El Kurdistán desde adentro, la revolución desde abajo

Fue terrible, la verdad, haber estado en un lugar tan hermoso, donde la libertad se respira en el aire, donde la responsabilidad está adquirida por cada uno, donde cada uno aporta lo que puede a este movimiento… El regreso a casa, a la realidad cotidiana, fue muy duro. Encontrarnos de nuevo con la superficialidad, el materialismo de Europa.



04.06.2018
Cine, Culturas invisibles
El Kurdistán desde dentro, la revolución desde abajo y desde las mujeres
por Rubén Caravaca Fernández
https://elasombrario.com/kurdistan-desde-dentro-mujeres/

Hoy comienza una nueva edición de Noches de Ramadán, festival organizado por el Ayuntamiento de Madrid. Lo hace con la proyección de un documental independiente y autogestionado, ‘Tierra y Kurdistán. Un viaje hacía la autonomía’. Hemos hablado con uno de los principales implicados, Olmo Couto, desde el mismo Kurdistán, donde actualmente está colaborando en la puesta en marcha de la Escuela de Cine de Rojava. Olmo Couto subraya el valor de vivir la revolución desde abajo que está experimentando el pueblo kurdo, y en especial el compromiso de las mujeres.

Se trata de un proyecto colectivo que ha salido adelante por el trabajo en común de muchas personas, algunas de ellas integrantes de un Taller de Audiovisuales realizado en un centro social del barrio madrileño de Vallecas. El rodaje lo realizaron dos personas principalmente; una del colectivo Cámara Negra y otra de Rojava Azadi Madrid . En el guion y la edición se sumaron otras dos integrantes de La semilla audiovisual y finalmente para diseñar e incorporar las animaciones otra integrante de Cámara Negra. Una experiencia compartida, con muchos debates por medio entre todos los participantes, con el intento de realizar un proceso lo más colectivo posible, con todos los elementos positivos y las dificultades que ello conlleva. Por cuestiones de tiempo no pudieron, muy a su pesar, compartir las experiencias con otras personas y grupos. De todo ello hemos hablado con uno de los implicados, Olmo Couto, desde el mismo Kurdistán, donde actualmente está colaborando en la puesta en marcha de la Escuela de Cine de Rojava.

El documental lo podemos ver hoy, lunes, en la Cineteca Matadero de Madrid y el próximo jueves 16 de junio en el Centro Cultural Valdebernardo (Vicálvaro), con entrada libre hasta completar aforo. En las dos sesiones se contará con algunas de las responsables de la película e integrantes de grupos de solidaridad con el pueblo kurdo.

¿Cómo surgió la idea de hacer la película?

La película surge a raíz de una brigada de activistas pertenecientes a diferentes asociaciones y grupos sensibilizados con la causa kurda. A partir de ese viaje nació un colectivo de solidaridad, Rojava Azadi Madrid, que ha estado trabajando en la difusión de la causa kurda, así como en el apoyo a la revolución de Rojava.

Los medios de comunicación habían prestado atención a la heroica resistencia de este pueblo en la ciudad de Kobane, que había sido liberado del Estado Islámico hacía pocos meses, la icónica imagen de las valientes mujeres kurdas luchando en la dureza de la guerra para liberarse del fascismo del Estado Islámico habían inundado las pantallas. Pero detrás de esas imágenes a veces estereotipadas de la guerra, había una historia de revolución y liberación que nos hizo acercarnos a este movimiento. En Rojava se llevaba a cabo un experimento de autonomía, de autogobierno en base a asambleas populares. Con dos ejes trasversales: la liberación de la mujer y la ecología.

De todo esto que vimos y sentimos en Kurdistán nació la necesidad de transmitir en nuestros lugares de origen lo que habíamos vivido, nuestra experiencia como brigada solidaria de internacionalistas en Kurdistán. En este viaje visitamos las zonas de Bakur (Kurdistán del norte) y Rojava (Kurdistán del Oeste), situadas dentro de los Estados de Turquía y Siria, respectivamente.

¿Cómo hicisteis para llegar?

La verdad es que fue un viaje muy especial, nos juntamos un grupo de gente para este viaje que no nos conocíamos mucho; pese a eso, la convivencia funcionó muy bien; de hecho, nos hicimos todos grandes amigos. Fue muy especial también la relación con los activistas que nos fuimos encontrando durante el viaje.

Hasta el pequeño pueblo de Suruc en la frontera entre Siria y Turquía habían llegando gentes de todos los lugares del planeta. Toda la gente que nos cruzamos era muy hermosa, todas habíamos llegado hasta allí con la idea de aprender y colaborar con lo que pudiéramos. Una de las cosas que más me llegó y me hizo confiar en este movimiento fue la forma de organizarse, de manera tan autónoma. La primera noche llegamos al Centro Cultural de Suruc, empezamos a conocer a los internacionalistas y los kurdos que gestionaban el lugar y al día siguiente ya estábamos yendo al almacén de alimentos a echar una mano en el reparto, haciendo entrevistas con las personas que estaban allí participando. Por la tarde fuimos a un campo de refugiados donde también hicimos entrevistas, a la vez que ayudamos a construir alguna tienda. Era muy fácil participar, ayudar, solo hacía falta tener ganas de ponerse a hacer algo. En esos espacios se iba organizando todo, de modo autónomo. La gente iba viniendo, pidiendo ayuda y los grupos se iban juntado para ayudar con esas necesidades.

¿Con qué recursos contabais?

