Genealogías y espesores de las instituciones

La liberación de la potencia social no es tarea de vanguardias, de “partidos revolucionarios” o populistas, que al final de cuentas, reproducen relaciones de dependencia, entre intelectuales y pueblo, entre vanguardias y bases, entre maestros y alumnos. Estas relaciones son el núcleo orgánico del futuro Estado; es decir, de la futura estructura de dominación, que reitera, análogamente, las viejas estructuras de dominación. La liberación de la potencia social es acontecimiento, que acaece cuando los flujos sociales logran aprender, por la pedagogía política, que la transformación radical está en sus manos, está en el ejercicio autónomo de los autogobiernos, en las prácticas democráticas directas de las construcciones colectivas de consensos y decisiones políticas.



Raúl Prada Alcoreza

Genealogías y espesores de las instituciones

Consideramos a las instituciones como espesores sociales; espesores conformados por flujos sociales, retenidos o, mejor dicho, por lo menos en la etapa inaugural, como flujos que forman bucles y torbellinos, que aplican sobre sí mismos el fluir mismo de los flujos, su energía. Estos espesores sociales son creados por los propios flujos. Hemos supuesto una fuerza gravitacional social, que empuja a la asociación; asociación que se conforma respondiendo a la paradójica fuerza gravitacional social, que atrae y repulsa. La atracción concentra, agrega, acumula; en tanto que la repulsión, no es que desconcentra, sino que el rechazo provoca órbitas; no es que desagrega, sino que delimita, separa, impide, bloquea la llegada de la masa rechazada; no es que des-acumula sino forma otros grumos, otros espesores, a cierta distancia, generando un mapa de competencias institucionales.

No vamos a decir que las instituciones son necesarias; en este enunciado se encuentra la mirada humana con todos sus límites. Hay algo en las instituciones que no responden a los constreñimientos humanos, menos a sus interpretaciones. Por más humanas que sean las instituciones sociales, hay algo en ellas que responde al juego de las fuerzas fundamentales. La pregunta es. ¿Por qué están esas fuerzas fundamentales? Una más concreta: ¿por qué está ahí la fuerza gravitacional, combinándose con las otras fuerzas fundamentales? Esa es la pregunta que tampoco la física contemporánea ha respondido.

Las instituciones están ahí donde están por esa fuerza supuesta, que hemos denominado fuerza gravitacional social; fuerza que nos empuja a asociarnos. Como hemos dicho, siguiendo a nuestra hipótesis prospectiva, esta fuerza, conocida, en su condición física, como fuerza gravitacional, atraviesa todo el tejido espacio-temporal del universo. ¿Qué significa el asociarse? El asociarse, formar sociedad, significa, en su polisemia, hacerse socios en uno muchos emprendimientos. Estos emprendimientos pueden estar ligados a las estrategias de sobrevivencia. Parece que lo connotativo son los compromisos asumidos, la colaboración lograda, la coordinación de esfuerzos, sobre todo la capacidad sumada de creatividad, de inventiva, de aperturas. Las asociaciones, en gran escala, al conformar instituciones, hacen girar los flujos sociales sobre sí mismos; las instituciones se alimentan con estos giros, estos movimientos circulares y recurrentes, que no solo reproducen, día a día, las instituciones, sino que las acrecientan, incluso las transforman, aunque sea por desplazamientos imperceptibles.

Las instituciones, al girar en sí mismas, al convertirse en espesores relativamente autónomos, definen su propio mundo chico, como una burbuja, aunque no pueda nunca zafarse del mundo grande, del mundo como mundanidad, del mundo en devenir. Pero, al convertirse en un espesor definido, en una composición institucional concreta, comienza a jugar un rol en el mapa institucional, además, en los ámbitos conmovidos por los movimientos circulares de las instituciones y los movimientos de fuga de los flujos. Su peso altera el tejido social, por así decirlo, usando una metáfora física, lo curva, generando también un movimiento curvo de los flujos. Parte de estos flujos son capturados por las instituciones para su funcionamiento; parte de estos flujos orbitan alrededor de las instituciones; en tanto que otra parte sigue libre, fluyendo espontáneamente.

