Lula, el revanchismo de la derecha y el ocaso del PT
Silvio Schachter
El mamarracho jurídico que llevo a Inacio Lula da Silva a la cárcel, sin pruebas fehacientes y que está basado en la cuestionable palabra de un preso a quien se le ofrece reducir su pena, constituye un golpe político que nada tiene que ver con la justicia. El porqué de la maniobra está claro: ante la falta de una alternativa electoral de la derecha, ésta tenía que dejar fuera de carrera a quien sigue siendo la figura con más posibilidades de ganar en octubre, con la intención de dar continuidad al plan ejecutado por el impopular golpista Michel Temer. En respaldo a las maniobras del poder político- judicial, el comandante del Ejército interventor del estado de Rio de Janeiro, el general Villas Bôas, mostró de qué lado están las fuerzas armadas. La semana anterior al juzgamiento del habeas corpus de Lula, que decidiría su prisión inmediata, le general lanzó un comentario, rechazando “la impunidad” y manifestó que el “ejército estaba atento a sus misiones institucionales”. La intimidación y el chantaje del señor de las armas, no se refería, obviamente, a la impunidad de los militares golpistas de ayer ni de quienes ejercen hoy la represión contra el pueblo. A su vez, el odio clasista quedó expuesto en la voz del empresario Oscar Maroni cuando reiteró su promesa: “si el Lula es arrestado, hasta la medianoche la cerveza es gratis”. El dueño del Bahamas Hotel Club fue más allá: “ahora, si lo matan, todo el mes la cerveza es gratis”. El hecho casi es consumado con el atentado a la caravana del PT, que fue atacada a tiros en el sur del país. El candidato de la ultra-derecha, Jair Bolsonaro, habló de auto-atentado, pero su socio el diputado federal de Paraná despejó dudas y se mostró entusiasta frente al hecho, aludiendo a Lula con la frase “bandido bueno es bandido muerto”.
Este accionar fascista cuenta con el silencio y la complicidad de las clases medias y altas, que renuevan su carga de prejuicios y estereotipos, incapaces de cualquier alteridad. Insolidarias, racistas, blindan sus vidas como sus autos y sus casas, celebrando las muertes de los pobres a manos de la policía. Esta misma clase hoy expresa su revanchismo hacia Lula, no le perdonan el origen proletario y nordestino, independientemente de los beneficios que obtuvieron durante toda su gestión.
En Brasil, hace 50 años la dictadura militar aprobó el AI5, Acta Institucional número 5, que en1968 terminó por asfixiar definitivamente el resto las libertades que aun sobrevivían, hubo quienes lo definieron como el “golpe dentro del golpe” allí se suspendían la garantías del habeas corpus. Habeas corpus que hoy se le niega a Lula.
La pregunta ineludible que nos debemos hacer es: ¿cómo se llegó a este punto? ¿qué ocurre en la sociedad que no reaccionó primero ante la destitución de Dilma en un trámite casi administrativo y ahora a la prisión de Lula? La respuesta no admite una interpretación lineal ni simple y tiene más causas que azares.
Las imágenes que mostraban la sede del Sindicato Metalúrgico en San Pablo eran elocuentes, en el lugar donde surgió el mito de quien sería el primer y único presidente obrero de Brasil, algunos miles de militantes resistían dignamente la prisión de Lula. La rabia no alcanzó para impedir que Lula se entregara. Lejos estaban las multitudes que en los 80 lo ungieron esperanzados como líder en el corazón proletario de San Pablo. Desde allí surgieron las huelgas y las luchas que se expandieron a toda la clase trabajadora y estimularon la creación de numerosos movimientos sociales, quienes aceleraron el fin de la dictadura instaurada en 1964, forzaron la convocatoria a la Asamblea Constituyente y a las primeras elecciones libres después de 25 años.
Hace algunos años atrás pensar en Lula preso, solo podría caber en la cabeza febril de algún sector minoritario de la derecha brasileña. Pero seguramente ni en la mente del más trasnochado revanchista cabía la posibilidad de imaginar que la respuesta del PT, que fuera el principal partido de la izquierda latinoamericana algunos años atrás, fuese hoy tan débil frente a la magnitud del golpe recibido.
