Poder y capital, las dos caras de la moneda

Si nos mantenemos en el esquematismo dualista, es probable que los dilemas sean ¿reforma o revolución?, ¿“derecha” o “izquierda”? Estos dilemas quedan enganchados en una trampa paradójica; la reforma o la revolución terminan formando parte de la misma órbita si no escapan al círculo vicioso del poder. El problema no es si se hace reforma o si se hace revolución, el problema es si se reproduce nuevamente el poder, se restaura el Estado, incluso expandiéndolo aún más, o si se des-construye, se destruye, se desmantela, el poder, liberando la potencia social. El poder se preserva tanto en la reforma como en la revolución arrepentida.



Poder y capital, la dos caras de la medalla
Nota 3 sobre Podemos
Raúl Prada Alcoreza

Para abordar tanto el suceso Podemos, en España, como el suceso Syriza, en Grecia, es indispensable, antes, situarnos desde dónde abordamos estos sucesos y quienes somos. Este dónde no se refiere al lugar geográfico, este quién no se refiere a una identidad, tampoco a un Yo. Se trata más bien de la perspectiva epistemológica y de la relación perceptual con el mundo. Aclarando lo que decimos; se trata de saber si nos mantenemos en la episteme dualista de la modernidad o si hemos salido de este horizonte y zócalo, a la vez, esquemático, maniqueo y abstracto. Si hemos salido de esta episteme de la modernidad e ingresado, por lo menos a los contornos, a los umbrales, de la episteme de la complejidad. Por otra parte, se trata de saber si todavía creemos en identidades, que no son otra cosa que clasificaciones estatales, o hemos liberado los devenires del cuerpo, más allá de las identidades institucionalizadas. Esta ubicuidad es importante, pues depende de la misma de cómo se abordan los problemas del presente.

Si nos mantenemos en el esquematismo dualista, es probable que los dilemas sean ¿reforma o revolución?, ¿“derecha” o “izquierda”? Estos dilemas quedan enganchados en una trampa paradójica; la reforma o la revolución terminan formando parte de la misma órbita si no escapan al círculo vicioso del poder. El problema no es si se hace reforma o si se hace revolución, el problema es si se reproduce nuevamente el poder, se restaura el Estado, incluso expandiéndolo aún más, o si se des-construye, se destruye, se desmantela, el poder, liberando la potencia social. El poder se preserva tanto en la reforma como en la revolución arrepentida. Una vez abolido el Estado, por lo menos momentáneamente, en la coyuntura inmediata e intensa, cuando las multitudes se hacen cargo de las decisiones, toman los territorios, suspenden las instituciones, crean un tiempo sin tiempo fecundo, el punto de inflexión del espacio-tiempo social, la reforma o la revolución termina, una vez apagado el fuego de las batallas, reconstruyéndolo nuevamente. Con una nueva fachada, incluso puede ser con una nueva estructura; pero, en la medida que sigue siendo Estado, repite la composición arquitectónica del poder, aunque sea otro diseño.

El referente dual de “izquierda” o “derecha”, es un esquema reducido, pues no toma en cuenta toda la composición y espacialidad del Congreso de la revolución francesa. Estaban también los de la montaña, que se ubicaban en la galera; éstos eran los radicales. Los jacobinos y girondinos compartían, al final, el mismo prejuicio liberal. La revolución social estaba encarnada en los de la montaña y en los miserables del Paris, les sans-culottes. Este reduccionismo dualista ha reducido también los alcances de la política, en sentido amplio, como suspensión de los mecanismos de dominación, circunscribiéndola a cambios de estilo en la administración del poder, incluso del capital, pues el Estado es la otra cara del capital. Una administración del poder, la de “derecha”, desempeña sus formas de gubernamentalidad, sus gestiones públicas, ya sea en defensa de las tradicionales forma institucionales impuestas por las primeras guerras iniciales, ya sea por el nacionalismo de las castas, ya sea por la república liberal o, más tarde, por la libertad del mercado y la concurrencia. La otra administración, la de “izquierda”, desempeña sus formas de gubernamentalidad, sus gestiones públicas, ya sea como revolución social y política, instaurando la república moderna, ya sea como recuperación de la soberanía para el pueblo, ya sea como expansión democrática, revolución democrático-burguesa, ya sea como socialismo matizado, más tarde, como socialismo del siglo XXI. Hablando de “izquierda”, también tendríamos que incluir, incluso, en primer lugar, a la forma de gubernamentalidad, a la forma de gestión, correspondiente a las revoluciones socialistas, que se propusieron abolir el modo de producción capitalista; se concibieron como revolución proletaria, como gobierno de transición, en términos de la dictadura del proletariado.