Las instituciones son creadas por los flujos sociales, por el empuje a la asociación; empero, debido el crecimiento de las instituciones, llega un momento, a partir del cual, las instituciones afectan el curso de los flujos, obligándolos a la sedentarización, para hacer funcionar a las instituciones; induciendo a parte de los flujos a orbitar; en tanto que otros flujos huyen de las capturas institucionales y de la obligación a orbitar. En este sentido, se puede suponer, por lo menos, dos etapas de las instituciones; una etapa útil, de servicio a la sociedad; otra etapa, inútil, no solamente inservible, sino afectante, destructiva de la sociedad misma.

¿Por qué a partir de un determinado momento, a partir de un punto de inflexión, las instituciones, que son indispensables, desde la perspectiva de la asociación, se vuelven, calamitosamente, una carga; sobre todo una amenaza? ¿Sucede algo parecido, solo que de manera análoga y en escalas muchísimo más pequeñas, que lo que sucede con las mega estrellas que colapsan? ¿Hay como una tendencia al colapso a partir del momento cuando, en vez de ser herramientas para la sobrevivencia y para desenvolvimiento libre de la sociedad y sus miembros, se convierten en los monstruos que dirigen la vida de la sociedad, la aprisionan y la ahogan en un mar de reglas, de normas, de procedimientos burocráticos ya vueltos absurdos por su inutilidad? Esto parece ocurrir.

La fantasía conservadora de las instituciones, en su etapa degradante, es capturar a todos los flujos sociales, a toda la potencia social; si no ocurriera esto, por lo menos, capturar a parte de los flujos y obligar a orbitar a la otra parte de los flujos. Si esto ocurriera, acabaría no solamente la apertura y la creatividad de los flujos, sino, al no contar con flujos libres, las instituciones mismas colapsarían. Sin embargo, este camino parece ser largo; en el transcurso, las instituciones entran en crisis intermitentemente. Estas crisis irradian en la sociedad, arrastrando al conjunto social a la decadencia de las instituciones.

Una primera hipótesis interpretativa, que sugiere una primera conclusión, sería que las mónadas sociales no controlan los efectos de masa de sus acciones; sobre todo, de sus asociaciones. Lo paradójico es que, a partir de un determinado momento, quedan atrapadas por sus propias construcciones, que se convierten en redes y mallas de captura y subordinación. Pero, ¿Por qué estos efectos masivos de las asociaciones siguen este decurso como una condena? ¿Hay algo en las asociaciones mismas que desata este decurso, a partir de un determinado momento? ¿O hay algo en la supuesta fuerza gravitacional social que, a partir de un determinado momento, arrastra a las instituciones a su propia decadencia? Es difícil saberlo; pero, está en las manos de los constructores de estas instituciones, en manos de los flujos sociales, el corregir este decurso, pues son estos flujos los que son capturados, los que orbitan y los que son libres. Son esto flujos los que reproducen este drama.

La pregunta crucial es: ¿por qué no lo hacen? Desde el 2010, después de la Asamblea Constituyente, hemos perseguido responder esta pregunta. De las conclusiones a las que llegamos, vale la pena citar algunas, por lo menos dos; la primera, no tanto por su importancia, sino por su sencillez, es: el deseo del amo. La dominación se da, se efectúa, persiste, porque, en el fondo, hay un deseo del amo. De esta conclusión, que ciertamente ya se encontraba en la crítica de Wilhelm Reich, deducimos que hay dominación porque hay aceptación de la dominación; se renuncia a seguir luchando, se consolida el conformismo, que alimenta la sumisión. El secreto de poder se encuentra en la renuncia a la resistencia y a la lucha, a la continuación de la lucha; prefiriendo la ilusión de la promesa estatal, que no es otra cosa que un chantaje emocional, un mecanismo de adormecimiento.

Hay que tener en cuenta que los flujos sociales no solamente entablan relaciones de composición entre ellas, otras, si se quiere, relaciones orbitales, mientras las otras, escapan a las capturas y a las inducciones orbitales, sino, sobre todo, las dos primeras, establecen relaciones con las instituciones. Es más, las instituciones constituyen en los flujos sociales sujetos sociales; en otras palabras, las instituciones también constituyen sujetos sociales. ¿Cómo pueden los sujetos sociales interpelar a las instituciones que los han constituido? En realidad, no lo hacen; cuando se da lugar la interpelación social, la movilización social, no lo hacen como sujetos sociales, sino, mas bien, cuando se de-sujetan moralmente, socialmente, culturalmente, de las instituciones inscritas en sus cuerpos.