De la gloria al escarnio
Un momento para empezar el análisis podría ser el 2002, cuando el PT gana la elección presidencial con el 61 % y más de 50 millones votos. El “heredero de una de las mayores deudas sociales del mundo”, “un obrero, un hombre humilde nacido en el Brasil profundo y hostil, el sertao, tan olvidado como despreciado por las élites que han gobernado desde la independencia. Lula da Silva es elegido presidente del gigante verde de América del Sur”. Así reflejaba la prensa del mundo el inédito acontecimiento. En ese año se estrena Ciudad de Dios, el film de Fernando Mirelles, que presentaba una de las versiones más duras de la CidadeMaravilhosa, cuál era el destino fatal que condenaba a los niños pobres en las favelas. Frente a la muerte programada Lula era la esperanza. Sempre foi sincero de se confiar, Sem medo de ser feliz, Quero ver você chegar, Lula lá, brilha uma estrela, Lula lá, cresce a esperança fue el estribillo de su campaña.
En ese camino hacia el gobierno, el PT decide que debía abandonar su prédica socialista, los proyectos de transformación social radicales, moderar su discurso y ser un partido conciliador, que garantizaría el orden institucional frente a un momento en que la desigualdad social amenazaba quebrarlo. Se plantea con ese modelo iniciar una opción popular al neoliberalismo y aplicar un plan para sacar de la situación de miseria absoluta en la que vivía gran parte de la sociedad a través del aumento de planes estatales de ayuda económica. Esta política explica su fortaleza inicial, una transición indolora que se apoya en condiciones internacionales favorables y una lógica interna basada en la conciliación de intereses, pero en ese camino también fue socavando su potencialidad y popularidad, que terminó poco más de una década después con la destitución del Dilma Roussef, cuando estas condiciones variaron y sus alianzas poli-clasistas se rompieron haciendo astillas la ilusión de un país sin conflictos.
Con el superávit producto del aumento del precio de los commodities del agro, la minería y el petróleo, el gobierno petista pudo transferir grandes recursos hacia los sectores más pobres, alrededor del 28 % de la población, con el plan Fome zero y la Bolsa familia, los planes Minha Casa Minha Vida, el aumento del salario mínimo, creando cupos para negros en la universidad, ampliando los subsidios para estudiantes y reduciendo los impuestos en la canasta básica. Todo esto sumado a la reducción del desempleo, hizo que el gobierno de Lula marcara una diferencia enorme en la vida de quienes no siempre lograban llevarse un bocado a la boca, por eso logró repetir los resultados exitosos de su primera elección. Pero la consigna ya no era “Agora Lula” sino la mesiánica “Deixe aol homem fazer”.
El fuerte crecimiento que colocó a Brasil en el séptimo lugar, entre los países con mayor PBI del mundo, generó un aumento del mercado interno, mejorando la capacidad adquisitiva de la clase media y sumando nuevos sectores de la población al consumo.
Las diversas fracciones de la burguesía que al principio lo estigmatizaron y se burlaba públicamente del presidente iletrado, exteriorizando sus históricos prejuicios, aceptó pragmáticamente la tregua propuesta que les aseguraba una participación determinante en el modelo adoptado. La elite paulista, los muy ricos entre los ricos, abrieron sus mansiones para recibir la versión prolija y seductora de quien les pedía su confianza a cambio de beneficiarse con el exponencial crecimiento del agro-negocio, las industrias extractivas y de varias áreas de la producción y las finanzas. De esa clase habla el magnífico libro de Teresa Caldeira, “Ciudad de muros”, publicado en el año 2000, que describe al San Pablo de contrastes socio económicos abismales, los muros materiales y virtuales de una sociedad irreconciliable, que nunca lograron derribarse.
La estrategia de la conciliación era la fórmula mágica para superar las diferencias, sin preguntarse las causas de la desigualdad, ni afectar privilegios, ni modificar estructuras. Los dividendos los pagó en gran parte la naturaleza, heridas abiertas en el corazón del Matto Grosso y la Amazonia que nadie quiere asumir, porque como en la mayoría de las políticas de saqueo, incluidas las de los gobiernos llamados “progresistas”, el irresponsable crimen ecológico se consuma lejos de los centros donde el consumo irracional es ley.
