JUNIO 21, 2018
De la extorsión política
Raúl Prada Alcoreza
La extorsión política es, quizás, en el sistema de extorsión generalizada, la práctica más usual y manifiesta. La política institucionalizada se ha convertido en el ejercicio mismo de la extorsión de la delegación y la representación, mucho más evidente cuando se es gobierno. El delegado, el representante del pueblo se cobra su representación, cobra un precio por encargarse de la representación, de hacer de “vocero del pueblo”. Esto se hace patente cuando el representante forma parte del gobierno o la representación se hace del gobierno. La extorsión comienza en la adulteración de la convocatoria; no solo se convoca al pueblo, sino que se le exige seguir al partido que los representa, mucho más cuando este partido se reclama de genuina representación del pueblo. Esta exigencia se hace más notoria y conminatoria cuando es el propio gobierno el que exige la “movilización popular” en defensa del gobierno auténtico del pueblo; en el caso de versiones políticas no populistas, se exige al pueblo defender la institucionalidad. El pueblo, entonces, está conminado a defender el “proceso” o la “democracia”, que sus representantes y sus gobernantes encarnan.
La extorsión política no reconoce, por así decirlo, mayoría de edad al pueblo, se lo considera como un niño, que debe ser educado y conducido. Las decisiones políticas quedan a cargo de la clase política. Cuando se acude al pueblo en relación a cuestiones debatidas y problemáticas, se lo hace no para preguntar su opinión o constelación de opiniones, sino para indicarle cuál debería ser su opinión, de acuerdo a la verdad política. Las opiniones que preponderan y que se difunden a través de los medios de comunicación son la de los políticos; cuando se entrevista a la gente común, como se dice, de la calle, se lo hace para edulcorar la opinión política ya dada, se lo hace como pronunciamientos colaterales o, en su caso, como tendencias cuantificables de la “opinión pública”. El pueblo es el objeto deseado de la convocatoria política, también es el sujeto de la extorsión política.
La extorsión política cuenta con un complejo aparataje de incidencia y de inducción de comportamientos. Lo que era la retórica política, como recurso discursivo de convencimiento, se ha convertido en una fabulosa maquinaria de publicidad y propaganda, que implanta opiniones mediáticas, esquemáticas, como consignas de mercadotecnia. En el lenguaje polarizador de la política se lanza un mensaje simple: si no estás con nosotros estás con los enemigos del “cambio”, de la “revolución”, o, en otra versión, estás con los enemigos de la “democracia” institucionalizada. La forma y el estilo de emitir el mensaje puede variar, incluso puede adquirir expresiones más elaboradas, sin embargo, el mensaje, en el fondo, es similar; se trata del chantaje político, que puede adquirir connotaciones de chantaje emocional o de chantaje ideológico, se lo haga a nombre de lo que se lo haga, la “revolución” o el Estado, el “proceso de cambio” o la institucionalidad.
La extorsión política persigue variados réditos; uno de ellos tiene que ver con el camuflaje de legitimidad; otro de ellos tiene que ver con el mantener como rehén al pueblo, rehén de la clase política o, en su caso específico, del gobierno. Entre los réditos se encuentra el lograr beneficios no solo políticos, si no también económicos. Lo que se denomina corrupción es, en realidad, el efecto de la extorsión política, en sentido de renta adulterada. Estos variados réditos se logran cuando el ejercicio de la política se presenta como la única manera de ejercerla, la institucionalizada, la reglamentada, la normada, que, en definitiva, otorga el monopolio de lo político a la clase política. Los límites de la realidad institucionalizada están definidos por el Estado; cuando la realidad es ésta, producto del poder, se excluyen taxativamente otros ejercicios no estatalizados; se descartan las prácticas alterativas de los colectivos sociales; en efecto, aunque no se lo diga, se prohíben otras prácticas políticas, descartando la posibilidad del autogobierno.