Para decirlo rápidamente, recurriendo a nuestras metáforas, no lo hacen como sujetos sociales, sino, otra vez, como flujos sociales; solos que flujos devenidos desde el devenir sujeto; conllevando la experiencia dramática de las capturas institucionales, remontando la memoria de las dominaciones inscritas. Los flujos sociales retornan a su condición de potencia social. Sin embargo, esta condición no es permanente, es, mas bien, intermitente. Ocurre como si hubiera dos polos, figurativamente, entre los que oscilan los flujos sociales; el polo estatal, la fabulosa máquina de capturas, y el polo, por así decirlo, aunque no lo sea, del tejido del espacio-tiempo nómada.

Los flujos que escaparon a las mallas y redes institucionales, por lo menos, por un momento, generan campos de posibilidades, otros horizontes, vislumbrando otros recorridos. Esta es la primavera de las movilizaciones sociales anti-sistémicas; empero, la primavera no dura más de lo que dura. Esto no depende de ciclos establecidos, como el caso de los ciclos climáticos, sino de si se da lugar la liberación de la potencia social o si se trata de liberaciones parciales y momentáneas. La liberación de la potencia social implica no solamente la manifestación de la demanda, la expresión de la interpelación, el despliegue de las movilizaciones, incluso la revuelta, la subversión, la insurrección, hasta la revolución misma; implica desencadenarse de todas las cadenas, despojarse de todas las inscripciones del poder en el cuerpo, des-inscribirse, deconstruir toda la narrativa del poder, sobre todo, diseminar toda las mallas institucionales del poder, que efectúan los diagramas de poder. Mientras no ocurra esto, las explosiones intermitentes de la potencia social, solo son explosiones volcánicas, que afectan al contorno y por un periodo corto o mediano. Los flujos sociales desencadenados siguen atados a los lazos del poder. Por eso, retornan a su cautividad, en una suerte de relación sadomasoquista, edulcorada por las promesas políticas, de carácter populista o socialista.

En la preservación y recurrencia de estos retornos a las mallas institucionales del poder, han coadyuvado las “ideologías revolucionarias”, apologistas de la promesa socialista o nacional-popular, que han pintado de colores no solo la promesa, sino a la misma fabulosa maquinaria de captura, invistiéndola de aureolas y de lecturas complacientes, señalándola como instrumento benefactor, instrumento de cambio, instrumento de transición hacia el socialismo. Esta “ideología” de las promesas ha sustituido al discurso de la legitimación del Estado burgués; interpela al Estado burgués; empero, no dice que va usar ese Estado como si fuese una herramienta neutral, para efectuar la “revolución”, solo que modificada, cambiada de nombre; en el mejor de los casos, transformada, empero, reproduciendo la fabulosa maquina despótica, devenida de la inscripción inicial de la deuda infinita, la deuda de los pueblos y naciones con el emperador. Máquina despótica de los monopolios.

Esas “ideologías” de la promesa volvieron adherir la potencia social, los flujos sociales, a máquinas de poder, a monopolios de la representación, a monopolios de la palabra, a monopolios políticos, a monopolios ceremoniales y huecos de los saberes institucionalizados. Estas “ideologías” resultaron, paradójicamente, las mejores aliadas indirectas del imperio, del orden mundial de las dominaciones del sistema-mundo capitalista. La lucha social contra el capitalismo no es pues una promesa; las “ideologías” de las promesas son eso, promesas, mientras las prácticas, las relaciones, las estructuras, siguen siendo estructuras de poder, siguen transmitiendo relaciones de dominación, aunque se hagan y efectúen con discursos pretendidamente críticos, interpeladores y “revolucionarios”.

La liberación de la potencia social no es tarea de vanguardias, de “partidos revolucionarios” o populistas, que al final de cuentas, reproducen relaciones de dependencia, entre intelectuales y pueblo, entre vanguardias y bases, entre maestros y alumnos. Estas relaciones son el núcleo orgánico del futuro Estado; es decir, de la futura estructura de dominación, que reitera, análogamente, las viejas estructuras de dominación. La liberación de la potencia social es acontecimiento, que acaece cuando los flujos sociales logran aprender, por la pedagogía política, que la transformación radical está en sus manos, está en el ejercicio autónomo de los autogobiernos, en las prácticas democráticas directas de las construcciones colectivas de consensos y decisiones políticas.