Sectores especialmente privilegiados fueron la industria automotriz y particularmente de la construcción, donde solo 6 empresas concentraron casi el 50% de su actividad, dos de ellas Camargo Correa y la originaria de Bahia, Odebrecht. Un conglomerado de empresas brasileñas favorecidas por el gobierno del PT con una facturación anual de 31.000 millones de dólares, tuvo en ese periodo un desarrollo que los llevó a hacer negocios en más de 20 países. Años después esa voracidad crónica de la burguesía brasilera, amparada en los pliegues del poder político y como un signo de la época, pagó su desmesura. El presidente y otros ejecutivos de Odebrecht fueron condenados por corrupción, evasión de divisas, organización criminal y lavado de dinero. Las denuncias se expandieron hasta involucrar en casos de soborno a funcionarios y políticos de 10 países latinoamericanos. Esta fue la operación denominada “Lava Jato”, de la cual es un producto el reciente juicio a Lula que hoy lo lleva a prisión.
El carisma de Lula trascendió fronteras, la revista estadounidense Life lo ubicó como uno de los líderes más influyentes del siglo XXI. Su presencia impulsó la actividad de los BRICS, los cinco países, (Brasil, China, Rusia, India y Sudáfrica), caracterizados como las economías emergentes más importantes en la era del capitalismo globalizado. Fue su presencia la que le garantizó a Brasil en 2007 la organización del mundial de futbol de 2014 y en 2009 la votación del COI para que Rio de Janeiro fuera la sede de los juegos olímpicos de 2016, los primeros en América del Sur. El festejo alborozado, ocultó las condiciones leoninas que tanto la FIFA como el COI le impusieron a los organizadores, compromisos que afloraron años después con la realización de estadios e instalaciones donde aparecieron las adjudicaciones de gigantescos presupuestos ligadas a actos de corrupción y sobornos. Más tarde el entusiasmo inicial dejó lugar al rechazo y la indignación, que se expresaron en la forma de gigantescas manifestaciones callejeras y protestas de todo tipo por parte de la población durante los años 2013 y 2014.
Es en todo ese periodo donde se produce la mutación del PT, que pasa a ser un partido de gestión. Sus dirigentes son transformados en funcionarios del aparato estatal, abandonan la militancia y son absorbidos por las prácticas burocráticas y negociadoras de la política institucional, la gobernabilidad se transforma en un objetivo en sí misma, dando lugar a un mecanismo perverso de alianzas donde las fuerzas políticas de derecha se transformaron de hecho en fiadores de su política. Acuerdos circunstanciales y oportunistas con personajes habituados a medrar con el Estado, dieron lugar a todo tipo de componendas y compromisos, que como era previsible se transformarían no solo en un tejido que impedía cualquier ruptura sistémica, sino que, como en la fábula atribuida a Esopo, serian el alacrán que envenena a la rana que lo ayuda.
La verticalización de la práctica política, significó el apoyo cerril y sin cedazo al líder, toda capacidad crítica fue acallada a cambio de puestos y beneficios. Aquellos que pensaban diferente no fueron tolerados, la diputada Luciana Genro y la senadora Heloísa Helena fueron expulsadas del PT porque no aceptaron votar una ley que recortaba derechos de empleados públicos. Ellas, junto a otros militantes crean poco después, en 2004, el Partido Socialismo y Libertad, PSOL.
Pocos movimientos lograron escapar a la cooptación, entre ellos el más importante es, el Movimiento de los Trabajadores sin Tierra. El MST, que apoyó al PT porque en su campaña, entre otros proyectos incumplidos, prometió asentar a 400.000 familias en el campo. La realidad fue que, sólo llegó a 21.000, pero el MST igualmente renovó su apoyo en 2005, como modo de enfrentar el acoso de latifundistas y empresas del agro-negocio, lo cual no impidió que siguieran sumando victimas a manos de los sicarios de esos sectores. En cambio la poderosa CUT, que cuenta con 2.100 sindicatos registrados, lo que significa 2,4 millones de afiliados, pasó a ser solo un apéndice del gobierno, cediendo en el camino su perfil clasista y autónomo. La CUT, por ejemplo, nada hizo para evitar el crecimiento de la tercerización de los trabajadores, rasgo característico de esta época del capital, que durante los 12 años del gobierno petista pasaron de 4 a 12 millones.