La “democracia” institucionalizada, que se basa en la Constitución, en el sistema de leyes, que se legitima en el discurso jurídico-político, precisamente porque establece las reglas del juego “democrático”, encubre el ejercicio efectivo de la política, la extorsión política. Las formas de gubernamentalidad, que parecen exceder el encuadre de la “democracia” institucionalizada, como la forma de gubernamentalidad clientelar, no hacen otra cosa que patentizar lo que motoriza el ejercicio de la política, el chantaje político. Las formas de gubernamentalidad que parecen circunscribirse al encuadre de la “democracia” institucionalizada, como la forma de gubernamentalidad liberal, no hacen otra cosa que reforzar el encubrimiento institucional de la extorsión política. La forma de gubernamentalidad clientelar hace evidente, de manera descarnada, la extorsión política; en cambio, la forma de gubernamentalidad liberal la encubre, de manera institucional, apegada a la Ley, el ejercicio de la extorsión política.
Se puede definir la cuestión política de la siguiente manera: se nombra a la “democracia” en discursos que la exaltan y pretenden su profundización, así como en discursos que la conciben como lograda en el Estado liberal o el Estado de derecho; yendo más lejos como realización histórica en el socialismo; o, contrastando, como “decadencia occidental”, entonces susceptible de concretizarla en el pueblo elegido o el pueblo superior. A pesar de sus diferencias, todas estas variedades discursivas políticas, incluso diferencias ideológicas, sirven para preservar el ejercicio del poder, que, en términos de la política institucionalizada, fácticamente implican el desenvolvimiento de las formas de la extorsión política.
El problema de la política en la modernidad es que la política se realiza de una manera paradójica o perversamente complementaria: En el discurso se pretende no solamente la verdad, sino la realización de la libertad, de la justicia, de la humanidad, o, en contraste, la realización de la nación, como si se persiguieran estas finalidades gratuitamente; sin embargo, estas finalidades terminan justificando el uso de los medios y los procedimientos que se reducen, en la práctica, a la extorsión política.
¿Cómo romper con la extorsión política? Aunque se lo diga sencillamente y hacerlo sea difícil, parece que, por lo menos, teóricamente, hay que empezar por aquí: no aceptar la extorsión, no dejarla efectuarse. Pueden haberse conformado los grupos de extorsión, distribuidos en el mapa institucional del Estado, pueden emerger de los diagramas de poder vigentes, empero si no se acata su amenaza, la extorsión no se da lugar. Como la extorsión se da lugar en toda la malla institucional, en la filigrana de sus recovecos, en distintos niveles y planos, entonces concurre constantemente y profusamente, cuando el conjunto social amenazado no acepta la extorsión, por lo menos la mayoría o, incluso, una parte significativa, la extorsión como sistema expoliación se derrumba. Por lo tanto, el segundo paso o actitud ante la extorsión es movilizarse contra esta práctica de coerción, chantaje y expoliación. Convocando a la sociedad liberarse del chantaje, de la economía política del chantaje, de asumirse como tal, como constelación de asociaciones, de dejar de ser rehén de los grupos de extorsión. El tercer paso o actitud ante la extorsión implica el desmantelamiento del sistema de extorsión generalizada. El cuarto paso o actitud consiste en dar rienda suelta a la potencia social, a la potencia creativa de la vida, desenvolviendo la proliferante invención de la sociedad alterativa.
El fenómeno generalizado de la extorsión alumbra sobre cómo funciona la sociedad institucionalizada. Las historias de las sociedades institucionalizadas, que han requerido construir la máquina abstracta del poder, que nace como máquina simbólica y mitológica, de donde emerge y se edifica el Estado, como instrumento jurídico-político-económico-cultural, que legitima las dominaciones polimorfas, nos muestran que el poder mismo, desde sus comienzos, como ámbito de realización de las dominaciones, se estructura como deuda infinita, como deuda al soberano, propietario y poseedor de la tierra y de todos los bienes; deuda impagable, que inocula la dependencia inicial y la subordinación inaugural. La deuda convierte al deudor y a la deudora en prisioneros de la relación de dependencia con el soberano, convertido en el déspota, símbolo absoluto del poder. Entonces, desde un principio, el ejercicio del poder funciona efectivamente como extorsión.
