Víctor Muñoz Cortés
Sin Dios ni patrones. Historia, diversidad y conflictos del anarquismo en la región chilena (1890-1990).
Primera edición, noviembre 2013.
Mar y Tierra Ediciones.
Casilla 44, Correo 1, Valparaíso marytierraediciones@gmail.com marytierraediciones.wordpress.com
Impreso en Talleres Ojo en Tinta ojo@ojoentinta.cl
Se reconoce autoría, se desconoce propiedad.
La fotocopia total o parcial del libro, es permitida y alentada.
“Nunca hubo más comienzo que ahora,
Ni más juventud o vejez que hay ahora;
Nunca habrá más perfección que hay ahora, Ni mas cielo ni infierno que hay ahora”.
Walt Whitman, Hojas de Hierba, 1855.
“¿Qué es el Anarquismo, qué es la Anarquía?, tal vez nada más que un deseo, como el de la muerte o como el del cielo, quién sabe si nunca será una realidad, aunque puede llegar a serla, ¿No has visto a Wagner?, mientras jugamos o nos bañamos va hacia las rocas, se sienta, pone una mano tras una de sus orejas y canta, tiene la voz muy suave, ¿qué siente al cantar así, en soledad, sin que nadie lo oiga porque no quiere que nadie lo oiga?, desciende de alemanes y ha trabajado en Collahuasi, tiene el torso como de toro, es muy fuerte; morirá de repente, sin embargo; tiene malo el corazón y él lo sabe y morirá pronto y va hacia las rocas, se sienta, pone una mano detrás de la oreja y canta con voz muy dulce. Debe llegar un instante en que la dulzura de su voz se encuentre, dentro de él, con el deseo de la libertad y tal vez de amor que sale del corazón humano, por enfermo que sea y a veces por eso mismo, y eso será lo que busca y eso o algo como eso debe ser el anarquismo. Yo lo siento, pero no puedo decirlo bien”.
Manuel Rojas, Sombras contra el muro, 1963.
Preámbulo
“Ni Dios Ni Patrones”. Así blasfemaba en su portada El Oprimido, la primera publicación libertaria que se editó en la región chilena. Era el otoño de 1893 y el grito impreso había surgido en Valparaíso y Santiago.
Ese año pocos escucharon la frase arriba mencionada, después de todo no era más que la declaración de guerra de un insignificante puñado de caminantes desconocidos. En un tiempo, sin embargo, algunos pequeños núcleos de jóvenes artesanos y obreros autodidactas se identificarán en ella y la propagarán a lo largo y ancho del país, y ya en dos décadas un importante sector de trabajadores y trabajadoras marchará y luchará dinámicamente al son de la acción directa y el ideario libertario.
120 años nos separan de esas primeras hojas. La Tierra ha cambiado bastante y desde luego no en beneficio de todos. Día a día se perfeccionan los sistemas de dominación. Pero cual subversiva traducción de la vieja Ley de Newton, las momentáneas convulsiones sociales y la paulatina radicalización política de un importante sector de la juventud germinan en reacción a los antiguos y nuevos aspectos de la coerción. Y en medio de La Tromba el anarquismo, criatura política que parecía extinta hace mucho, reaparece. “Ni opresores, ni oprimidos”, que todos y todas puedan desarrollarse íntegramente y conforme a sus propios anhelos y voluntades, sin tutelas, dinero y sin sujeción. Tal es lo que más o menos anhelan. ¿Cómo? Ahí empiezan las disputas. No hay acuerdo y pocos lo pretenden. Y si desde adentro el horizonte libertario se presenta confuso, desde afuera puede ser indescifrable. Hoy como ayer reinan los mitos y las caricaturas.
Por todo lo anterior las consecuencias del actuar anárquico en la so-
ciedad chilena, sus conflictos, los aportes o perjuicios a la misma, o a parte de ella, escasamente han sido analizados y presentados desprejuiciadamente. El estudio de quienes se identificaron con este ideario, además, se ha centrado en el sindicalismo, en episodios de violencia política y en la consabida represión estatal de las primeras décadas del siglo XX. Pero el conjunto de nodos, espacios y situaciones trascendieron por mucho esos terrenos y se desdoblaron porfiadamente en una desconocida y rica miríada de proposiciones: ateneos, bibliotecas, policlínicas, teatro, música, antialcoholismo, consultas y revistas naturistas, círculos esperantistas, escuelas libres, editoriales, veladas artísticas y picnics, propaganda pacifica y acción armada, caminos afines y contradictorios. La nueva sociedad requería de nuevas personalidades y a la triada Estado, clero y capital, se le combatiría en todos los frentes. Y si sus impulsos eran múltiples, los escenarios económicos y geográficos lo fueron tanto más. Desde las áridas pampas del norte hasta el frío eterno de la tierra magallánica, pasando por cordilleras, valles, bosques y mares; en oficinas salitreras, puertos bulliciosos, minas de cobre y carbón, en fábricas, edificios públicos y latifundios: la nueva era se anunciaba en todas partes. Y en cada lugar, en cada faena y en cada iniciativa cultural o política, se manifestaron distintos tipos de anarquistas. Intentar asir introductoriamente esa complejidad desde una perspectiva temporal que abarca un siglo ha sido el norte de nuestro esfuerzo.
Este libro pretende exponer el desarrollo histórico de los anarquistas, desde que llegaron sus ideas, a fines del siglo XIX, hasta 1990, cuando el retorno a la democracia acompañó también su resurgir. Sin pretender hacer una “historia total”, el nuestro es un relato que conecta las distintas y hasta contradictorias expresiones –políticas, económicas, culturales- del heterogéneo campo anarquista, con la historia social de los hombres y mujeres que habitan el Estado de Chile.
Se asume por anarquistas, libertarios o antiautoritarios, a todos aque-
llos individuos y grupos cuyas expresiones puedan relacionarse con el anarquismo internacional. Esto es, con el movimiento político surgido en Europa a mediados del siglo XIX, profundizado teóricamente por su desarrollo global, y que propone la construcción de individuos y sociedades ajenas a toda dominación, sea ésta cultural, política o económica. Cabe advertir que el anarquismo en su expresión histórica es un movimiento heterogéneo, un horizonte de múltiples iniciativas más o menos enlazadas, cruzado por distintas cosmovisiones, disputas y tendencias, muchas de ellas en contradicción y pugna. De esta realidad se deduce que los problemas que afectan a un sector, o a un determinado espectro de grupos, no necesariamente perturban a la totalidad. Distinciones temáticas, geográficas, temporales, divisiones políticas, alternativas pragmáticas, también confirman la inexistencia de un conjunto monolítico. Así de denso es el anarquismo, y así de complicado aprisionar en un solo relato histórico. Por lo mismo quisiera dejar planteadas algunas coordenadas para leer críticamente esta investigación, pues aquí no se busca establecer la última palabra sobre los hechos narrados, ni tampoco estamos de acuerdo con lecturas pasivas y unidireccionales.
En primer lugar, el relato de los hechos del pasado se establece en base a la disponibilidad de fuentes, pero dado que gran parte de las mismas desapareció o bien no se encuentra disponible a cabalidad, la reconstrucción siempre es parcial. Además, muchos sucesos, situaciones y actores
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ni siquiera dejaron huellas. Exigimos al lector, so pena de quedarse con la mera enumeración de fechas y siglas, la capacidad de imaginar el frío y la humedad de los calabozos en que fueron encerrados estos hombres y mujeres, el color y los bullicios de sus veladas, la fraternidad de las noches en que imprimieron panfletos clandestinos, la lluvia que los acompañó en destierros, la compasiva o hiriente mirada de sus contemporáneos, las risas, la impotencia, la tristeza, los cantos y las maldiciones, las virtudes y miserias, y toda la vida que no quiso dejar testimonio.
La “veracidad” de una información es un supuesto que generalmen-
te depende del resultado de la confrontación de fuentes provenientes de distintas posiciones de intereses. Pero hay episodios en donde se carece de documentos para contrastar algunas afirmaciones. El fantasma de la parcialidad acecha entonces estas palabras. Procuramos conjurarlo.
La ordenación de las experiencias del anarquismo en función de la historia de Chile, que en cierto modo obliga a presentar los hechos de forma más o menos encadenada temporalmente, exige recordar que toda cronología es solo un recurso para situar información, pues la historia del anarquismo –como la de cualquier movimiento o fenómeno social- no es la sucesión de hechos directamente relacionados.
El libro se divide en tres partes. La primera “Un hilo negro en la histo-
ria de Chile” es un relato que intenta conectar a los antiautoritarios con el pasado nacional. Si bien los anarquistas, por principios, no se identifican con nación o Estado alguno, sus conflictos generalmente se relacionaron con los espacios, las estructuras, las relaciones y los actores que operan en el devenir del Estado en que se encontraron. El hilo negro entonces, liso o lleno de nudos, firme en ocasiones, frágil y a punto de cortarse en otras, es el heterogéneo anarquismo actuando en el desarrollo de la sociedad chilena, enfrentándola, influyendo o permeándose con ella.
“De los Oficios y las ideas” se denomina la segunda parte del libro y se enfoca en la vinculación del anarquismo con el movimiento obrero chileno, relación que se expresó principalmente por medio del llamado anarcosindicalismo. El anarcosindicalismo o sindicalismo libertario es una estrategia y un modo de organización y actuar del anarquismo en el movimiento organizativo de los trabajadores y las trabajadoras. No es lo mismo anarquismo que anarcosindicalismo. Los problemas que afectaron a uno no necesariamente repercutieron en el otro y, por lo demás, muchos miembros de esos sindicatos ni siquiera se identificaban con el anarquismo, sino solo con sus métodos de acción. Al mismo tiempo en que se presentarán las innovaciones teóricas y prácticas que aportó el movimiento libertario al mundo organizativo de las clases laboriosas criollas, así como las centrales obreras de esa tendencia, se estudiarán los sectores productivos en donde fueron determinantes: portuarios, tipógrafos, zapateros, obreros de la construcción y panaderos.
Por último, en “El árbol de la anarquía” se hará un viaje por algunas de las diversas manifestaciones de este ideario en los terrenos de la literatura, la salud, la vivienda, el teatro, y otras áreas no necesariamente vinculadas con el sindicalismo. Un caminar que nos habla de la complejidad y de los múltiples intereses abarcados por los libertarios. En este apartado se incluyen, además, algunas problemáticas y luchas específicas tales como el antifascismo, el universo campesino y las discusiones en torno a la unidad entre los anarquistas.
El libro en su conjunto intenta ser una federación de capítulos vincu-
lados, pero autónomos en su desarrollo interno. Esto es, se abren y cierran en sí mismos, para ordenar la información dispersa y facilitar su entendimiento entre quienes no estén domesticados en el lenguaje académico historiográfico. Eso sí, la lectura independiente de cada apartado debería acompañarse de la revisión de los demás para entender el fenómeno en su generalidad y complejidad.
Este trabajo no parte de la nada. Muchas investigaciones le preceden y de ellas se nutre en mayor y menor grado. Las divergencias interpretativas se apuntarán a lo largo del libro. Han existido notables avances en los últimos años en cuanto al registro del pasado libertario, y este esfuerzo pretende sumarse al cauce, aportando, en todo caso, sus propias pesquisas y disquisiciones. Pues si bien bastante se ha escrito, casi todo se ha centrado en las primeras décadas del siglo XX, entre 1900 y 1927, cuando –y como se señala aquí- el anarquismo y el anarcosindicalismo aún no alcanzaban su mayor desarrollo interno en este país.
Además de las investigaciones existentes, traducidas en libros, folletos auto-editados, revistas académicas y tesis, esta búsqueda se ha enriquecido de numerosas y diversas fuentes provenientes de archivos históricos nacionales y extranjeros, viejos locales sindicales y mutuales, centros de documentación libertarias y colecciones privadas. Prensa, memorias, archivos policiales, entrevistas, literatura, constituyeron la base de datos sobre la cual nos paramos. Largas caminatas por cementerios, callejuelas y viejos teatros de las luchas sindicales de otrora, facilitaron la compenetración con el ambiente narrado. Y, finalmente, conversaciones informales con amigos e investigadores y con trabajadores de los oficios investigados, así como las discusiones generadas en talleres, foros y debates en La Serena, Coquim-
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bo, Valparaíso, San Antonio, Santiago, Chillán, Concepción, Talcahuano y Temuco, ayudaron en la interpretación de los hechos narrados.
Esta investigación debe mucho a la solidaridad de innumerables ami-
gos, familiares y compañeros. Sin el desvelo de ellos, su comprensión, estímulo y paciencia, sin sus mudos sacrificios, simplemente no hubiese llegado a puerto. Su amor y complicidad han hecho posible que el libro culminase sin la necesidad de recurrir a fondos estatales, cuestión que de cierta forma vendría a ser nuestro colectivo tributo a los hombres y mujeres que hoy visitamos.
Como un mínimo gesto de gratitud saludo a mi familia sanguínea y libertaria. En Elocoyán a mis padres, en Loncoche y Valparaíso a mis hermanos, en Viña a mis tíos. A Isabel, mi niña del cerro y del camino. En Santiago al bueno de Alex, a Seba, Helios, Andrea, Migue, Gota, Manuel, Eduardo, Carola, Camilo, Mariana, Mario, Javiera, América, Libertad, a Pamela, Ósmar, Fabiola, Kiwi, Ángel, Fran, Belén, Felipe, Penélope, Pauli, Jorge, Fabián, Mary y a la querida imprenta Ojo en Tinta; en Valparaíso a Harold, Celeste, Ángela Gutiérrez y Ana Zamora Paules; en Parral a Jona; en Concepción a Rola, Germán, Espe y Nico; en Valdivia a Paula; en Montevideo a Pascual; en Suiza a Beat y al Centre International de Recherches sur l’Anarchisme; en Trento a José; en Ámsterdam al International Institute of Social History. También quiero recordar a los entrevistados –con y sin grabadora-, a Roberto Torres, Óscar Ortiz, Servet Martínez, Marcelo Mendoza, Cristian Sotomayor, residentes en Santiago; a Gregorio Paredes y Jorge Oyanedel en Valparaíso; a Pelao Carvallo en Asunción; a Néstor Vega en París; a Geni Fuentes en Buenos Aires; a Guillermo González en Temuco. A muchos otros presentes y pasados compañeros de ruta, a quienes porfían en la brecha y a quienes permanecen hoy en las cárceles, a todos ellos y ellas dedico este libro.
Situado desde la afinidad con el ideario anarquista no he pretendido
mitificar el pasado de este movimiento, agrandando sus aportes u ocultando sus limitaciones, pues preocupado de su devenir presente y futuro, entiendo que solo la exposición cruda de sus experiencias, victorias y fracasos, luces y miserias, hará que las referencias críticas hacía el ayer puedan servirnos eficientemente.
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PARTE I Un hilo negro en el relato nacional (1890-1990)
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I.- Llegan los anárquicos (1889-1897).
“Os prometemos, cueste lo que cueste, contribuir a levantar el ánimo de los que sufren y difundir entre estos, nuestros hermanos, el espíritu de Rebelión contra esa oprobiosa trinidad, Dios, patria y amo, que aquí como en Europa, es la losa de plomo que pesa sobre nuestra verdadera libertad y nos mantiene en la mas odiosa esclavitud”
Carta de ácratas españoles a sus pares en Barcelona, Santiago de Chile, 1889.
El anarquismo, como ideología y movimiento político moderno, co-
menzó a elaborarse y articularse desde la segunda mitad del siglo XIX en Europa. Favorecido por las constantes olas migratorias de entonces, las ideas antiautoritarias se expandieron por todo el mundo, sobre todo a través de sociedades conspirativas, organizaciones de artesanos y obreros, y mediante la edición de periódicos y folletos1.
Latinoamérica no quedó al margen del proceso, pues muchos inmi-
grantes europeos, principalmente españoles e italianos, pero también franceses y alemanes, se avecinaron en el continente. La mayoría de ellos buscaba trabajo y una nueva vida, aunque no faltaron también los perseguidos políticos que corrían por refugio y libertad. Varios de esos viajeros dedicaron sus existencias a difundir las ideas subversivas que traían del viejo mundo.
Así, ya en la década de 1870 un temprano núcleo de actividad liberta-
ria comenzó a operar en los márgenes del Río de la Plata, en Buenos Aires, Rosario y Montevideo, principalmente. No pasarían muchos años para que las anárquicas ideas cruzaran las fronteras –telúricas y políticas- hasta las costas del Pacífico.
Las primeras huellas dejadas por anarquistas en la región chilena se presentan muy borrosas. La escasez de fuentes directas nos deja en medio de la bruma. No obstante, algunas esquirlas atraviesan el olvido y con ellas hoy ya es posible presentar una imagen más o menos panorámica al respecto2.
A partir de la última década del siglo XIX varios episodios puntua-
les y aislados comienzan a dar cuenta de la presencia efectiva en el país de algunos agitadores propiamente anarquistas, especialmente italianos y españoles. En 1889 un grupo de tipógrafos catalanes arriba en busca de mejores alternativas laborales, y estando en contacto con el periódico anarquista El Productor de Barcelona, se consagran a difundir las ideas en este territorio3. Por esos mismos días apareció también el experimentado propagandista Washington Marzoratti, quien junto a otros inmigrantes y elementos criollos articularon en Valparaíso un centro de estudios sociales en 1892 y al año siguiente publicaron El Oprimido, el primer periódico libertario que hubo en el país4.
Los ácratas de Buenos Aires señalaban optimistas:
“Con gran entusiasmo se va extendiendo la propaganda anarquista por todo el país, particularmente en Santiago y Valparaíso. Dentro de poco tiempo estarán a nuestro lado todos los obreros chilenos, que tanto han sufrido los azotes de sus gobiernos y del clero. Los que han sido fuertes para sufrir también lo son para sacudir el yugo. Adelante, pues y ¡Abajo la explotación y que viva la anarquía!”5
Misteriosamente aquel puñado de inmigrantes, así como las iniciati-
vas por ellos levantadas, desaparecieron pronto, fugazmente. De hecho, El Oprimido es una especie de eslabón perdido, pues en las notas que los posteriores anarquistas chilenos hicieron de su historia, jamás se le volvió a mencionar. Quizás se marcharon del país, algunos debieron –quien sabe– sumarse anónimamente a los nodos levantados posteriormente y aún otros pudieron abandonar las ideas. Todo apunta a que no hubo continuidad ni relación directa entre El Oprimido y las experiencias venideras6. Salvo quizás, con un minúsculo y fugaz Grupo Cosmopolita Anárquico que existió en Santiago en 18957.
En esos años algunos jóvenes chilenos tomaron contacto con grupos libertarios de otras regiones, especialmente de Europa y Buenos Aires. Ejemplares de La Conquista del Pan y otros libros y revistas ya se leían en estas tierras en la última década del siglo XIX. Eran, sin duda, ideas muy nuevas para los distantes países sudamericanos.
Muy pocos trabajadores y artesanos estaban organizados. Y casi to-
dos los que se hallaban en esa situación, especialmente los gremios de artesanos especializados, adherían a las llamadas sociedades de socorros mutuos. Entidades especialmente preocupadas del ahorro, la salud y la educación de sus miembros, pero con escasa o nula proyección rupturista frente al empresariado y el orden establecido. Casi todas se enmarcaban políticamente en el llamado “liberalismo popular”, término que implica a grosso modo el anhelo de integrarse democráticamente a los beneficios de la modernidad, e instalar y ampliar la representación de los grupos subalternos en el Estado. El principal referente político de esta corriente de pensamiento formada a mediados del siglo XIX, hegemónica entre el mundo popular organizado, era el Partido Democrático, fundado en 18878.
El sistema de gobierno en Chile era oligárquico y parlamentarista, el
poder estaba concentrado en unas pocas y poderosas familias que controlaban el Congreso Nacional y desde allí la vida política del país. El Estado se consolidaba y expandía territorialmente. La asimilación de las ricas provincias salitreras del norte ocupadas tras la Guerra del Pacífico (1879-1883), la integración de la Patagonia ganadera en el extremo sur y la Ocupación Militar de la Araucanía (1861-1883), sumaron millones de nuevas hectáreas a la economía y soberanía nacional. Cada una de esas expansiones, desde luego, iba de la mano con exterminios y desplazamientos forzados de los grupos humanos pre-existentes. La ampliación general del Estado condujo a la creación de numerosos cargos públicos que junto a la extensión del área de servicios fomentaron la emergencia de un nuevo sector social que con el paso del tiempo constituiría la base de la llamada clase media.
Industrias, ferrocarriles, cañones y barcos a vapor, caminos y telégra-
fos. Fuego, fierro, humo, el Estado de Chile se expandía9. Pero no todos estaban en sintonía. Mientras para los grupos gobernantes el nuevo siglo prometía una era de progreso, riqueza y bienestar, para un sector de la población, diminuto entonces, el nuevo siglo prometía la traslocación total del orden existente.
En la bruma porteña un grupo de hombres y mujeres de exóticas len-
guas compartía a ciertos criollos ideas que hablaban de un mundo sin dios ni patrones. Algunos se apartaban y puede que hasta se ofendieran, pero no faltaron los curiosos y los inquietos. Comenzaba a tejerse un extraño hilo negro.
II.- Germinal de la Idea (1898-1907).
“Somos un conjunto incomprensible de poesía y prosa, de amor y odio, de fe y escepticismo; somos una mezcla extraña que emulsiona lo bueno y lo malo, donde fermentan las ideas contrarias que hacen estallar el rayo de luz que ilumina el cerebro en los instantes de duda, a semejanza del choque eléctrico que alumbra los espacios”.
Luís Olea, Santiago, 1898.
El anarquismo comenzó su época de expansión en la región chilena entre 1898 y 1902, logrando introducirse durante las décadas siguientes y de forma progresiva, en el mundo de las organizaciones sindicales y culturales de los trabajadores y algunos sectores mesocráticos del país. Gracias a sus múltiples iniciativas, el heterogéneo movimiento se transformó en un importante foco irradiador de nuevas prácticas y conceptos revolucionarios.
Al cambio de siglo sus más activos precursores fueron jóvenes traba-
jadores nativos apoyados intelectualmente desde Buenos Aires por medio de cartas y envíos de periódicos, libros y propaganda libertaria en general. Algunos de ellos eran escindidos del Partido Democrático, el más avanzado de las colectividades políticas existentes. Por ello y otras razones no es difícil entender que entre 1898 y 1902 hubo una especie de exploración ideológica no exenta de ciertas confusiones (como un breve coqueteo con algunos partidos “obreros” en 1898 y 1899)10. La mayor difusión de propaganda importada y la elaboración de varios periódicos locales, así como las tempranas discusiones con elementos socialistas y del Partido Democrático, ayudaron a esos primeros grupos a comprender de forma más acabada este exótico ideario.
Con todo, al mismo tiempo en que se auto-educaban ideológicamente, comenzaron a surgir círculos de propaganda y acción sindical libertaria. En aquellos días aparecieron las organizaciones y espacios que serían característicos del anarquismo hasta muchas décadas después: grupos de afinidad, periódicos, centros de estudios sociales, cuadros teatrales y sociedades de resistencia. Instancias que posibilitaron su contacto con la población local. La visita de algunos compañeros del extranjero, como la del italiano Pietro Gori en 1901, contribuyó también a la difusión de las ideas11.
El arribo del anarquismo no pasó desapercibido. Desde las sociedades mutualistas se les combatió por disolventes. Los principales diarios de Santiago (La Tarde, La Lei, El Mercurio) denunciaron tempranamente su presencia y les difamaron sistemáticamente. El Intendente de la capital Joaquín Fernández les impidió conmemorar el 1° de mayo en 1898, y encarceló numerosas veces a los editores de las publicaciones La Tromba (marzo 1898) y El Rebelde (1898-1899). La policía intentó infiltrarlos para desbaratarlos. Se les acusó sin pruebas de colocar una bomba en La Moneda. En fin, se les demonizó apenas comenzaron a visibilizarse12.
Durante este periodo no existió la necesidad de coordinar los grupos en federaciones, cuestión que sí ocurrió en décadas posteriores, sobre todo a partir de los años treinta. No obstante o quizás por lo mismo, las ideas se difundieron y cuajaron con bastante éxito y prolijidad en varias ciudades de la región. Cada esfuerzo era único y trascendental y no requería esperar a los demás para movilizarse. Al despreciar la organización tipo partidaria, es decir, jerarquizada, centralizada y homogénea, los libertarios pudieron dar dinamismo a sus iniciativas, logrando con ello un lugar importante en el universo reivindicativo y cultural de miles de trabajadores y trabajadoras.