Lula cumplió su segundo mandato con un alto nivel de aprobación, logró capear provisoriamente la crisis mundial desatada en el 2008, en parte, porque todavía tenía a favor la inercia del periodo de expansión económica y porque tomó algunas medidas para proteger al empresariado local, como la reducción de las cargas patronales y otorgando créditos y subsidios varios.
El sucesor natural para un nuevo periodo petista, Jose Dirceu, quedó descartado por su vinculación al escándalo del Mensalão, el pago de una mensualidad a los legisladores de la oposición a cambio de conseguir votaciones favorables. Cuando el nombre de Tarso Genro, experimentado político, ex alcalde de Porto Alegre y gobernador de Rio Grande do Sul, aparecía como el indicado para el relevo, Lula, como gran líder que toma decisiones personalmente, decide que Dilma Rouseff, una figura con más cualidades como técnica que como política y que ocupó varios cargos en su gobierno, sea quien lo continúe en la presidencia.
Dilma, que no tiene ni el carisma ni la gimnasia política de quien la designó, igualmente obtiene el 56 % de votos en la segunda vuelta, con casi la misma cantidad de votos que tuvo Lula. Si bien el PT es el que más diputados consigue en esta elección de 2010, los 88 legisladores están muy lejos de la mayoría en una cámara con 513 miembros. El vice-presidente elegido fue Michel Temer, otrora aliado del expresidente Fernando Henrique y jefe del PMDB, que tiene la segunda bancada más numerosa del Congreso. La fórmula se repetirá en 2014, por tanto no se puede alegar sorpresa como disculpa, el maridaje tenía cuatro años de convivencia. El dato relevante en el 2010 es que el PT solo logró 5 gobernadores sobre 27, que fueron electos con una maraña variopinta de alianzas, en Bahía de 10 partidos y en el DF de 11. El mapa era tan caótico que cambiaba de Estado en Estado, aliados en uno, eran opositores frontales en otro. Los discursos y las prácticas se adaptaban conforme a quienes integraban la canasta electoral. La mecánica respetaba el modelo ancestral de los caudillos locales, como en Salvador, donde el prefecto electo, Antônio Carlos Peixoto de Magalhães Neto, es el joven descendiente de la familia Magalhães , quienes ejercieron varias veces la gobernación del Estado, la prefectura, tuvieron senadurías y diputaciones, manteniéndose en el poder durante décadas, desde los tiempos de la dictadura militar.
Agora: la crisis
El enfriamiento primero y la posterior crisis de la economía mundial, afectó, como no podía ser de otro modo, también a Brasil, que pasó de una tasa de crecimiento del 7,5 % en 2010 ( en ese año la de EEUU fue del 2,5 %) a una negativa de -0,5% en 2014 y de – 3,8 % en 2015 /16 , lo cual generó la ruptura de la conciliación poli-clasista. Quedó así expuesta la fragilidad de los acuerdos y las verdaderas contradicciones entre los intereses de los principales ganadores del crecimiento y quienes en la base de la pirámide recibieron el efecto derrame. Como era lógico, los del vértice superior exigieron medidas para sostenerse en su posición privilegiada, cortando el chorro hacia los de abajo.
Ante la modificación de las condiciones que generaron el crecimiento económico sostenido por una década, las facciones del capital industrial y financiero que se enriquecieron” a tasas chinas”, tomaron la decisión de sostener su cuota de ganancia a costa de un reajuste que viraba las pautas de la conciliación. A una torta más chica, menos para repartir, por eso aplicaron la receta habitual: reducir el déficit, desmantelar el sistema público y congelar salarios. A partir del segundo mandato de Roussef, la nunca resuelta inequidad estructural y la política de alianzas, para ganar por ganar y sostener una gobernabilidad que con el tiempo se mostró tan frágil como ineficaz, revelaron quienes tienen el poder real, ese amasijo de derecha política, económica y mediática, con sustento en el parlamento y la justicia.
