el análisis sobre el indigenismo. Crítica que considera, a su modo, los contextos donde se desenvuelven las historias tratadas; contextos históricos culturales que pueden aproximarse a las condiciones de posibilidades históricas y culturales. Contextos bien manejados y bien descritos por la pluma del escritor; contextos descifrados a partir de sus tramas; que son interpretados desde el postulado liberal de la libertad; además de ser ponderados en las premuras de la modernización.

La crítica de Hugo Celso Felipe Mansilla, en cambio, se desenvuelve desde la reflexión filosófica. Se coloca, desde un principio, en la perspectiva de una crítica de la modernidad, podríamos decir, desde claves ecológicas. La crítica adquiere, en su exposición, una tonalidad irónica cuando se refiere a las “modernidades imitativas” de las sociedades latinoamericanas. En otros textos, Mansilla critica tanto al indigenismo como al indianismo, distinguiendo las dos variantes de la cuestión social nativa de la herencia colonial; siendo el indianismo una expresión político cultural radical, según el filósofo liberal, “fundamentalista”. La crítica al socialismo efectivamente dado es elocuente y polémica, sobre todo en lo que respecta a los estilos burocráticos de un exacerbado estatalismo y una patética modernización. Ambas críticas tocan temáticas y problemáticas rememoradas y recurrentes en América Latina. Es posible un debate no ideológico con esta crítica liberal y análisis académico.

Del otro lado, del lado del populismo y también del lado del socialismo, se han dado reflexiones profundas y penetrantes, así como investigaciones históricas políticas y análisis iluminadores. Citemos solo algunos nombres; Sergio Almaraz Paz y René Zavaleta Mercado, de Bolivia; Abelardo Ramos, de Argentina, y Eduardo Galeano de Uruguay. Estas reflexiones, ensayos, investigaciones y análisis son más conocidos que los otros; nos remitimos a las obras de los nombrados autores. La pregunta es: ¿Por qué no se ha dado un debate saludable?

Recientemente, Hugo Celso Felipe Mansilla ha publicado un libro crítico del pensamiento de René Zavaleta Mercado[5]. Se puede decir que ya es ya un aporte para el debate, aunque el libro se circunscribe a una interpretación esquemática del pensamiento de Zavaleta; se considera como enfoque de partida la contradicción entre nacionalismo y coloniaje, definida por Carlos Montenegro, para entender la paradoja señorial[6]. De entrada, se recorta la mirada, ocultándose los distintos enunciados referidos a otras contradicciones, definidas por el teórico marxista. También, de manera presurosa, se ponderan los “aportes” conservadores y liberales, sobre todo y esto es lo que llama la atención, antes de la revolución nacional de 1952. No parece necesario caer en esta exaltación conservadora poniéndose vulnerables ante el hecho de la igualación de los hombres, como dice el mismo Zavaleta Mercado, mediante la reforma agraria. El autor mencionado se concentra en Lo nacional-popular en Bolivia, libro póstumo, que reúne varios ensayos del último periodo en vida de Zavaleta; ensayos, por cierto, que desbordan su intensidad reflexiva. Se notan los requerimientos demandantes del teórico marxista de lo nacional-popular, que aborda la cuestión colonial y de la colonialidad, sobre todo a partir de la insurgencia indígena. No observar las tensiones en Lo nacional-popular en Bolivia es patentizar la falta de sensibilidad lectora ante los avatares de la escritura apasionada y crítica, auscultadora de las condiciones de posibilidades históricas-sociales-económicas-culturales de la formación social boliviana[7].

Nos preguntamos por qué no se dio el debate entre ensayistas, teóricos y analistas, compungidos por sus realidades históricas, que les tocó padecer, precisamente, al encontrarse en enfoques distintos y contrapuestos. Sin embargo, éste, el de ignorarse mutuamente, no es un problema solamente latinoamericano, sino mundial. Es sorprendente que esta mutua ignorancia se haya repetido incluso en corrientes teóricas hasta afines; por ejemplo, entre la Escuela de Frankfurt y las teorías nómadas francesa, siendo la primera antecesora de la segunda. De entre las corrientes teóricas que se ignoraron mutuamente, algunas prácticamente se desconocieron, a pesar de coincidir en los temas y hasta compartir los mismos periodos. Otra buena pregunta es inquirir sobre esta conducta de los intelectuales.