Dejando de lado el periodo de las monarquías absolutas, la “derecha”, usando este término tan general y relativo, aunque con pretensiones universales y categóricas, habría promovido y gestionado el capitalismo, aunque otorgándole nombres como riqueza de la nación, como democracia, en el sentido jurídico, restringido al derecho, poniendo como piedra fundamental la ley, como libertad de mercado, más tarde, como libertad de empresa, después como fin de la historia. En tanto que, la “izquierda”, término que peca de lo mismo, de general y relativo, aunque con pretensiones también universales y categóricas, habría promovido el modo de producción capitalista, aunque otorgándole nombres como nueva política económica, acumulación originaria socialista, sustitución de importaciones, revolución nacional-popular, más tarde, como revolución-democrática y cultural, revolución bolivariana, revolución ciudadana, es decir, socialismo del siglo XXI. En otras palabras, ambos componentes de la dualidad forman parte del sistema-mundo capitalista, son formas que promueven el mismo modo de producción dominante y hegemónico. ¿Cuál es la diferencia efectiva entonces? La diferencia es social; se trata del efecto social de las políticas de “derecha” o, en contraste, de las políticas de “izquierda”. La “derecha” suele desentenderse del efecto social, incrementando el costo social, de una manera no aceptada por el pueblo; la “izquierda”; por el contrario, se presenta preocupada por el costo social, sus políticas amortiguan el costo social del desarrollo, beneficiando a amplios sectores de la población; en el caso del socialismo real, se puede llegar a decir que las políticas igualitarias transforman la estructura social, efectuando la igualación radical, salvo respecto a la nueva clase dominante, la clase política burocrática y dirigente. Sin embargo, a pesar de esta igualación, el socialismo real ha terminado siendo el método y la estrategia más eficaz para la revolución industrial, por medio de la industrialización forzada y militarizada; es decir, la revolución socialista resultó siendo el método más adecuado para implantar el modo de producción capitalista en países atrasados. Esta es la paradoja socialista.

Por otra parte, las versiones más radicales en las formas de gubernamentalidad de “izquierda”, que son los estados del socialismo real, tampoco salieron de la órbita de reproducción del poder. El poder no es algo ajeno al capital, es el capital mismo, es la cara concreta del capital; en tanto que la cara abstracta del capital es su valorización cuantitativa. El problema de la “izquierda”, hablamos de la más radical, en sentido de la forma de gubernamentalidad, es que ha tratado de superar el capitalismo usando una de las caras de la misma medalla, la cara del monopolio de la violencia, el Estado. La otra “izquierda”, más matizada, aunque no lo diga, aunque pretenda radicalismo discursivo y se exprese en gestos dramáticos, en realidad, ni siquiera intenta superar el capitalismo, sino que lo promueve enmascarándolo en las formas políticas más barrocas.

El poder, no solo como relación de fuerzas, sino también como captura de fuerzas, monopolio de fuerzas capturadas, disponibilidad de fuerzas capturadas, ciertamente no es atribuible solo al sistema-mundo capitalista; otros sistemas-mundos también han conformado estrategias y diagramas de poder de captura, que no necesariamente suponen la economía política restringida a la economía autonomizada. La disponibilidad de fuerzas puede responder, mas bien, a la sobre-codificación simbólica, a la saturación simbólica y a la desterritorialización despótica. Sin embargo, nos interesa la relación de poder y capital. La desterritorialización capitalista se basa, mas bien, en la decodificación, se sostiene en la deculturación, en la transvalorización de los valores, sosteniendo la cuantificación de la fuerzas, sobre todo conmensurando esta cuantificación en términos del equivalente general. La cuantificación de las fuerzas se pondera como valorización abstracta.