Entre 1898 y 1907 hubo aproximadamente cuarenta grupos anarquis-
tas. La mayoría de ellos concentrados en Santiago y Valparaíso, aunque también hay registros de afines en Iquique, Estación Dolores, Huara, Oficina Negreiros, Concepción, Lota y Valdivia13. Paralelamente apareció una treintena de publicaciones afines14.
El anarquismo se introdujo en los movimientos sociales chilenos pro-
fundizando viejas demandas e incorporando nuevos tópicos y temáticas con el fin de acelerar el advenimiento de la sociedad nueva. La emancipación de la mujer15, el internacionalismo y el antimilitarismo, el naturismo, las campañas antialcohólicas, la difusión del esperanto, el teatro obrero, el anticlericalismo, la conmemoración del Primero de Mayo, el abstencionismo electoral16, la propagación de las sociedades de resistencia y otras banderas de lucha, serán socializadas desde el campo libertario al mundo popular criollo. Todas estas ideas y métodos no fueron privilegio exclusivo de los anarquistas, ciertamente, pero nadie como ellos se movilizó tanto por difundirlos y practicarlos.
Entre 1898 y 1902, época de la primera expansión, el actuar público de los primeros grupos anarquistas se enfocará en la creación de nuevos núcleos y espacios de propaganda, en la organización de sociedades de resistencia y la provocación de conflictos huelguísticos que beneficiasen a los trabajadores, también en la primera conmemoración del Primero de Mayo (1899)17, la lucha contra una guerra que se pretendía provocar con Argentina18, y en la resistencia al servicio militar obligatorio implantado en 190019. Todo ello atravesado por enfrentamientos con el Estado, el empresariado y los sectores obreros y artesanales organizados en las mutuales o vinculados a los diminutos grupos socialistas.
La primera concentración de grupos anarquistas se produjo en San-
tiago. Y desde allí surgieron iniciativas para difundir la praxis libertaria a otras ciudades en donde ya existían simpatizantes actuando de forma aislada. Fue el caso de Valparaíso, por ejemplo, en donde comenzó a arraigarse un importante núcleo entre 1902 y 1903. Desde la capital también partieron exitosas expediciones a Lota (1902) en el sur, y a Estación Dolores (1904-1905), Antofagasta (1906) e Iquique (1906-1907) en el norte.
En el campo sindical, como hemos dicho, los libertarios aportaron con la difusión y organización de las llamadas sociedades de resistencia. La primera apareció entre los tipógrafos en 1899, pero pronto zapateros, empleados de las maestranzas del ferrocarril, tranviarios, carpinteros, panaderos, tripulantes de embarcaciones y otros oficios, crearán estos sindicatos en sus gremios, muchas veces a costa de las viejas mutuales. La mayoría de las sociedades de resistencia duraban pocos años pues el interés por ellas se mermaba con la ausencia de conflictos huelguísticos. No obstante se desarrollaron con dispar éxito, especialmente en Santiago, Valparaíso, Chillán y Lota. El intento más acabado para reunir a las diversas organizaciones en resistencia fue la constitución en 1906 de la Federación de Trabajadores de Chile (FTCH), que aunque finalmente no sobreviviría por más de dos años, fue una de las primeras centrales importantes, numerosa y conflictivamente hablando, que tuvo la clase obrera organizada de la zona central del país.
Además de apoyar los conflictos laborales parciales, como las huelgas
de tipógrafos en febrero de 1901 y junio de 1902, la de obreros de la maestranza del ferrocarril en Valparaíso en octubre de 1901, la de los tranvías de Santiago en abril de 190220, la de mineros en Lota en mayo de 1902, los anarquistas estuvieron en medio de las tristemente célebres paralizaciones generales y matanzas contra trabajadores que se ejecutaron en la primera década del siglo XX: en Valparaíso, abril y mayo de 190321; Santiago, octubre de 1905; Antofagasta, febrero de 1906 y en la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique, en diciembre de 190722.
Si bien casi todos esos conflictos no nacieron desde el campo anar-
quista, sus propagandistas supieron posicionarse activamente allí llegando incluso a ocupar lugares de alta responsabilidad en las huelgas y asonadas urbanas. Gracias a ello y no obstante haber surgido como un pequeño espectro de grupos e individualidades, en pocos años lograron hacerse de un lugar significativo en el mundo de los trabajadores organizados del país, especialmente en Santiago y Valparaíso23.
En el terreno cultural innovaron con la producción y expansión de la prensa libertaria, la creación de ateneos, grupos de teatro de aficionados, bibliotecas y centros de estudios sociales. Como el Estado escasamente se ocupaba del desarrollo cultural de las clases populares, el anarquismo y otros idearios políticos radicales cumplieron un rol trascendental entre algunas minorías organizadas en cuanto a la colectivización de saberes ilustrados. Una de las instancias que canalizó esa voluntad fue el Ateneo Obrero de Santiago, un espacio animado por libertarios y artistas entre 1899 y 1901 y que, aunque fugaz, se transformó en un importante y novedoso centro cultural de la capital. Los impulsores del anarquismo encontraron bastante apoyo entre algunos hijos de las viejas clases acomodadas y de los emergentes grupos mesocráticos. Ello fue facilitado por la influencia de escritores libertarios (o vinculados al socialismo revolucionario) sobre esta juventud inquieta intelectualmente24. Así nacieron colonias comunistas cerca del cerro San Cristóbal (1903-1904) y en San Bernardo (1905), en donde “hicieron vida común” al amparo de las ideas del escritor ruso León Tolstoy25.
El primer impulso del anarquismo en la región chilena, iniciado en 1898, fue interrumpido, como ocurrió a la mayoría de las organizaciones laborales de avanzada, con la Matanza de Iquique en diciembre de 1907. Aunque hay que anotar que la decadencia momentánea, para el caso particular del campo libertario, se arrastraba ya desde 1905, con la muerte de algunos de sus más destacados difusores (Magno Espinosa, Esteban Caviedes, Agustín Saavedra, Juan Valdés), la partida de algunos conspicuos propagandistas (Luís Olea, Inocencio Lombardozzi26) y la “fuga” de varios activos anarquistas al Partido Democrático y al espiritismo (Luís Ponce, Alejandro Escobar y Carvallo, Víctor Soto Román, Policarpo Solís)27. Fue un duro golpe, ciertamente, pero ya entonces existía una nueva generación abriéndose paso y reemplazando a los recién mencionados y de hecho, a pesar de que la acción sindical disminuyó un tiempo, la difusión ideológica se extendió.
La oligarquía criolla, al igual que sus pares latinoamericanos, vivía su
propia Belle époque. En 1910 fastuosos banquetes celebraron el “Centenario” de la independencia de Chile. Se brindaba por el progreso y la modernidad. Pero abajo la realidad era muy distinta. Allí se incubaba el descontento, un rumor de ríos subterráneos, unos sentires desatándose “cuyos gérmenes –cual expresión de Émile Zola– no tardarían en hacer estallar la tierra”.
III.- Resurgir y búsquedas (1908-1916).
“Basta ya de resignación, basta. No esperes trabajador, con la boca abierta que te caiga del cielo el maná de tu libertad económica, como no esperas que nadie mientras no trabajes, te venga a dar un pan. Lee tu mismo, trabajador, estudia tu mismo, llégate a los otros trabajadores de tu mismo gremio y discute con ellos la conveniencia de la asociación, para contener la explotación del Capital, y para suprimirla más tarde”.
Gremio de Zapateros y Aparadoras en Resistencia de Chillán, 1909.
La declinación momentánea de la agitación sindical tras la Matanza
de la escuela Santa María no significó el estancamiento total de la actividad libertaria28. La nueva década nos muestra la expansión de las ideas, por medio de grupos, espacios y publicaciones, a lo largo y ancho de toda la región chilena. En el comienzo (1908-1912) de forma un tanto tímida, pero ya de manera más notoria en los años subsiguientes, allanándose el camino para el espectacular auge que vendrá a partir de 1917.
Entre 1908 y 1916, y sin contar el mundo sindical, hemos registrado medio centenar de grupos libertarios y nuevamente la mayoría se ubica en Santiago y Valparaíso, cuyos núcleos estaban estrechamente ligados. Pero además se movilizan varios en Iquique, Antofagasta, Talca y Punta Arenas29. De forma paralela circularon aproximadamente veinte nuevas publicaciones libertarias30. Desde luego, varios de esos espacios fueron impulsados por las mismas personas en momentos distintos. A estas alturas los anarquistas ya estaban claramente diferenciados de las demás corrientes socialistas revolucionarias. Algunos círculos y periódicos se proyectaban por varios años. Surgen también formas orgánicas, como los comités pro-presos y las ligas de arrendatarios, que nos hablan de los nuevos contextos represivos que deben afrontar y de la apertura hacia otras áreas de enfrentamiento social.
Este período está signado por numerosos puntos de tensión entre el
anarquismo y la sociedad chilena. Y de hecho, varios de ellos desembocaron en encarcelamientos y bullados casos de persecución policial. A continuación haremos un viaje expreso por algunas de estas reñidas jornadas que nos hablan además de la diversidad de intereses y escenarios que los antiautoritarios visitaron y protagonizaron por aquellos días.
El 21 de diciembre de 1911 estallaron bombas en el Convento de los Padres Carmelitas Descalzos de Santiago31. Por sospechas se persiguió al periódico La Protesta y a la Sociedad de Resistencia Oficios Varios, instancias relacionadas con un buen número de anarquistas de la capital. Se abrió un proceso judicial contra diecisiete personas por asociación ilícita32. A Víctor Garrido y Teodoro Brown, además, se les condenaba por la colocación de bombas en el convento. Si bien en Tribunales ninguno aceptó la culpabilidad sobre el hecho en particular, algunos aceptaron la violencia como herramienta política legítima, mientras que otros se retractaron de sus ideas. No hubo ninguna reivindicación pública del atentado, y aunque siempre cabe la sospecha de un ardid de la policía, la fecha coincide con el aniversario de la matanza de 1907. Bien pudo ser entonces un gesto vindicador. Tras algunas semanas todos fueron absueltos33.
El Primero de Mayo de 1912 pancartas anarquistas indignaron a la prensa de la capital. Y es que para ellos las insolentes frases “Sin Dios Ni Amo”, “El Ejército es la Escuela del Crimen”, “La Patria mata a tus hijos” habían paseado impunes por las calles santiaguinas34.
La irritación contra el movimiento libertario, sin embargo, llegó a su cenit dos meses después con el doble homicidio que cometió el anarquista Efraín Plaza Olmedo en pleno centro de la capital, el 13 de julio. Hastiado por la indiferencia de las clases gobernantes frente a la suerte de los trabajadores y especialmente indignado por su nula preocupación respecto a las numerosas víctimas fatales de un accidente en el mineral El Teniente (cerca de Rancagua) ocurrida recientemente, Plaza Olmedo decidió disparar. Tras ser apresado indicó que se lamentaba en caso de que sus víctimas no fuesen oligarcas, pero si lo eran, no se arrepentía de lo hecho35.
Tres años después el español Antonio Ramón Ramón intentó asesi-
nar en la vía pública al general Roberto Silva Renard, responsable de la masacre de 1907. El hombre había obrado en venganza de su hermano Manuel, muerto en aquella jornada. Muchos vieron en él al vindicador de la clase obrera. Sin duda el fallido intento de Ramón Ramón despertó mayores simpatías que la acción llevada a cabo por Plaza Olmedo. No obstante, los libertarios de la capital que se habían dividido en torno a la discusión sobre la legitimidad política del acto homicida de 1912, actuaron conjuntamente en defensa de Antonio y Efraín. Les acompañaron durante toda su estadía en la cárcel, pagando abogados, resguardando su salud, recordando periódicamente su situación al mundo obrero organizado, y realizando numerosas veladas y actos de solidaridad36. Ramón Ramón permaneció preso un par de años. Plaza Olmedo en tanto debió esperar hasta 1925, cuando una campaña de agitación popular consiguió su libertad37.
El 8 de noviembre de 1913 cinco agentes de la policía al mando del capitán Amable Quiroga allanaron la Peluquería del Pueblo y una casa aledaña, lugar de trabajo y habitación de un conocido grupo de anarquistas de la capital. Se hallaron elementos para la fabricación de explosivos, cuestión que inmediatamente y sin investigación fue vinculada por la prensa y las autoridades con una serie de atentados que habían sido ejecutados en los meses anteriores. Tras el operativo detuvieron y vejaron a Teófilo Dúctil, Teodoro Brown, Víctor Garrido, Volter Argandoña y Hortensia Quinio. Todos fueron sometidos a tortura. Según el testimonio aparecido en el periódico La Batalla los hechos ocurrieron más o menos así:
“Fueron llevados a una quinta que el comisario Castro tiene en la calle San Francisco. Los entraron al interior. Los coches se fueron y luego llegaron 15 pesquisas, de los más reconocidos como criminales. De uno por uno la emprendieron a golpes a los compañeros diciéndoles que declararan que ellos habían colocado bombas por todas partes, y viendo que no conseguían esto les ataron los brazos y una pierna con lazos de cuero, de manera que quedaban en un pié y la emprendieron nuevamente a golpes con los compañeros, pegándoles puñetazos en la cara y en el estómago. En la posición que estaban, los compañeros no pudieron resistir por más tiempo y cayeron pesadamente a tierra. Los levantaron a puntapiés y les desataron el pié dejándolos atados con los brazos por detrás. Los colgaron de una higuera y los tuvieron así por media hora, durante la cual los balanceaban a golpes de puño y diciéndoles que declararan que los “gringos” habían puesto bombas, que los gringos les habían mandado guardar explosivos, en fin, que culparan a los extranjeros de todo, cosa que no consiguieron. A las 5 de la mañana los trasladaron a la pesquisa, procediendo a nuevas torturas. Resultado de todo los camaradas quedaron con los pulmones hinchados y arrojando sangre por la boca. A la compañera Quinio, viendo en el estado de preñez en que se encuentra, la golpearon en el vientre”
Dúctil, Brown y Garrido permanecieron presos durante 49 días. Argandoña y Quinio, en tanto, fueron formalizados como dueños del material explosivo. A Volter se le responsabilizó además del atentado dinamitero en la Casa de María (perpetrado en octubre de 1913). Por lo mismo fue sentenciado a padecer la pena de tres años y un día. Hortensia fue condenada a 541 días. La compañera, con 8 meses de embarazo, perdió su bebé debido a los golpes a que fue sometida38.
El asunto de los anarquistas como responsables de los atentados en Santiago será un tema recurrente para la prensa de masas durante esa década. Pues aún cuando la Justicia acababa liberando a los presos sospechosos de tales actos, nuevos hechos efectivamente perpetrados por libertarios o bien orquestados por la policía para encerrarles (nos caben las dudas) movilizaron periódicas campañas de difamación contra el movimiento libertario en su totalidad.
Los anarquistas van preocupando a las autoridades y a la prensa del país de una forma desconocida anteriormente. Si bien desde hacía tiempo hubo gentes y medios periodísticos preocupados por atacarles, casi todos reproducían prejuicios importados desde Europa, donde los atentados relacionados con los ácratas se sucedían periódicamente. Sin embargo, a partir de diciembre de 1911 y julio de 1912 (con un proceso judicial abierto tras un atentado dinamitero y el doble homicidio ejecutado por un libertario) la figura del anarquista como sinónimo de terrorista se hizo carne en el propio Santiago. La prensa trató ampliamente el tema demonizando a todos los libertarios. Y en el Congreso Nacional se empezó a discutir seriamente la Ley de Residencia, una medida que ya había sido implementada en Argentina en 1902 para expulsar del país a todo extranjero de ideas subversivas. Se presumía tanto aquí como allí, que los conatos subversivos y las huelgas eran provocados por agitadores extranjeros. No se entendían tales manifestaciones en un país tan pujante, se decía. Y es que tanto la prensa de masas, como los gobernantes y la oligarquía, no prestaban demasiada importancia al mundo de los trabajadores y a las condiciones en que sobrevivían las clases populares. Bien pocos se daban cuenta entonces de la llamada “Cuestión social”, aun cuando sus efectos eran bien notorios. Chile, por ejemplo, era el país con la tasa de mortalidad infantil más alta del continente. La élite y sus medios afines realizaron arduas campañas contra el anarquismo y los llamados agitadores extranjeros, y los hechos arriba mencionados fueron porfiadamente utilizados con tales fines.
La amplia cruzada contra los anarquistas no detuvo la labor de éstos,
quienes además de atender a los presos continuaron organizando sociedades de resistencia y realizando diversas actividades políticas, culturales y solidarias.
El 27 de octubre, también de 1912, organizaron un mitin de protesta por los asesinatos de indígenas en Forrahue, al sur del país. El violento despojo de tierras mapuche por parte de terratenientes amparados por el gobierno despertó la indignación de los sectores de avanzada del país. No está de más recordar que aún no existían instituciones en defensa de las otras naciones subyugadas por el Estado chileno39.
Dos meses después, el 22 de diciembre, se conmemoró públicamente la Matanza de Iquique en Santiago. Cuatro mil personas se reunieron en la intersección de las calles Matta y Arturo Prat. Debido a los discursos “incendiarios” y las provocaciones de los allí reunidos, la policía detuvo a los anarquistas Volter Argandoña, Manuel Briones, Juan Aguilera y Moisés Pascual Prat, los dos últimos españoles. Volter, al igual que en un mitin por Plaza Olmedo realizado algunos meses atrás, portaba un arma y por ello se le procesó nuevamente40.
Pero no solo se ocupaban de asuntos locales. La vocación internacio-
nalista les invitaba a movilizarse en solidaridad con sus afines de todo el planeta. En los primeros meses de 1913, sin ir más lejos, los ojos estaban puestos en la liberación de los anarquistas que estaban encarcelados por el Estado norteamericano en el contexto de la Revolución mexicana. El domingo 16 de febrero realizaron mítines simultáneos en varias ciudades del país. El comicio de Valparaíso, iniciado a las cuatro de la tarde en la Plaza O’Higgins y al que asistieron unas dos mil personas, recibió la inusual visita del mismísimo presidente de la República que casualmente pasaba por allí. La presencia de Ramón Barros Luco, en todo caso, “fue mirada por los manifestantes con la mayor indiferencia”41.
En marzo de 1913 y en junio de 1915 recorrió el país la feminista y conferencista española Belén de Sárraga. Sus discursos contra la Iglesia unieron momentáneamente al campo antiautoritario con algunos grupos del Partido Radical y el joven Partido Obrero Socialista. En Valparaíso y por algún tiempo todos ellos convergieron en la Liga de Librepensadores.
Su presidente fue el célebre libertario Juan Onofre Chamorro42.
Tal como había ocurrido en Santiago el año anterior, en 1913 las ma-
nifestaciones del Primero de Mayo en el puerto principal no estuvieron exentas de incidentes. El obrero José García de la Huerta fue detenido y flagelado por repartir proclamas llamando al paro en recuerdo de los Mártires de Chicago. Una vez liberado, denunció su caso en pleno mitin. Por verter juicios contrarios a la policía, él y Chamorro fueron detenidos. Una gran multitud les acompañó al cuartel y por la misma presión popular se les liberó43. Un año más tarde cuatro anarquistas cayeron en Antofagasta en circunstancias similares44.
El hostigamiento a los libertarios era constante. En Santiago se hizo
célebre ejecutando tales maniobras el capitán de la policía Eugenio Castro. Secuestro de periódicos, prisiones arbitrarias, amenazas, montajes. A todo echaban mano algunos funcionarios del orden para amedrentar a los ácratas. El 26 de mayo de 1913, por ejemplo, fueron detenidos dos de ellos mientras conversaban tras un comicio. “En la primera Comisaria se les amenazó de muerte si seguían propagando sus ideas, alegando (la policía) tener órdenes superiores”45.
El 12 de octubre apresaron a José Clota por vender La Batalla en la Plaza de Armas de la capital. Cuando la noticia llegó al centro de estudios sociales Francisco Ferrer los allí reunidos acordaron ir a ofrecer juntos la subversiva publicación con el objeto de que les llevaran a todos presos. Esa sería su protesta. Algunos más ansiosos que otros aparecieron primero. La policía les intentó detener y se produjo un forcejeo y una trifulca de proporciones. Un guardián fue herido en la cabeza con una piedra y su cuerpo cayó al suelo. Se pensó que estaba muerto. Finalmente y con refuerzos apresaron a Volter Argandoña, Francisco Noguero, Luís Pardo y tres mujeres cuyos nombres no fueron registrados. Todos salieron en libertad al otro día, salvo Noguero y Jiménez, acusados de agredir al policía46. Otro anarquista caería en enero de 1915 por vender el mismo periódico47.
Octubre de 1913 fue especialmente agitado para los ácratas y las au-
toridades del país. Y esto se debió principalmente al inicio y desarrollo de la primera huelga general contra el retrato forzoso que el Gobierno quería implantar entre los trabajadores del ferrocarril. El conflicto surgió en Valparaíso el día 16 y luego varios gremios se sumaron solidariamente e iniciaron sus propios movimientos reivindicativos. Se paralizó el puerto y en Santiago los anarquistas secundaron las iniciativas de sus pares en la costa, activos animadores de aquel conflicto antiestatal y antiempresarial48. Tras unas semanas la huelga fue concluida en beneficio de casi todos los sindicatos involucrados. La medida del gobierno, además, fue suspendida temporalmente. Estos promisorios resultados fueron un verdadero incentivo para la corriente ácrata de la región chilena.
1913. Obreros exigen jornada de 8 horas.
1924, Huelga IWW en Santiago
Desde luego, la represión policial había cobrado sus víctimas. Por soli-
darizar con los huelguistas, en la capital se apresó a Julio Valiente, Volter Argandoña y Ramón Contreras49, y en Valparaíso se secuestró, flageló y obligó a salir del país al peruano Eulogio Otazú. Éste último había llegado en una delegación de trabajadores mutualistas que venía a estrechar lazos con sus pares chilenos. Una vez en Santiago, Otazú se separó de la comisión oficial para reunirse con los libertarios, puesto que él era en verdad delegado de la anarcosindicalista Federación Obrera Regional Peruana. En esas semanas dio numerosas conferencias enfocadas en la solidaridad internacional y se unió a sus pares chilenos en la huelga general50. Y por todo lo anterior, se entiende, había sido perseguido.
Entre 1913 y 1914 hubo un auge en el campo de las sociedades de resistencia de Valparaíso y Santiago. La reorganización de varios gremios, las victorias conseguidas en conflictos parciales y en la gran huelga contra el retrato forzoso, posibilitaron la configuración de coordinadoras obreras levantadas por los libertarios. Así nació y se desarrolló la Federación Obrera Regional Chilena en Valparaíso (1913-1917) y la Confederación General del Trabajo en Santiago (1914), que momentáneamente estuvieron entre los más dinámicos nodos impulsores de conflictos sindicales del país.
Si bien el auge sindicalista libertario no pudo mantenerse por mucho tiempo debido a que las sociedades de resistencia que participaban en sus centrales eran aún demasiado fugaces, lo que se tradujo en el desgaste de la FORCH, por ejemplo, a partir de 1917 el escenario se transformará y dará a luz a un movimiento sindical mucho más sólido, conflictivo y eficientemente relacionado.
En 1914 los anarquistas trascendieron los sindicatos e impulsaron las campañas reivindicativas de los inquilinos urbanos, es decir, de quienes vivían en conventillos y cités. Organizaron una Liga de Arrendatarios que llegó a movilizar a diez mil hombres y mujeres en la capital. Exigían abaratar los arriendos e higienizar las habitaciones51. En ese contexto, el 18 de octubre apresaron en Santiago a ocho dirigentes populares en un mitin52.
Cuando se iba el año participaron también en las campañas contra el alza de pasajes de tranvías en Valparaíso y Viña del Mar. Maniobras que acabaron en verdaderas jornadas de furia popular y en la destrucción masiva de transportes colectivos durante el 1° de diciembre.
En 1915 y 1916 los anarquistas se hallaban consolidando y levantan-
do grupos e iniciativas por todo el territorio. Sin ir más lejos, además de los núcleos relacionados con los periódicos El Productor y La Batalla y el Centro Francisco Ferrer de la capital, o la Agrupación-pro Batalla de Valparaíso, en Antofagasta eran bien activos el periódico Luz y Vida y el Centro Fuerza Consciente, en Iquique comenzará a operar el Centro La Brecha y otros impulsos un tanto más fugaces habrá en Chuquicamata, Viña del Mar, Talca y Punta Arenas.
