Ser y sentir como mujer
Las Comadres Púrpuras
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“La emancipación no debe ser adopción del rol masculino, pues, en ese caso ¿quién salvaría las facultades animales de compasión, empatía, inocencia y sensualidad? Las mujeres deberían crear una nueva forma de poder femenino” -La mujer eunuco. Germaine Gree-
Me he pasado toda la vida tratando de inventar nuevas formas para lograr conciliarme con la política desde otras perspectivas, no hegemónica, no agresiva, no violenta, no discriminatoria. La mayoría de los vínculos en los espacios políticos que se han creado mediante la izquierda, responden a los panoramas comunes ortodoxos donde apenas la causa de la mujer y sus derechos se están tomando en cuenta como un papel necesario para la liberación de todos los sujetos políticos.
En mi corta experiencia he conocido espacios donde para ser escuchada me he tenido que masculinizar. ¿Qué quiere decir esto? No es nada más una actitud, un comportamiento masculino, es todo un performance. Porque así responde este, “el género es un performance” como bien lo recalcaría Judith Butler. Aparentar algo que uno no es, crear una situación con un fin. Así ha sido casi toda mi militancia como mujer. En la mayoría de las veces se me escuchaba y se me “temía” porque ejercía muy bien mi papel donde no nada más intimidada con mi voz y mi corporalidad, sino que humillaba todo lo que consideraba “débil”.
La humillación es el paso más cónsono que hay dentro del machismo. La humillación mantiene al sistema patriarcal coherente, porque es cuando el poder se sobrepone a otro. No fue fácil mi papel hacia la masculinización; primero tuve que anularme en todos los sentidos. Tuve que anularme como mujer. Muchos dirán, sí, puedes aparentar algo mediante tu performance, pero sigues siendo biológicamente una mujer. A lo que respondería: soy muy buena actriz.
Cuando te anulas como mujer, logras “coherencia” en el mundo masculinizado, no ves como prioritario la lucha que te hace ser lo que eres, pierdes la coherencia cuando estás en espacios de militancia que tiene vínculos muy estrechos con afectividades estatales o pierdes coherencia cuando perteneces a grupos políticos dónde el humor es machista, la política es homofóbica y donde sólo te soportan porque te comportas como hombre.
Es que tener bolas se convirtió en algo políticamente correcto para tomar una decisión. No nada más me convertí en lo que siempre detesté sino que también me empecé a relacionar desde la intimidad de una forma muy violenta ya que para tener poder en estos espacios hay que mostrar una fuerza no nada más intelectual, sino física. La vulnerabilidad y las emociones no son permitidas de expresarse en estos espacios. Así fue como paulatinamente me convertí en una mujer agresora, debía demostrar en todos los sentidos que estaba capacitada para cualquier rol que se me asignará, inclusive un rol masculinizado.
Muchas veces me burlé de mis compañeras feministas. Las llegué a catalogar como reformistas, poco prioritarias y revisionistas. La ignorancia y mi puesto dentro del mundo masculino me hizo ver a mis cercanas como enemigas. Es que eso de ver a la mujer como una competencia es algo común tanto en los espacios de militancia como en los espacios de “feministas”. No nos zafamos tan fácilmente de ese cordón, de esa ideología, que hace de la mujer un eslabón para usar y desechar. Me costó mucho entender eso que pregonaba el feminismo. Creo que una buena amiga aparte de visibilizar lo mal que estaba mi postura y mi anulación como mujer me hizo entender al feminismo como un movimiento que irrumpe, transgrede y lucha frente al sistema que oprime a la sociedad.
Esa amiga que me hizo ver al feminismo de esta forma por un tiempo se convirtió en alguien que llegué a detestar mucho, porque yo nunca supe entender eso de “decirme qué es lo que tengo que hacer” Parte de mi ensimismamiento y mi anulación y ver a todos como posibles enemigos, se me daba mucho más fácil, y creía que era más sencillo ver todo como malo que ver todo como bueno. Me volví agresora no era nada más desde la palabra, me convertí en alguien que muchas veces agredió físicamente a la gente que más amo. Es la primera vez que lo digo… me convertí en la peor versión de mí y todo sólo por demostrar y que me reconocieran desde una posición de poder, y sí ciertamente, que muchos me tuvieran miedo.