El poder es el poder del capital y el capital es la capitalización del poder; es decir, la cuantificación del poder de captura. La dualización epistemológica, heredada y preservada por parte de la crítica de la economía política, la ha entrampado en lo mismo que criticaba, en el fetichismo de la mercancía, solo que se trata, en este caso, del fetichismo del valor, de la medida abstracta del equivalente general. La crítica de la economía política supone la crítica de la economía política del poder; ambas economías políticas suponen la misma estrategia de bifurcación entre lo concreto y lo abstracto, desvalorizando lo concreto y valorizando lo abstracto. La economía política del poder sostiene la economía política, en sentido restringido; a su vez, la economía política retroalimenta la economía política del poder. Ha sido pues una ilusión “revolucionaria” pretender, partiendo de esta bifurcación ficticia, enfrentar un lado de la dualidad al otro lado de la dualidad, cuando ambos lados forman parte de una integralidad poder-capital-poder.

Los movimientos sociales anti-sistémicos contemporáneos se ven de pleno ante este problema. No se puede salir del horizonte del sistema-mundo capitalista si no se sale también, simultáneamente, de la herencia del poder, de la herencia de todos los diagramas de poder que se han inscrito en los cuerpos. Pretender volver a hacerlo, es volver a repetir el mismo circuito del círculo vicioso del poder, revolución/contra-revolución; es entramparse en las formas de acumulación del capital, además de entramparse en las formas de reproducción del poder, que puede asistir a nuevas formas combinadas.

Podemos y Syriza

Dos expresiones políticas de izquierda, emergen de la crisis reciente del capitalismo, en su fase hegemónica financiera, de acumulación especulativa y de expansión intensa del extractivismo; una es Podemos, en España; la otra es Syriza, en Grecia. La primera emerge de la movilización de los indignados y de la forma de organización horizontal del M15; la segunda, deviene de la división del partido comunista de antaño. La división que corresponde a Syriza tiene que ver con su adscripción a lo que se conoció como el eurocomunismo. Se trata entonces de una izquierda que tiene tradición en la historia política griega. En las condiciones de la crisis financiera, de la crisis económica europea, transmitida demoledoramente a Grecia, obligando a la población a una política de austeridad, que, en realidad, implica suspensión de derechos sociales, Syriza salta a la palestra impugnando las políticas de la troica, del sistema financiero europeo y mundial, interpelando las políticas cómplices de los anteriores gobiernos griegos. Syriza, que antes contaba con poca votación, de pronto se convierte en la primera fuerza política griega, además de haber ganado las elecciones y convertido en gobierno.

Podemos y Syriza se enfrentan entonces al problema de la integralidad del poder-capital. Ambos optaron por llegar al gobierno a través de elecciones, contando con el descontento masivo e indignación de la población. Ambos prometen romper con las políticas de austeridad y reponer derechos sociales, además de profundizar la democracia. El problema es que ahora, por lo menos Syriza, se encuentra en función de gobierno, y muy probablemente, Podemos también lo haga. ¿Cómo salir del círculo vicioso del poder desde el poder mismo?

En una entrevista, hecha por Amador Fernández-Savater, ante la pregunta de en el artículo “Después de Syntagma”, hablabas de que, en la izquierda y por abajo, había en Grecia dos ideas de democracia; una idea de democracia participativa , representada por Syriza, y una idea de democracia directa, representada por Syntagma, ¿cómo imaginas que puede darse la coexistencia entre ambas?, Stavros Stavrides responde:

Coexistencia, no. Desgraciadamente, Syriza ha evolucionado en los últimos tiempos hacia un modelo de partido más cerrado en torno a una pequeña cúpula. Se ha verticalizado y “presidencializado” mucho. Es una crítica que se hace incluso dentro del propio partido. No creo que Syriza pueda ser un transmisor directo de la voluntad ciudadana, un canal de participación de la gente. Puede, eso sí, representar a los votantes, escogiendo políticas que canalicen demandas de la sociedad.