Los intereses de sus círculos eran bien diversos. Pequeños nodos se
concentraban en el esperantismo, otros en el teatro, las escuelas racionalistas o en las luchas anti-carcelarias, unos se abocaban a la difusión del vegetarianismo o la procreación consciente, y no faltaban los que buscaban encarnarlo todo en sí mismos. Con todo, siempre existieron coordinaciones y puntos de encuentro. La defensa de los presos, por ejemplo, los que habían caído a partir de 1912 y los nuevos (como Ramón Contreras, procesado en 1915 por sedición dentro del Ejército53), unificaban momentánea e informalmente al movimiento libertario. Campo que por lo demás, y salvo las discusiones sobre la violencia y algunas rencillas personales, parecía no estar muy dividido políticamente, como si ocurrirá en las décadas siguientes.
Durante la segunda década del siglo XX el heterogéneo movimiento
anarquista chileno, aún con sus limitaciones y precariedades organizativas, y aún con las constantes olas represivas en su contra, irá en ascenso. Se pone al frente de numerosos conflictos sociales, muchos de los cuales acaban en sonoras victorias. Nuevas generaciones se suman a sus filas. Su diverso accionar se expande por todo el territorio. La prensa de masas y varios congresales les identificarán como rostro y sinónimo de la subversión y del llamado peligro rojo. Y sin embargo, aún quedaban muchas jornadas por delante.
IV.- Del esplendor a las disputas internas
(1917-1924).
“¿Qué fuimos? Un heterogéneo conglomerado de hombres de todas las edades, venidos de todas partes, y a los que impulsaban todos los sueños”.
Santiago Labarca, La generación del año 1920, 1945.
Entre 1917 y 1921 numerosos conflictos políticos y sociales sacudieron
al país. La crisis salitrera, el encarecimiento acelerado de la vida y la consolidación del sindicalismo, así como el ejemplo de la Revolución Rusa, repercutieron en el surgimiento de un inusitado ciclo de enfrentamientos que tensaron las relaciones de grandes porciones populares con el empresariado y el Estado nacional. Intolerancia mutua y negociación forzada o voluntaria caracterizaron el encuentro de los diversos actores del que fuera uno de los períodos más álgidos de la cronología chilena. Varios anarquistas fueron cabezas de tormenta al apoyar, animar o conducir aquellas pugnas. De hecho, este período se presenta como el tiempo en que más impactaron en la sociedad chilena.
A continuación exploraremos algunos de los hitos que originaron el contexto de conflictividad criolla de aquellos días, y en medio de ellos intentaremos ubicar y analizar el desarrollo específico del anarq uismo y el anarcosindicalismo local.
La industria del salitre, principal fuente de ingresos del erario nacional y uno de los centros económicos que más mano de obra ocupaba, sufría periódicos ciclos de crisis que arrojaban a la calle a numerosas familias populares. Sin embargo, pronto se superaban y llegaban nuevos y “mejores” días. Esta situación cambió con el descubrimiento del abono sintético durante la Primera Guerra Mundial. Cientos de oficinas salitreras cerraron en el norte y miles de obreros y sus familias debieron marchar a las grandes urbes de la costa y el centro del país. Pero las ciudades no podían absorber las violentas oleadas de migrantes, condenándoles a la cesantía y a la insalubre vida en conventillos e improvisados albergues. El malestar cundía en esos parajes54.
Otro factor de convulsiones sociales fue el aumento explosivo del costo de los bienes de primera necesidad. La vida se encareció a niveles desconocidos. La Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (AOAN) canalizó las campañas para revertir lo anterior. Por su trascendencia y masividad, nos detendremos un instante en ella. La AOAN fue una entidad heterogénea, surgida en noviembre de 1918 para detener la exportación de cereales, exigir la abolición del impuesto a la carne argentina, la reducción del costo de los bienes prioritarios, la creación de ferias libres y un Consejo de Subsistencia Nacional para controlar los precios. Además de generar un importante cause de presión para el Gobierno, la Asamblea dio voz a un amplio espectro de los grupos subalternos55. El 27 de enero de 1919, por ejemplo, una concentración en Valparaíso fue coronada con la presencia de cincuenta mil personas. Las autoridades reaccionaron declarando el Estado de Sitio el día 3 de febrero. Pero la represión no detuvo la ola de protestas y el 29 de agosto de ese mismo año cien mil personas se reunieron en la capital. Las divisiones internas y sobre todo el desgaste propio del movimiento, desactivaron la organización en los meses siguientes, hasta que se disolvió en febrero de 1920. Las momentáneas ferias libres y la también transitoria derogación del impuesto a la carne argentina, fueron sus logros inmediatos. Los anarquistas que habían participado activamente en la organización y en sus manifestaciones callejeras, se retiraron cuando asumieron que la solución no pasaba por hacer peticiones al Presidente, como hasta entonces lo hacían en sintonía con las demás organizaciones socialistas y reformistas56.
La élite nacional (es cuestión de ver sus revistas afines, como ZigZag, Sucesos y los diarios El Mercurio, La Unión, El Diario Ilustrado) estaba realmente preocupada por el acenso del movimiento social. Más por cuanto se presumía que muchas de las manifestaciones, y no solo las de la AOAN, eran obra de agitadores extranjeros. Idea nutrida por dos situaciones especiales de aquel tiempo; la reactivación de la tensión fronteriza con Perú y el estallido de la Revolución Rusa. A ellas viajaremos brevemente.
En noviembre de 1918 se generó una ola xenofóbica en todo el país
a propósito de los límites aún pendientes entre Chile y Perú por las provincias de Tacna y Arica. Los anarquistas de ambos lados de la frontera se agitaron en la propaganda antimilitarista, reclamando la fraternidad universal y denunciando el militarismo, el nacionalismo y la guerra. En Santiago y Valparaíso organizaron un Comité Pro Paz entre las sociedades de resistencia, los grupos libertarios y el Partido Obrero Socialista. El conocido activista Julio Rebosio fue designado secretario. En la noche del 10 de diciembre lo apresaron mientras desempeñaba sus funciones en la capital y se le retuvo hasta enero de 1920. Se le acusó de sedición, deserción, subversión, y por supuesto, de “espía peruano”. En la provincia de Tarapacá las llamadas ligas patrióticas agredieron a la población peruana de la zona. Socialistas y anarquistas se unieron para denunciar los crímenes perpetrados. A los primeros les empastelaron la imprenta y a los segundos les persiguieron su prensa57. Meses después se encarceló en Iquique a los libertarios Enrique Arenas, Ramón Rusignol, Enrique Ordenes y Manuel Veliz por repartir en Caleta Buena un manifiesto contra la guerra58. Tras algún tiempo la ola nacionalista cesó parcialmente.
El estallido de la Revolución Rusa en 1917 fue todo un espaldarazo
para los grupos subversivos del mundo. Muchos chilenos se entusiasmaron con ella, especialmente los vinculados al Partido Obrero Socialista, institución que desde 1922 se denominó Partido Comunista. Por algún tiempo los anarquistas también se alegraron de la nueva gesta, pero cuando se supo de la persecución de sus afines en manos de los bolcheviques, articularon campañas de solidaridad y jornadas para denunciar el vociferado autoritarismo rojo. En mayo de 1922, por ejemplo, realizaron colectas en Valparaíso para enviar dinero a los anarquistas presos en la República Soviética59. La visita a los IWW del puerto en 1926, de Alex Ulanovsky y T. Atchkanov, delegados de la Unión Sindical del Transporte Marítimo de Rusia, única entidad revolucionaria –según ellos– ajena al control del Partido Comunista en ese Estado, confirmaron los viejos rumores60.
Pero la prensa de masas no hacía distingos entre anarquistas y comunistas. Se les llamaba maximalistas y se asumía que todos querían imponer el modelo de sociedad bolchevique. En Chile, como en otros países, los medios conservadores difundían la idea de que en Rusia se estaban cometiendo los peores crímenes contra la humanidad. Y sirviéndose de tales argumentos se difamaba a la totalidad de los movimientos sociales criollos61. Con esa idea en mente y con el viejo cencerro de los agitadores extranjeros (europeos o peruanos), se dictó en diciembre de 1918 la Ley de Residencia, que facultaba al ejecutivo para expulsar a todo extranjero considerado “indeseable”. Gracias a ella y otros mecanismos similares se arrojó del país al librero Manuel Peña (español), los socialistas Casimiro Barrios (español), Lorenzo Loggia Fratti (italiano) y Mariano Rivas (argentino), a los ácratas Luís Quadri (italiano), Ramón Rusignol (catalán), Nicolás Gutarra (peruano), Julius Muhlberg (estonio) y Tom Barker, otrora secretario general de la IWW australiana (inglés)62, así como a dos rusos maximalistas63. Más tarde expulsarían al guatemalteco Alberto Solorzano (1932), a Silverio Pagano (1936)64 y al estucador español Orlando González Préndez (1938)65.
El descontento cundía de norte a sur por toda la región chilena. En di-
ciembre de 1918 y cuando era secretario general de la Federación Obrera de Magallanes (FOM) el anarquista Jorge Ojeda, esa entidad fue duramente reprimida. En el transcurso de una huelga un obrero es asesinado por la policía mientras que el Gobierno expulsó a la ciudad argentina de Rio Gallegos al ácrata Eduardo Puente. Los trabajadores vencen finalmente reconquistando la jornada de ocho horas. Pero la Patagonia estaba caliente. A partir del día 23 de enero un grupo de trabajadores, y tras un breve enfrentamiento con empresarios y policías del lugar, tomó bajo su control algunas estancias paralizadas en las cercanías de Puerto Natales. Durante un tiempo los frigoríficos de aquella zona dedicada a la ganadería ovina fueron administrados por la FOM. Tras la llegada de refuerzos militares, los animadores de la “Comuna de Natales” se entregaron sin resistencia. Algunos policías fueron heridos, y varios trabajadores asesinados. Tras ello hubo un largo proceso judicial en donde solo se encarceló a miembros de la Federación. En julio de 1920 la organización sindical nuevamente sería presa de la furia conservadora. La Liga Patriótica, en concomitancia con el ejército de Punta Arenas, quemará su local y asesinará a un grupo obreros66.
Finalmente, por esos años también se produjo una sustancial consolidación y radicalización del movimiento sindical criollo. El viraje al socialismo de la Federación Obrera de Chile (FOCH), el resurgir y nacimiento de nuevas y sólidas entidades revolucionarias entre los trabajadores de todo el país dan testimonio de este fenómeno67. Los anarcosindicalistas en particular ayudarán a encauzar en el camino de la acción directa a los zapateros y aparadoras, a los obreros de imprenta y de la construcción, a los portuarios, carpinteros, panaderos y metalúrgicos, y a miembros de otros oficios menos numerosos. Si bien ocurren algunas derrotas sindicales, como la fracasada segunda paralización general contra el retrato forzoso en julio de 1917, los gremios libertarios consiguen importantes conquistas. Los estucadores logran la jornada de ocho horas de trabajo, siendo los primeros en hacerlo por medio de la huelga, y los obreros de imprenta consiguen su primer tarifado o contrato colectivo con los industriales del ramo. Sintomático de esa primavera subversiva fue la fundación en diciembre de 1919 de la sección chilena de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW por sus siglas en inglés), una central obrera nacional libertaria mucho más solida y efectiva que las anteriores, y uno de los más dinámicos actores sindicales de la década del veinte. Ofensiva libertaria y represión estatal
El auge de la conflictividad social iniciado con fuerza en 1917 se pro-
longó en constante ascenso hasta mediados de 1920. Debido a su diverso accionar, en todo ese periodo los libertarios fueron objeto de represión y difamación desde la prensa de masas y los aparatos represivos del Estado. Por paralizaciones obreras, desfiles callejeros, campañas en contra de la guerra y el nacionalismo anti-peruano, por atentados explosivos y por imprimir textos antimilitaristas o proclamas consideradas subversivas, varios de ellos fueron encarcelados entre 1918 y 1920 en Iquique, Valparaíso y Santiago.
Dejando atrás los casos de 1918 ya mencionados, y los conflictos laborales específicos, haremos un breve recuento de ciertos episodios de persecución contra el anarquismo ocurridos entre 1919 y el primer semestre de 1920. Hechos dispersos y puede que hasta contradictorios entre sí, que allanaron el camino para el dramático golpe que dará el Estado al sindicalismo libertario en julio de ese último año.
1919 comenzó con las denuncias en el Congreso Nacional de las tor-
turas a las que estaba siendo sometido el propagandista Julio Rebosio que, como indicamos anteriormente, permanecía procesado por sedición y deserción.
En abril detuvieron a Manuel Ugarte por imprimir proclamas subver-
sivas. Estuvo más de un mes preso.
En agosto encarcelaron a los redactores de Verba Roja por publicar un
artículo antimilitarista. Este periódico, fundado por el malogrado Rebosio unos meses atrás, será el blanco predilecto de numerosas acusaciones policiales. Prácticamente se le responsabilizaba de todo lo que oliera a anarquismo.
Tras la explosión de un quiosco en Santiago durante una manifestación el día 29 de agosto (un lustrabotas muerto y varios heridos) se encarceló a los zapateros Manuel Antonio Silva y Armando Triviño, tesorero y administrador de Verba Roja, respectivamente.
El 4 de septiembre la policía detuvo a varios anarquistas de la Unión en Resistencia de Laboradores en Madera, procesándolos por subversivos, dado que habían incitado –según la autoridad– una huelga y un incendio en un local sindical68.
Una semana después, el día 11, y por denuncias sobre tenencia de material explosivo, se capturó al pintor (luego IWW) Roberto Salinas Astudillo y al joven inmigrante Carlos Kiebsch. Comprobada la inocencia todos fueron liberados69.
Cada uno de estos episodios desencadenó campañas de solidaridad por el país. Se armaban comités pro-presos, se realizaban colectas y veladas filodramáticas y se agitaba por todos los medios posibles para denunciar lo que ellos consideraban golpes autocráticos.
1920 se inició con dos conocidos anarquistas presos. El mencionado Julio Rebosio y el obrero gráfico Enrique Arenas. Éste ultimo por publicar un artículo que llamaba a destruir las máquinas en el contexto de una huelga en Iquique. Curiosamente el texto apareció en El Surco, periódico que ambos libertarios habían fundado en esa ciudad en julio de 1917.
El 20 de marzo encarcelaron nuevamente a Manuel Silva y Armando Triviño de Verba Roja, y otra vez por un escrito antimilitarista. El día antes había caído el estudiante Juan Gandulfo por atacar verbalmente al Presidente en un comicio público. Ante la nueva ola represiva la Federación de Estudiantes, la FOCH, la IWW y otros sindicatos de Santiago, Valparaíso y Viña del Mar, realizaron un paro el 21 en señal de protesta.
En esos meses se arrojó del país al peruano Nicolás Gutarra y al español Manuel Peña. Gutarra, destacado dirigente en las luchas por la jornada de ocho horas en el país del norte, se había vinculado a los IWW chilenos. Peña, en tanto, era un librero de Iquique estrechamente ligado a los anarquistas y socialistas de esa ciudad. Por protestar contra la expulsión del español diez obreros tipógrafos fueron detenidos el 17 de mayo. Cuatro de ellos, los conocidos anarquistas Enrique Arenas, Alejandro Zavala, Manuel Veliz, y Galvarino Gil, fueron encarcelados durante varias semanas70.
Nada de lo anterior pasaba desapercibido para las autoridades del país y la prensa de masas. Desde esta última eran constantes los llamados a detener la actividad subversiva y consolidar la paz social y la armonía entre capital y trabajo. Y es que el mundo sindical y el campo político socialista y libertario estaban realmente agitados. El anhelo de parar la amenaza maximalista y la ola de huelgas que se venían desarrollando en el país, deben servir de marcos referenciales para entender la arremetida estatal que se llevó a cabo a partir de julio de 1920 contra una de las organizaciones libertarias más activas del momento: la joven sección chilena de la IWW.
El 21 de julio la policía allanó las instalaciones de la IWW en Santiago y Valparaíso arrestando a más de doscientos trabajadores. En la sede del puerto la policía dijo encontrar cartuchos de dinamita y otras armas. La prensa reaccionó inmediatamente señalando a la opinión pública que la IWW era una organización terrorista financiada por el Perú. Acusación que no solo les llegó a ellos, pues el mismo 21 se había asaltado el local de la Federación de Estudiantes en la capital con razones similares71.
El Estado abrió un proceso judicial contra la IWW acusándola de organización ilícita de carácter terrorista. Centenares de sindicalistas –y no solo anarquistas– fueron llamados a prestar declaraciones, mientras que decenas de ellos terminaron encarcelados durante el medio año que duró la investigación72. Un momento dramático del proceso fue la muerte en prisión del joven poeta José Domingo Gómez Rojas, ocurrida el 29 de septiembre. Las publicaciones anarquistas Acción Directa, El Surco, Verba Roja, La Batalla, Mar y Tierra y otros medios socialistas y afines dejaron de circular por los allanamientos y prisiones que el proceso judicial estaba realizando. Varios libertarios se ocultaron y otros fueron deportados a Perú. En ese país y en Uruguay sus afines organizaron colectas y actos de apoyo con los perseguidos73.
Quienes no fueron atrapados articularon instancias de solidaridad y lograron realizar ciertos gestos de protesta, como la impresión clandestina del periódico Mar y Tierra, la recolección de fondos solidarios, y algunos mítines contra los encarcelamientos de obreros y estudiantes. El 14 de octubre hubo actos de protesta en varias ciudades del país74. El 17 de enero de 1921, en tanto, miles de obreros de Valparaíso se unieron a una huelga cuyo único objetivo era liberar a Juan Onofre Chamorro, secretario general de la IWW porteña. El presidente Arturo Alessandri, recién investido, envió a su ministro Pedro Aguirre Cerda y prometió su liberación.
Tal cual quedó al descubierto en 1921 y consignado incluso por la prensa que mas difamó a los IWW, todo el proceso judicial había sido originado por un montaje policial. La dinamita hallada en el local de Valparaíso la mandó a colocar el capitán Enrique Caballero.
¿Por qué se había procedido así contra la IWW? Suponemos que las explicaciones del caso tendrían que ver con la animadversión que la joven organización había provocado entre algunas autoridades policiales y administrativas, empresarios, congresales y prensa de masas. Todo parece indicar que el ardid se realizó para detener la combativa actividad de la sección porteña de la IWW que durante ese año había ya paralizado numerosas veces Valparaíso75. Y si bien parece que las responsabilidades recaen en un capitán de la policía en particular (jefe posteriormente de la patronal Asociación del Trabajo), muchos elementos conservadores enquistados en el Congreso y en la prensa de masas aprovecharon la situación para atacar al sindicalismo y el movimiento maximalista y anarquista. Haya sido o no esa la intención, el montaje efectivamente sirvió para desmontar y difamar a quienes fueron sus víctimas. Pues, y aunque suene medio anecdótico, no hubo indemnizaciones y la prensa de masas que tanto distorsionó a los IWW jamás se retractó de haber indicado que los libertarios eran pagados por el gobierno peruano, por ejemplo.
Ofensiva patronal, sindicalismo libertario y movimiento anarquista específico.
“Conviene que los obreros se habitúen a resolver por sí mismos todos los conflictos que les ocasionen las circunstancias. Mientras para andar y pensar empleen piernas y cabezas ajenas, no obtendrán garantías ni mejoras de ninguna especie. El problema de un individuo o de una corporación no puede solucionarse bien sino por el individuo o la corporación afectada. Es, pues, indispensable variar la táctica. Se debe abandonar definitivamente todo recurso oficial ya que esto, además de ser perjudicial para la dignidad obrera, no permite llegar sino a términos indefinidos que en el fondo son siempre ventajosos para la burguesía”.
José Santos González Vera, Claridad, Santiago, 1921.
De 1921 a 1923 una agresiva arremetida patronal mermó considerable-
mente a varios sindicatos revolucionarios. Este fenómeno fue coordinado en gran parte por las Asociaciones de Comerciantes. El método más utilizado por los empresarios para destruir la fuerza de los gremios combativos era el lock out. Se cerraban las obras dejando sin trabajo al personal y solo se reabrirían cuando los obreros volviesen a las faenas sin estar vinculados a sindicatos o dirigentes subversivos. Con esa técnica y con la ayuda de la represión estatal la patronal consiguió quebrar a varias sociedades de resistencia en Iquique, Valparaíso, Santiago, Lota y Coronel76. Desde luego, la tendencia anti-obrera también alcanzaba a los oficios controlados por comunistas, demócratas y sindicalistas puros. Y siempre urge recordar –en todo caso– que ciertos fenómenos de auge, crisis o decadencias, temporales y permanentes, no son uniformes para los diversos actores del movimiento obrero, incluso en un mismo año, oficio, o corriente política.
Pese a lo anterior, en los años veinte el anarcosindicalismo se con-
solidó en el país. Más de medio centenar de organizaciones laborales se estructuraron bajo sus modelos federativos y de acción directa. Sociedades de resistencia existían entre tipógrafos, estucadores, baldosistas, albañiles, carpinteros, estibadores, panaderos, choferes, zapateros, aparadoras, fundidores, hojalateros, pintores, carretoneros, ladrilleros, trasportistas, empajadores de damajuanas y areneros, obreros en mudanzas, y jaboneros. La Federación de Obreros de Imprenta de Chile, la Unión en Resistencia de Estucadores, la Federación de Obreros y Obreras en Calzado, la Unión Industrial del Cuero, la Unión Sindical de Panificadores, la Unión General de Obreros Metalúrgicos, los gremios portuarios y otras entidades libertarias movilizarán a miles de hombres y mujeres en sus conflictos huelguísticos. Desde allí, y gracias a la influencia alcanzada en la Asociación General de Profesores, en la Federación de Estudiantes de Chile, en la Federación Obrera de Magallanes y en otras uniones en resistencia a lo largo del país, el anarcosindicalismo supo posicionarse como uno de los principales polos dinámicos del movimiento social chileno. En esos años hubo presencia orgánica del sindicalismo libertario, prolongada o fugaz, en Iquique, Antofagasta, Valparaíso, Viña del Mar, San Antonio, Santiago, Rancagua, Talca, San Javier, Chillán, Concepción, Talcahuano, Temuco, Carahue, Valdivia, Corral, Punta Arenas y en otras pequeñas urbes.
A pesar de los momentos de reflujo y crisis parciales ocasionados por
la represión estatal, la ofensiva patronal y las querellas internas, el sindicalismo libertario fue un actor fundamental dentro del movimiento obrero y social. Si bien no todas las sociedades de resistencia eran controladas por libertarios y no todos sus afiliados compartían la ideología, en esta década se consolidan políticamente varios organismos gremiales en tanto declaran abiertamente su finalidad ideológica en función de construir otro tipo de sociedad. En esta década los esfuerzos por levantar una gran federación libertaria de trabajadores que reuniera a diversos oficios provenientes de distintas ciudades tuvieron resultados mucho más halagadores que otrora. Las organizaciones de resistencia eran más solidas y duraderas y las redes de coordinación funcionaban con bastante efectividad.
En los años veinte también hubo un auge del movimiento anarquista específico. Fuera de las organizaciones sindicales, los diez años reseñados (1917-1927) constituyen la década con mayor cantidad de expresiones culturales libertarias. Periódicos, editoriales, centros de estudios sociales y grupos de teatro aparecieron por todo el país. Hubo más de cien círculos anarquistas77 y cerca de cincuenta publicaciones impresas78. Estamos frente a un anarquismo y anarco-sindicalismo mucho más consolidado, descentralizado y complejo que el testimoniado en décadas anteriores. La densa diversidad se tradujo también en la mayor ocurrencia de conflictos internos, sobre todo en el terreno sindical, puesto que las divisiones por asuntos ideológicos (como la disputa entre individualistas y otras tendencias) no tuvieron tanta resonancia en esta región, aun cuando existieron. Prueba de lo anterior fue el inusitado auge de los centros de estudios sociales entre 1921 y 1923 y la creación de la Agrupación Anarquista de Santiago (1922-1923). Tal escenario posibilitó la gira de propaganda al país del conocido libertario trasandino Rodolfo González Pacheco en abril y mayo de 1923. El escritor y difusor dio concurridas charlas en Santiago, Valparaíso, Los Andes, Talca, Concepción y Valdivia79.