En todo caso, hemos querido dejar constancia de que sí se han dado reflexiones y análisis teóricos que abren las puertas del debate. Sin embargo, también hay que anotar que es indispensable la pedagogía política, es decir, la construcción colectiva las comprensiones y saberes sociales. Por otra parte, el debate adquiere claridad cuando se lo hace a la luz de las condiciones de posibilidades históricas y culturales y de los procesos desatados en el acontecimiento político. Empero, cuando nos referimos a la pretendida “crítica” liberal reciente, no hablamos de esto, del debate, sino de la diatriba, de la descarnada lucha ideológica; cuando los grupos, las instituciones, las organizaciones, los apologistas, de un lado y de otro, no se ignoran, al contrario, se tienen en cuenta constantemente. Son los enemigos y confunden esta exacerbada enemistad con la lucha de clases, que es, mas bien, una teoría. El enemigo es inolvidable; es el sentido de vida del amigo, del que está en guerra permanente con el enemigo. Los populistas, generalizando, a pesar de las diferencias contenidas en el fenómeno político mentado, consideran al neoliberal como execrable, poco más o menos como un canalla, que ha entregado las riquezas nacionales. Así mismo, los neoliberales consideran a los populistas como encarnación misma del mal de la corrupción, desbordada en el marco de una mala administración pública, tanto de las empresas como del Estado. La reciente “crítica” liberal de los últimos tiempos considera al populismo como el mal que atraviesa la historia política latinoamericana. La falta de desarrollo se debe a la incidencia descalabrada de la demagogia populista; los rezagos en la modernización se deben al despilfarro y la corrosión institucional, irradiadas por el populismo. Con este tipo de explicaciones todo está resuelto; no hay necesidad de nada más, sino de expulsar al execrable animal político. El problema es que estos acertijos ideológicos no se contrastan; el discurso ideológico no requiere de contrastación; sus interpretaciones esquemáticas son tomadas como verdades en sí mismas. Sin embargo, las incursiones políticas de conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales, populistas, las padecen los pueblos.

La clase política

Conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales y populistas no son expresiones políticas de la lucha de clases, son formas de convocatoria y formas organizativas ideológicas embarcadas en la lucha por el poder. Si las clases sociales estuviesen en lucha, como dice la teoría marxista, no entablaran la lucha a través de intermediaciones, ni por medio de interpretes; lo harían directamente, por así decirlo. La lucha de clases, tal cual, no tendría que pasar por la toma de consciencia de clase, pasar de la consciencia de clase en sí a la consciencia de clase para sí. La lucha de clases, como tal, sería inmediata. Si esta lucha de clases no se da “naturalmente”, para decirlo metafóricamente, es porque tampoco las clases sociales son “naturales”; son históricas. Es decir, son construcciones sociales; así también la lucha de clases es una construcción social, una construcción teórica; es decir, una interpretación. Si bien la teoría de la lucha de clases ha permitido interpretar la sociedad, conformada históricamente a partir de la guerra, desde la inaugural, siguiendo con las recurrentes, guerra que hace inteligible la formación social, guerra que atraviesa la institucionalidad estatal, esta interpretación de la lucha de clases ha dejado pendiente explicar por qué la guerrea es madre de la institucionalidad estatal; así como ha dejado pendiente la explicación de las dinámicas sociales que conforman a las clases sociales como bloques contrapuestos. En todo caso, tendrían que contrastarse las hipótesis interpretativas de la teoría de la lucha de clases empíricamente. La contrastación, para corroborar las hipótesis, se tendría que encontrar estos bloques de clase empíricamente. Si no los halla es porque estos bloques de clase no están.

Lo que se muestra, mas bien, es una distribución de singularidades sociales en los contextos variados de la geografía humana, que combina densidades demográficas con dispersiones demográficas, además de flujos poblacionales, en distintas escalas. Donde se pueden observar diferencias en los hábitats. Las diferencias son, para decirlo rápidamente, de calidad de vida. ¿Estas diferencias hablan de clases sociales o, mas bien, de ocupaciones territoriales diferenciales, de variados controles de recursos, de congregados controles de medios de producción, distribución y servicios, así como de centralizadas y descentralizadas formas de administración y de gestión, también, en consecuencia, de distintas formas de apropiación de la producción social? Esta observación nos lleva a mirar las complejidades de las dinámicas sociales, no bloques estancos de clases sociales. Se puede decir que la teoría de la lucha de clases fue una aproximación a la complejidad social, sinónimo de realidad social. Pero no se puede confundir la teoría con la realidad.