Recursos mínimos. Fue muy difícil sacar adelante el proyecto, sobre todo por el tema de las traducciones. Somos un colectivo audiovisual libertario y esto nos hace un poco difícil encontrar vías de financiación de nuestras películas. No estamos en la época de 1937, de la revolución anarquista, cuando la CNT tenía el control de los estudios de cine en Catalunya y producía sus propias películas. Así que las formas actuales que hay de financiar los proyectos son o bien mediante ayudas del Estado, con lo cual no estamos muy de acuerdo, o la venta a cadenas televisivas, cosa que tampoco nos motiva demasiado… Así que autogestionamos nuestros proyectos de las formas que podemos. Con el dinero de trabajos que vamos realizando y sobre todo produciendo de otro modo. Reduciendo los gastos al máximo, sin la necesidad de grandes cámaras o grandes lentes.

Por ahora, esta forma nos está funcionando. Estamos consiguiendo un modo muy personal de contar historias y también muy íntimo, ya que nos sitúa muy cerca de la gente. Intentamos no ser un extraño que llega de fuera y quiere contar su película, sino contar las historias juntándonos con la gente, ser uno más con ellos. Comunicar no como observadores, sino como parte del sujeto de la historia.

Este proceso, aunque es muy bonito, también se hace duro. La mayoría de las veces nos encontramos con realidades muy fuertes. Quizá este modo de realizar nos hace implicarnos mucho, a veces podría decir que demasiado. Luego ya no te sientes un mero observador, que ha hecho una película sobre el Kurdistán, te sientes parte de este proceso, estás enganchado a él y es difícil desengancharse. Por eso ahora estoy de vuelta el Kurdistán, viendo lo que puedo aportar. Buscando nuevas historias que contar por aquí y también con la idea de participar en un par de proyectos muy bonitos; la komuna de cine y la Escuela de Cine de Rojava, dos proyectos que se están construyendo aquí ahora mismo.

¿Cómo fue la relación con la población?

Lo que más nos marcó fue la espontaneidad de la revolución. No se trata de una gran organización que tome de golpe el poder del gobierno, sino que es el conjunto de la gente, del pueblo, que comienza a auto-organizarse. Un movimiento totalmente de masas que abarca toda la sociedad. Algunos días nos quedamos a dormir en centros culturales, que el movimiento kurdo tiene en las ciudades o pueblos, pero otras veces nos quedamos en casa de las familias de algunos activistas que habíamos conocido durante el viaje. Las familias nos daban de comer, nos sacaban a conocer la ciudad, nos llevaban hasta las sedes de las organizaciones políticas kurdas, como el Congreso de la Ciudadanía Democrática, nos entrevistábamos con la Asociación de Abogados de Mesopotamia o con la responsable de la Academia de Jineologi.

Día a día eran los kurdos de a pie los que nos enseñaban su movimiento, los mismos que nos acogían, con una hospitalidad preciosa, mostrando una enorme alegría por que estuviéramos allí. Creo que esto fue de lo que más aprendimos. Que la revolución es algo que se lleva en el corazón, que está construida a base de sonrisas, cariño y empatía.
Lo más impresionante, sin duda, fue la llegada a Kobane, la ciudad había sido liberada hacía escasos dos meses del Estado Islámico. Estaba completamente destruida, la gente estaba comenzando a regresar a casa de los campos de refugiados que habíamos visitado en Suruc, pero pese a estar en una ciudad totalmente destruida el ambiente era alegre, la gente te sonreía por las calles, mientras trabajaban, limpiaban, arreglaban sus casas en ruinas… Algunas tiendas comenzaban a abrir de nuevo. Los niños iban de camino al cole con sus mochilas… La ciudad estaba llena de vida y alegría. Era increíble estar en una tierra liberada, autónoma, autogestionada; era un sentimiento que te inundaba desde dentro. Una sensación que tenías dentro al despertar, al irte a dormir. En todo momento te sentías partícipe de un sueño que se estaba haciendo realidad.

En Kobane, una de las visitas más bonitas fue a Kongreya Star, la organización del movimiento de mujeres. Una casa con un hermoso jardín, donde cinco mujeres kurdas nos hablaron de todos los cambios que intentaban crear en la sociedad.
Este viaje nos mostró la responsabilidad que las mujeres han tomado en esta revolución, sin duda es algo de lo que debemos aprender. Ellas son las que han tomado toda la responsabilidad. Son las que de verdad organizan y dan vida al movimiento. Creo que este siglo va a suponer un gran cambio en la situación de la mujer. La revolución que las mujeres kurdas están llevando a cabo va a ser una parte importante en este cambio.

¿Cómo os encontrasteis a la vuelta?

Fue terrible, la verdad, haber estado en un lugar tan hermoso, donde la libertad se respira en el aire, donde la responsabilidad está adquirida por cada uno, donde cada uno aporta lo que puede a este movimiento… El regreso a casa, a la realidad cotidiana, fue muy duro. Encontrarnos de nuevo con la superficialidad, el materialismo de Europa. Menos mal que aquí tenemos grandes amigos que nos apoyaron mucho a la llegada, con los que pudimos compartir todas nuestras experiencias. España se está convirtiendo en un lugar muy duro para vivir, donde hay que tomar muchos compromisos, entre la forma de la que piensas y la forma de la que actúas. En Rojava sentíamos que esa diferencia no era tan grande. La revolución era vivir el día a día. Levantarse todos juntos. Ver qué trabajo era necesario hacer. Realizar las entrevistas que queríamos para difundir las ideas. Que la revolución no era tomar el poder de las grandes instituciones, sino este cambio de conciencia que por unos días pudimos sentir en nuestro interior.