Las sociedades institucionalizadas, no solamente se cohesionan en base a los mitos, después, a la ideología, así como en base a las estructuras de relaciones sociales, convertidas en prácticas, en hábitos y habitus, sino que son inducidas a hacerlo reproduciendo las formas de la extorsión. Las sociedades institucionalizadas no solamente aceptan como verdad sus mitos, después, sus ideologías, sino que aceptan las estructuras opacas de la economía política del chantaje y las estructuras ocultas del lado oscuro del poder. Entonces, no solo se cohesionan reproduciendo las relaciones sociales y las estructuras sociales y culturales de cohesión social, sino reproduciendo las estructuras del chantaje y de la extorsión de las máquinas en funcionamiento del poder.
Se trata de sociedades que conviven con el sistema de extorsión generalizado; por lo tanto, de sociedades que reproducen su condición de rehenes. Es como si constantemente remacharan reforzando sus propias cadenas; no solo resalta aquí el deseo del amo, sino también una especie de masoquismo convertido en costumbre. Se trata de un padecimiento aceptado, incluso buscado. Aceptar recorrer el calvario, cargando el peso agobiante de la extorsión. Ahora bien, ¿por qué se lo hace? ¿Por costumbre, por hábito? ¿Por qué no hay de otra? Es difícil responder a estas preguntas, aunque se tenga a mano hipótesis más o menos adecuadas. Se tiene que comprender que el poder no solamente es una máquina abstracta sostenida por agenciamientos concretos de poder, sino que se encarna, por así decirlo, se inscribe en el cuerpo; políticamente en la superficie del cuerpo, en la piel, subjetivamente, en el espesor corporal, en los esquemas de comportamiento y conducta, que responden a las modulaciones efectuadas por los diagramas de poder desplegados. Por lo tanto, parece que el sujeto constituido por el poder no encuentra otros recursos para responder a las exigencias del poder que los incorporados por el poder mismo. En consecuencia, el poder como maquinaria abstracta se comunica con el poder como cuerpo afectado y modulado por el poder; el poder se comunica con el poder y logra las respuestas esperadas. La potencia del cuerpo está inhibida, contenida, sumergida, por el ejercicio efectivo del poder; la creatividad corporal, conectada a la creatividad de la potencia de la vida, se encuentra bloqueada. Las posibilidades alternativas de acción están contenidas, las posibilidades alterativas de acción están congeladas; las predisposiciones corporales a las fenomenologías perceptuales están restringidas, dejando que solo se realicen las que son funcionales a la reproducción del poder. En estas condiciones de imposibilidad histórica-cultural, las voluntades singulares se conculcan, delegando a la voluntad general, a nombre del bien común, las pasiones, los quereres, los deseos, de las multitudes. El engaño o autoengaño se da en este transcurso delegativo; la ilusión frustrante es que la voluntad singular se realiza en la voluntad general, que es la conjetura liberal para legitimar el poder del Estado.
La extorsión es una de las formas de la violencia desplegada del lado oscuro de la economía y del lado oscuro del poder. La violencia, como efecto en el sujeto del impacto de las fuerzas capturadas por el poder y usadas para su reproducción, es el fenómeno del ejercicio del poder en los planos y espesores de intensidad social, controlados por las estructuras de las dominaciones. El poder no puede sino reproducirse por captura de fuerzas sociales, a las que separa de lo que pueden, y son usadas como disposición de fuerzas concentradas y dispositivos de fuerzas controladas para inducir comportamientos y conductas requeridas por los diagramas de poder y las cartografías políticas. El poder no puede sino reproducirse a través de los efectos de la violencia en los sujetos sociales. Tanto la amenaza, así como el desencadenamiento de las fuerzas controladas, que podemos llamar represión, inducen comportamientos y también consolidad esquemas de comportamientos, convirtiéndose en habitus. La reproducción del poder y por lo tanto su despliegue puede ser comprendido y entendido no solo como relación de fuerzas, diagramas de fuerzas, que funcionan como estrategias materiales e institucionalizadas, como consideraba Michel Foucault, sino que suponen genealogías y fenomenologías integrales, que incluyen los efectos en las estructuras del sujeto, efectos que vienen con cargas simbólicas e ideológicas, que son decodificadas en la inmediatez de los actos y las acciones. En consecuencia, la comprensión y el entendimiento de las dinámicas del poder no pueden desentenderse de las genealogías de la violencia y de sus imaginarios sociales.