Este anarquismo cuenta con una capacidad de movilización y defensa mucho más efectiva que en periodos anteriores. Cuestión que se reflejó, por ejemplo, en las numerosas campañas solidarias, y en el apoyo a huelgas y manifestaciones políticas que constantemente estaban activando. Además de acompañar las iniciativas de los sindicatos libertarios, o del movimiento obrero en general80, los grupos anarquistas específicos se agitaban por Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, condenados a muerte en Estados Unidos (1921-1927); los libertarios presos en Rusia; y las víctimas de la dictadura de Primo de Rivera en España (1923)81.
Tanto el anarquismo como el sindicalismo libertario constituían un
sector bastante minoritario, pero su actividad en el terreno laboral y cultural llamó la atención de una franja no menor de chilenos y chilenas. Evidencia del impacto más allá del mundo obrero y artesanal, su cuna y principal trinchera, fue la irradiación de sus conceptos entre universitarios y maestros.
La anarquía entre estudiantes y profesores
“El actual movimiento universitario que altivamente proclama su más absoluta autonomía del Estado, significa para nosotros, anarquistas, la clara manifestación de esa tendencia que reside en todas las cosas y seres, de buscar la libertad, de afirmar su independencia dándole personalidad propia, y de negar aquel principio de autoridad que los rabinos y panegiristas del despotismo pretenden humanizar y hacer bueno”.
Agrupación Anarquista de Santiago, 1922.
En 1906 un grupo de alumnos de medicina fundó en Santiago la Federación de Estudiantes de Chile (FECH)82. Les motivaba el deseo de organizarse gremialmente y reformar la sociedad. Con los años se fue generando una informal comunión entre aquellos jóvenes y los trabajadores de ideas avanzadas. Encuentro inmortalizado simbólicamente en 1920 con la muerte en prisión del poeta José Domingo Gómez Rojas, estudiante y anarquista. Eran los días inaugurales de la alianza entre obreros y universitarios, de esa que tanto daría que hablar en la escena política del país.
El acercamiento de los estudiantes hacia el mundo popular se verificó de distintas maneras. En lo pedagógico a través de escuelas nocturnas y otras instancias afines como la Universidad Popular Lastarria, fundada en 191283. En lo jurídico, por medio de la defensa legal que los aprendices de abogados realizaban en favor de los dirigentes obreros que caían presos en huelgas y manifestaciones políticas84. Y en la salud hubo varios muchachos que se sumaron a las iniciativas médicas que surgían en los sindicatos, como el Policlínico que creó la IWW en 1923.
Aunque los jóvenes se acercaron a los trabajadores en general, pronto se hizo evidente la mayor proximidad con los grupos libertarios. Y de hecho, varios presidentes de la FECH fueron declarados anarquistas (Alfredo Demaría, Óscar Schnake, Eugenio González, Moisés Cáceres85). Pero esa unión debe relativizarse, pues se trataría más bien de una compenetración cultural del ideario en aquella generación, fundamental en todo caso, que de una identificación compacta y total. Los ácratas hegemonizaron en las revistas estudiantiles Claridad y Juventud, y momentáneamente en los cargos ejecutivos de la FECH, pero nunca fueron mayoría en su interior86.
La FECH estuvo íntimamente ligada con los sindicatos revoluciona-
rios. En 1920 su sede fue saqueada y destruida por compartir el ideario internacionalista de los IWW87. En el contexto del proceso judicial contra estos últimos, en el segundo semestre de ese año, también se les persiguió. Y una vez acabado el juicio en 1921 juntos siguieron movilizándose para conseguir la libertad de Isidro Vidal y Héctor Alarcón, acusados de asesinar al estudiante conservador Julio Covarrubias en el centro de Santiago, en medio de una manifestación nacionalista88.
Desde la FECH surgió igualmente el Comité Pro Libertades Públicas en 1920-1921 para defender a los obreros presos89. En 1924 y 1925 los estudiantes y las organizaciones libertarias actuaron juntas en una nueva versión del Comité, levantado esta vez para conjurar la amenaza de una Dictadura militar. Otras causas que les unieron fueron la libertad de Sacco y Vanzetti y la Reforma Universitaria90.
En los años treinta la presencia libertaria fue desplazada de la FECH. Por un tiempo grupos revolucionarios marxistas heterodoxos como “Avance” se impusieron en el ambiente político estudiantil izquierdista, pero finalmente el Partido Socialista y el Partido Comunista ganaron la arena de la juventud rebelde.
Así como a los estudiantes, la impronta ácrata también marcó a una
generación de maestros chilenos, sobre todo a través de la Asociación General de Profesores (AGP). La AGP fue una federación nacional que llegó a contar con unos diez mil afiliados y afiliadas. Desde su fundación en 1922 sostuvo una vida bien agitada en los aspectos culturales y sindicales, cuestión que le significó varios momentos de tensión con las autoridades y la constante difamación por parte de la prensa y los congresales más conservadores. Además de abogar por la reforma estructural del sistema de enseñanza (exigiendo la marginación del Estado en ello), bregar por la Escuela Nueva, defender a sus afiliados, crear escuelas nocturnas para obreros y luchar por la defensa de los niños, se unió varias veces a las organizaciones laborales para defender las libertades públicas amenazadas por las políticas represivas gubernamentales y para denunciar las diversas injusticias del capitalismo. Allí profesores y libertarios supieron encontrarse.
La AGP, desde luego, no era una organización anarcosindicalista. Más bien habría que indicar que al igual que la FECH fue muy influenciada por el ambiente cultural libertario existente entre los elementos avanzados de la época. Aunque quizás su amplia estructura orgánica federalista, su desconfianza frente a la función educacional del Estado, su internacionalismo y antimilitarismo, su oposición a la jerarquía como principio regidor de la organización de la enseñanza y su visceral combate a la presencia de partidos políticos en la Asociación, tengan innegable ligazón con el campo libertario91. Cabe indicar también que en su revista Nuevos Rumbos (19221926) aparecieron numerosos textos de reconocidos ácratas, además de los escritos bien libertarios de Daniel Baeza92. Por último, en la Asociación también había algunos profesores declaradamente anarquistas93.
Las organizaciones laborales libertarias observaron con simpatía los Nuevos Rumbos emprendidos por el magisterio primario94. La IWW y otras entidades sindicales afines participaron en varios comicios organizados por la AGP e incluso llevaron delegados a las Convenciones provinciales de esta organización de profesores95. La AGP, por su parte, también envió representantes a congresos de los anarcosindicalistas96.
Un hito importante en la unión de los profesores organizados con los gremios libertarios fue la Convención Provincial Extraordinaria de los Profesores y Asalariados del 23 de mayo de 1925 en Valparaíso97. Ésta había sido el fruto de un esfuerzo anterior de acercamiento que se había reflejado en mítines comunes (18 de mayo de 1925) y en la creación conjunta del Comité Pro Reconstrucción de la Educación Primaria. La principal fuerza obrera invitada por los profesores fue la anarco-sindicalista Unión Sindical de Organizaciones Autónomas de Valparaíso y Viña del Mar y otros gremios libertarios como la Unión Sindical de Panificadores de Valparaíso y Viña del Mar, la Liga de Arrendatarios en Resistencia y la Unión Local de la IWW98. Ante la negativa del gobierno a tratar los temas de la reforma de la enseñanza, los obreros y profesores reunidos en la Convención aprobaron la siguiente y polémica moción:
“Que habiendo agotado la Asociación todos los medios indirectos o legales derivados de su propia fuerza, no cabe ahora sino agotar los medios directos de las fuerzas asalariadas organizadas. En consecuencia, reclama la atención sobre la necesidad de cimentar la unión de los elementos asalariados tendiente a formar una fuerza capaz de vencer la resistencia del Estado”.
Se acordó trabajar en pro de una huelga general nacional dentro de los próximos treinta días para impulsar la reforma99. Como la concurrencia al encuentro era heterogénea y se necesitaba mantener una relación estrecha con los asalariados, la AGP acordó quedarse con las organizaciones afines, excluyendo aquellos que “sustenten o estén afiliados a colectividades políticas”. Tal medida selló la unión de los profesores con los libertarios, al tiempo en que les separó de los comunistas100.
1923. Manifestación en Santiago por Sacco y Vanzetti
1924. Valparaíso. Huelga IWW
El acuerdo sobre la futura huelga general y otras mociones aclamadas (Estudio del esperanto, inclusión de las familias al proceso de enseñanza, vinculación de los profesores a las organizaciones sociales, guerra al analfabetismo), más algunos hechos precedentes como la negativa de los profesores de hacer participar a los niños en actos patrióticos, crearon una terrible imagen sobre los profesores. De hecho, la prensa conservadora con El Diario Ilustrado a la cabeza, realizó una persistente campaña en su contra. Y tras la Convención de Mayo siete dirigentes de la AGP fueron exonerados.
Entre 1925 y 1927 libertarios y profesores se unieron en las campañas internacionales por la libertad de los presos anarquistas Sacco y Vanzetti en Estados Unidos, y Durruti, Ascaso y Jover en Francia101.
La Dictadura de Ibáñez acabó con el impulso orgánico y contestatario de la AGP. Algunos de sus dirigentes se hicieron devotos del régimen, mientras que otros fueron perseguidos. Tras la caída de aquel gobierno en 1931, hubo intentos por reagruparla con escasos resultados duraderos. Entonces la AGP y los anarquistas volvieron a confluir en varias conferencias y campañas. En enero de 1932 se realizó la Sexta Convención Nacional de la organización en Chillán, a la cual acudió la Confederación General de Trabajadores, la nueva central libertaria. Allí se condenó la colaboración con la dictadura y se perfeccionó el programa de la Asociación102. Sin embargo, un importante sector vinculado al Partido Comunista, se escindió y fundó la Federación de Maestros. Desde entonces, esa organización y los socialistas más tarde, fueron hegemonizando en el interior del gremio de profesores.
V.- La ofensiva estatal: legislación social y Dictadura (1924-1931).
Los años analizados a continuación son claves para entender el prin-
cipio de la crisis del anarquismo en la región chilena. Sin duda, quedaban varias jornadas por delante, pero la represión sistemática y sobre todo la legislación social implantada en estos tiempos culminarían, no sin resistencia, marginando dramáticamente a los libertarios del mundo sindical y social.
Los anarquistas impactaron en los movimientos sociales contemporá-
neos. Hay quienes señalan que esto se debe a lo práctico de su accionar y al prestigio alcanzado ganando huelgas. Por lo pronto es necesario advertir que el auge del anarcosindicalismo se dio cuando las relaciones entre el capital y el trabajo no estaban mayormente mediadas por el Estado. La seguridad en las faenas, la limitación de las horas de trabajo, los contratos colectivos, los salarios, casi todo estaba regido principalmente por el acuerdo tácito entre trabajadores y empresarios. Esta realidad dejaba un gran espacio para la propaganda anarquista y su denuncia del Estado como ente meramente represor de los trabajadores, más aún cuando el ejecutivo actuaba en los conflictos sociales generalmente de forma autoritaria: masacrando a huelguistas o reemplazándolos con el Ejército y la Marina. Sin embargo, cuando el Estado comenzó a intervenir, a señalarse como entidad “defensora” de la masa productora, el discurso libertario perdió efectividad entre aquellos miles de trabajadores que prefirieron luchar al alero del Estado, en vez de tomar el rumbo más escabroso de la organización al margen del mismo.
El Estado estaba hegemonizado por los grupos oligárquicos, despreocupados naturalmente (más allá de ciertos casos puntuales) de las condiciones en que vivían los trabajadores. Aquello comenzó a revertirse con la irrupción de sectores mesocráticos en la estructura burocrática en expansión y su ingreso en el Congreso y el gobierno. Con el triunfo presidencial de Arturo Alessandri en 1920, la promulgación de las Leyes sociales en el transitorio Gobierno Militar de 1924-1925, y la profundización de las mismas en tiempos de la Dictadura ibañista (1927-1931), el Estado de Chile comenzó su era de intervención en el mundo laboral.
La encrucijada civil y militar: 1924-1927.
Además de los fenómenos políticos que enfrentarán la sociedad y el Estado de Chile en estos años, como las Juntas Militares que trataremos más adelante, la actividad anarquista y anarcosindicalista y la represión desatada en su contra, se agudizará nuevamente en 1924 tras el cierre momentáneo de la ofensiva patronal (1921-1923) y la cierta recuperación del campo libertario. Huelgas, campañas de agitación y otros hitos conflictivos se desarrollaron por toda la región.
En enero de 1924 Julio Barrientos y Aureliano Fernández fueron de-
tenidos y torturados en Machalí por hacer propaganda del anarquismo103. En marzo una decena de obreros fueron acribillados en Valparaíso por la policía en medio de una huelga controlada por los IWW y que involucraba a unos cuatro mil trabajadores. Entre ese mes y abril también se desarrolló la más grande de las últimas paralizaciones dirigidas por la IWW. Se trató de la respuesta a un lockout patronal que involucró a diez mil obreros. Más de la mitad de los obreros ganaron la huelga, pero los costos para la IWW fueron muy altos, y la mayoría de sus miembros en el mundo de la construcción se pasaron a otros sindicatos libertarios104.
En julio apresaron a seis anarquistas de Valparaíso (Porfirio Soto, Pe-
dro Bravo, Raúl Santi, Roberto Montenegro, Enrique Rodríguez y Luís Toro) por participar en manifestaciones antifascistas, a propósito del paso por ese puerto del Italia, un barco enviado como embajada por el Duce105. En el norte y tras ser detenidos en un mitin el 23 del mismo mes fueron torturados los ácratas Víctor López y Juan Madariaga. Se les aplicó el método de vejación denominado “La Lora”. El 28 hubo un paro general en Iquique en señal de protesta106.
El momento más gravitante en la vida política del Estado durante es-
tos años fue el Ruido de Sables del 4 de septiembre de 1924, fecha en que se abrió un período de intervención castrense que, dicho sea de paso, también tendría sus repercusiones en el campo sindical del país. Juntas militares tomaron el control del Estado desde septiembre de 1924 hasta marzo de 1925. El presidente Arturo Alessandri se marchó a Buenos Aires. Los uniformados exigían demandas gremiales y algunas reformas sociales. Su presencia obligó al Congreso a dar curso y aprobar la Legislación Social que dormía desde hacía años en el Parlamento.
Desde muy temprano la Junta Militar intentó ganarse el apoyo del movimiento sindical. De hecho las Leyes sociales eran su argumento para señalar que ellos eran también reformadores. El 1° de octubre, sin ir más lejos, decretaron la abolición del trabajo nocturno en las panaderías cumpliendo así un viejo anhelo de ese combativo gremio. En ese contexto y por la presión popular se logró también la libertad del ahora viejo anarquista Efraín Plaza Olmedo, preso desde 1912.
No faltaron las simpatías desde el mundo popular a los jóvenes ofi-
ciales. Sin embargo, los grupos anarquistas desde temprano mostraron su desconfianza advirtiendo el posible advenimiento de una dictadura militar. Hubo algunos acercamientos al nuevo gobierno, pero casi todos los sindicatos libertarios mantuvieron distancia y apuraron junto a otros sectores organizados –como los estudiantes– la creación de un Comité Pro-Libertades Públicas107. Si bien los periódicos no fueron clausurados, sí estuvieron sujetos a censura militar. En Antofagasta el grupo anarquista de esa ciudad lanzó un manifiesto contra el nuevo régimen. Por repartir la proclama fueron apresados Juan Godoy y Humberto Rodríguez, quienes fueron conducidos al Regimiento Esmeralda para ser procesados militarmente. Ocho días se les mantuvo incomunicados108. En noviembre, en la misma ciudad y por similares motivos, también fue apresado Alfredo
Milla109.
Antes del retorno de Arturo Alessandri al país y la dimisión de la Junta Militar, hubo un inédito momento de inclusión política de diversos sectores de la población que involucró la creación en marzo de 1925 de la Asamblea Constituyente de Asalariados. En ella sectores mesocráticos reformistas y algunos componentes del mundo popular organizado intentaban dar una nueva estructuración administrativa al país. Hasta hubo un proyecto anarquista que sugería la destrucción del Estado y la creación de una libre federación de productores. Naturalmente, esa propuesta fue descartada, y criticada por otros sectores libertarios110.
En julio de 1925 un grupo de enmascarados asaltó la sucursal Mata-
dero del Banco de Chile, en Santiago. Era el primer robo armado de un banco en el país. Tiempo después se supo que los autores eran anarquistas españoles que con el fin de recaudar fondos para sus compañeros presos en la Península, recorrieron gran parte de América Latina expropiando bancos. Entre ellos estaba Buenaventura Durruti, la figura más carismática y afamada del anarquismo durante la Guerra Civil española111. Años después los IWW de Valparaíso indicaron que estuvo entre ellos y en un acto antifascista de 1937 Luís Heredia recordó el paso por el país del libertario español “donde cumplió noblemente su misión de recaudar dinero para las víctimas de la tiranía de Primo de Rivera, y los millares de presos anarquistas y confederales que estaban en las cárceles”112.
Pero volvamos a 1925. A mediados de año el país estaba relativamente normalizado en términos políticos. Se decretaba una nueva Constitución y se acababa con ello la era regida por el parlamentarismo. Comenzaba el tiempo de los regímenes presidenciales, en donde el ejecutivo tendrá mayor preponderancia en la toma de decisiones estatales.
No obstante los cambios políticos del país, la actividad sindical no dejaba de pronunciarse. Un documentado estudio señala que ese año las organizaciones anarcosindicalistas de la zona central participaron en treinta y siete huelgas. Muy por encima de las ocho conducidas por las sociedades de socorros mutuos y de las siete coordinadas desde la FOCH113.
Por aquellos días también se reactivaron las luchas por la vivienda. Al igual que en 1914, los anarquistas tuvieron un rol preponderante en la creación de organizaciones de arrendatarios y en la coordinación de sus conflictos. En enero de 1925 comenzó el movimiento en Valparaíso con un mitin de treinta mil personas. Exigían pagar solo el 50% de lo que se les cobraba, higienizar los conventillos y evitar los desalojos contra los morosos. Días después otros contingentes se sumaron a la campaña en Santiago. Un mitin el 8 de febrero reunió a ochenta mil personas. Las Ligas de la capital y el puerto acordaron una huelga general para el 13 de febrero con tal de imponer las reformas legislativamente. Ese día la Junta Militar que gobernaba creó los Tribunales de Vivienda, estableciendo esas instituciones para mediar entre arrendatarios y dueños de conventillos. A principios de marzo una fracción libertaria de la organización en Valparaíso, enemiga de la mediación estatal y encuadrada en los métodos de acción directa, creó la Liga de Arrendatarios en Resistencia. El 8 de abril los anarquistas de Santiago coordinaron una huelga general por los arriendos. Los comunistas se abstuvieron de apoyarles. Y es que las disputas políticas también se traducían en los movimientos sociales. Finalmente, tanto legalistas como libertarios, fueron anulados. Ligas de arrendatarios anarquistas hubo hasta comienzos de 1927, en Santiago, Valparaíso y Concepción, pero no tuvieron mucha fuerza para imponerse ante los propietarios, aun cuando en ciertos momentos y sitios, lograron bajar o congelar los precios de arriendo114.
Otra campaña económica y social notoria y con influencia libertaria
fue la lucha por la disminución del costo de ciertos productos alimenticios. En 1926 se organizó en Valparaíso el “Comité Pro-abaratamiento de la carne”, que reunía 36 delegados de diversas organizaciones populares del puerto. Su secretario de correspondencia fue el carpintero IWW de origen italiano Juan Demarchi (el maestro político informal de Salvador Allende). Por esas actividades aquel antiautoritario intentó ser expulsado con la Ley de Residencia. Mítines realizados en solidaridad el 14, 15 y 17 de mayo, así como la defensa legal y otras iniciativas de apoyo, impidieron tal desenlace115.
Volviendo un poco atrás cabe indicar que con el retorno de Alessandri en marzo de 1925 las cosas no se tranquilizaron. La policía siempre estuvo al acecho del movimiento obrero y en todo el país había episodios de roce y enfrentamiento. En Valparaíso, por ejemplo, un acto en beneficio de una escuela racionalista, el 30 de marzo, acabó con tres anarquistas detenidos (Leighton, Héctor Alarcón y su compañera), acusados de apuñalar a un policía116.
A partir de mayo de ese año, además, comenzó una nueva ola represiva que involucró la clausura de periódicos libertarios y socialistas. En Talca el 7 se encarceló a Guillermo Arrey. La excusa era su incumplimiento del servicio militar, pero las razones de fondo parecían ser, según sus compañeros, el activo rol que Arrey desempeñaba como secretario de la IWW local. En junio se encontraban presos los hermanos Juan y Salomé Aravena en Melipilla, vinculados a la Liga de Arrendatarios117.
El 4 de junio se produjo la Matanza de La Coruña en el norte sali-
trero, en donde un grupo de trabajadores armados fueron acribillados por efectivos del Ejército. Era la segunda matanza bajo la administración del carismático presidente Alessandri, la otra había sido en 1921 en la Oficina San Gregorio, también en el norte.
El 8 de junio fue detenido el anarquista Juan Madariaga cuando aca-
baba de hablar en un mitin en la Plaza O’Higgins de Valparaíso. Según sus compañeros y en base a la carta que éste les escribiera desde la clandestinidad: la policía “lo tuvo secuestrado en un subterráneo de sus ergástulos, durante once días. Después de este encierro medieval fue embarcado sigilosamente bajo amenaza de ser nuevamente secuestrado y flajelado si regresaba a Valparaíso. Desde el sitio en que se encuentra, nos escribe el compañero, que las torturas que recibió no son para describirlas, pues todas las noches lo sacaban para dar “un paseíto en auto” por las afueras de la ciudad”118.
Mientras tanto, en otras provincias la actividad anarquista seguía dan-
do que hablar y episodios puntuales nos hablan de la descentralización de la propaganda libertaria, y la descentralización, también, de la represión. El 23 de marzo de 1926 detuvieron en Concepción a los anarquistas González Vera, Sanhueza y Santis, en un comicio contra las leyes sociales119. En julio apresaron en Rancagua a Julio Barrientos Ruz por injuriar al regidor Ramón Sazo Castillo. Se le condenó a 61 días de prisión y 150 pesos de multa120. El 30 de enero de 1927 encarcelaron en Valparaíso al IWW Porfirio Soto por verter “juicios antipatrióticos” en un mitin en la Plaza O’Higgins de esa ciudad121. Seguramente hubo otros casos de los que no hay registros y seguro también la persecución alcanzó a otros sectores políticos.
Por último, además de las luchas económicas y sociales, los anarquistas no descuidaban la actividad ideológica y las campañas de solidaridad por sus compañeros y compañeras apresadas tanto en el país como en regiones distantes. Constantemente se hacían denuncias del fascismo italiano, de la represión en la Argentina, y del autoritarismo soviético. Pero sin duda las jornadas internacionalistas más sonoras de aquellos días fueron aquellas que se desataron para liberar a Sacco y Vanzetti, condenados a muerte en Estados Unidos. Los anarquistas, en todo caso, no estuvieron solos, pues comunistas y otras organizaciones sindicales, estudiantiles y políticas, les apoyaron122. Es cierto que las campañas por estos presos italianos habían comenzado ya en 1921 con una serie de manifestaciones en el Consulado Norteamericano123, pero el cenit de la cruzada se dio entre 1923 y 1927124. Los anarquistas crearon un Comité Pro Agitación Sacco y Vanzetti y la movilización se desarrolló por todo el país. De enero a noviembre de 1926 hubo giras y actos públicos en Santiago, Valparaíso, Concepción, Temuco y otras ciudades125.
El Estado se transforma. Leyes sociales y resistencia
El 8 de septiembre de 1924 la Junta Militar obligó con su amenazado-
ra presencia la aprobación del primer cuerpo legislativo en materia laboral del Estado de Chile, lo que constituyó un gran cambio en el sistema de relaciones entre el capital y el trabajo. Pero antes de continuar cabe detenerse un poco en el historial de leyes sociales y medidas de enfrentamiento que el Estado había utilizado hasta ese momento, para entender los nuevos cambios que operarán en la propia maquinaria gubernamental.
