Feminismo. El derecho a la seducción

El cuerpo de la mujer está constreñido por diversas instancias que acarrean connotaciones negativas al poder de la seducción.



FEMINISMO
El derecho a la seducción
El cuerpo de la mujer está constreñido, de acuerdo con Estremadoiro, por diversas instancias que acarrean connotaciones negativas al poder de la seducción.

domingo, 27 de mayo de 2018 · 00:12

Rocío Estremadoiro Rioja Socióloga
Página Siete

No sé qué tendrán Chico Buarque y Jorge Amado, uno asemejado a un tordo rubio, trinando sin cesar una poesía exquisita, y el otro haciendo con la palabra un retoque a la humanidad que, con sus colores, reverdece al punto de la esperanza y la belleza, tan necesitadas estos días.

Más de una vez se colaboraron mutuamente, como es norma entre los artistas brasileños, que librados de celos o competencias mezquinas, son permanentes compañeros de vida, de copas y de creaciones. Recuerdo que Chico Buarque hizo la memorable apertura musical de Doña Flor y sus dos maridos llevada al cine, presentando a lo largo de la película, las dos versiones del Oh que será, un himno a la existencia.

En algo más coinciden Chico Buarque y Jorge Amado. Siendo varones, tienen la rara capacidad de ponerse en el zapato de las mujeres, con tal empatía, delicadeza y sensibilidad que uno se olvida de las peroratas sobre las diferencias de género y se sitúa en un universo donde hombres y mujeres se comprenden cual iguales. En ese sentido, son magistrales hasta el escalofrío las composiciones de Chico Buarque como Pedaço de mim, Folhetim o Atrás da porta.

Por su parte, Jorge Amado es un verdadero escritor feminista sin que haya tenido la necesidad de declararlo. Algunas de sus obras están centradas en protagonistas femeninas de fábula embriagadora. ¿Cómo no recordar la sensualidad de Gabriela (de Gabriela Clavo y Canela), símbolo de la libertad femenina, comparada con la simpleza y complejidad de un ave? ¿Cómo no reconocerse en la dualidad de Doña Flor (de Doña Flor y sus dos maridos), en medio de la lucha encarnizada entre la carne y el espíritu? ¿Cómo no emocionarse con la reivindicación de la “puta” en Teresa Batista, cansada de guerra?

Así, leídas y soñadas con avidez en mi niñez y adolescencia, las protagonistas de Jorge Amado tuvieron un común denominador: el lúdico arte de la seducción sin culpas. Ellas, mujeres batalladoras desde sus circunstancias y cotidianidad, encontraron la forma de disfrutar de una sexualidad que, culturalmente, es censurada, dosificada, comprimida, principalmente en el caso de las mujeres. Y aquello, bajo la fecunda pluma de Jorge Amado, se presentó como lo que es en el fondo: con espontaneidad, naturalidad, con dulzura.

No obstante, el tema de la sexualidad femenina sigue siendo álgido, complejo, peliagudo de abordar, ya que son muchas las camisas de fuerza y los cabestros que procuran encerrarnos y constreñirnos, convirtiendo un asunto natural en fuente de violencia, represión, neurosis y locura. Por un lado, continúan vigentes vertientes religiosas que insisten con enfermizos dogmas que nos instruyen que el placer sexual es nocivo y mucho peor si se trata de las mujeres. A la par, vienen los roles de género que convierten a la sexualidad de las mujeres en propiedad de terceros y/o la reducen al ámbito reproductivo. Por si fuera poco, luego llega la industria de la moda y “belleza” que, para catapultarnos como sexualmente atractivas, nos enclaustra en cánones y estereotipos respecto al cuerpo femenino y, más de paso, confirma el confinamiento de las mujeres en los padrones de lo privado, la sumisión y muy lejos de la toma de decisiones. Finalmente, no faltan los/as que piensan que una mujer, si se atreve a ser seductora, es merecedora de agresión, abuso sexual y/o violación.

Si bien los demás puntos son igual de preocupantes, quiero referirme al último tema (tal como prometí en un artículo anterior), porque me parece increíble que en pleno siglo XXI y con casi acceso ilimitado a la información y al conocimiento, todavía existan hombres –y mujeres– que estén convencidos que una mujer, para evitar ser agredida, no debe “provocar”.

Cabría inquirir, ¿qué es “provocar”? ¿Es salir con una minifalda a la calle? ¿Es librarse de ropas que atosigan sea por el calor, la comodidad o, por último, porque nos da la real gana? ¿El cuerpo de la mujer es “provocación”? ¿El desnudo femenino es un acto de “provocación”? ¿Es “provocar” el asumir una sexualidad consciente, libre, activa? ¿La seducción, si se trata de las mujeres, es una “provocación” a la violencia y/o agresión sexual?

La seducción es una de las expresiones más interesantes del ejercicio de la sexualidad. Implica un arte, que no necesariamente tendría que desembocar en un mecánico y gutural “apareamiento” y menos se reduce a una forma de enfoque y orientación sexual. Involucra la adrenalina y la dulzura de la pasión y el enamoramiento, pero eso, fundamentalmente, con uno mismo; para seducir a otros, primero se parte por uno. Envuelve un juego, una reconfortante y divertida manifestación lúdica y ello está presente en la naturaleza, desde los melódicos trinos de las aves en primavera, pasando por el “escándalo” que hacen los felinos cuando están en medio de sus praxis amatorias. Todo eso y más puede significar la seducción, más nunca un episodio de posesión, de imposición, de poder, de violencia, de abuso. Entonces, ¿es justo que las hembras humanas nos privemos de seducir o de ser seducidas por miedo a que nos agredan, abusen o violen? ¿Debemos reñir con nuestra naturaleza y limitarnos en una maravillosa manifestación de la vida? ¿Hasta cuándo cohibiremos nuestro derecho a la seducción y a una sexualidad consciente y activa?

Y para que de una vez quede claro en algunas mentes estrechas: Si el acto sexual, cualquiera que sea este, no reviste el consentimiento manifiesto y nítido de todos los involucrados, aquello no es sexo, tampoco “instinto”, menos es “natural”, peor es “normal”. Eso se llama violencia, abuso, agresión, violación. Y hoy, cuando hombres y mujeres despertamos de los tapujos y taras sociales sobre nuestra sexualidad, tengan por seguro que lo gritaremos fuerte.