La extorsión, como forma de la violencia desatada, en los términos de la expoliación, responde como a un culto de la violencia, profesado por los grupos y corporaciones de la extorsión, pero también aceptada pasivamente por la sociedad institucionalizada. Si bien no podemos hablar de “cultura de la violencia”, salvo metafóricamente, pues la cultura supone la articulación dinámica de sistemas simbólicos, sistemas de signos, narrativas, formaciones discursivas, además de prácticas culturales, se puede identificar ámbitos culturales donde se hace apología de la violencia. Por ejemplo, las ideologías que se reclaman como portadoras de la promesa, legitiman el uso de la violencia como medio para lograr los fines perseguidos. No solo entran en esta fetichización ideológica de la violencia las ideologías que reclaman la realización de justicia, sino también las ideologías que se reclaman como realización de la libertad. Unas justifican el uso de la violencia para alcanzar el paraíso prometido, otras justifican el uso de la violencia para defender el orden de libertad alcanzado. Las ideologías, a pesar de sus diferencias y contrastes discursivos, además de políticos, funcionan como legitimadoras de la violencia ejercida.
La extorsión política es, en sí misma, despliegue de la violencia; no busca claramente o declaradamente legitimarse, sino que se satisface en caer y circunscribirse en el pragmatismo descarnado: “así funcionan las cosas”. Las comunicaciones asociadas a la extorsión política suponen ya el “marco cultural” donde se mueven, “marco cultural” de la apología de la violencia. Se apoyan, de antemano, en la ideología política, que hace como de atmósfera de simbolizaciones y significaciones, que cobijan las comunicaciones de la extorsión. Por ejemplo, si se obliga a pagar tributos no normados ni institucionalizados, pero que funcionan como “sistema” oculto aceptado, se lo hace suponiendo la formación discursiva en boga. Si se exige a la población a votar por la opción representativa y auténtica del pueblo, se lo hace suponiendo la verdad dada en las pretensiones de la ideología. Algo parecido pasa cuando se reclama a la población a votar por la opción representativa de la institucionalidad y del Estado de derecho. Si se presentan elefantes blancos como logros del “proceso de cambio”, expoliando a la población, pues se trata del uso de recursos públicos, se lo hace suponiendo que los que lo hacen están ungidos de la aureola “revolucionaria”. Algo parecido, aunque de manera distinta, pasa cuando se presentan las privatizaciones, el despojo del ahorro social, la restricción de la inversión social, como procedimientos ineludibles del equilibrio económico. En ambos casos, la extorsión política se desenvuelve expoliando a los pueblos.
La extorsión política, así como las otras formas de extorsión, en el contexto de las formas de la economía política del chantaje, iluminan, hacen inteligible, los funcionamientos de las máquinas de poder, abarcando sus ámbitos entrelazados y complementarios; los correspondientes al lado luminoso del poder, el institucional, y los correspondientes al lado oscuro del poder, relativo a las prácticas paralelas. Si bien la extorsión funciona en el lado oscuro del poder, está articulada y complementada o encubierta por los funcionamientos en el lado luminoso del poder; las instituciones hacen como máscaras que encubren funcionamientos del sistema de la extorsión generalizada.