Durante todo el periodo en que usualmente se ubica la llamada “Cues-
tión Social” (1880 y 1925) no había un cuerpo legislativo que regulara los conflictos entre trabajadores y empresarios. Existía, no obstante, una variada cantidad de respuestas informales que solían aparecer en medio de los momentos de tensión y que se fueron modificando en el tiempo. En muchos casos las entidades laborales recurrían a ciertas autoridades administrativas para que oficiaran a favor de sus demandas. Ese fue el proceder predominante entre las sociedades de socorros mutuos del siglo XIX. Pero cuando el modelo orgánico laboral vinculado a las sociedades de resistencia irrumpió en tierras chilenas, se produjo un paulatino cambio en los métodos de presión. Además de la mediación informal de algunos representantes estatales (a la cual casi nunca se abandonó totalmente), se difundió exitosamente la idea de conquistar demandas por medio de la acción directa, principalmente por vía de huelgas. Anarquistas, socialistas y aún algunos miembros del Partido Democrático, contribuyeron a la radicalización del mundo asociativo popular. Esto derivó en que las condiciones de trabajo estuvieran directamente relacionadas con la propia capacidad de presión de los sindicatos.
El Estado modificó muy lentamente la forma de involucrarse en el mundo laboral. Durante la Cuestión Social, además de la intervención privada de algunos de sus miembros, el aparato administrativo se abocó principalmente al resguardo del orden público y a normalizar las faenas productivas en momentos de conflicto, mediante la protección de los rompe-huelgas o la facilitación de contingentes de fuerzas armadas para remplazar a los huelguistas. En momentos más tensos, el Estado procedió a reprimir violentamente a los trabajadores paralizados. El punto más dramático de esa actitud fueron las Matanzas que se ejecutaron en diversos lugares del país (Valparaíso, 1903; Santiago, 1905; Antofagasta, 1906; Iquique, 1907; Puerto Natales, 1919; San Gregorio, 1921; La Coruña;
1925)126.
Pero junto a esta tendencia predominante del Estado en materia laboral, antes de 1925 hubo algunas puntuales medidas legislativas que buscaban reformar parcialmente la situación en que desarrollaban su trabajo los asalariados. Medidas que se deben en gran parte a la acción de algunos políticos bastante adelantados para la época.
En diciembre de 1917, por ejemplo, entró en vigencia el llamado De-
creto Yáñez (en referencia a su precursor, Eleodoro Yáñez), que fijaba un método de mediación para solucionar las huelgas. El Intendente reuniría a representantes de trabajadores e industriales y él se ubicaría como relacionador. Se crearían “juntas de conciliación” y “comités de arbitraje”. Sin embargo, y debido a que la autoridad generalmente terminaba “asegurando la libertad de trabajo”, y protegiendo con ello a los rompehuelgas, escasamente los trabajadores paralizados recurrían a él. Por lo demás, los acuerdos no tenían valor legal y podían violarse fácilmente127. Si bien el Decreto Yáñez no tuvo demasiada aplicación, su promulgación y sobre todo su contenido fueron un adelanto de la propia transformación del Estado en materia de relaciones laborales. Las leyes sociales promulgadas por la Junta Militar el 8 de septiembre de 1924 son el corolario de un proceso lento de sensibilización de la clase política y militar chilena. Pero son también el resultado indirecto de décadas de presión callejera.
Las Leyes Sociales de 1924 fueron principalmente siete: la n°4.053, sobre contratos laborales y regulación de trabajo de niños y mujeres; 4.054, reducción del 2% del salario del trabajador para el Fondo de seguridad social y jubilaciones; 4.055, sobre accidentes laborales; 4056, de regulación de conflictos laborales (toda huelga era ilegal); 4.057, de sindicalización legal (sindicatos profesionales e industriales), que prohibía asociarse a otros sindicatos para huelgas y prohibía las paralizaciones solidarias. La Ley también impedía la recolección de fondos económicos para sostener huelgas; 4.058, sobre cooperativas; y 4.059, que separaba a empleados de obreros, dando muchos más beneficios a los primeros y separándolos en la práctica, de los segundos128. Otra medida relacionada con las anteriores, fue el decreto por el cual el 1° de Mayo pasaba a ser un feriado legal.
¿Cuál era el objetivo de las leyes sociales? Varios autores coinciden en
que no fueron promulgadas precisamente para beneficiar a los trabajadores. El historiador James Morris señaló: “el principal objetivo de estas leyes era prolongar el autoritarismo y no tomar un verdadero paso hacia una sociedad pluralista a través del incentivo hacia los sindicatos libres”129. Peter DeShazo indica que, según sus estudios, “los militares deseaban lograr el mismo fin que las élites civiles, o sea, la aniquilación de los trabajadores organizados”130. En definitiva, parece ser que las Leyes Sociales vienen a controlar y acabar con la independencia del movimiento obrero.
Como es de prever, la estrategia de los anarquistas fue mantener la au-
tonomía de los sindicatos y de La Protesta social131. El primer acuerdo de la Cuarta Convención Nacional de la IWW en enero de 1926, por ejemplo, invitaba a “luchar por la abolición total del Código del Trabajo y del Carnet Obligatorio”. Comenzaban así su lucha contra la sindicalización legal o forzosa, como le llamaban132.
Por algún tiempo los anarquistas contaron con el apoyo de otros sec-
tores, como el comunista (hasta que en la década del treinta la dirección de ese Partido dictó lo contrario). Y todos juntos llamaron a no legalizar los sindicatos.
Los anarcosindicalistas se resistieron a las leyes sociales concretando campañas nacionales, como aquella que se articuló para detener la Ley 4.054 que descontaba del sueldo de los trabajadores un porcentaje para la jubilación133. Esa empresa fue la más popular, porque dicha medida afectaba a todos y de forma inmediata. En cambio las otras leyes (las que controlaban el sindicalismo) solo dañaban directamente a las tendencias revolucionarias.
En noviembre de 1925 los libertarios crearon en Valparaíso el Comité Pro-abolición de la Ley 4054134. Le siguieron rápidamente desde la capital y otras ciudades en el norte y en el sur. El 22 de enero de 1926 entró en vigencia la Ley y desde entonces se reactivó la resistencia. El 20 de febrero los libertarios convocaron a un paro de protesta, pero la FOCH de los comunistas no acudió, dejando solos a los ácratas. El 30 de septiembre la Unión Industrial del Cuero inició una huelga señalando que el 2% debería ser cancelado por los empleadores135. El gobierno llamó al diálogo para reformar la Ley y los trabajadores aceptaron. Una clara señal, según Peter DeShazo, de la debilidad de los mismos. El 1°, el 3 y el 5 de noviembre, mientras la UIC aún estaba en paro, hubo nuevos comicios en Santiago contra esa Ley en la que participaron todos los sectores reformistas y revolucionarios136. En diciembre hubo una gira al sur realizada por el “Comité Contra Ley 4054”, en la que viajaron el comunista Juan Chacón y el zapatero IWW Amaro Castro137.
Otra Ley que se combatió tenazmente fue la del contrato individual. Las organizaciones sindicales libertarias exigían el respeto de los convenios colectivos entre empleadores y sindicatos. En la defensa de esa demanda, hubo puntos de encuentros con otros sectores políticos para “rechazar el contrato individual y mantener contratos colectivos como único camino para defenderse”138. Los miembros de la Federación de Obreros de Imprenta, que desde 1919 habían implantado su primer contrato colectivo (tarifado), fueron especialmente insistentes en ello139.
La huelga general del 17 de enero de 1927 fue la última gran mani-
festación social en donde se hicieron parte todas estas consignas. Iniciada por los trabajadores de ferrocarriles, sumó a todas las fuerzas sindicales y sociales existentes. Dada la diversidad y las divisiones internas, las demandas eran variadas y la unidad práctica casi imposible. Por su escasa proyección, por la represión, y por las disputas entre ideologías, la huelga acabó en desastre140.
Todas las campañas contra el Código del Trabajo quedaron en la nada con la Dictadura militar del coronel Carlos Ibáñez del Campo, que desde febrero de 1927 y hasta julio de 1931 prohibió y persiguió, con relegación, exilio y muerte, a toda la oposición, y particularmente al movimiento revolucionario. La capacidad represiva contra el movimiento sindical disidente de la Dictadura, sirvió de marco ideal para la puesta en práctica de gran parte de la legislación en materia laboral.
La Dictadura de Ibáñez y los anarquistas.
“Hermanos en belleza,
Y hermanos en verdad,
Nos rodea la noche
Y en la noche tenemos que cantar” Alberto Ghiraldo.
Todo comenzó el 23 de febrero de 1927141. Ese día la policía allanó y clausuró los edificios de la Federación Obrera Regional Chilena, de la IWW, Unión Sindical de Panificadores, Federación Obrera de Chile, Federación de Obreros de Imprenta de Chile, Unión Industrial del Cuero y otros organismos de avanzada. Varios libertarios fueron relegados en la isla Alejandro Selkirk (conocida entonces como Mas Afuera) y encarcelados en el continente, mientras que otros debieron escapar a diversas ciudades dentro de las fronteras o bien huir a Bolivia, Ecuador, Perú, Argentina y Uruguay. Más de setenta conocidos anarquistas fueron afectados directamente por la represión ibañista142.
La mayoría eran destacados sindicalistas, mientras que otros eran res-
ponsables de varias iniciativas de propaganda impresa. Ante este forzado “vacío”, los gremios de tendencia libertaria acabaron de dos formas: o desapareciendo, o siendo “ganados” por simpatizantes del gobierno.
El Estado creó la Sección Político Social de Investigaciones para vi-
gilar y perseguir a los subversivos y disidentes, tanto en Chile como en el extranjero. Aquella organización represiva utilizó diversos métodos para lograr sus objetivos, tales como la violación de correspondencia, las torturas físicas, los montajes, la delación, la infiltración y hasta el asesinato.
A la isla Mas Afuera se enviaron cientos de relegados, entre presos comunes y políticos, en distintos momentos y en diversas cantidades (13 de marzo 1927, 86 relegados; 6 de abril de 1927, 10; 9 junio 1927, 24; 17 marzo 1928, 25; 7 de octubre de 1928, 22). De ellos una cantidad cercana a la treintena correspondió a elementos anarquistas. La vida en medio del océano tuvo algunos momentos de rebeldía como la conmemoración clandestina del 1° de mayo, por ejemplo, pero también estuvo atravesada por el dramatismo143. El 10 de febrero de 1928 los anarquistas Juan Segundo Leyton Rayo (IWW) y el panadero Víctor Zavala, en compañía del comunista Castor Villarín, Miguel Ángel León Ravanales, Pedro Sáez y Gumercindo Quezada, se fugaron de la Isla en un bote. Nunca más se supo de ellos144. El 29 de noviembre del mismo año la guarnición de Mas Afuera asesinó al reo (amigo de los presos anarquistas y simpatizante de las ideas) Manuel Arraño Cerda, por negarse a comer carne de cabro tuberculoso y agusanada.
Pero si a nivel general no era mucho lo que se podía realizar, sobre todo considerando la presión constante de la policía, fue a través de hechos de pequeña y mediana envergadura, la forma en que los libertarios intentaron responder a la represión, tanto en el terreno sindical, como en la generación de propaganda clandestina, redes de apoyo, complots armados y acciones de sabotaje.
El 11 de abril de 1927 miembros de la sección Santiago de la Federación de Obreros de Imprenta ayudaron a crear un Comité Pro-Confinados en las oficinas del diario La Nación. En la reunión del 13 detuvieron al tipógrafo Atilio Euleffi y el 17 se suprimió la entidad solidaria pues Ibáñez prohibió a la prensa dar noticias sobre los presos145.
En el terreno sindical hubo cierta agitación en el interior del gremio de imprentas y en la Unión en Resistencia de Estucadores, desde donde abrieron colectas por los presos146, se realizaron un par de huelgas y se publicaron los periódicos La Voz del Gráfico y El Andamio, pero pronto fueron acallados (clausurados y perseguidos sus editores y compositores)147. Los estibadores de la IWW ejecutaron gestos de Rebelión en los puertos de Valparaíso y San Antonio.
Es cierto que algunos gremios de pasado libertario tuvieron ambiva-
lencias frente a la Dictadura y las leyes sociales. Pero la insinuación sobre la afinidad entre el anarquismo y el corporativismo ibañista, que señaló el historiador Jorge Rojas en el más completo estudio que existe sobre el período, olvida –para ese tema– el contexto de represión y el hecho de que los anarquistas de esos gremios no podían actuar en sus organizaciones laborales, pues estaban siendo crudamente reprimidos148.
Paralelo a la actividad sindical de protesta, poca por cierto, desde la clandestinidad se organizaron algunas entidades anarquistas para agitar contra la Dictadura. Uno de aquellos, y tal vez el más recordado, fue el Grupo Siempre (1928-1931), compuesto por libertarios provenientes de la extinta FORCH, que a pesar del número limitado de sus miembros (no más de diez), logró realizar ciertas acciones de propaganda bastante efectivas. El grupo contaba con una pequeña imprenta clandestina en Santiago donde publicaron su periódico ¡Siempre!, al menos hasta que su escondite fue descubierto el 23 de febrero de 1928149. Desde el regimiento de investigaciones lograron sacar una carta abierta –fechada el 16 de marzo– en la que se des-enmarcan de otros confinados políticos, con los cuales el gobierno les intentaba mezclar. Allí señalan:
“No es cuestión, al escribir esta carta, de que queramos disminuir la responsabilidad en lo que hemos estado haciendo; como revolucionarios y anarquistas la aceptamos, pero no aceptamos aparecer mezclados en actividades que en nada se acercan a los fines íntegramente emancipadores que nosotros perseguimos. Nunca hemos buscado ni buscaremos otro aliado que no sea el pueblo ni preconizamos otros métodos de lucha que no sean la acción directa de las masas obreras”150.
Los ocho hombres del grupo fueron relegados a la isla Mas Afuera,
mientras que las dos mujeres fueron dejadas en libertad. Semanas después, en Mayo, apareció el segundo número de Siempre. Además, uno de los compañeros que no alcanzó a ser detenido, internó en julio de 1928 desde Buenos Aires una nueva publicación denominada Rebelión. Afortunadamente para él, antes de ser detenido ya se habían alcanzado a repartir dos ediciones con una tirada de 8 mil copias151. Rogelio Gaete Calderón, dueño de la imprenta del grupo, murió el 11 de marzo de 1929, a consecuencia de las torturas recibidas de la policía ibañista.
En Rancagua, mientras tanto, actuaba el Grupo Adelante que tras al-
gunas maniobras de protesta fue descubierto y Julio Barrientos –su cara más visible– fue detenido y relegado a Mas Afuera. Se le torturó de tal forma que quedó lisiado por el resto de su vida152.
Otra organización clandestina fue el Grupo Solidaridad de Talca, quienes tras repartir un volante de protesta por Sacco y Vanzetti en 1927, fueron capturados y varios de ellos también torturados y relegados153.
En junio de 1928 se detuvo a otros “agitadores anarquistas” en Valdivia y Puerto Montt, al sur del país. Estos estaban conectados a un Comité Pro presos y confinados IWW de Santiago154.
En el exterior, tanto la FORCH155 como la IWW, intentaban rearticularse, principalmente desde Buenos Aires y Mendoza. Un núcleo importante de anarquistas perseguidos se generó en la capital argentina156. Los IWW publicaron allí su periódico Acción Directa (1928), y al año siguiente, en Mayo, Pedro Ortúzar y Armando Triviño participaron en la fundación de la Asociación Continental Americana de Trabajadores (ACAT), adherida a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT)157.
También precisamos indicar que hubo anarquistas, pocos en todo caso, que realizaron acciones ilegalistas que involucraron el uso de las armas. Algunos intentaron asesinar al dictador, fallando los intentos y siendo ultimados varios de ellos. El 22 de octubre de 1929 el joven Luis Ramírez Olaechea (20 años) intentó acabar con la vida de Ibáñez en la Quinta Normal. Le falló el arma. Fue condenado a tres años de prisión. El 27 del mismo mes fue asesinado el portugués Manuel Tristán López Da Silva, quien había permanecido 15 días preso tras ser descubierto cuando pretendía, según las autoridades de la época, atentar contra el dictador. Lo cierto es que acabaron fusilándolo utilizando la funesta “ley de fugas”158, camino de la frontera, en la Cuesta Chacabuco, a 66 km de Santiago. El 8 de diciembre de 1930 fue detenido en Valparaíso Miguel Bayón Flores acusado del mismo crimen. El 8 de enero de 1931 lo asesinaron en Anticura, cerca de Puyehue, en el sur. El 13, también de enero, mataron en el Valle de Azapa, cerca de Arica, al comunista Casimiro Barrios. Y, finalmente, el 12 de marzo de 1931 liquidaron en Talagante a Antonio Daglia Montucci (o Jorge Martínez Peralta), amigo del expropiador ítaloargentino Severino Di Giovanni.
Otros anarquistas se vieron envueltos en planes secretos de invasión al país, como Juan Demarchi que al parecer participó en la conspiración del “Avión Rojo” (septiembre de 1930) y en acciones de sabotaje como un fracasado atentado contra las torres de alta tensión que alimentaban Santiago, el 1º de Mayo de 1931159.
El 28 de abril de 1931 fue descubierta otra imprenta clandestina del Grupo Siempre (Calle Gálvez, 1740) en la que habían seis mil volantes listos para ser repartidos el 1° de Mayo. La mayoría de los miembros del grupo fueron puestos a disposición de Tribunales el 29 de abril y finalmente seis de ellos fueron relegados a Aysén el 20 de mayo160.
El 26 de julio de 1931 cayó la Dictadura. La represión desatada en sus cuatro años de gobierno fue dura, pero el efecto más grave para el anarquismo se ubica en la implantación forzada de la legislación social. Momentáneamente perdieron sus sindicatos y sus grupos casi no pudieron operar, pero de ello se recuperarían en unos años. Tuvieron muertos y torturados, otros renegaron de las ideas, es cierto, pero lo más grave, para ellos al menos, fue el inicio de la consolidación del sindicalismo legal161.
VI.- Auge hacia dentro y crisis hacia afuera. El anarquismo en los días del antifascismo (1931-1943).
“Frente a las injusticias predominantes, la pasividad es un delito injustificable. Cuando el crimen y la arbitrariedad triunfan y se imponen desafiantes sobre la vida de todo un pueblo, el silencio es sinónimo de cobardía, la inacción es clara demostración de complicidad”.
La Protesta, Santiago, abril de 1932.
El gobierno de Ibáñez cayó debido a su desgaste y desligitimización progresiva, provocados por los efectos de la crisis económica mundial abierta a partir de 1929, el aumento de la deuda externa y la reducción de gastos fiscales, su autocrática política dictatorial, la malversación de fondos de sus funcionarios y otras razones diversas de menor cuantía162. El cambio de mandos que se produjo en julio de 1931 estuvo –en todo caso– lejos de calmar la situación política del Estado chileno. Al contrario, se abrió un convulsionado periodo signado por golpes y contragolpes, intentos insurreccionales, e instauración y derrocamientos de gobiernos, que se detuvo recién en diciembre de 1932. Sin duda hubo más espacio para la libertad de reunión y expresión que en el periodo anterior, pero el constante fantasma de los contragolpes, complots, y el nuevo auge de la actividad sindical revolucionaria que había sido silenciada en los años anteriores, provocaron que las administraciones posteriores a Ibáñez no dejaran de echar mano al aparato represivo.
La década del treinta está marcada por la sucesión de gobiernos autoritarios y la irrupción de nuevas fuerzas sociales y políticas. Los tradicionales partidos conservadores van perdiendo su capacidad de irradiación, mientras que las entidades mesocráticas y populares van ganando terreno. El Partido Radical gobernará el Estado hasta 1952, y el Partido Comunista, y sobre todo el Partido Socialista fundado en 1933, crecerán de forma persistente. Sobre todo cuando a partir de 1938 se unan todos los bloques de izquierda partidista en el Frente Popular y se transformen en gobierno. Por este mismo fenómeno paulatinamente el país va girando hacia la consolidación de un Estado de Compromiso.
El mundo también va cambiando. El desarrollo de la Unión Soviética y el auge del fascismo en Alemania, Portugal e Italia, ponen en boga la “efectividad” del totalitarismo para detener las crisis económicas, como la que padecía Estados Unidos tras el jueves negro de 1929. Eran los días del fascismo y del antifascismo. Y esas luchas no tardaron en trasladarse a las calles y tierras de la región chilena.
¿Y qué pasaba con los anarquistas criollos? Muchos estudios dan de
forma explícita o implícita su acta de defunción tras la Dictadura de Ibáñez. Es cierto que se perdieron gremios, es también verídico que hubo renegados y que varios abandonaron estas ideas para sumarse a otras organizaciones de izquierda163. Pero es falso afirmar la desaparición del movimiento anarquista y anarcosindicalista. De hecho, según nuestra investigación se produjo un fenómeno bastante complejo que catalogamos de “auge hacia dentro y crisis hacia afuera”. Esto significa que entre 1931 y 1943, aproximadamente, el anarquismo y el anarcosindicalismo se desarrollaron internamente como nunca antes en el país, pero sin embargo su influencia hacia el resto de la sociedad fue mucho menor que en períodos anteriores. Ese apogeo del campo libertario se verificó en la consolidación del anarcosindicalismo, en la multiplicación de iniciativas culturales, en la diversificación de luchas, y en la irradiación de actividad en toda la región chilena.
Durante la Dictadura los libertarios habían perdido su hegemonía entre los estibadores y otros oficios del mar, así como también entre los panaderos. Pero pronto se recuperarían y organizarían eficientemente uniones y federaciones en resistencia entre estucadores, albañiles, gráficos, zapateros y electricistas, sobre todo, pero también entre carpinteros, camineros, algunos panaderos, y otros oficios. El auge anarco-sindical de los años treinta fue posibilitado en gran parte por el desarrollo de las centrales nacionales de oficios como la Federación de Obreros de Imprenta de Chile (fundada en 1921) y la Unión en Resistencia de Estucadores (fundada en 1917). En esos años, además, se fundó y desarrolló la Confederación General de Trabajadores (1931-1953), la más solida, extensa y activa federación nacional de sindicatos que los anarquistas criollos llegaron a construir en este territorio.
Característica del anarcosindicalismo a partir de 1931 será su tenaz lucha en contra del legalismo forzosamente implantado en Dictadura. Cuestión que se concretará creando uniones en resistencia ilegales y fomentando huelgas sin intervención estatal. Y es que, según ellos:
“El legalismo desampara al obrero organizado de la seguridad sentida
por aquel que tiene conciencia de su propio valer, lo anula en cuanto a voluntad y confianza en sí mismo, y los alambiques del Código del Trabajo lo entregan maneatado a la explotación industrial”164.
En el movimiento anarquista (a veces estrechamente unido al sindica-
lista-libertario) también se manifestó el auge. Entre 1931 y 1943 tenemos registrados ciento treinta agrupaciones en todo el país165 y treinta y cinco publicaciones en circulación166. Si bien la cifra es menor en comparación con los años veinte, la cantidad de ejemplares ahora es mucho más densa, puesto que la consolidación de sindicatos libertarios permitió la salida regular de periódicos durante años. Por lo anterior –y no solo desde el punto de vista cuantitativo– difícilmente podemos hablar de decadencia interna del campo anárquico.
En el aspecto cultural, los años treinta fueron testigos de la máxima expansión del teatro anarquista en la región chilena. Varios y constantes cuadros dramáticos surgidos de los grupos y sindicatos libertarios existían en Iquique, Valparaíso, Santiago y Osorno, principalmente. En la capital, de hecho, la mayoría de las federaciones de teatro obrero se vinculan con los espacios libertarios167.
Cuadro. Cantidad de Grupos anarquistas en Chile (1890-1973). Análisis temporal.
*Esta lista se basa en el Anexo I “Presencia anarquista y anarcosindicalista en la Región chilena (1892-1973)”. Se excluyen sindicatos y periódicos anarquistas.
Cuando hablamos de diversificación de luchas nos referimos a que los
anarquistas y anarcosindicalistas pusieron atención en nuevos sectores sociales sumando otras demandas parciales a su universo reivindicativo. Las luchas de campesinos y pobladores urbanos, por ejemplo, fueron consideradas seriamente desde el mundo antiautoritario, lo cual se tradujo en el estudio sistemático del tema y en la creación de organizaciones específicas. La gran actividad de grupos políticos a nivel barrial y la fundación de casi una decena de sindicatos campesinos en la zona aledaña a Osorno, dan cuenta de ello.