A este cuadro se sumaba la creciente exposición de los casos de corrupción, que si bien tiene una raíz histórica en los sectores dominantes del Brasil, en un torbellino impensado arrastró también a la burocracia política del PT. Al escándalo del Mensalao, se sumaron la operación Lava Jato y una sucesión de hechos que involucraban a todos los estamentos del aparato estatal e institucional, donde las diferentes pertenencias políticas se diluían en un poroso terreno donde la mitad de los parlamentarios se hallaron procesados. Junto a ellos se mezclaron funcionarios de empresas públicas, empresarios locales y extranjeros y entidades financieras con sede en paraísos fiscales. Presidentes y gobernadores de varios países renunciaron, algunos están encarcelados por ser parte de una red internacional que desde Brasil se expandió como una mancha de aceite descontrolada. Quedó en evidencia que el problema dejó de ser una simple disfunción particular, para desnudar la esencia sistémica del fenómeno. De los 4 últimos presidentes electos en Brasil, dos sufrieron impeachment y uno está preso. Solo Fernando Henrique salió ileso, protegido por un blindaje político mediático, a pesar que su reelección fue parte de un escandaloso esquema de favores corporativos negociados.
El aislamiento de la dirigencia quedó en evidencia en 2013, cuando las protestas surgidas por el reclamo del movimiento “Passelivre” estallaron en multitudinarias marchas en las principales ciudades del país. A las reivindicaciones relacionadas con mejoras en el transporte público, se fueron sumando la insatisfacción y el hastío ante las conductas y las prácticas de una clase política desprestigiada, autorreferencial, inmoral y predadora. Las marchas auto-convocadas que ocuparon día tras día las calles de todo el país durante meses reclamaban mejoras en la salud y la educación pública, que habían sufrido silenciosos recortes y reformas durante la década del PT. La presencia minoritaria de sectores de la derecha anti política que se unió a las protestas, tratando de aprovechar el momento para disparar una salida golpista, nubló la interpretación de algunas organizaciones políticas y sociales de la izquierda, que al no ser protagonistas temieron verse desplazadas. Pero la principal ceguera habría que buscarla en el gobierno de Dilma y el PT, que habían perdido la capacidad de leer lo que estaba sucediendo., El gobierno se refugió en su reducto de Brasilia y bajo presión de sus impresentables aliados permitió la represión y la persecución de militantes, algunos de ellos aún hoy procesados.
Sin hacer ucronías, probablemente ese hubiese sido un momento excepcional, con la gente en la calle, para producir un viraje y desprenderse del lastre de las organizaciones de derecha, impulsar una reforma política radical, producir las transformaciones prometidas y no concretadas buscando apoyo en los trabajadores, los campesinos, los sin techo, los pobres de las favelas y el campo, los estudiantes y docentes. Pero nada de eso ocurrió, el músculo ya estaba atrofiado, los reflejos solo respondían a los intereses de quienes hegemonizaban la decisiones políticas y económicas. Los grupos mediáticos clamaban la vuelta al Orden a cualquier precio. Nada podía ser más riesgoso que las masas autonomizadas.
Ese episodio demuestra que la represión no es un producto del breve gobierno de Temer. Durante las presidencias del PT, continuó siendo éste el instrumento para contener la protesta, como ocurrió durante las huelgas docentes-estudiantiles del 2012 con profesores golpeados y gaseados, la represión contra quienes protagonizaron las marchas del 2013 o contra quienes denunciaban los negociados del mundial de la FIFA en 2104 y se oponían al desalojo forzado de favelas, la limpieza social de los llamados indeseables de la copa y las olimpíadas, a su plan de remoción y gentrificación, que aprovechando el evento, favoreció a los grandes operadores inmobiliarios.
La imagen publicitada de la paz social ocultaba la paz armada, dio cuenta de ello el resultado del plebiscito para prohibir la venta de armas, convocado por el gobierno en su momento de mayor aceptación, 2005, su propuesta perdió por el 64 % en contra.
Nada hizo la Justicia para frenar los crímenes de la policía en las favelas, fruto del accionar del Batalhão de Operações Policiais Especiais, conocido como BOPE y su siniestros Caveiroes o la marquetineras UPPsS, unidades de pacificación. Se siguieron sucediendo las “chacinas”, masacres, de decenas de favelados, la violencia sistémica, cientos de crímenes sin condena a pesar de las resoluciones específicas de la Corte Interamericana de Justicia. En ese contexto de barbarie, en las favelas las organizaciones de moradores fueron languideciendo, atrapadas entre los comandos del narco y la brutalidad policiaca. Tal vez allí habría que buscar algunas razones para entender porqué quienes más se beneficiaron con la bolsa familia, poco y nada se movilizaron para defender a quien impulsó ese plan.