El tema es que en el acontecimiento social, de multiplicidades singulares, de pluralidades de procesos singulares concatenados, se conforman e instituyen prácticas sociales de diferenciación, no solo de clases, sino de grupos, asociaciones, corporaciones, así como de mandos, de formas de administración, incluso coagulando simbolizaciones institucionalizadas en el imaginario social. La complejidad social no se presenta bajo la configuración de bloques de clase, sino de actividades, cualitativamente diferenciadas, que tienen que ver tanto con dinámicas moleculares sociales y con dinámicas molares sociales. Dinámicas que producen y reproducen las diferenciaciones sociales singulares en los distintos planos de intensidad. Las diferenciaciones se dan en sus plurales y múltiples singularidades proliferantes; no como generalizaciones estadísticas y homogéneas. Esta exposición sobre el acontecimiento social puede ser más extensa y detallada; para aludir el alcance, por lo menos teórico, nos remitimos a lo escrito en Imaginación e imaginario radicales[8]. A donde apuntamos en esta exposición es a hacer comprensible y entendible, de otra manera, las funciones y los papeles de los intermediarios políticos y de las mediaciones ideológicas respecto al conglomerado de las estratificaciones sociales, en constante dinámica y devenir.

Si siguiéramos usando el término de clase, que es un término taxonómico, diríamos que hablamos de la “clase política”, como lo hemos hecho antes, en anteriores ensayos. Esto equivaldría decir que hay varias maneras de clasificar clases sociales; si se trata del campo político, si se trata del campo económico, si se trata del campo cultural, retomando la concepción de los campos de Pierre Bourdieu. Pero, a pesar de la complejización de la taxonomía social, llegaríamos a algo parecido a lo que criticamos, solo que en distintos planos de intensidad. La categoría de “clase política” es homogénea en su acepción; en cambio lo que efectivamente es la hace heterogénea. Esto ocurre no solo porque pregona distintas variaciones ideológicas, porque postula distintos programas políticos, incluso porque acciona en distintas formas gubernamentales, sino que sus variadas composiciones responden a asociaciones singulares, de acuerdo a contextos, a coyunturas, periodos, incluso, se puede decir, múltiples historias. Entonces estamos ante mapas de predisposiciones, disposiciones, dispositivos, políticos, que funcionan como instrumentos de la máquina abstracta de poder. La distinción, en este caso, es decir, la economía política particular, se da entre los representantes, voceros, intermediarios e intérpretes políticos y sus bases. Las bases delegan sus voluntades y sus potestades a los delegados y representantes.

Ahora bien esta distinción se apoya en otra separación, en la separación de intelectuales y no-intelectuales, que podríamos llamar economía política del saber, que distingue al que sabe del que no sabe. Toda economía política establece una dominación sobre la base de la valorización abstracta. Entonces, la dominación no es única en la economía política generalizada, sino que comprende múltiples dominaciones singulares entrelazadas. Aunque la dominación del intelectual sobre el no-intelectual aparezca más como prestigio no deja de ser dominación, basada en el prestigio simbólico de la intelligentsia y en el control institucional del saber. El político de profesión o circunstancial apoya la legitimidad de su intermediación en este halo intelectual; aunque también puede apoyarse en el prestigio que conlleva la dirigencia, que es otra manera de ser intelectual, como anotó ya Antonio Gramsci.

No hay pues la dominación única, absoluta, homogénea, como si fuera una entidad reconocible o un instrumento detectable inmediatamente. Lo que hay son múltiples dominaciones singulares que convergen, se entrelazan, se refuerzan, dando lugar a formaciones de dominaciones singulares. La “clase política, sosteniendo todavía el término discutible, con fines de exposición y de ilustración, refuerza su dominación, apoyándose en otras dominaciones singulares, proliferantes en las prácticas sociales.

Conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales, populistas, entonces, forman la gama variopinta de la “clase política”. No deberíamos incorporar en esta gama a los socialistas, quienes deberían propugnar y luchar por lo que dicen, una sociedad sin clases; sin embargo, han convertido al socialismo, es decir, la preponderancia absoluta de lo social, el substrato de las dinámicas sociales, la facticidad del empoderamiento de lo social, en un estatalismo. Hablando con propiedad, lo que hacen y practican los “socialistas” no es socialismo sino estatalismo. Por lo tanto, los incorporamos también en esta gama variopinta de la “clase política”. En este sentido, también están embargados en la lucha por el poder, no en la lucha de clases, como dicen. Pero, el tema de fondo no es encontrar nuevas clasificaciones, nuevas clases en distintos campos, ni saturar el entramado clasificatorio para descifrar las conductas sociales, sino comprender los funcionamientos de las máquinas de poder, de los juegos de poder de las distintas conformaciones asociativas, entrabadas en la lucha por el poder. Lo que hay que comprender es cómo funcionan las prácticas de dominación polimorfas; cómo son usadas, cómo se las enlaza para reforzar determinada forma de dominación singular.