Por último, el auge del anarquismo de los años treinta se puede constatar a través de su presencia en ciudades en donde nunca antes habían podido levantarse iniciativas duraderas. Así por ejemplo, se tiene registro de presencia orgánica anarquista y anarcosindicalista en Arica, Iquique, Antofagasta, Calama, Chuquicamata, Copiapó, La Serena, Coquimbo, Viña del Mar, Valparaíso, San Antonio, San Felipe, Santiago, Rancagua, San Fernando, Linares, Curicó, Talca, Chillán, Concepción, Talcahuano, Los Ángeles, Victoria, Traiguén, Temuco, Valdivia, La Unión, Osorno, y otros pueblos más pequeños. En términos generales existe un desplazamiento en la concentración de actividad anarquista. Si bien sigue hegemonizando la zona central, con Santiago y Valparaíso a la cabeza, la actividad en el norte parece decaer en intensidad, mientras que en el sur, y especialmente en zonas tan nóveles a la propaganda ácrata, como Osorno, se presentan inusitados auges.
Muchos de los impulsos anarquistas duraban escasos años. Ciertamen-
te eran poco numerosos, y quizá bastante intrascendentes en las ciudades en las que operaban. Pero como hemos indicado más arriba, su desarrollo era más rico, a pesar de que su impacto en sociedad era mucho menor que en años anteriores. Ahora otras corrientes políticas le arrebataban los espacios. En el mundo sindical seguían siendo bien efectivos y hegemónicos entre algunos gremios, como en la construcción, las imprentas y las zapaterías, pero iban perdiendo terreno frente a comunistas y socialistas. No obstante, en determinados contextos, ciudades y momentos, los anarquistas y las organizaciones laborales en las que actuaban siguieron protagonizando importantes jornadas de luchas. A continuación abordaremos sucintamente su participación en medio de las transformaciones políticas y económicas de la década del treinta, época de su última expansión interna generalizada.
El anarcosindicalismo y la República Socialista de 1932
El fin del gobierno de Ibáñez no garantizó días de tranquilidad para los
anarquistas y otros sectores revolucionarios puesto que los nuevos regímenes civiles y militares del álgido e inestable período que va desde de julio de 1931 hasta diciembre de 1932, y aún después, continuaron vigilándolos de cerca y reprimiéndolos, ya sea de forma preventiva o bien porque efectivamente fueron descubiertos en “atentados contra la seguridad interior del Estado”. Por lo demás, el país atravesaba agitados días. Las denuncias contra los abusos del pasado régimen, las restricciones del presente y la propia rearticulación del movimiento sindical y político revolucionario, iniciaban un nuevo ciclo de protestas y tensión entre algunos sectores de la población y el aparato gubernamental. Ciertos hechos puntuales, como el levantamiento de la marinería desde el 31 de agosto al 7 de septiembre, así como una pretendida insurrección de elementos comunistas en Vallenar y Copiapó, conocida como La Pascua Trágica, desencadenaron la respuesta represiva estatal y la solidaridad de los demás grupos de avanzada.
Apenas derrocada la Dictadura los gremios anarcosindicalistas se re-
articularon y a finales de 1931 formaron la Confederación General de Trabajadores (CGT), que reunió a sindicatos ilegales de diversos oficios y tuvo secciones locales en numerosas ciudades del país. Aún cuando existían otros grupos y sindicatos como la IWW, la mayoría de los anarquistas se sumaron al radio de actividad de la CGT y junto a ella participaron en múltiples campañas de agitación política y económica.
Entre noviembre de 1931 y junio de 1932 los principales motivos de
movilización de los libertarios eran la difusión del propio anarcosindicalismo, la defensa de la libertad de reunión y opinión, la disolución de la COSACH168, el reinicio de obras fiscales para dar trabajo a los cesantes y la libertad de los marineros sublevados. Otros temas que les preocupaban particularmente eran también la lucha por la jornada de 6 horas y las denuncias de las dictaduras existentes en Argentina, España e Italia. Con esos y otros objetivos, la CGT, los restos de la IWW y los libertarios en general, realizaron comicios y manifestaciones en toda la región, especialmente en Santiago, Valparaíso, Talca, Concepción y Osorno169. En varias ocasiones fueron apoyados estrechamente por otras organizaciones no necesariamente anarcosindicalistas, pero sí bastante afines, como la Asociación General de Profesores.
Como otrora, en todas las campañas la represión estuvo tras sus pasos
y varias veces logró detenerles y aplicarles medidas de sanción170. A continuación esbozaremos los momentos de tensión más significativos que les involucraron desde la caída del Dictador hasta la instauración en Chile de la República Socialista en junio de 1932.
Un día antes de la Huelga General de las organizaciones sindicales del país (incluida la CGT) convocado para el 11 y 12 de enero de 1932 en protesta contra el gobierno, la Policía de Investigaciones allanó el local del centro de estudios sociales Fiat Lux ante la denuncia de que los anarquistas tenían dinamita lista para ser utilizada. Siete individualidades (los primeros que llegaban a una conferencia ese domingo) fueron detenidas171. En ese mes también encarcelaron a Juan Segundo Montoya en Osorno por distribuir El Andamio, publicación de los obreros de la construcción libertarios. Allanaron su casa y le llevaron cientos de folletos172. El 11 de febrero el anarquista guatemalteco Alberto Solorzano Monasterio habló en un mitin en la Plaza Echaurren de Valparaíso siendo detenido al instante por la policía. Once días después le deportaron a la Argentina173. Paralelo a lo anterior detuvieron a elementos del centro de estudios sociales Luz y Vida de Santiago por repartir volantes y pegar carteles anunciando un mitin de protesta contra las dictaduras en Argentina, España e Italia y la represión del gobierno chileno en los hechos de Copiapó y Vallenar, efectuado el 16 de ese mismo mes a los pies del cerro Santa Lucía de la capital174. Debido a que el mitin del 16 fue disuelto violentamente se realizó un acto de protesta el domingo 21 en el Teatro Imperial175, que contó con la adhesión de varios gremios autónomos y de la Asociación General de Profesores176.
En otros puntos de la región los anarcosindicalistas realizaban mítines
por similares motivos177. Eran días crudos para varios grupos de trabajadores organizados y no solo para los subversivos. En el sur, en Mulchén y Nacimiento, la policía flageló bárbaramente a un grupo de obreros a los cuales hizo comer sus propios excrementos. Era la llamada tiranía del civilismo. La CGT señalaba entonces:
“Contra el hambre, la metralla, la mordaza y el secuestro implantados por el civilismo fascista, opongamos la solidaridad revolucionaria del proletariado para resistir, combatir y vencer con todas las armas de la acción directa”178.
En el sur del país, en la lluviosa Osorno, la policía seguía muy de cerca
a la Federación Obrera Local de la CGT y el Centro Naturista, pues según ellos, los allí organizados estaban comprometidos en varios complots armados contra el gobierno. Si bien los libertarios de aquella ciudad eran bien activos entonces, la acusación parece ser exagerada179.
Entre diciembre de 1931 y febrero del año siguiente encarcelaron en Valparaíso a dos anarquistas por haber hablado públicamente en favor de los marinos presos, y a uno por pegar volantes libertarios180.
Debido a las constantes deportaciones y apresamientos de obreros la CGT de Santiago acordó realizar una campaña intensa de agitación a partir del 15 de marzo, que además de protestar por ello, demandaba la defensa de las libertades de organización y prensa, la reiniciación de los trabajos fiscales paralizados para combatir la cesantía, un salario mínimo de 10 pesos, la disolución de la COSACH y la amnistía de los marineros presos. El día 26 hicieron mítines simultáneos en Valparaíso, Rancagua, Curicó, Talca, Temuco, Osorno y en la capital181. La IWW porteña haría lo propio el 7 de abril en la plaza Echaurren182.
Las convulsiones sociales iban en ascenso y el Gobierno decidió utilizar la figura jurídica denominada “Estado de Sitio”, que le facultaba prohibir reuniones y manifestaciones públicas. Para protestar por ello, el 17 de abril hubo dos comicios organizados por la CGT y los centros de estudios sociales de la capital183.
El cerco se iba cerrando. En abril se hallaban presos Daniel Mery, director de La Voz de Mar de Valparaíso y S. Vásquez, de la CGT de Los Andes184. El 21 el Director General de Carabineros prohibió la publicación de los voceros anarcosindicalistas El Andamio y La Protesta185. Días antes del 1° de Mayo detuvieron a Julio Barrientos de la CGT de Rancagua por repartir proclamas186. También encarcelaron a cuatro obreros en Santiago tras intentar cortar la luz eléctrica por medio de un atentado explosivo187. El secretario general de la FOIC de Talca –Segundo Saavedra– fue detenido por confeccionar proclamas subversivas antes del Día de los Trabajadores188. Por todas las razones anteriores la CGT declaró la huelga de sus organizaciones el 1 y 2 de Mayo exigiendo además el levantamiento del Estado de Sitio, la libertad de los marineros insurrectos, un sueldo mínimo de 10 pesos, fin al alza de los bienes de primera necesidad, atención para los cesantes (ropa, techo y alimentación), la reincorporación de profesores exonerados por Ibáñez, la disolución de la COSACH, la expropiación de los bienes de la Iglesia y la solución inmediata de la cesantía por medio de la implantación de las 6 horas de jornada laboral. Al llamado acudieron la AGP, los metalúrgicos y otras pequeñas organizaciones189.
Algunos antiautoritarios se preparaban para los nuevos tiempos represivos190. Los sindicalistas libertarios estaban en medio de la consolidación interna de sus organizaciones fundadas o refundadas tras la caída de Ibáñez. Huelgas parciales y campañas de agitación intentaban realizar en medio de un contexto que si bien era más permisivo que la Dictadura previa, iba cerrando su apertura política. El llamado civilismo utilizaba frecuentemente el Estado de Sitio para detener el “desorden” provocado por el sindicalismo renaciente y los intentos golpistas que se sospechaban en el ambiente. Y sería precisamente un punch castrense lo que acabaría con el civilismo y abriría el particular período denominado la República Socialista.
El 4 de junio de 1932 un grupo de militares depuso a Juan Esteban Montero e inauguró la “República Socialista”. Fueron dos semanas en que el Estado pasó a manos de uniformados de ideas avanzadas que intentaron realizar algunas reformas sociales191. Este gobierno autodenominado socialista generó un ambiente de altas expectativas respecto a un cercano cambio social. Se respiraba en el ambiente el ánimo de ruptura. Tras la jornada del 4 se sucedieron varios días de agitada convulsión social que derivaron en masivas protestas callejeras, numerosos conatos subversivos, enfrentamientos armados, saqueos, el intento de incendio intencional a una bencinera en la capital, y otros sucesos similares en todo el país. Cientos de heridos y varios muertos, entre civiles y carabineros, teñían de rojo las plazas y callejuelas urbanas.
En medio del alud social los distintos sectores de avanzada se abocaron
a crear instancias para actuar eficientemente en este contexto insurreccional y llevar a los trabajadores a la transformación total de la sociedad. Según el historiador Camilo Plaza “de manera general, se puede afirmar que la Junta recibió soporte de tendencias que van desde los demócratas hasta los anarquistas; cada uno con mayor o menor convicción y con respectivos reparos o anhelos vertidos sobre la posibilidad de concretizar el socialismo concurrieron a apoyar una opción que se lograba plantear como algo más que un “cuartelazo” 192. Los comunistas, por ejemplo, conformaron en los subterráneos de la Universidad de Chile un Comité Revolucionario de Obreros y Campesinos193.
Muchos anarquistas, haciendo vista gorda de su tradicional anti-estatismo, no solo fueron contagiados de este ambiente, sino que incluso colaboraron “de forma crítica” con el nuevo régimen. La joven CGT entregó su apoyo –no sin reparos– a la Junta Militar encabezada por el Comodoro del Aire Marmaduke Grove. En un primer momento aquello se tradujo en numerosos comicios públicos y mítines relámpagos en Santiago y en otras ciudades tales como Talca, Concepción y Osorno, en donde se exigía profundizar las transformaciones sociales y alertar a la población sobre los posibles contragolpes de la oligarquía194. Había bastante efervescencia en el ambiente. El 10 de junio la CGT anunció la existencia de “sub-comités revolucionarios”195. El 12 hubo una Concentración en el Teatro Coliseo de Santiago organizada por la CGT en la que además hablaron miembros de la IWW y de los gremios de panaderos, zapateros, metalúrgicos, profesores y hasta incluso algunos refugiados apristas peruanos. Según los infiltrados policiales, el anarquista Félix López señaló que:
“Ellos por principios no pueden adherirse incondicionalmente al nuevo Gobierno; pero que no tienen la intención de combatirlo sino de mantenerse en una órbita independiente, para poder de esta manera hacer elevadas críticas cuando la actual Junta pretenda colocarse al margen del programa de acción con que llegó al poder”196.
Desde el 13 se confirmó la idea de realizar un mitin por día en la ca-
pital197. En cada uno de ellos se hablaba de la revolución y de las reformas que podrían realizarse en ese mismo momento. Así por ejemplo, en uno de los comicios dedicado al problema habitacional, los anarquistas llamaban a no pagar el arriendo pues la policía ya no estaba interviniendo en los lanzamientos y además la Junta había decretado a favor de quienes pagaban menos. También se creó la Liga Revolucionaria de Arrendatarios de la 10° Comuna, que según sus precursores, ocuparía las casas insalubres y una vez que la gente fuera reubicada, los pestilentes conventillos serían quemados198.
Un momento especial en medio del “apoyo crítico” de los anarcosin-
dicalistas al gobierno de la República Socialista fue la integración de la CGT a la Alianza Socialista Revolucionaria de Trabajadores, compuesta además por varios sindicatos combativos y algunas pequeñas agrupaciones marxistas199. Esta heterodoxa organización, existente ya el día 8, pero formalizada el 11, elaboró un plan mínimo de reivindicaciones que incluía:
“1.-Representación directa de obreros en la producción e industria.
2.-Socialización de la banca, la minería, los transportes, cajas de ahorros e instituciones de seguros.
3.-Entregar la tierra a los inquilinos y distribución de los latifundios a los trabajadores y empleados.
4.-Organización de “una constituyente gremial”.
5.-Confiscación de bienes religiosos y de grandes fortunas.
6.-Limitación de la propiedad urbana para asegurar que nadie se quede sin vivienda.
7.-Que se nombre una comisión indígena para poner fin a los problemas “raciales”.
8.-Monopolio estatal de la importación de artículos de primera necesidad.
9.-Nombramiento de comisiones de obreros para llevar a cabo el trabajo.
10.-Medidas relacionadas a las condiciones de trabajo. 11.-Ingreso de trabajadores a la Junta de Gobierno”200.
La ASRT, y los anarquistas con ellos, hicieron mítines en varias ciu-
dades (Santiago, San Bernardo, Ovalle, Valparaíso, Concepción)201. Y de hecho, el Gobierno facilitó a un grupo de dirigentes de la Alianza (los principales oradores eran de la CGT) un avión para recorrer el sur del país, hasta Osorno202. Según un informe policial del propio gobierno –quizás exagerado, aunque no tan alejado de otras declaraciones- en Concepción el libertario Pedro Nolasco Arratia:
“Hizo uso de la palabra largamente y en términos exaltados sobre la situación actual; pesó la responsabilidad de los obreros en caso de que la revolución socialista fracasara, llamándolos a mantenerse con el arma al brazo, para que la oligarquía que solo estaba vencida, pero no muerta, no pudiera reaccionar. Incitó a todos, hombres, mujeres y niños, para que se armaran, para el caso de que fuera necesario repetir los acontecimientos de la revolución francesa, en que no obstante no disponerse de armas se consiguieron miles de picas”203.
Disputas y enfrentamientos en el interior del grupo que había derrocado al presidente Montero, así como la reacción de un sector más conservador de los insurrectos frente al rumbo socialista que el Gobierno de Marmaduke Grove estaba adquiriendo, provocaron un golpe interno que acabó con la República Socialista. Doce días había durado este particular episodio. Los anarquistas jamás volverían a estar tan cerca de los gobiernos chilenos. Y jamás lo buscarían, en todo caso.
El 16 de junio asumió el poder Carlos Dávila e inmediatamente comenzó la represión contra los grupos y sindicatos. Ese mismo día se allanaron y clausuraron los locales obreros de la CGT204. Algunos anarquistas alcanzaron a esconder sus imprentas205.
La primera respuesta a la ola represiva fue protestar contra el nuevo gobierno y exigir el respeto del constantemente violado derecho a reunirse y manifestar las ideas públicamente. El 17 de junio, por ejemplo, la CGT de Concepción organizó un mitin en donde José Santos González Vera, futuro Premio Nacional de Literatura (1950) y entonces vocero de los anarquistas de la ciudad, indicó abiertamente que era preciso colaborar para derrocar a la nueva junta y reponer la anterior206. En respuesta a esta y otras numerosas manifestaciones de la diversa oposición, el 20 de Junio el Gobierno decretó la Ley Marcial por 30 días, prohibiendo con duras penas (incluso la muerte) cualquier atisbo de disidencia pública207.
Algunos obreros realizaron huelgas en este período208. Pero la represión les cerraba el paso. En distintos momentos detuvieron a varios anarquistas por todo el territorio en la sospecha de que estaban inmersos en planes sediciosos o bien por su propio activismo sindical.
El 1° de julio de 1932 relegaron desde Iquique a Valparaíso a varios agitadores y entre ellos al anarquista Tolentino Frías209. El 12 de agosto un grupo de estudiantes acompañados de varios trabajadores de imprenta tomaron la casa central de la Universidad de Chile en protesta contra el régimen. El gobierno tachó la intentona de “comunista anárquica”. Tras un tiroteo cruzado, los ocupantes fueron reducidos y detenidos. Hubo cuatro muertos y se decretó el Estado de Excepción. Entre los presos estaba el viejo libertario Luis Soza y sus veinteañeros hijos Luís y Orlando210. Según otros relatos, en el sur, en Temuco, los anarcosindicalistas de la Federación de Obreros de Imprenta “se batieron en las calles al asaltar el poder el siniestro Carlos Dávila”211.
El 13 de septiembre cayó el gobierno de Dávila y comenzó la admi-
nistración de Bartolomé Blanche. Con ello acaba momentáneamente la censura a la prensa de izquierda y la persecución abierta a los sindicatos más conflictivos. En octubre, sin embargo, permanecían presos los anarquistas José del Tránsito Ibarra en Santiago; Pedro Jara y Arturo Sáez en Concepción, y el viejo Juan Demarchi en Valparaíso. Éste último, así como el estudiante Magallanes Díaz Triviño, habían sido relegados a la sureña isla Mocha semanas atrás212. En Talca, mientras tanto, se encarceló a Gaspar Vásquez y Francisco Palacios (ambos de la CGT), acusados de un complot dinamitero213.
El 7 de noviembre de 1932, y aprovechando este contexto, la CGT ini-
ció una nueva campaña nacional exigiendo la jornada laboral de 6 horas, aumento en un 50% en los salarios; un sueldo mínimo de 12 pesos, devolución a los cesantes del porcentaje descontado a ellos por la Ley 4054, la derogación de las restricciones a la organización y prensa, el cese total de lanzamientos (desalojos) en la ciudad y en el campo, y la reanudación de los trabajos fiscales214.
Pero la pausa en los hostigamientos fue solo momentánea y en diciem-
bre de 1932 hubo varios episodios en donde se llegó incluso al asesinato de opositores políticos, como fue el caso del profesor Manuel Anabalón215 y del periodista Luís Mesa Bell de Valparaíso216. Por denunciar esos crímenes la imprenta del diario La Opinión de Santiago fue empastelada217. Los anarquistas se solidarizaron con las víctimas del gobierno de turno y también recibieron golpes directos. En el contexto de un comicio de protesta, el 27 de diciembre la policía asesinó en Osorno a Osvaldo Solís, miembro de la CGT.
Así se cerraba el convulsionado 1932218. Arturo Alessandri volverá al poder en esos días. La represión no cesaría, pero a partir de entonces el anarcosindicalismo pudo iniciar su fase de consolidación interna en el país.
Del retorno de Alessandri al Frente Popular. La expansión de los partidos de izquierda (1932-1943).
En diciembre de 1932 asumió el gobierno Arturo Alessandri, iniciado
así su segundo mandato presidencial que se extendió hasta 1938. El fantasma de los golpes militares, de los complots de opositores y la expansión de las organizaciones y luchas sindicales, conllevaron a que esta nueva administración consolidara sus estructuras de vigilancia policial y mantuviera durante sus seis años de gobierno un rol bastante represivo.
Como indicamos anteriormente, no obstante el agudo contexto autoritario, los anarquistas y anarcosindicalistas estaban en medio de un proceso de expansión orgánica y territorial que a su vez era complementado con la diversificación de luchas y la irrupción de nuevos actores sociales, tales como los campesinos. La CGT, los demás sindicatos libertarios y sus grupos políticos y culturales desarrollaban una amplia actividad en varias ciudades y zonas del país. Los encuentros con la policía, entonces, fueron inevitables.
En abril y mayo de 1933 el Gobierno prohibió hacer manifestaciones públicas. A su vez, se estrechó la vigilancia sobre la prensa opositora. En esos días, por ejemplo, encarcelaron a Felipe Salazar –director de El Andamio– por sus artículos subversivos219. El 28 de abril fue allanada una imprenta clandestina que los anarquistas de Santiago poseían en calle Cóndor n° 1278 y por ello los manifiestos de la CGT y del centro de estudios Luz y Vida del 1° de Mayo no se pudieron imprimir. Debido a la vigilancia extrema de los locales sindicales subversivos, los libertarios se reunían en las dependencias del diario La Opinión220. Aún así los trabajadores anarquistas seguían realizando acciones de protesta221. Desde mayo a noviembre el movimiento obrero y las organizaciones revolucionarias no pudieron realizar sus actividades con normalidad, dado que en ese tiempo se decretó constantemente el Estado de Sitio.
El 9 de noviembre de 1933 y por su actividad libertaria, relegaron a los cegetistas Pedro Pablo Guzmán y Juan Segundo Montoya al poblado de Florida222. Semanas después, y a propósito de una gira presidencial por Osorno, y de forma preventiva, detuvieron nuevamente a Montoya y a Carlos Sánchez, Eudolo Lara, Octavio Muñoz, María Montoya, Graciela Paredes y Juana González223.
Los comités pro-presos realizaban constantes campañas y actividades de solidaridad con aquellos que caían en la propaganda o en medio de los conflictos sindicales. Pero además de la represión estatal, la izquierda debió hacer frente a las agresiones fascistas en diversas ciudades del país. En 1932 había sido fundado el Movimiento Nacional Socialista de Chile, una entidad paramilitar con locales, prensa y representantes en el parlamento, que tuvo amplia presencia en algunas zonas del territorio.
Desde los últimos días de abril de 1934 se desató una nueva ola re-
presiva estatal que duró varios meses y acabó con la prisión de decenas de activistas sociales y sindicales. El viernes 27 de ese mes hubo una concentración en las afueras del local de la FOCH capitalina en solidaridad con un grupo de jornaleros municipales en huelga. Un puñado de “nacis” (así se hacían llamar para distinguirse de los nazis alemanes) se dispuso a provocar a los manifestantes desatando una pelea campal. Llegó la policía y disparó al local de la FOCH. Murieron tres obreros y hubo ocho heridos graves. Los sindicatos se aprestaron a responder. La CGT, que además contaba con sus electricistas en huelga, declaró la paralización de todos sus gremios a partir del 30 de abril224. El gobierno concretó varias detenciones e impidió un Congreso de Unidad Sindical que por aquellos días se pretendía realizar225.
Pero la agitación social rondaba por toda la región chilena. Entre junio y julio se produjo un levantamiento de colonos campesinos en Ranquil. Alzamiento que acabó duramente reprimido por Carabineros y por el Ejército. Hubo una cifra desconocida de muertos. Los sobrevivientes fueron encarcelados. El 4 y 5 de julio la FECH invitó a las diversas organizaciones sociales a realizar reuniones para planificar el apoyo a los presos de Ranquil y en protesta contra la política represiva del Gobierno.