Fue durante las protestas del 2013, la inexistente respuesta del PT y las impopulares medidas de Dilma, que el plan destituyente empezó su curso y el final del gobierno del PT ya era parte de un cronograma sin vuelta atrás. El triunfo electoral en la segunda presidencia de Dilma fue el espejismo que ocultó lo evidente, el PT solo conquistó 4 gobernaciones y perdió en Estados donde tuvo presencia histórica, como en Rio Grande do Sul y su capital Porto Alegre, sede de los primeros Foros Sociales. El PT mantuvo su caudal electoral en el norte, principal territorio beneficiado por las políticas asistenciales, pero no logró recuperar el respaldo de los estados del sur, los más ricos y con mayor concentración de trabajadores y organizaciones políticas y sociales. Perdió en San Pablo, Rio de Janeiro, Recife y Salvador. El plan de la oposición ya se avizoraba, el gobernador de Rio Grande del Sur, un hombre del PMDB, lo expresó sin tapujos, hizo abiertamente campaña por la fórmula opositora de Aecio Neves, aunque el jefe de su partido era el candidato a vicepresidente de Dilma, el golpista Michel Temer.
Como parte de acuerdos suicidas, Eduardo Cunha (PMDB), un político conservador vinculado a retrógrados grupos religiosos, fue designado, con apoyo del PT, presidente de la cámara de diputados, Cunha fue el principal actor de toda la operación parlamentaria contra Dilma, aunque no pudo evitar él mismo ir a prisión por corrupción y lavado de dinero. A pesar de la manifiesta actividad sediciosa del PMDB con el vicepresidente Temer en primer lugar, absurdamente se siguió manteniendo la trama de concesiones, una tela de araña que terminó atrapando a quien la tejió.
Solamente podía romperse el círculo si se decidían por un plan de lucha y resistencia, pero el PT y sus aliados de izquierda ya no tenían ni la voluntad ni la capacidad de convocarla. Al contrario, se aceptaron las condiciones que impusieron los grupos económicos locales, la banca mundial, y los EEUU, que ya había operado para desmembrar los BRICS. La designación de Joaquin Levy, hombre del grupo Bradesco y del Banco Mundial, como ministro de hacienda en 2015 fue la señal clara de cómo se pensaba salir de la crisis y quien debía pagarla. El realineamiento absoluto con la políticade EEUU que se inicia en el segundo periodo de Dilma y se profundizó con Temer abrazado a las derechas gobernantes en Latinoamérica, es de consecuencias nefastas para los pueblos de la región y para el ALBA
La apuesta a que el tema se resolvería en el plano institucional, primero en el Congreso y luego en el poder Judicial, demostró cual era el territorio elegido. El golpe contra de Dilma resistido solo en el discurso, fue un acto sedicioso pergeñado por el contubernio de todos los poderes, el ejecutivo, legislativo y judicial, junto al llamado cuarto poder, tan descompuesto como los otros tres. La sociedad perpleja o indiferente asistió al epílogo del PT a través de la televisión. La base social del PT había sido erosionada paso a paso por cada una de las medidas antipopulares de su gobierno. El error, tan común de estos tiempos, es no entender la diferencia que existe entre los resultados electorales y las estadísticas de intención de voto y la voluntad real de comprometerse en la lucha, de poner el cuerpo, involucrarse políticamente, sobre todo cuando quienes deben hacerlo, fueron privados de protagonismo, capacidad de movilización y resistencia, y cuando las organizaciones populares fueron vaciadas de sentido, burocratizadas y diezmada su militancia. Está comprobado que ni el asistencialismo ni el consumismo generan conciencia política ni organización autónoma, por el contrario: el mercado fagocita y digiere todo lo que puede, capturando ciudadanos para transformarlos en disciplinados deudores permanentes a la vez que centrifuga a quienes no ingresan en el patrón, victimizándolos con la represión.
