México: López Obrador y las voces de abajo.

Todas esas voces debieran ser escuchadas. Y para que así sea, resultan ne­cesarios movimientos sociales, críticos e independientes. Movimientos que rom­pan el consenso neoliberal que pretenden ampliar las clases dominantes. Lo peor que nos podría pasar ahora es que derivemos en un neoliberalismo legitimado con el falso argumento de la unidad de los 30 millones de votantes. Hay que escuchar bien: mucha gente vo­tó contra el neoliberalismo, votó con­tra el sistema de muerte, despojo y corrupción que se llama capitalismo. Ni existe un capitalismo no-corrupto, ni el despojo empata con el bienestar de los pueblos.



¿Escucharon?
Raúl Romero*
La Jornada

Era 1995 y Ernesto Zedillo, presidente de México. La violencia y la crisis económica hacían un ambiente difícil para su mandato. Para ganar legitimidad, Zedillo se propuso solucionar el conflicto que un año antes había estallado en el sureste del país, donde el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se levantó en armas como respuesta al genocidio contra los pueblos indígenas y en exigencia de trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz para todas y todos los mexicanos; demandas a las que más tarde agregarían autonomía e información. Las causas del alzamiento siguen vigentes.

La estrategia de Zedillo consistió en simular públicamente paz y diálogo, al tiempo que preparaba el operativo militar con que pretendía detener a la comandancia zapatista. Esteban Moctezuma Barragán, entonces secretario de Gobernación, fue pieza clave en la operación: mientras él simulaba diálogo, Zedillo ordenó la revelación de la supuesta identidad de los dirigentes zapatistas y fueron liberadas órdenes de captura contra ellos.

El 9 de febrero de 1995, el Ejército Mexicano tomó varios poblados de Chiapas. Hubo detenciones ilegales, cateos, bombardeos, asesinatos de infantes, violaciones de mujeres. La traición de febrero, como fue conocido este suceso, fracasó en su objetivo final: detener a la comandancia zapatista.

En días recientes, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ratificó que Esteban Moctezuma será secretario de Educación Pública en su mandato. También nombró a Alfonso Romo como uno de los actuales responsables de transición en materia económica y su futuro jefe de gabinete. Romo ha sido un empresario consentido por el sistema. El mismo AMLO lo denunció varias veces.

Romo, al igual que Víctor Villalobos –propuesta de AMLO para dirigir la Secretaría de Agricultura y a quien Víctor M. Toledo en estas mismas páginas calificó de cipayo de las trasnacionales (https://bit.ly/2JtzIAZ)– impulsan abiertamente la utilización de transgénicos y semillas mejoradas, medida que es rechazada por campesinos de México.

Igualmente, a la pregunta expresa de si apoyarán las zonas económicas especiales (ZEE), Romo declaró el pasado primero de julio que las harían más grandes, que todo México tendría que ser un paraíso de inversión. Las ZEE son verdaderos enclaves coloniales, nuevos eslabones para el despojo, como bien apuntó Magdalena Gómez (https://bit.ly/2JwcJFA ).

Podríamos mencionar otros nombres que representan al sistema de privilegios, impunidad y corrupción y que ocuparán cargos clave en el próximo gabinete. Basten estos ejemplos para señalar que las dudas sobre un giro de 180 grados del próximo gobierno son legítimas, dudas que son alimentadas por los recursos discursivos típicos del salinismo, pero hoy enunciados por los mediadores del futuro gobierno, como Alejandro Solalinde, quien se refirió al EZLN como extremistas, indígenas influenciados por mestizos y minoría radical.

Pero las dudas sobre lo que sucederá arriba no desestiman lo que se movió en los abajos el pasado primero de julio. De las más de 30 millones de personas que votaron por AMLO, muchas votaron también, o sobre todo, contra la guerra, contra la impunidad y contra los feminicidios. Votaron por la presentación de las personas desaparecidas, por memoria, por verdad y por justicia. Votaron contra los gasolinazos, contra la reforma educativa y por empleo digno. El descontento acumulado a lo largo de muchos años decidió manifestarse ese día. La experiencia organizativa del movimiento de víctimas, del magisterio, de las juventudes, de las resistencias socioambientales, de las mujeres, de la diversidad sexual, de periodistas y de muchos otros, venció el fraude.

Todas esas voces debieran ser escuchadas. Y para que así sea, resultan ne­cesarios movimientos sociales, críticos e independientes. Movimientos que rom­pan el consenso neoliberal que pretenden ampliar las clases dominantes. Lo peor que nos podría pasar ahora es que derivemos en un neoliberalismo legitimado con el falso argumento de la unidad de los 30 millones de votantes. Hay que escuchar bien: mucha gente vo­tó contra el neoliberalismo, votó con­tra el sistema de muerte, despojo y corrupción que se llama capitalismo. Ni existe un capitalismo no-corrupto, ni el despojo empata con el bienestar de los pueblos.

En México sabemos lo que pasa cuan­do las organizaciones de nuestros pueblos se convierten en extensión del Estado. No queremos volver a vivir esa historia. Peor aún, si ese lugar no es ocupado pronto por las organizaciones democráticas de izquierda; el vacío será llenado por las derechas de la mano de Claudio X. González.

Hay que escuchar con atención lo que los múltiples abajos dijeron y dirán estos días. Ahora que pase el tsunami, las islas del mundo nuevo seguirán siendo horizonte que guíen el andar.

*Sociólogo.

Twitter: @cancerbero_mx