La CGT y los sindicatos libertarios se sumaron en masa. Estos encuentros se efectuaron en el local del diario La Opinión. La segunda reunión fue violentamente disuelta por la Policía de Investigaciones que llevó presas a las más de ciento cincuenta personas que participaban de ella (cincuenta eran de la CGT). Varios fueron liberados pronto, pero otros estuvieron encarcelados por meses226. La policía, además, destruyó al instante la imprenta de La Opinión, diario que se caracterizaba por atacar abiertamente la administración de Alessandri227. En julio, pero en el sur, en Puerto Varas, también habían detenido a un grupo de anarcosindicalistas de Osorno que se dirigían a la ciudad citada a fundar un sindicato de obreros de la construcción228.
En octubre varios anarquistas del gremio gráfico fueron procesados, según Tribunales, al descubrirse un atentado terrorista que pretendían realizar. Esto involucró a los altos cargos de la Federación de Obreros de Imprenta. Pedro Nolasco Arratia, secretario general de la FOIC, fue condenado a doscientos cincuenta días de prisión y 500 pesos de multa. Víctor Raymond a cien días y también a 500 pesos. El 2 de mayo de 1935 fueron liberados229.
Es preciso indicar que la represión operaba algunas veces de forma
legal (Estado de Sitio o Proceso Judicial, por ejemplo) y en otros instantes de manera informal (Amedrentamiento y prohibiciones in situ de las manifestaciones)230.
En 1935 el panorama no varió demasiado. Cundía la censura y el es-
pionaje, y a la represión estatal había que sumar la ofensiva de los nacistas criollos231. En enero y febrero se denunciaba en la prensa libertaria una serie de detenciones arbitrarias en huelgas de estucadores de Santiago, actos agravados por secuestros y flagelaciones232. Y no eran hechos aislados233. A principios de junio fue encarcelado Víctor González, director de El Obrero Constructor, por el contenido subversivo de la publicación234. El 7 de julio las autoridades civilistas prohibieron una conferencia de Pedro Nolasco Arratia en Curicó235. El 17 de agosto cayeron presos los libertarios Ernesto Miranda, Rubén Pardo y Walker Wiwer por apoyar una huelga en la Fábrica Nacional de Plaqué en Santiago236. El 13 de septiembre allanaron la imprenta del periódico Vida Nueva y más de veinticinco hogares obreros de Osorno. En esos operativos cayeron Zapata y Sáez del gremio de comerciantes. La causa era la impresión de volantes subversivos237. En octubre y en Talcahuano hubo una conferencia contra el fascismo de Félix López en el local del Transporte Marítimo que fue atacada por los nacis del lugar238. En noviembre un grupo de cuarenta y cinco nacis asaltó también el local de la CGT en Osorno. Como había muchos obreros reunidos allí se armó una gran pelea de la que resultaron nueve heridos entre los invasores239.
Ciertamente puede parecer que la historia del anarquismo y del anar-
cosindicalismo está llena de prisiones arbitrarias o justificadas por la Constitución del Estado y por lo mismo regada de tragedias humanas y políticas. Pero eso sería obviar el hecho de que los libertarios, o muchos de ellos, estaban más o menos conscientes de los riesgos que corrían y por lo mismo la prisión no era una cuestión ajena a su cotidianidad. Por lo demás, no solo golpes y dolor en su contra recibieron en estos días, ya que en varios aspectos (culturales, políticos y económicos) estaban recibiendo buenas cosechas. Y las cotidianas estadías en las cárceles no impedían que, por ejemplo, realizasen innumerables actos públicos como la tradicional conmemoración del Primero de Mayo240.
Los años pasaban pero el contexto represivo no decaía mayormente. Los conflictos sociales seguían desarrollándose. Y muchas luchas económicas parciales, fueron aprovechadas por los diversos grupos opositores, para canalizar su protesta contra el régimen imperante. El 2 de febrero de 1936 hubo una huelga general de trabajadores del ferrocarril que se extendió por casi todo el país. La CGT la apoyó y aplaudió las acciones de sabotaje contra las líneas del tren. Hubo una serie de huelgas solidarias y un extenso ánimo belicoso. En medio de ese escenario atraparon al joven estucador libertario José Olivares. La Policía de Investigaciones, con Waldo Palma a la cabeza, lo torturó durante los interrogatorios. Producto de ello estuvo en el hospital por varias semanas241. Y es que la Unión en Resistencia de Estucadores, a la cual pertenecía Olivares, ya había realizado numerosas huelgas en varias ciudades del país.
Durante todos estos años los anarcosindicalistas se movilizaron para
lograr conquistas económicas inmediatas y protestar por el contexto represivo, solidarizando con diversas iniciativas de apoyo tanto hacia los compañeros en el interior del Estado, como para sus afines de otros países242. Periódicamente se realizaban campañas temáticas. En diciembre de 1936, por ejemplo, la CGT y sus gremios agitaban por el abaratamiento de alimentos243. En otras ocasiones exigían la implantación de la jornada de 6 horas de trabajo diario, el fin de las guerras o el derecho habitacional. En el terreno sindical se sucedían numerosos conflictos a lo largo y ancho del país, alcanzando algunos de ellos cierta notoriedad por su masividad o bien por sus belicosos desarrollos244.
Si bien para el Estado el enemigo de izquierda más peligroso era ahora el comunismo, sobre todo con las hipotéticas insurrecciones orquestadas y financiadas desde el extranjero que ese partido podría realizar, los anarquistas no escaparon a la vigilancia estricta. En julio de 1937 la policía detuvo en Valdivia a Carlos Jorquera y Manuel Pizarro por la propaganda que allí se realizaba. Se les flageló y su pequeño Grupo Insurrección fue presentado a la opinión pública nacional como una peligrosa entidad terrorista internacional. Tras unas semanas y ante la tradicional falta de pruebas, fueron liberados245. En noviembre y ante la gira por el país de un grupo de aviones fascistas, el campo libertario salió a protestar. Acusados de pegar carteles contra Mussolini fueron apresados doce miembros de la Unión en Resistencia de Estucadores246.
En esos años la Guerra Civil Española (1936-1939) fue todo un ali-
ciente para los anarquistas criollos. El seguimiento de las colectividades y los episodios protagonizados por sus afines en la península Ibérica, así como su probado antifascismo, les hicieron movilizarse en numerosas ocasiones en solidaridad con el pueblo que luchaba contra el general Francisco Franco y sus tropas.
El 24 de diciembre de 1940, hubo un atraco en el que participaron
jóvenes anarquistas. Atrapados por la policía dijeron que era para la propaganda y que el dinero lo tenían los miembros de la Confederación General de Trabajadores, aunque luego y quizás porque sus compañeros eran perseguidos (apresados y torturados para que confesasen) se retractaron. Nunca se supo si se trataba efectivamente de un acto privado o de propaganda, pero lo cierto es que se allanaron los locales sindicales libertarios y casi todas las directivas del “movimiento libertario organizado” (IWW y CGT) les marginaron en la práctica. Los comités pro-presos no les fueron en ayuda. Y solo algunos sindicalistas de la FOIC solidarizaron247.
Pero volvamos atrás. En 1938 acabó la segunda administración de Ar-
turo Alessandri. El carácter represivo de la misma lo había deslegitimado considerablemente. La Matanza del Seguro Obrero, ocurrida el 5 de septiembre de ese año, acabó consolidando esa impresión. En las elecciones presidenciales que se produjeron meses después venció el Frente Popular. El país viraba hacia la izquierda. El Partido Comunista, pero sobre todo el joven Partido Socialista, se convertían en fuerzas políticas con bastante capacidad movilizadora. La Central de Trabajadores de Chile (CTCH), animada por ellos, era su base de apoyo sindical. A partir de 1938, esas colectividades, aunadas con sectores de clase media, y sobre todo con el Partido Radical, fueron gobierno.
Las fuerzas del anarquismo y del sindicalismo libertario se mantuvie-
ron al margen de las alianzas animadas por los partidos del Frente Popular (formado en Mayo de 1936)248. Y a pesar del ambiente de relativa libertad para reunirse y propagar sus ideas, un ambiente que no se había vivido ya en décadas, optaron por oponerse a esta nueva coalición gobernante con tintes izquierdistas. Destaco esto recordando que en la República Socialista de junio de 1932, el anarcosindicalismo apoyó la Junta de Marmaduke Grove y compañía. Entonces efectivamente existió un acercamiento entre sectores socialistas y libertarios, pero dicha circunstancial unidad, fue imposible de mantener en el tiempo. Hubo ciertos contactos, sobre todo entendiendo el contexto represivo del gobierno de Alessandri, pero todo intento de mancomunión, sobre todo a nivel sindical, fracasó porque la exigencia primordial de los anarquistas siempre fue alejar a los partidos políticos, incluso a los de izquierda, de las organizaciones laborales y sus luchas. Por ello los libertarios apoyaron los frentes únicos sindicales, pero se opusieron terminantemente a los frentes políticos, y con ello, al Frente Popular que fue gobierno a partir de 1938249.
Una vez implantada la nueva administración de la coalición izquierdis-
ta, los anarquistas continuaron sus luchas. Probablemente el único punto de encuentro consistente entre los diversos sectores revolucionarios, más allá de ciertas campañas temporales o gestas sindicales, fue la causa antifascista, tanto en animadversión a los nacistas chilenos, como a los diversos fascismos europeos. Aunque siempre había rencillas internas, ciertamente. Juntos se solidarizó con el pueblo español en la Guerra Civil (1936-1939), pero solo los anarquistas denunciaban el totalitarismo de la Unión Soviética.
Con respecto al Frente Popular, ahora ya ejerciendo la administración estatal, los antiautoritarios denunciaban en sus medios que un gobierno de izquierda tampoco favorecería a los trabajadores. A diez meses de asumido el mando, señalaban que lo único que se había logrado era un relativo respeto a la libertad de manifestación, pero que el aparato burocrático estatal crecía y nada se hacía para detener eficientemente a la oligarquía. Reconocían el apoyo popular a la nueva coalición, manifestado por ejemplo en la respuesta solidaria que los obreros habían tenido frente al fracasado golpe militar ocurrido el 25 de agosto de 1939 (el “Ariostazo”), pero insistían en que ninguna transformación radical vendría por decreto250.
El sindicalismo ilegal era cada día más difícil de sostener y el anar-
quismo iba retrocediendo ante los partidos políticos. Aún así, todavía eran capaces de movilizar a miles de personas en sus conflictos sindicales y campañas ideológicas. Sobre todo gracias al apoyo que tenían entre los trabajadores de imprentas, de la construcción y del calzado251. Pero las cosas se iban complicando.
El Frente Popular se disolvió en febrero de 1941 con la muerte del pre-
sidente Pedro Aguirre Cerda. Los partidos que le componían se unieron en la Alianza Democrática. Siguieron siendo mayoría electoral y aunque no estuvieron exentos de divisiones internas, administraron el Estado hasta 1952.
VII.- Consolidación del Estado de Bienestar y crisis del campo anárquico (1942-1960).
“¿Hasta cuando nuestros gremios piden limosna a los Poderes Constituidos? ¿Hasta cuando se falsea que somos pocos? Prefiero que contemos con cien compañeros, pero compañeros, y no con miles de cadáveres que anden”.
Pedro Nolasco Arratia, Teatro Caupolicán, 1° de mayo de 1946.
El principal colectivo político que había en Chile durante estos años, y fuerza motora tras la cual se agrupaban todos los sectores electorales de centro y de izquierda, era el Partido Radical. Había pasado la era del liberalismo a ultranza. Todos los grupos políticos en disputa concebían el aparato estatal como la estructura elemental desde la cual se impulsarían las reformas sociales. Los conflictos entre el capital y el trabajo, necesariamente debían ser mediados por el Estado. Y sería el mismo, por otra parte, el que estaría obligado a asegurar la alimentación, la educación, la vivienda, la salud y el empleo de la población. Estaba en boga la ideología estatista, y los pocos sectores que no se identificaban con la misma, eran desplazados del mundo político y social.
En los años cuarenta comienza la aceleración de la crisis del anarquis-
mo. Puesto que a su declinar externo, es decir, a la pérdida de influencia social de la que adolecía ya en la década anterior, ahora había que sumar su crisis interna. Las sociedades obreras con influencia libertaria van desapareciendo en el contexto del sindicalismo legal. Los pequeños grupos siguen existiendo, reducen su número252. Y los espacios culturales del anarquismo, como el teatro por ejemplo, tan en auge en los años treinta, ya no pueden “competir” con la oferta cultural que ofrecía el capitalismo a los sectores populares. La prensa anárquica no dejará de circular, pero lo hará ya definitivamente en un radio muy pequeño253. Los comunistas y socialistas, sus principales rivales en el mundo laboral, consolidan su voz. Cuentan con programas radiales y diarios, la gran prensa cubre sus actividades, su actividad política –más allá de su representatividad efectiva– se difunde por todo el país. El anarquismo, en cambio, con su anti-estatismo declarado, ya no encuentra acogida en una población cada día más expectativa y solícita de las reformas surgidas desde el Estado254.
La CGT entró en crisis en los primeros años de la década de 1940. Tuvo pequeños momentos de auge, sobre todo en algunas exitosas campañas sindicales, pero ya en 1948, en su último congreso nacional, estaba prácticamente desorganizada255. Seguirán siendo los gráficos, los obreros de la construcción y los zapateros, los principales puntales del sindicalismo libertario, pero esos oficios ya no serán hegemonizados por las organizaciones libertarias. A nivel nacional y social en general, la última expresión significativa del anarco-sindicalismo chileno fue su breve presencia en la Central Única de Trabajadores CUT, fundada en febrero de 1953, y de la cual algunas federaciones sindicales de raíces ácratas, como la del Cuero y del Calzado, fueron indiscutidos precursores. La huelga general de julio de 1955, a su vez, fue la última gran manifestación obrera levantada en parte por el especial esfuerzo de los sindicatos libertarios que actuaban en la CUT256. Los anarcosindicalistas fueron desplazados de la Central en 1957 por los partidos políticos de izquierda. Pequeños grupos sindicales intentarán devolverle su sentido independiente original a la CUT, pero no tendrán éxito.
En el campo específicamente anarquista es preciso destacar dos fe-
nómenos bien conectados entre sí y que juntos constituyen lo que será la tendencia histórica del “movimiento” por las siguientes décadas. Por una parte los grupos irán retrocediendo en número, y por otra se hicieron más constantes los deseos de levantar federaciones anarquistas de carácter nacional para unificarles. Varias entidades relacionadoras se levantaron desde los años treinta sin mayores éxitos en sus deseos de consolidarse como referentes para todo el campo anarquista. Las viejas disputas heredadas de los tiempos de la IWW y la FORCH, los rebrotes de las querellas entre quienes centraban sus labores en los sindicatos y quienes en cambio lo hacían entre los grupos específicos, las distancias geográficas, y otras razones, influían en ello. En los años cincuenta las discrepancias entre anarquistas se aceleraron en torno al problema de la CUT. Mientras que unos la pensaban como única posibilidad concreta para salvar al anarcosindicalismo del aislamiento total, otros advertían que su constitución en desmedro de intentar dar nueva vida a una central libertaria (como había sido la CGT), solo acabaría dejando huérfanos a los sindicatos de esa tendencia. Entre los primeros destacaban principalmente los cercanos a Ernesto Miranda, dirigente de la Federación Obrera Nacional del Cuero y Calzado. Los segundos marcaron pauta especialmente desde la Federación Anarquista Internacional (Sección chilena).
Hay que destacar que aún cuando se iban perdiendo las organizaciones
laborales, los libertarios seguían centrando su preocupación en el sindicalismo como único medio para alcanzar la revolución. Hasta los años sesenta, la mayoría de los anarquistas organizados en la región chilena serán también anarcosindicalistas. El anarquismo, atado al sindicalismo libertario, desaparecerá con sus organizaciones laborales casi al mismo tiempo.
VIII.- Travesía en el desierto (1961-1987).
Los años sesenta fueron testigos de numerosas convulsiones sociales
en diversos puntos del planeta. Tiempos de cambio, de conflicto y enfrentamientos. Entonces muchos países estaban alineados en dos bloques enemigos que sostenían una tensa paz armada. Era la llamada Guerra Fría. Por un lado EE.UU se levantaba como la principal potencia del campo de las democracias capitalistas, mientras que enfrente la Unión Soviética lideraba a los Estados socialistas. En Latinoamérica los países reproducían de forma local los conflictos ideológicos que sacudían el mundo, en ocasiones tendiendo sus gobiernos a establecer simpatías por uno u otro bando. La Revolución Cubana significó un espaldarazo (simbólico y práctico) para los grupos izquierdistas y revolucionarios de todo el subcontinente, instalando, además, la idea de guerrilla armada como herramienta efectiva para vencer a la “burguesía y el imperialismo”. En respuesta al auge izquierdista Estados Unidos asesoró a varios países sudamericanos en su guerra contra los grupos insurgentes. La tensa paz armada era constantemente amenazada y no faltaron ocasiones en que fue quebrada con salidas dictatoriales.
En Chile en 1958 asumió el poder Jorge Alessandri Rodríguez, el últi-
mo presidente de derecha elegido democráticamente durante el siglo XX. Tras él, en 1964 le siguió la administración del Partido Demócrata Cristiano, cuyo lema era “Revolución en Libertad”. Y finalmente, tras vencer en las elecciones de 1970, la Unidad Popular comenzó la inédita aventura de implantar el socialismo por la vía democrática.
Tras la experiencia de la CUT y la derrota sistemática de las posiciones libertarias en los sindicatos y gremios en donde habían sido hegemónicos, la presencia anarco-sindicalista aceleró su retirada. Este proceso se agudizó en los años sesenta hasta hacerse irreversible. En esa década acabó la influencia ácrata –en términos orgánicos– entre los trabajadores del cuero y calzado, portuarios, imprentas y de la construcción, es decir, entre sus últimos bastiones. El anarquismo también parecía enfrentar su total extinción257. Desde 1960 y hasta 1970 hay registros de muy pocas unidades, apenas la media decena258. Seguramente debieron existir otras, pero no hay mayores noticias de ellas, lo que hace suponer que, o no las había o bien eran notoriamente irrelevantes. En el mismo período no aparecieron más de cinco publicaciones periódicas de esa tendencia259.
Sobrevivientes de esa época coinciden en recordar la sensación de im-
potencia que afectaba a los ácratas. Los sindicatos y las calles se perdían en manos de los diversos grupos marxistas. La juventud quería cambios, pero ya el anarquismo no era una alternativa “atractiva”. Por otra parte, el número de simpatizantes había prácticamente desaparecido. Tras la pérdida de sindicatos y las disputas internas, varios de los antiguos libertarios se retiraron del “movimiento organizado” y de toda actividad pública política. No faltaron también los que renegaron de las ideas260. Por último, no hubo recambios generacionales. Casi todos los referentes eran antiguos sindicalistas.
Un pequeño pero importante grupo libertario de los años sesenta fue el vinculado al viejo dirigente del calzado Ernesto Miranda y que en 1960 pasó a denominarse Movimiento Libertario 7 de Julio (1960-1965)261. Este núcleo tuvo alguna presencia en Santiago, Temuco, Concepción, Osorno, Linares, Chillán y Talca262. En su afán de constituir una fuerza política revolucionaria de mayor envergadura y capaz de influir decisivamente dentro del movimiento social, el “7 de Julio” forjó varias alianzas con sectores revolucionarios marxistas ajenos al PC. En 1961 confluyó en el Movimiento de Fuerzas Revolucionarias (MFR) que agrupaba también a trotskistas, maoístas, socialistas y comunistas marginados de sus partidos. El MFR culminó junto a otros sectores (como la Vanguardia Revolucionaria Marxista) en la creación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en 1965263. Dada la estructura leninista de la entidad los libertarios no participaron en ella, aunque facilitaron el local de la FONACC (San Francisco n°268, Santiago) para su fundación264. Aunque no tuvo mucha trascendencia en el tiempo cabe indicar que en agosto de 1964 hubo un consultivo nacional libertario en Talca convocado por el Movimiento Libertario 7 de Julio. Allí las delegaciones de esa ciudad y de Santiago, Curicó, Linares, Chillán y Concepción acordaron crear nuevos grupos de base en otras urbes, levantar un comité relacionador y fijar una cuota para los gastos de la organización265.
Además de las pocas actividades públicas del llamado sector mirandista, de los libertarios españoles en el Centro Republicano, de algunas hojas editadas por la Federación Anarquista Internacional, o de ciertos viejos sindicalistas del cuero y de imprentas, durante estos años no se tienen mayores noticias sobre el anarquismo organizado de la región chilena266. Y las que hay son bien dispersas y desconectadas entre sí. En 1960, por ejemplo, la FAI lanzó un Manifiesto crítico sobre la Revolución Cubana y colaboró junto a la FOIC y la URE en una campaña solidaria internacional a favor de las víctimas del Terremoto de Valdivia ocurrido el 22 de Mayo267. Durante el Día del Trabajador de 1962 el Grupo libertario Francisco Ascaso se enfrentó a los comunistas en Santiago, pues los segundos le habían destruido la propaganda268.
Según algunos testimonios, la FAI siguió existiendo por algunos años más, publicando esporádicamente hojas de crítica social. En Valparaíso, en tanto, algunos viejos libertarios como el refugiado español Manuel Escorza (redactor de la sección literatura de La Estrella) eran activos animadores de la vida cultural del puerto269. Pero más allá de eso, no hay mayores referencias a otros tipos de actividad antiautoritaria.
Ácratas en la Unidad Popular
En 1970 asumió la administración estatal la coalición izquierdista de-
nominada Unidad Popular. Para los sectores movilizados del campo y de la ciudad anhelantes de reformas y cambios sociales, la victoria electoral del presidente Salvador Allende abrió un nuevo escenario donde sus expectativas se podían extender, y en muchos casos radicalizar. Ese fenómeno se canalizó en el mundo rural con las expropiaciones de fundos y corridas de cercos y en las ciudades con la estatización y el control obrero de varias industrias270. La sociedad se polarizó políticamente. La derecha creó grupos paramilitares y buscó diversas formas de boicotear el gobierno. Y en la izquierda varias agrupaciones políticas hacían gala de la llamada violencia revolucionaria. El Gobierno, en tanto, intentaba frenar ambas posturas y dirigir las transformaciones dentro de los límites de la institucionalidad vigente271.
En términos de influencia social, la presencia libertaria fue mínima e imperceptible en comparación con otros sectores revolucionarios como el MIR, el Partido Socialista y el Partido Comunista272. Numéricamente el movimiento organizado era microscópico y las divisiones internas generadas desde los tiempos de la CUT seguían en el aire. En Santiago contaban con tres sindicatos entre los zapateros y con alguna influencia en el Sindicato de Comerciantes Detallistas en Productos del Mar de la Vega Central273. Similar nexo tenían con la Cooperativa de Pescadores Artesanales de Puertecito, en San Antonio. En Puerto Montt sumaban un sindicato entre los obreros metalúrgicos274. Fuera de ello otros libertarios actuaron de forma individual en ciertas entidades barriales, sindicales y estatales encargadas de canalizar las transformaciones sociales. Tal es el caso de los comités de fábricas, los movimientos de pobladores y la Corporación de la Reforma Agraria275. Por último, ciertos testimonios conjeturan que hubo alguna presencia anárquica entre algunos grupos de estudiantes del Instituto Pedagógico de Santiago, en la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), en un grupo expropiador denominado “28 de Marzo”, en el Comité de Defensa de Derechos Humanos y entre los humanistas y siloístas seguidores del llamado “Poder Joven”276.
En el terreno específicamente vinculado al movimiento anarquista or-
ganizado la escasa actividad de entonces se aglutinaba elementalmente en dos polos: los mirandistas del Movimiento Sindical Libertario y los específicos de la Federación Libertaria de Chile, creada en junio de 1972.
Los mirandistas, cuyo grueso de miembros se había retirado de la Federación Obrera Nacional del Cuero y del Calzado recientemente, fundaron el Movimiento Sindical Libertario, entre el 25 y el 27 de junio de 1971277. Buscaban darle un contenido autogestionario a las transformaciones sociales de la Unidad Popular. En la necesidad de sumarse a espacios que hicieran posible participar de las transformaciones revolucionarias de aquellos días, el MSL estableció alianzas con otros sectores de izquierda278, convergiendo finalmente el 4 y 5 de diciembre de 1971 en el Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR). Sin embargo el MIR predominó rápidamente en el FTR y marginó a los libertarios. Éstos habían incluido sus tres sindicatos en la entidad a cambio de puestos en la dirección nacional del FTR. Cuestión que no fue permitida por los jóvenes leninistas. Además, como el MIR se hizo cargo del financiamiento de la propaganda del FTR, realzó en ella a sus dirigentes y marginó a los otros sectores279. Una vez afuera, el MSL intentó “volver” a la CUT y postularon en sus elecciones nacionales de mayo de 1972 a Ernesto Miranda como presidente para la central. Solo alcanzaron 645 votos, de cientos de miles.
