Vivas, libres, unidas

Si 2018, o “el curso” 2017-2018, es el año de las mujeres no es por decisión de la ONU como en 1975, sino porque mujeres de todas partes, condiciones y edades salimos a las calles en las marchas multitudinarias de una movilización global e integral. Movilizaciones que son fruto de muchos años de lucha y conciencia feminista; parte de su novedad estriba en su capacidad para llegar a mujeres que nunca antes se habían declarado feministas.
Muchos son los motivos para gritar basta.



La opinión de Trasversales
Trasversales 44, junio 2018

Vivas, libres, unidas

Si 2018, o “el curso” 2017-2018, es el año de las mujeres no es por decisión de la ONU
como en 1975, sino porque mujeres de todas partes, condiciones y edades salimos a las
calles en las marchas multitudinarias de una movilización global e integral. Movilizaciones
que son fruto de muchos años de lucha y conciencia feminista; parte de su novedad
estriba en su capacidad para llegar a mujeres que nunca antes se habían declarado feministas.
Muchos son los motivos para gritar basta: los femicidios en América Latina, el machismo
burdo y repugnante de Donald Trump, la salvaje explotación de mujeres y niñas en las
empresas textiles instaladas en países asiáticos y africanos, la trata y explotación sexual de
mujeres, la brecha salarial todavía existente en los llamados países desarrollados, el reparto
sexista del trabajo remunerado y no remunerado, el incumplimiento de la Carta de Estambul
contra la violencia de género o de la Declaración de Atenas que consagraba la paridad
política en la Unión Europea, el acoso sexual denunciado por el movimiento Me too
en Estados Unidos… Esta disparidad de motivos y situaciones origina el carácter global e
integral de las movilizaciones de mujeres. En unos casos son la resistencia a perder terreno
conquistado, en otros la denuncia, pero siempre representan el empuje de la mujer
como sujeto de una revolución singular y en marcha desde hace más de un siglo, cuyos
logros están transformando las sociedades al afectar a la esfera privada y más personal de
la especie humana. El cambio de paradigma en la relación entre hombres y mujeres exige
cambios estructurales que no son bien recibidos por los poderes garantes del orden social
y económico imperante. Queda mucho por hacer y mucha reacción que frenar.
En nuestro país un 8 de marzo impresionante, multitudinario y transversal, y la respuesta
inmediata y masiva ante la sentencia de la manada han evidenciado la frescura y fortaleza
del movimiento feminista en España por encima de sus propios colectivos organizados y
de los partidos políticos. Pero tiene su historia. Debemos mirar a la respuesta en la calle a
la fracasada Ley Gallardón. Desde el primer momento las concentraciones y manifestaciones
demostraron que éramos muchas, muchísimas, las mujeres no dispuestas a perder ni
un milímetro de lo conquistado. Las movilizaciones unieron a feministas de toda la vida
organizadas en diferentes colectivos con mujeres que salían a la calle por primera vez y de
forma muy destacada con mujeres jóvenes, o muy jóvenes, que no estaban dispuestas a
perder lo que para ellas no era una conquista sino un derecho adquirido. Con las mujeres,
al lado, también hombres. Y vencimos. El gobierno retiró la ley y Gallardón dimitió.
Desde hace cuatro años las mujeres hemos salido a la calle, unas organizadas en colectivos,
otras con compañeras de trabajo y amigas, mayores y jóvenes… convirtiendo las marchas
y concentraciones en lugares de encuentro intergeneracional y plural, como se ha
vivido también en las convocatorias del 7N contras las violencias machistas y en la celebración
del 25N. El 8 de marzo de 2017 desbordamos la Gran Vía; algunas ese día ya habíamos
secundado el primer paro internacional de mujeres; ese 8 de marzo las portadoras
de la cabecera dieron un paso atrás para dejar la entrada a mujeres jóvenes cuya energía y
alegría junto a sus gritos mostraron que la lucha de tantos años contaba con ellas, hijas y
nietas de feministas se declaraban Gracias a mi madre me hice feminista.
La preparación del 8 de marzo de 2018 nos ha enseñado a convivir desde las diferencias;
esta forma de organizarse y trabajar es deudora de la experiencia vivida por muchas mujeres
en el 15M, aprendiendo e interiorizado prácticas de inclusión, consenso y participación
horizontal. Declaraciones de mujeres, que nunca se habían sentido feministas, definiéndose