La telaraña atrapó al PT
Si hay que buscar un tiempo en que la idea de Lula preso y fuera de la campaña electoral empezó a ser factible, fue cuando se consumó la destitución de Dilma, pues confirmaron que se podía, el senador Aloysio Nunes, PSDB, los expreso crudamente “ hay que sangrar al gobierno”, calibraron que las fuerzas que se le opondrían eran insuficientes. Tan insuficientes como para enfrentar el brutal plan que está llevando adelante el ex principal aliado, un presidente de facto, que a pesar de lo atronador que pueda sonar el “Fora Temer” y el altísimo nivel de rechazo que se genera su figura, se mantiene en la presidencia, mientras que el principal líder político de la historia de Brasil es encerrado en una cárcel de Curitiba.
Como en la mayoría de nuestros países, el sistema institucional brasilero está viciado, ninguna de las ficciones sobre las cuales fue construido logra cohesionar a la sociedad. No hay figuras ni recursos temporales que puedan reconstruirlo, los remiendos ya tienen las costuras deshilachadas.
A modo de ejemplo de la descomposición alcanzada, en un caso superador de cuanto se puede conocer acerca de metamorfosis kafkianas, el diputado Federal por el partido PP (partido político derivado del partido ARENA, el partido de la dictadura), Waldir Maranhão, dejó su partido y el 26 de marzo pidió incorporarse al PT, pero el 6 de abril publicó una carta informando que se había afiliado al PSDB. En 10 días sus firmes convicciones lo llevaron pertenecer a tres partidos diferentes. Vale aclarar que el PP fue también aliado del PT durante la primera presidencia de Lula.
Los circunstanciales éxitos económicos no pudieron resolver las crónicas desigualdades, la inequidad de una sociedad cuya concentración de riqueza tiene una fuerza gravitacional que no permite que nada se le escape, donde las políticas extractivas y el agro-negocio han modificado drásticamente el medio natural , donde las represas hidroeléctricas han liquidado la fauna y acabaron con la actividad de subsistencia de poblaciones originarias enteras, donde los niveles de contaminación de los ríos superan registros límites. Sociedad donde los gastos militares y en represión interna crecen año a año y lo ubican dentro de los 11 países de mayor presupuesto destinado a ese fin.
Difícilmente se pueda recoger apoyo cuando la actividad represiva crece hasta apoderarse de la vida de los más humildes, hasta revivir los nefatos tiempos de la dictadura y los escuadrones de la muerte. Cuando dirigentes como Marielle Franco son asesinadas por fuerzas que vienen actuando impunemente desde hace años y que fueron reiteradamente denunciadas por ella y las organizaciones de derechos humanos.
El panorama de Brasil como el de Latinoamérica y el mundo viene cargado de malos presagios, las acciones por la libertad de Lula, la resistencia a las políticas antipopulares, la defensa de los derechos humanos y la libertades democráticas, no pueden eludir aprender de las lecciones que nos dejan los intentos de conciliar el capital con el trabajo, de pensar en el desarrollo a expensas de la vida del planeta, de apostar a la vieja y nueva partidocracia que sobrevive gracias a una democracia representativa, que no es democrática y solo representa los intereses de las elites dominantes. El derrame que se produce en tiempos de vacas gordas se transforma en ajustes salvajes cuando llega la época de bovinos flacos, así fue y será mientras domine el capital.
Seguramente es cierto lo que Lula dice: “me persiguen porque puse a los negros en la Universidad”, pero como señaló la escritora Eliane Brum, ante la ilusión de una conciliación social sin tiempo: “el mago tiene que saber que su magia es un truco, no la realidad”. También deberíamos tomar nota que el revanchismo viene de la mano de los paradigmas socio culturales que impusieron quienes hegemonizan los mecanismos de dominación y que el PT no pudo o no quiso modificar, el miedo y el odio al diferente, la corrupción y la política como negocio, la falsa meritocracia, el hedonismo consumista, la soberbia política, la desconfianza en el poder de los trabajadores y las masas humildes. El PT quedó muy atrás de quienes hace 50 años pintaron en la calles de Paris: “cambiar el mundo para cambiar la vida.”
19 de abril de 2018