Mujeres en insurgencia
Trasversales 44 / junio 2018
Celia Pérez Sanz
El feminismo: desde abajo, con respeto y cariño
Este texto fue publicado originalmente en
https://www.lamarea.com/2018/03/26/feminismo-desde-abajo
Si se enfocase el problema de los feminismos desde una perspectiva de los afectos, creo
que sería mucho más fácil llegar a puntos de encuentro.
Me duele la palabra feminismo. Creo que no abarca ni la profundidad, ni la intensidad, a
la par que sencillez, de los problemas. La RAE identifica el feminismo como:
Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Movimiento que lucha por la
realización efectiva en todos los órdenes del feminismo.
Estas definiciones encorsetan y reprimen la cruda realidad de la carencia de afecto y de
reconocimiento como seres humanos que sufrimos las mujeres. El uso excesivo de palabras
como igualdad, derechos, movimientos, lucha y otros conceptos de orden social y
político de la historia reciente de la humanidad, hace que esta jerga se vaya desvirtuando
y se aleje cada vez más de lo que a las mujeres nos hace daño de verdad, todos los días y
es que no nos sentimos queridas, ni reconocidas, ni valoradas, ni en el lugar que cada una
de nosotras haya de tener o desee tener en la sociedad. Y si hablamos de empoderamiento,
me pregunto si no se utiliza ese término con demasiada frecuencia, para tratar de apoderarse
de un tipo de poder que imita a los comportamientos machistas. Sólo hemos de
mirar a las lideresas políticas o empresarias que consiguen medrar.
Me gustaría hacer un inciso para hablar de femenino y masculino como algo más amplio
que la mera repartición biológica de los sexos. Presuponemos que la mujer es femenina
por tener vagina y el hombre es masculino porque tiene pene y a eso tan sencillo, le atribuimos
una serie de aptitudes y capacidades culturales pre-establecidas. Pues se me queda
muy corto.
Celia Pérez Sanz
El feminismo:
desde abajo, con respeto y cariño
Este texto fue publicado originalmente en
https://www.lamarea.com/2018/03/26/feminismo-desde-abajo
El psicólogo Carl Gustav Jung (1875-
1961), sin llegar a ser, a mi entender, un
modelo de pensamiento en todas sus teorías,
fue, sin embargo, muy sabio y un adelantado
a su tiempo cuando dijo que la
vivencia de lo dual y, dentro de ella, la percepción
de lo femenino y lo masculino
como esferas psicológicas separables e
irreconciliables, no representan una ley psicológica
inmutable, Jung consideraba que
las sociedades occidentales de su tiempo (y
eso puede extrapolarse al 2018) se encontraban
muy desequilibradas al exagerar la
importancia del pensamiento y la sensación
–unciones psíquicas asociadas culturalmente
con el hombre–y desconocer las funciones
no racionales consideradas femeninas:
la intuición y el sentimiento. Este desequilibrio
se manifiesta en una fe ciega en
la ciencia para resolver los problemas fundamentales
de la humanidad, un materialismo
desbordado y una subestimación y
subor dinación de los elementos considerados
femeninos de la psiquis individual y
colectiva.
Lo femenino también puede ir asociado al
sentido conservador de la vida, a la capacidad
para amar incondicionalmente, a la
aptitud para escuchar al otro, al sentido de
los pies sobre la tierra, minuto a minuto, a
la humildad. Lo masculino puede asociarse
a una actitud de potencia física y de competencia
y al deseo de resolverlo todo me -
diante el pensamiento y la razón. Puede que
todo eso nos venga propiciado a mujeres y
hombres, respectivamente, por nuestra predisposición
biológica, pero nada de ello es
una realidad psicológica inmutable, como
he dicho más arriba citando a Jung. ¿Qué
hombre no sería capaz de escuchar al otro
con humildad? Seguro que descubriría que
incluso puede ser agradable. ¿Y qué mujer,
si se lo permiten, no podría utilizar su pensamiento
para encontrar soluciones razonables?
Nada de malo si se compatibiliza, si
se equilibra y sin embargo puede ser atroz
si se utiliza de forma sesgada, como instrumento
para separar a ambos sexos y sobre
todo, para la explotación y humillación de
las mujeres por parte de los hombres.
Me gustaría encontrar otra palabra que
definiese la liberación de las mujeres en un
sentido mucho más amplio, aunque primero
habría que demostrar que el compartir
las tareas domésticas o los permisos de
paternidad o los cuidados o las paridades
en las listas, incluso la brecha salarial, etc.
no son sino puntitas del iceberg que está
sumergido, bien cómodo y poco dispuesto
a abandonar su asentamiento. Porque es
muy raro que cualquier conversación sobre
feminismo en nuestros días, no termine de -
batiendo sobre el reparto de los horarios, el
cuidado de los niños y los mayores, las de -
cisiones domésticas u otras peleas habituales,
que ocultan y solapan el fondo de la
cuestión, la auténtica llave del reino que es
la que los hombres no están dispuestos a
soltar.