Las historias efectivas en América Latina, sobre todo las historias políticas, no pueden circunscribirse a la historia de las narrativas políticas, tampoco a las teorías, que toman como fuentes estas narrativas. Si las narrativas políticas conforman la recurrencia ideológica, las teorías, que se sustentan en estas fuentes, consideran que estas fuentes, es decir, estas narrativas, como si fuesen el referente incontestable de la realidad; cuando solo se trata de otras interpretaciones más inmediatas, menos elaboradas, más descarnadamente ideológicas. Entonces, la teoría repite la ideología en una versión más elaborada. Para descifrar las mismas narrativas políticas es menester inmiscuirse en las prácticas; decodificar sus lógicas, develar sus modos de funcionamiento, sus sentidos prácticos. Dicho de manera directa, los discursos políticos e ideológicos encubren prácticas de dominación. El liberalismo latinoamericano ha encubierto prácticas de dominaciones coloniales y patriarcales, fuera de legitimar formas de explotación de la fuerza de trabajo, en las formas concretas y particulares dadas en la periferia del sistema-mundo-capitalista. Es decir, en los términos de la sobreexplotación permitidos por las relaciones coloniales.

El nacionalismo revolucionario ha ampliado los derechos ensanchando la “democracia” restringida liberal, sin embargo, no sale del horizonte de la colonialidad. La modernización nacional-popular, si bien arranca con el voto universal, con la reforma agraria, la reforma educativa y las nacionalizaciones de los recursos naturales y de las empresas privadas que los explotan, solo concibe la ciudadanía abstracta y generalizable del individuo moderno. Aunque también retoma, haciéndolos mutar, los derechos corporativos. La modernización supone olvidar su origen colonial, como si lo acontecido se borrara ante el avance del desarrollo capitalista. Esta actitud es solo una pretensión. Lo acontecido no se borra de la experiencia social y de la memoria social; no es pasado, como lo entiende la historia; es presente, constantemente actualizado, de manera dinámica. Mientras no haya descolonización, aunque esta palabra haya sido desgastada por el discurso y las prácticas populistas, no se puede aseverar seriamente que se ha logrado la mentada soberanía, mucho menos la independencia. Tampoco se habría constituido e instituido efectivamente la república; para que tal suceso ocurra se requiere de condiciones de posibilidades históricas y culturales de fusión de horizontes.

El proyecto neoliberal banaliza y reduce la modernización al espacio abstracto restrictivo de realización de la competencia económica, del libre mercado y de la libre empresa; haciendo que la modernización se mida cuantitativamente por la estadística del acceso al crédito. Se desentiende, con un gesto que pretende ser “técnico”, de los problemas heredados; como si solo los problemas relativos al equilibrio económico fuesen los únicos y reales. El discurso neoliberal no solo es pretensioso, sino trivial en lo que respecta al análisis de la problemática económica y de la crisis. En la práctica, el Estado, del que dice desentenderse, despliega las mismas prácticas correspondientes a la colonialidad.

El llamado neo-populismo de los “gobiernos progresistas”, retoma, en parte, lo que podríamos nombrar como las tradiciones populistas, empero, las banaliza al extremo. Convirtiendo aquellos actos heroicos de las nacionalizaciones en comedias espectaculares, empero, sin efecto estatal, como aconteció con los gobiernos nacional-populares de mediados del siglo XX. Paradójicamente, es con los “gobiernos progresistas” cuando se hace más evidente la dependencia, la reiteración expansiva e intensiva del modelo extractivista colonial del capitalismo periférico.

[1] Este ensayo forma parte de un ensayo mayor, que contiene dos partes; la primera, Populismus; la segunda, Ofensiva neo-gamonal. El ensayo mayor tiene el titulo provisional de Avatares ideológicos y políticos.

[2] Ver Círculo vicioso del poder. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.

[3] Ver la serie Acontecimiento político. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.

[4] Ver Gramatología del acontecimiento. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.

[5] Leer de Hugo Celso Felipe Mansilla Una mirada crítica sobre la obra de René Zavaleta Mercado. Rincón Ediciones; Colección Abrelosojos. La Paz 2015.

[6] Ver Crítica y complejidad. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.

[7] Ver Pensamiento propio. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.

[8] Ver Imaginación e imaginario radicales. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.