como tales manifiestan el rechazo de la hegemonía patriarcal. Sólo se han excluido
aquellas que lo han querido anteponiendo discursos de partido (PP y Cs). Y ni siquiera
entre éstas ha podido mantenerse la distancia ante la fuerza y vigor de las movilizaciones.
El 8 de marzo fue un día de huelga pero de un nuevo tipo de huelga, laboral, de cuidados,
de estudios… una protesta colectiva planteada por la necesidad de hacer emerger todo lo
que oprime desde unas relaciones laborales marcadas por el sexismo y la brecha salarial,
basadas en una competitividad depredadora, hasta la defensa de nuestros cuerpos y libertad
sexual. Ese día volvimos a denunciar que nosotras sufrimos la crisis siendo el colectivo
más afectado por la precariedad laboral y los recortes en políticas sociales. Nuestra conciencia
de la importancia de sumar y visibilizar a todas nos permitió encontrar fórmulas de
participación no excluyentes que permitieran a todas participar. Buena muestra de ello fue
la complicidad de aquellas cuya situación particular les impedía secundar la huelga, a través
de los delantales en las ventanas o lazos morados. Como cantaban las compañeras de
Bilbao, emocionándonos, yo por ellas y ellas por mí. Fundamental fue la contribución de
las periodistas secundando la huelga y dejando el hueco; su pluralidad es un buen indicador
de que el objetivo de llegar a más mujeres de las declaradas feministas se ha cumplido.
Las concentraciones en las plazas, las manifestaciones en ciudades y pueblos y la
manifestación de Madrid cerraron una jornada histórica. Hemos conseguido que lo personal
sea político, nuestra revolución no busca ya sólo conquistar derechos sino poner en el
centro nuestro papel y protagonismo en la sociedad, cuestiona y transforma los cimientos
del patriarcado como orden social, aspira a conseguir la hegemonía simbólica.
Pero tras el 8 de marzo el poder patriarcal golpea cruelmente: la sentencia del juicio de la
manada. Habíamos salido a la calle, mayoritariamente mujeres pero también hombres,
durante el juicio, denunciando el machismo burdo y brutal que considera la vida privada
de la víctima como justificación para la violación, se habían tomado las calles el 25N de
2017 denunciando la violencia machista y la hipocresía de quienes firman un pacto de
Estado contra esta violencia pero no invierten en su desarrollo; en esas manifestaciones
habíamos gritado que la calle y la noche también son nuestras y que queremos volver
solas y seguras a casa. Es duro tener que reclamar que No es No. Lo sucedido en los San
Fermines y repetido por otras manadas ha provocado rechazo y denuncia en la sociedad
española pero el repudio social a la violencia machista no se ha visto respaldado por una
sanción judicial, aunque sí por una respuesta y reacción inmediata y masiva. Otra vez en
la calle, que también es nuestra, defendiendo que no se va a tolerar que se nos imponga
esta agresión. El lema gritado: sola y borracha quiero llegar a casa sintetiza el derecho a
vivir libres y autónomas y la obligación de los poderes públicos a proteger ese derecho.
No valen subterfugios. Somos dueñas de nuestro cuerpo y la decisión y la voluntad es
nuestra. Se ha acabado el tiempo del miedo, de mirar atrás continuamente, de taparnos para
no provocar…
La sentencia de la manada es violencia patriarcal que no puede quedar impune. Ha mostrado
el absurdo de un código penal que no entiende que el avance y fuerza de las mujeres
está poniendo patas arriba el orden patriarcal y que no hay marcha atrás. El cambio será
feminista o no será porque sin nosotras no hay futuro. Una de las razones más poderosas
para explicar esta fuerza de las mujeres en la calle es la conciencia de que la violencia
machista no es un problema de crímenes pasionales ni casos aislados de “enajenación
mental” sino manifestación brutal del patriarcado como respuesta a los cambios que están
alterando su orden. La última manifestación celebrada días antes de cerrar este editorial ha
denunciado la hipocresía y las falacias de un Pacto de Estado contra la Violencia de
Género. Como se gritaba en las calles: Menos lacitos y más eurillos. No aceptamos políticas
de maquillaje y foto sin compromiso real y efectivo para erradicar la más salvaje respuesta
del orden patriarcal que se manifiesta en la vida cotidiana y personal.
Nosotras estamos en marcha, seguimos avanzando. Viva la lucha de las mujeres, cuando
las mujeres avanzan, el mundo gana.