El otro día asistí a una jornada sobre
Perspectivas Feministas de Participación
Ciudadana. Tuve la sensación de que se
están moviendo muchos mimbres de reivindicación
desde ámbitos nucleares y
sentí mucha ternura al comprobar que
arrancan desde muy abajo, desde las entrañas
de una supervivencia emocional muy
básica del ser humano. A la vez resoplé por
dentro con cierta pereza, porque comprendí
que aún queda mucho camino por recorrer.
En la jornada, se dio voz a algunas mujeres
que participan en los denominados “espacios
de igualdad” cada vez más prolíficos
en los barrios de las grandes ciudades. En
realidad, se trata de fórmulas muy loables
para ofrecer a las mujeres la oportunidad de
salir de las prisiones que, para algunas,
constituyen sus propios entornos familiares
y vecinales, mediante la organización y
participación en actividades culturales,
artísticas y creativas.
Pues la mayoría de las mujeres que intervinieron,
según mi interpretación, habían
descubierto su autoestima gracias al espacio
de igualdad. Lo que yo percibía era que,
entre mujeres, habían perdido el miedo a
expresarse y mostrarse tal como eran sin
temores ni complejos. Yo interpreto que en
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realidad lo que habían encontrado al reunirse
en esos espacios, algunas sin expectativas
previas, era cariño y apreciación por
parte de sus iguales, o sea, de otras mujeres.
Otras mujeres no las humillaban, no las
juzgaban, no les exigían que fueran más
allá de sus posibilidades ni que tuvieran
que justificar lo que hacían o decían con el
temor de ser rechazadas o anuladas o ninguneadas,
en resumen: las respetaban. Y el
respeto es un buen punto de partida. Eso ya
es un cambio respecto a las actitudes
machistas.
Cuando nuestros referentes femeninos son
mujeres notables, públicas, ya sean políticas,
ideólogas, escritoras o artistas, que han
sido capaces de contravenir las reglas, que
no se han sometido a las autoridades convencionales
y que han tenido la suerte de,
con todo ello, ser conocidas y trascender a
lo largo de los siglos de patriarcado
machista, estamos fijándonos en modelos
excepcionales, que normalmente han dejado
su huella por haberse ocupado de temas
mayores, no accesibles a todas las mortales.
Y, sin por supuesto quitarles el valor, el
mérito, el reconocimiento y la gratitud,
estoy segura de que han tenido que sucumbir
a actitudes similares a las que utilizan
los hombres, porque seguramente, de no
ser así, no hubiesen podido abrirse camino
y subsistir en sociedades tan arcaicamente
machistas. Sin citar nombres de féminas
ilustres, muchas veces me pregunto si las
defensoras del sufragio universal, por
poner un simple ejemplo de medida reivindicativa
igualitaria, eran en sus hogares y
en sus entornos más cercanos, tan reivindicativas
como lo eran en su labor pública. Y
en caso de que lo fueran, y suponiéndolas
heterosexuales, tenían que haber tenido
uno o varios hombres al lado que correspondiesen
a sus formas de vida.
Sin embargo si nos fijamos en lo pequeño,
en lo cotidiano, en lo cercano, todas nosotras,
personas, mujeres u hombres, todas
somos sensibles al cariño, a la generosidad,
al respeto. Y no sólo somos sensibles, sino
que lo buscamos y lo demandamos para
supervivir. Está implícito en la naturaleza
humana. Y no se respeta ni se quiere a
quien se domina o se intenta dominar
mediante actitudes competitivas, patriarcales
y machistas.
Por desgracia el chiringuito está muy bien
montado. Durante siglos se le ha otorgado
a la mujer un territorio de poder en el
hogar, en lo cercano, para hacerla creer que
pintaba algo en la sociedad y que se mantuviera
calladita y tranquila. Y los hombres
han confundido el cariño con la posesión,
mientras que las mujeres lo han aceptado
como si estuvieran bajo una anestesia de lo
inevitable. Ahora ha llegado el momento de
demostrarles que querer y dejarse querer es
muy agradable y además funciona. Pero
primero hay que tomar conciencia de
donde está el problema.
La revolución será feminista o no será. Y
yo añado, la revolución ha de partir de los
estratos más humildes de la sociedad o no
será.