Cultura amazigh: Los tatuajes que protegen a las mujeres

Nunca subestimes a una chica del desierto, y menos a su espíritu protector.



Los tatuajes que protegen a las mujeres
JAVIER RADA 16 DE MAYO DE 2018
20 Minutos

Hay regiones donde las mujeres aún se tatúan la cara, la barbilla, la frente, lo pómulos, las manos, las piernas, el pubis; hacen de la sangre y la tinta un ritual íntimo. Talismanes que emiten avisos. Líneas que envían al forastero un mensaje pero también al ser querido: si vienes a joderme, mi espíritu guardián te hará picadillo.

Primera regla:

Nunca subestimes a una chica del desierto, y menos a su espíritu protector.

Si viajas al Norte de Marruecos, en el olvidado Rif, o te pierdes por las cabilas argelinas, podrás ver a estas mujeres. Muchas de ellas ancianas ya, pero aún fuertes, risueñas. Sentirás la mirada que te ensarta bajo sombreros de mimbre y pañuelos. Aparecerán como una manada en las cercanías de las casas bajas de un solo piso, armadas por esas líneas matriarcales que adornan sus rostros.

Son geometrías indescifrables para el neófito, y puede que para el resto de los hombres.

El origen de estos tatuajes se perdió en los tiempos en que adorábamos el fuego celeste, antes de que los humanos convirtiéramos a dios en una neurosis.

Fíjate por ejemplo en la siguiente fotografía. En la belleza y poder de esta mujer joven nacida en el Altas Sahariano.

Mujer amazigh tatuada en Argelia. 1905. Autor: Lehnert Landrock. Ouled Naïl Girl. Wikimedia Commons.
Mujer amazigh tatuada en Argelia. 1905. Autor: Lehnert Landrock. Ouled Naïl Girl. Wikimedia Commons.

Su mirada ha cruzado un siglo y aún es capaz de retarte. Ojos desafiantes, ensalzados por esas marcas que recuerdan a la cruz bereber, vestigio de un culto solar extinto que ha llegado hasta nuestros días. Parecen las cicatrices de una batalla espiritual.

Si te fijas un poco más verás que las señas puntúan un triángulo o pirámide en el rostro ovalado de esta mujer hinchada de fuego.

Ella es la esfinge.

Segunda regla:

No hay sumisión, fragilidad, entrega o rendición. Nada de eso. Veo en sus ojos la historia de millones de mujeres que desde la Edad de Piedra han proyectado esa mirada de violentada sabiduría.

Veo guerreras que hoy son abuelas. Vigas maestras.

Estos tatuajes pertenecen a la cultura Amazigh, los pueblos preislámicos que habitan el Magreb, y a otras tribus de Oriente Medio o el Sahel: linaje de comerciantes, camelleros, campesinos, piratas y guerrilleros, gentes orgullosas que han sufrido pero también herido.

Círculos, líneas y puntos, motivos florales, plantas, árboles, o astros, lunas, soles, cometas, ruedas, esvásticas y cruces, tributos de las agujas. Así forjaban una cultura e identidad femenina que se está extinguiendo: sobrevive hoy estigmatizada, pieles de mujeres viejas, los últimos mapas de un mundo perdido.

Constituía un rito de paso de la niñez a la edad adulta a pesar de que el Islam prohíbe el tatuaje, pero consiguieron esgrimir cierta justificación teológica basada en la solidaridad: Fátima, la hija del profeta, también había sido tatuada en la barbilla; si Fátima iba a ser “la primera en entrar al Paraíso” por qué no ellas.

Aguja, carbón y colorante vegetal. Se acudía a la tatuadora, que era siempre mujer, o se hacía de madres a hijas. Además de un símbolo de belleza- el tatuaje valía más que la cadena de oro-, fueron un talismán mágico que podía proteger la virginidad, escudar a la familia o ahuyentar a los malos espíritus. Además podía obrar como conjuro medicinal para la artritis u otras dolencias.

Cada mujer escogía sus símbolos: celebraban la conexión con la tierra, por ejemplo, o los distintos amores o hitos de una vida. Los tatuajes eran un acceso a su dios personal y una ofrenda. Iban creciendo con el tiempo, extendiéndose por el cuerpo. Unas pinturas que creaban lazos de protección en una tierra en la que ser mujer es un oficio duro. Tienes que ser fuerte, como la esfinge, capaz de aguantar los lametazos del simún, el viento venenoso que en el desierto asfixia a los seres vivos.

De este modo los signos acabaron siendo un símbolo espiritual del poder femenino en estas comunidades históricas.

La fotógrafa americana Yumna Al-Arashi, de origen yemení, siempre estuvo fascinada por los tatuajes que su abuela lucía en la cara y de los que apenas hablaba, como si fueran un enigma. Esto motivó que se lanzara a desarrollar su proyecto Face (Cara). Así lo describe en su página web:

Recuerdo el momento en que mi abuela yemení reprendió a mis tías y primos por burlarse de mi tatuaje. La habitación quedó en silencio… Ella les dijo que al insultarme también estaban insultando a su madre y a todas las mujeres que vinieron antes que ella. Poco después compartió fotografías descoloridas de mi bisabuela, que estaba hermosamente adornada con líneas y motivos geométricos en su rostro. “Había un amor por la individualidad del que mi madre se enorgullecía. Pensé que estaba perdido, pero ahora la veo dentro de ti”. Mi difunta abuela yemenita fue una de las muchas mujeres que se adornaron con estos tatuajes, y se convirtió en mi inspiración para este proyecto.

Yumma viajó por Marruecos, Argelia y Túnez buscando mujeres a las que fotografiar los tatuajes. Para la artista estas imágenes representan una figura de autoridad que está alejada del estereotipo de sumisión de la mujer oriental. Son emblema de una fuerza que protege a la familia, “la belleza y el poder de ser mujer”. Una seña matriarcal en un mundo profundo y rural, no del todo islamizado, no del todo capitalista, donde la mujer es quien toma en realidad las decisiones importantes, conoce a los animales y las plantas, y dispone de las habilidades de supervivencia necesarias para el resto del clan.

Tercera regla:

Nunca subestimes a las hijas del desierto, los bosques y las montañas. Las mujeres de hoy quizás no se tatúen el rostro, pero percibo en sus ojos, una vez más, el desafío que cruzará los siglos. Si te fijas llevan otra clase de tatuaje. No está en su piel porque brilla en el iris profundo.

En el metro, la panadería, sentado en un parque, paseando por la calle, bailando, bebiendo, fumando, intento ver ese tatuaje que nos protege a todos. A veces no lo consigo. Hay demasiado ruido.

Cuarta regla:

Un mundo sin mujeres es solo una cárcel. Si destruimos el talismán nada será propicio.