La única forma para reinventarme aparte de aislarme de esa amiga, fue sumergirme en mi propio laberinto. Un laberinto donde me tocó empezar desde la mitad de mi vida y darme cuenta que el pasado me hizo ser lo que soy hoy, pero colle… cuanto tiempo fuese ahorrado si no fuese sido tan egoísta, terca, caprichosa y ensimismada. No fui criada para perder ni para fracasar, creo que esa es una de las cargas que llevo a cuestas aún sobre mis espaldas.
Parte de ese descubrimiento es dejar de aparentar lo que no soy. Mi rabia y mi profunda indignación era ver que desde los distintos espacios me estaba corrompiendo. Viví las peores facetas para llegar a este momento donde aún me encuentro en desintoxicación.
Reinventarse no significa olvidarse, reinventarse significa que a pesar de lo vivido puedes levantarte no desde las tierras lejanas sino desde el centro, desde el origen.
Es cómico toda mi experiencia de aprendizaje de eso que es ser mujer. La primera revisión empezó aprendiendo ginecología autogestiva recuerdo usar un incienso metido siempre en el cabello, durar unos buenos días sin afeitarme e incluso sin bañarme; meditaba en las mañanas y meditaba en las noches. Empecé a hablar de Osho y de otros guías espirituales y que ahora sí había encontrado la luz… ¡se imaginarán lo que me cuesta creer que hace unos meses atrás me había burlado! Ahora en lugar de usar botas empecé a usar sandalias tejidas. Sin darme cuenta me estaba convirtiendo en una especie de cliché, pero que afortunadamente me estaba conectado con algo.
Con la ginecología autogestiva aprendí muchas cosas: no afeitarme previno que mis axilas se oscurecieran, meditar me hizo más coherente en mi discurso y mi cabello siempre olía a vainilla gracias al incienso. Este tiempo fue tedioso y angustiante ya que me la pasé por mucho tiempo sola, pensé que nadie era suficiente para comprenderme.
Lo que me conectó a mi cable a tierra fue esa misma amiga con la que había peleado. Esa misma me invitó a revisar que pasaba en mi vida. Y lo logré…Me abrí. Fue difícil y duro darme cuenta de la necesidad que hay en expulsar las emociones sabiamente para no enfermarse. La locura y la política están a un solo paso.
Abrirme me permitió conocer que mi peor enemiga era yo misma. Ese miedo muchas veces absurdo a perder me llevó a rincones incómodos. Hay que naturalizar que la vida no es de ganar y perder sino de adquirir experiencia ahora la pregunta es ¿para qué quieres tanta experiencia?
¿Eres experiencia para ti o quieres experiencia para compartir parte de lo que eres con los vínculos colectivos? En realidad lo que odiaba era el lugar dónde pertenecía y dónde estaba construyendo. Nunca está demás tener las maletas hechas… nunca está de más irse. Y no era irse por mal encarada; irse porque el espacio era tóxico, tóxico porque me anulaba.
Eso de organizarse desde el ser mujer va mucho más allá de cualquier libro. Eso de reconstruirse desde el ser mujer va mucho más allá del compromiso militante: todo comienza cuando te abres. Construir política desde el ser mujer es una historia que parte desde el cuerpo. Un cuerpo que tiene que aparentar algo que no es para ser aceptado, estamos hablando que construimos política no desde lo que somos si no desde lo que aparentamos ser. El cuerpo como espacio de poder ha sido colonizado, utilizado, censurado y cercenado por todos los aparatos y sistemas desde lo más micro hasta lo más macro: “El cuerpo es un punto de pelea” diría mi sabia amiga.
Entendiendo mi cuerpo, mi erotismo, mi sexualidad y como todo esto está ligado a la construcción y a la arquitectura de la política fue como me acerqué a la parte más tierna, delicada, dulce y vulnerable de mi ser.
Ya no tenía nada que aparentar sólo tenía que empezar a ser. Ser y sentir como mujer.
Ilustraciones: Miza Coplin