La democracia directa juega en otro nivel, redefine la política como una actividad no especializada y que atraviesa todos los niveles de la vida diaria. Es una política del cotidiano.

Yo creo que ahora mismo podemos intervenir en los dos niveles: empujar la democracia representativa más allá de sus límites, a través de formas de democracia radical y directa, pero teniendo en cuenta que la democracia representativa (con un partido como Syriza en el poder) puede abrir zonas de libertad y entornos más propicios para los experimentos autónomos que prefiguran otra sociedad. Podemos reivindicar, por un lado, medidas contra la corrupción o a favor de una transparencia en la gestión y desafiar, al mismo tiempo, los límites de la representación, mediante conflictos y contraejemplos, mediante formas de autogobierno que vayan más allá de la autoridad pública. Jugar en ambos niveles[1].

Stavros Stavrides propone cohabitar y coexistir con la estrategia política de Syriza desde la estrategia emancipadora libertaria y autogestionaria. ¿Es posible? En un ensayo titulado Alteridad y gubernamentalidad, que recién se va a publicar, planteamos dos hipótesis respecto a la evaluación de los gobiernos progresistas en Sur América, particularmente el de Venezuela, estas son:

Hipótesis 1

No pueden coexistir y convivir la forma de gestión comunitaria con la forma de gestión estatal; entonces, la consecuencia política es que se tiene que quitar poder a la administración pública y reconocer la potencia social de las Comunas. Esta valorización efectiva de la potencia social y desvalorización del poder estatal puede darse en forma de transiciones.

Hipótesis 2

Pueden Coexistir y convivir la forma de gestión comunitaria con la forma de gestión estatal; empero, sólo a condición que los administradores públicos tengan consciencia autogestionaria, sepan del valor que las Comunas, que lo comunitario, que lo autogestionario, tiene para el destino del proceso[2].

Nuestra posición ante estas dos hipótesis fue la siguiente:

Aunque se conoce nuestra posición al respecto, que se inclina por la primera hipótesis, poniendo en suspenso esta posición, queda claro que ambas condiciones de posibilidad, establecidas hipotéticamente, no se cumplen en el caso del proceso bolivariano, tampoco, mucho menos, en los demás gobiernos progresistas. Retomando una pregunta conocida en la militancia. ¿Qué hacer en estas circunstancias y condiciones de posibilidad histórica? Siguiendo con las consecuencias hipotéticas, diremos que, los y las que se inclinan por la segunda hipótesis tiene como tarea concientizar a los administradores públicos en la autogestión; formar administradores públicos autogestionarios. Los y las que se inclinan por la primera hipótesis tienen como tarea liberar la potencia social, lograr la autonomía de la potencia social, la autonomía de las Comunas. Expandir la potencia social en detrimento del poder estatal heredado.

Visto de esta forma, ciertamente como especulación teórica, si bien ambas formas de gestión pudieran no convivir y coexistir; sin embargo, los activismos, las acciones prácticas, contrastadas, tanto encaminadas a la gestión estatal, así como a la gestión comunitaria, pueden coexistir y convivir en forma concurrente, aunque contrastada, pues están obligadas a hacerlo, en esta disputa por la incidencia política[3].

En otras palabras, los activismos, en este caso diferenciados, por su estrategia opuesta respecto al poder, deben coexistir concurriendo por la participación social, buscando su inclinación hacia una u otra estrategia. Lo importante, en ambos casos, es que se efectúen las gestiones en los sentidos propuestos; de ninguna manera, que uno de ellos, sobre todo el estatalista, opte por la demagogia, el disfraz y el montaje, encarrilando al descarrilamiento al propio proceso de cambio, como hasta ahora lo han hecho los gobiernos progresistas.

[1] Ver el artículo de Amador Fernández-Savater Syntagma, Syriza: entre la plaza y el palacio (entrevista a Stavros Stavrides). http://www.eldiario.es/interferencias/Syntagma-Syriza-plaza-palacio_6_353874628.html.

[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Alteridad y gubernamentalidad. CLACSO; Buenos Aires 2015.

[3] Ibídem.