Paralelo a este sector, un grupo específicamente anarquista creó en ju-
nio de 1972 la Federación Libertaria de Chile. Según testimonios de sus participantes, del medio centenar de miembros repartidos principalmente en Santiago, Valparaíso, Talca, Concepción y Temuco, un tercio de ellos eran viejos anarquistas, otro estaba compuesto por jóvenes familiares de los anteriores, y el último pertenecía a personas que recién tomaban contacto con las ideas280. Junto con retomar nexos e intentar reunir al disperso campo libertario del país, la Federación se esforzó en hacer propaganda de las ideas en ciertas coyunturas como el Paro de camioneros de Octubre de 1972. La FLCH debió luchar contra el llamado autoritarismo marxista del MIR y las juventudes del PC y del PS, y contra la derecha estudiantil y la militarizada en el Frente Nacionalista Patria y Libertad. Todo al mismo tiempo281.
Según el recuerdo de los libertarios de aquel entonces y de los po-
cos documentos disponibles, el anarquismo en general vio con simpatía el contexto de transformaciones sociales que vivía el país, tanto en el campo como en la ciudad, pero desconfió y atacó a los partidos políticos de izquierda y las pretensiones gubernamentales de estatizar el proceso, las luchas y los espacios. Fueron, en todo caso, una minúscula minoría disidente282.
Según Óscar Ortiz (del grupo mirandista), luego del fracaso en la CUT en mayo de 1972, el sector cercano a Ernesto Miranda convocó al disperso horizonte libertario (incluyendo a la FLCH) a un ampliado para octubre de 1972, en la sureña ciudad de Curicó. Encuentro que en la práctica fue el último “congreso anarquista” antes del Golpe Militar. Asistieron unas cuarenta personas. Los mirandistas, que apoyaban de forma crítica el proceso de la Unidad Popular, terminaron invitando a formar un partido socialista libertario para “competir” con los otros partidos de izquierda, que por estar organizados así, tenían más éxito. Ante tal propuesta, considerada heterodoxa, todo intento de diálogo se hizo imposible. La mayoría de los asistentes se retiraron indignados283.
De ahí en adelante las cosas se fueron en picada. Tras el congreso los mirandistas abandonaron sus intentos de unificación y hasta su actividad pública. La Federación Libertaria, en tanto, intentó hacer algo más, al menos en la propaganda. Una de las últimas expresiones impresas de ese sector y de los anarquistas en la Unidad Popular, fue un manifiesto lanzado el 1º de Mayo de 1973 y firmado por “Grupos anarquistas de Chile”. El día 11 de septiembre pretendían repartir un manifiesto que advertía del Golpe que venía. Pero ese mismo día fue el levantamiento militar. Según el veterano anarquista Néstor Vega, esas hojas se perdieron en algún río cercano a Santiago…
Bajo la bota militar
El 11 de septiembre de 1973 comenzó en Chile una Dictadura Militar que duró hasta 1989. Toda la izquierda quedó proscrita y sus militantes fueron sistemáticamente perseguidos, expulsados del país, encarcelados, torturados y vejados, y aún miles fueron asesinados. El Estado fue reformulado, restringiéndose radicalmente la libertad de asociación y opinión, al tiempo en que su estructura se adaptó a la implementación forzada del neoliberalismo a ultranza.
Dada la dispersión y el hecho de que no constituían entonces una ame-
naza real para el nuevo orden, la represión no cayó directamente sobre los libertarios, como sí lo hizo frente a la izquierda marxista leninista. Las pocas organizaciones anarquistas desaparecieron y algo más de una veintena de sus activistas se exiliaron en Argentina, Italia, Suiza, Holanda y Francia, principalmente284. Antes de eso, sin embargo, algunos de ellos pasaron por los centros de tortura implementados por la Dictadura285.
Tras el Golpe, pequeños grupos e individualidades aisladas intentaron aportar a la resistencia, tanto en el interior de la región chilena como en el extranjero. He aquí una breve síntesis en base a las escasas fuentes que quedan del período y el testimonio de quienes le sobrevivieron.
Dentro del país los pocos libertarios que quedaban se re-articularon
veladamente participando en organizaciones relacionadas con los derechos humanos, el sindicalismo, el feminismo, el naturismo y el cooperativismo. A continuación daremos un repaso por ese heterogéneo actuar.
En 1975 resurgió (había sido fundado en julio de 1970) el Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales (CODEHS), en que individualidades tales como Ernesto Miranda, Óscar Ortiz y Clotario Blest facilitaron la salida del país a izquierdistas perseguidos por el régimen, así como agitaron por el respeto de sus vidas en prisión286.
La Norsk Syndikalistisk Forbund (NSF), una central de trabajadores
libertarios de Noruega adherida a la Asociación Internacional de Trabajadores (organización mundial anarco-sindicalista), colaboró con el CODEHS en la tarea de sacar del país a presos de la Vanguardia Organizada del Pueblo para enviarlos a Noruega. La VOP, recordemos, había sido perseguida por la Unidad Popular y ahora se encontraba aislada por toda la izquierda partidista. Más de siete presos de esa organización fueron liberados de su inminente peligro de muerte por los esfuerzos conjuntos de los defensores de derechos humanos en Chile y los libertarios europeos287. Una breve y simbólica muestra de esa novedosa unión es una carta, fechada en 1978, de dos presos políticos en Santiago a la NSF:
“Siendo ésta, la libertad del hombre, una de las preocupaciones fundamentales de los anarquistas, deben estar presentes en su construcción, junto a combatientes de otras ideologías, como los marxistas, cristianos revolucionarios, etc., de tal manera que la Revolución no sea propiedad de un grupo reducido de personas, sino de verdad de todo el Pueblo”288.
En 1979 se creó la Liga por la Paz, levantada por algunos libertarios para hacer campaña antibelicista frente a una guerra que los gobiernos de Chile y Argentina negociaban entonces. Ese año se formó igualmente el Circulo Cultural Ernesto Miranda (1979-1987), en recuerdo de quien falleciera el 17 de octubre de 1978289. Y por aquellos días los anarquistas colaboraban también con el Frente de Liberación Femenina y el Centro Femenino Crisol de la capital290.
El 16 de julio de 1980 detuvieron en Santiago a once individualidades
relacionadas con un fugaz Comité de relaciones libertarias. Desde entonces confirmaron la decisión de actuar abiertamente a través de grupos que no se denominaran explícitamente anarquistas291.
En el sur, algunos viejos anarco-sindicalistas colaboraron con la di-
fusión de la ergocracia, fundando en 1984 la Organización Ergocrática Sindicalista Cooperativista de Chile292. Su sede estuvo en Curicó.
En Talca, el octogenario Juan Segundo Montoya, se concentró en difundir el vegetarianismo, incluyendo entre los actos de propaganda la edición de La Voz del Naturismo. Gracias a este viejo anarquista y a otros que existían en el sur del país, se concretó en 1983 un Congreso Nacional
Naturista293.
Los ácratas ya no contaban con sindicatos. Sin embargo, algunos de
sus elementos en el país y otros que entonces estaban organizados en Europa intentaron colaborar con diversos impulsos de reorganización de los trabajadores bajo la Dictadura. Pretendiendo, por cierto, difundir la idea de un sindicalismo libre de la tutela estatal y de los partidos políticos. Para ello, entre otras cosas, contactaron a los sindicatos criollos con los gremios libertarios europeos, les ayudaron monetariamente y facilitaron instancias de difusión para los sindicalistas chilenos en el viejo continente294.
Paralelo a todo lo anterior hubo intentos de reagrupación de organizaciones específicamente libertarias295. En 1985, por ejemplo, se fundó en Santiago el Centro de Estudios Sociales Hombre y Sociedad, una organización (bajo la fachada de un club deportivo) compuesta principalmente por antiguos anarco-sindicalistas. Publicaron Hombre y Sociedad, El Anarco y otros boletines. Recibían financiamiento solidario desde Francia e informaban sobre la situación interna del país a los compañeros libertarios exiliados296. El grupo no pudo crecer ni proyectarse, aún con la ayuda económica que llegaba de Europa. Según algunos contemporáneos, aquello se debió a que sus miembros, viejos sindicalistas, eran demasiado autorreferentes y no elaboraron un nuevo discurso acorde a los tiempos. Por lo demás no respondían a las expectativas de los compañeros europeos solicitantes de informes y documentos similares297. Pronto se retiraron los miembros más jóvenes y el grupo se disolvió en 1988, tras discutir si votar o no en el plebiscito que decidió nominalmente la salida de Pinochet298.
Además de esta instancia hubo otros grupos, algunos de ellos de difícil pesquisa historiográfica. Y es que dada la escasez de fuentes, la veracidad de los testimonios es bien difícil de contrastar. Según algunos estudios, en el interior del país, existieron las Brigadas del Pueblo, una organización anarquista enfocada en la lucha anti-dictatorial por medio de atentados explosivos contra bancos (Banco de Chile y Banco Estado) y propaganda impresa. La entidad funcionó en la primera mitad de la década de los ochenta. Las brigadas tenían entre 8 y 9 miembros y con el tiempo llegaron a constituirse tres en las poblaciones de la zona norte de Santiago299.
Entre 1985 y 1987, por lo menos, existió un Movimiento Libertario
chileno (ML), relacionado al grupo Hombre y Sociedad y el Circulo Ernesto Miranda. Al parecer el ML colaboró en los primeros años con el Movimiento Sindical Unitario. Además, sabemos que solidarizaron críticamente con la revolución sandinista en Nicaragua, tuvieron una escuela de formación sindical y editaron en junio de 1986 un boletín denominado
El Libertario300.
Por otra parte, paralelo al ML, existía un movimiento “clandestino” anarquista: los autodenominados Grupos de Acción Directa301. Según ellos mismos, los GAD se organizaron entre algunos campesinos y en los campamentos periféricos de Santiago. Realizaron talleres de reparación de autos, de pintura, de vivienda, de costura y procuraron facilitar el encuentro e intercambio entre habitantes de barrios pobres santiaguinos con cooperativas productoras de alimentos, campesinas y del puerto. Lucharon también por reconstruir las coordinadoras sindicales y el movimiento de pobladores302.
Además de la actividad en el interior toca mencionar aquella realizada por los anarquistas criollos dispersos en el exilio y los grupos extranjeros que les colaboraron, fugaz o permanentemente. Entre estos últimos está la Federación Obrera Regional Argentina, la Confederación Nacional del Trabajo en España, la Fédération Anarchiste de Francia, la Freie Arbeiter-Union alemana, el grupo Workers Emancipation de Estados Unidos, la Norsk Syndikalistisk Forbund noruega, la Sveriges Arbetares Centralorganisation sueca, y la Asociación Internacional de Trabajadores, entre otras. Todas apoyaron a los anarquistas y sindicalistas de Chile, ya sea generando periódicamente actividades solidarias para reunir dinero o bien difundiendo la situación de este particular país sudamericano303.
Varios de los libertarios criollos que marcharon al exilio, unidos a otros
refugiados anarquistas que entonces estaban en Europa, crearon la Coordinadora Libertaria Latinoamericana en 1978304. Con ella se denunció sistemáticamente la represión en Chile y otros países del continente ocupados por dictaduras militares. Ellos, además, organizaron el Primer Encuentro de Libertarios Latinoamericanos en el Exilio que se desarrolló en Paris el 31 de enero de 1981, al que asistió medio centenar de anarquistas en esa condición305.
Uno de los más activos núcleos de libertarios en el exilio fue el Gru-
po Pedro Nolasco Arratia creado en 1981 y en París por refugiados que habían llegado allí a fines de los setenta. Esta entidad actuó como correa de transmisión de información y solidaridad entre los grupos e individuos anarquistas que buscaban rearticularse en el interior de Chile y sus afines en Sudamérica y Europa306. En la capital del país galo, además, el grupo participó activamente en la Radio Libertaire donde a partir de 1982 se hizo cargo de un espacio para comunicar la situación social de Chile y América Latina307. Los libertarios igualmente colaboraron con los sindicalistas de Polonia que resistían a la Dictadura Soviética a través del Colectivo de Exiliados Chilenos de Apoyo a la Resistencia del Pueblo Polaco. Los enfrentamientos con los grupos marxistas chilenos en París, fueron inevitables308.
En Italia se conformó a principios de los ochenta el Gruppi Cileni Libertari in Esilio, relacionado con el Comitato del Lavoratori Libertari Cileni in Esilio de Carrara. Ellos publicaron El Amigo del Pueblo309. En Suiza Eolo Domínguez, hijo del dirigente estucador Ramón Domínguez, dio vida a Despertar en el Límite (1977-1978)310.
La coordinación de todos estos grupos y de otros espacios e individua-
lidades, así como la colaboración de los libertarios europeos, permitió que entre marzo y abril de 1987 se realizara una gira de anarquistas chilenos por todo ese continente (Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Suecia,
Italia y España)311.
Ciertamente los anarquistas constituyeron un grupo muy minoritario
dentro de la resistencia anti-dictatorial, tanto en el país como en Europa. Sin embargo algunas acciones de solidaridad lograron algún alcance e impacto más allá de sus reducidos grupos. Tal fue el caso del apoyo a los presos de la VOP o las campañas de denuncia del régimen que se realizaron en Europa, por ejemplo. Algo estaba pasando en el interior del movimiento libertario. Y es que a partir de los esfuerzos de solidaridad y reorganización que se realizaron en estos años, los anarquistas chilenos comenzaron su era de rearticulación.
IX.- Rearme, reinvención, resurgir (1988-1990).
Con la derrota en las urnas del dictador Augusto Pinochet en el ple-
biscito de octubre de 1988 el país comenzó el retorno a la democracia, proceso sellado simbólicamente el 11 de marzo de 1990 con la asunción a la presidencia del demócrata cristiano Patricio Aylwin. Se iniciaban así los veinte años de gobierno de la centroizquierdista “Concertación”.
Si bien la caída de la Dictadura implicó la apertura política y el fin
de considerables restricciones a la libertad de opinión, organización y reunión, en lo económico en cambio, las nuevas administraciones mantuvieron y profundizaron el modelo neoliberal que desde finales de los años setenta venía implantándose forzosamente en el país.
La izquierda se dividió entre quienes aceptaban las vías institucionales
y se integraban al aparato administrativo de los nuevos gobiernos y los grupos disidentes y armados que desde los años ochenta venían pugnando por derrocar violentamente a la dictadura primero, y por generar cambios revolucionarios en el nuevo contexto después. Los primeros fueron mayoría y gobierno. La represión no se hizo esperar y en unos pocos años la Concertación ya contaba con innumerables presos políticos en sus cárceles.
Para los anarquistas la época de la transición a la democracia y los primeros años de la década del noventa significaron el inicio de un nuevo germinal. Es cierto que siguieron siendo un sector político minúsculo, pero la larga marginación del campo de los movimientos sociales que venían sufriendo desde hacía ya medio siglo, comenzó a revertirse en aquellos días. Se trataba en todo caso, de un nuevo anarquismo.
A pesar de que algunos “veteranos” libertarios locales y otros que regresaban del exilio ayudaron considerablemente en este “resurgir”312, parece ser que la mayoría de los que abrazaron las ideas en estos años –y quizá hasta hoy– lo hicieron de forma más o menos independiente al radio de acción del heterogéneo movimiento organizado. Ha sido un ingreso un tanto “huérfano”, en el sentido de que no existió una estrecha relación entre las viejas generaciones con la juventud que llegaba al anarquismo. No con la mayoría, al menos. En otras palabras el anarquismo chileno noventero tuvo que hacerse a sí mismo, y en ese proceso bebieron de fuentes tan diversas como la subcultura y el mundo de la música punk, los grupos armados marxista leninistas (MIR, FPMR, MJL), los movimientos indigenistas, ecologistas y otros. Vertientes que con sus propias particularidades –vicios y virtudes– nutrieron a un anarquismo criollo carente de referentes directos y continuidad generacional y que tuvo que abrirse paso a tientas.
Resurgía el anarquismo, mas no así el sindicalismo libertario. Algunas de las viejas y nuevas demandas que comenzaron a ser especialmente abordadas por esta nueva generación fueron la resistencia al servicio militar obligatorio, la solidaridad con los presos políticos, el ecologismo radical y el apoyo a las históricas demandas de la nación mapuche.
En la época de la transición y el inicio de la hegemonía concertacionista
surgieron núcleos de actividad libertaria en Santiago y Concepción, principalmente. Luego aparecerían en Temuco, Rengo y otros puntos del país. Individualidades dispersas también comenzaban a tomar contacto con los grupos existentes o bien a crear nuevas instancias afines al anarquismo en los terrenos estudiantiles, culturales, musicales.
En 1989 apareció en Santiago el Colectivo Libertario de Comuni-
cación y Prensa Libertaria de Chile, formado por anarquistas retornados de Europa y un grupo de estudiantes. Esa entidad tuvo “bases” en San Miguel, Puente Alto y Conchalí, y entre otras tareas logró publicar dos números del periódico Acción Directa. La falta de recursos y compromisos económicos por parte de toda la colectividad en miras a la autogestión acabaron con esta iniciativa y con otras que se levantaron por esos días. Otras experiencias de aquellos días fueron la Coordinadora Anarquista Estudiantil (1991) y el Colectivo de estudiantes anarquistas (1992313), ambos de Santiago314, la publicación Acción Libertaria de Concepción (1991) y otros innumerables grupos bien fugaces.
El 13 de noviembre de 1993 se formó en la capital un “Comité Pro-
federación anarquista (Región metropolitana)”, a partir de tres grupos e individualidades (unas veinte personas en total). Era uno de los primeros de muchos intentos federativos que no prosperarían en los años siguientes, lo que en todo caso no medraba el paulatino auge libertario315.
También entraron en escena y para hegemonizar luego en la propagan-
da anárquica impresa, los fanzines, una especie de publicación de diseño artesanal y bien relacionado con la estética punk. En pocos años se reinició explosivamente la edición de estas nuevas hojas anarquistas, ninguna con demasiada proyección temporal, pero casi todas con una diversificación de diagramaciones y contenidos desconocidos hasta entonces316.
Por último, un hito importante en esos días fueron las protestas y ma-
nifestaciones que se desarrollaron en conmemoración de los 500 años del inicio de la invasión española en América, el 12 de octubre de 1992. Los numerosos carteles, banderas y periódicos anarquistas que aparecieron ese día, como no lo habían hecho hace décadas, nos entregan una señal, casi alegórica del comienzo, lento entonces, más notorio hoy en día, de una nueva proliferación de las ideas libertarias en la región.
Acabaremos simbólicamente el recuento con esta instantánea. Habían
pasado cien años desde que un grupo de inmigrantes italianos, españoles y algunos criollos, crearan en Valparaíso el primer centro de estudios sociales. Atrás quedaba un siglo de experiencias, de glorias y miserias, de búsquedas, de diatribas internas, risas y llantos, esperanzas e impotencias, de victorias y reveses frente al Estado y el capital, un siglo abrupto, de auges y decadencias. Las noveles generaciones poco conocían de ese pasado. Apenas veían las puntas de ese largo y extraño hilo negro que durante el siglo veinte se había introducido, anudado y casi cortado totalmente en la llamada cronología nacional chilena, y que sin embargo había podido resistir la tirantez de la historia. Aún cuando repetirían viejas preguntas, aquellos jóvenes estaban haciendo algo distinto, con nuevas formas, métodos, y por supuesto, con nuevos problemas. A partir de entonces otras maneras de entender el anarquismo comenzaron a surgir. Pero esa ya es otra historia.
Pág. 90 – Víctor Muñoz Cortés
PARTE II
De los Oficios y las Ideas
Desarrollo del anarcosindicalismo en la región chilena
Pág. 92 – Víctor Muñoz Cortés
“Unirse, organizarse libremente en sociedades de resistencia, formar grupos de propaganda libertaria, eso habrá que hacer; y así, hoy declarando una huelga parcial, mañana general, iremos poco a poco arrancando concesiones, hasta llegar a la expropiación de la propiedad privada, que será el preludio de la sociedad anarquista”.
Luz i Vida, Antofagasta, 1908.
En 1907 un grupo de zapateros y aparadoras del entonces pequeño poblado de Chillán acordaron inmortalizar en el estandarte de su naciente sindicato la frase: “Hacia el libre porvenir”. Tal era, decían, la síntesis de sus aspiraciones. Con ese gesto y probablemente sin pretenderlo aquellos hombres y mujeres sintetizaban también la irrupción de las ideas revolucionarias. Ya no bastaba con arrancar pequeñas mejoras a los patrones, ahora además se luchaba por un mundo completamente distinto, por un mundo nuevo. El anarquismo sabría convertirse en dinámico motor y canalizador de esas aspiraciones.
En vista de conquistar mejoras materiales para los trabajadores y
contribuir con ello a preparar el camino de una futura revolución, los libertarios crearon un particular corpus teórico y práctico al que llamaron anarco-sindicalismo317. En ese terreno y aún con su tradicional diversidad hubo acuerdo en señalar que la victoria de la organización obrera y con ella de las ideas antiautoritarias dependía de la consolidación de la acción directa. Y por tal se entendía el uso de las propias fuerzas para vencer en las luchas sociales a las autoridades políticas y económicas. Los trabajadores solo debían confiar en ellos. Nada tenían que hacer recurriendo al Estado y su legalidad, al parlamentarismo y aún a los llamados partidos obreros. Las herramientas de presión no eran el voto, sino la huelga y el boicot, por ejemplo318. El anarcosindicalismo, expresión laboral de la acción directa, era el conjunto de prácticas orgánicas y metodológicas adoptadas y difundidas por algunos trabajadores para conquistar mejoras laborales en función de construir una sociedad basada en el comunismo libertario.
El anarcosindicalismo chileno no fue un fenómeno sostenido unifor-
memente en el tiempo o carente de variantes y contradicciones. De hecho, tomando en consideración las transformaciones del Estado en materia laboral, podría englobarse en dos fases diferenciadas. Primero se expresó a través de la irrupción y expansión de las llamadas sociedades de resistencia y su nuevo modelo de asociatividad en la primera década del siglo XX. La cada vez más frecuente adhesión explicita de las organizaciones laborales a los idearios revolucionarios en los años veinte, así como la proliferación del concepto “anarcosindicalismo”, no fue más que el corolario simbólico de esa tendencia. Sin embargo el escenario comenzó a cambiar con la implementación forzosa del Código del Trabajo (1925-1931) y la consiguiente mediación sistemática del Estado en los conflictos económicos. Ese hito nos permite ahora hablar de una segunda fase del anarcosindicalismo en Chile signada por la lucha y resistencia frente al sindicalismo legal. El Estado había cambiado y los anarcosindicalistas se veían obligados también a ello. Las dificultades para posicionarse en ese nuevo contexto, sobre todo entre 1940 y 1960, explican en parte la propia decadencia del sindicalismo libertario en este país.
Durante gran parte del siglo XX el sindicalismo libertario fue la co-
lumna vertebral del heterogéneo movimiento anarquista local. Pues no obstante la existencia y virtud de otros espacios, aquel fue el principal eje irradiador de su universo cultural y político. En la arena de las disputas sindicales se encontró la sociedad chilena con estas ideas foráneas. Allí se foguearon las teorías, mostrándose efectivas en ocasiones e ineficaces en otras. Y allí también se gestaron gran parte de las disputas internas del propio campo libertario. Por todo lo anterior nos ha parecido urgente estudiar este fenómeno de forma específica. Pues como ya hemos indicado, no es lo mismo anarquismo que anarcosindicalismo.
A continuación abordaremos las transformaciones históricas del anarcosindicalismo en la región chilena, desde sus orígenes hasta su decadencia generalizada y conjunta desaparición, caracterizando sus expresiones orgánicas y prácticas y estudiando también los oficios en que ellos y ellas más arraigaron. La historia del anarcosindicalismo es así mismo la historia del encuentro de este ideario con la sociedad criolla, un mundo que salvo algunos episodios emblemáticos a principios del siglo XX, es bastante ignorado.